terça-feira, 1 de maio de 2012

Un cuerpo, dos escrituras


Aunque el psicoanálisis es una experiencia de palabra, la escritura tiene en él un lugar muy importante. En psicoanálisis la palabra y la escritura no están separadas ya que el goce que se escribe en el cuerpo como síntoma, fue primero palabra dicha, y lo que puede dejar de no escribirse, y escribirse contingentemente, se escribe sirviéndose de la palabra. La palabra verídica bajo transferencia se deposita, tiene efectos de escritura.
Desde este punto de vista la experiencia de un análisis no es sólo una exploración de lo que ya está escrito y se repite, sino también una exploración de lo nuevo que se puede llegar a escribir.
Un duelo escrito en el cuerpo
En mi caso la imposibilidad de hacer un duelo por una pérdida ocurrida muy pronto en mi vida, había tenido como consecuencia que un goce por fuera de la castración, se escribiera en mi cuerpo con una escritura real.
El duelo es la reacción a una pérdida, generalmente a la pérdida de un ser amado, pero puede ocurrir que esa pérdida no pueda ser subjetivada y como consecuencia, el duelo no pueda hacerse. De esa pérdida imposible de subjetivar el inconsciente no había tomado nota, sin embargo había dejado huella, una huella que se escribió directamente sobre el cuerpo lesionándolo.
El trabajo del análisis consistió en producir un cambio de escritura que permitió que el duelo pudiera escribirse en lo simbólico. Así, como dice Lacan en 
La conferencia de Ginebra sobre el síntomala invención del inconsciente pudo cifrar algo de ese goce específico que se fijó en el cuerpo con una escritura real del orden del número.
Sin duda todos los duelos no son iguales, ni todos los sujetos reaccionan de la misma manera frente a las dificultades que suponen.
En mi caso la imposibilidad de subjetivar la muerte de mi madre ocurrida cuando tenía 8 meses no tuvo que ver únicamente con la edad que tenía en ese momento aunque ésta fuera una dificultad importante, se añadió también otra, a saber el modo en el que la lengua del Otro me habló de esa pérdida, la manera de transmitírmelo.
Vivíamos entonces en un pueblo de Almería donde había una cierta manera de hablar, algunas mujeres, vecinas del pueblo, que habían conocido a mi madre, exclamaban cuando me veían: ¡Ay! ¡Si su madre la viera! 
Esta frase de lalengua la escuché seguramente siendo aún muy pequeña y sin tener consciencia de ello, en mí acabó teniendo la forma compacta de una holofrase. Cuando fui un poco mayor, cada vez que la oía sentía un malestar en el cuerpo al que no podía poner palabras. Sentía que un goce se me imponía, un goce del que no podía defenderme. En el Seminario I Lacan dice: “Toda holofrase se vincula con situaciones límite en las que el sujeto está suspendido de una relación especular con el Otro”.
¡Si su madre la viera! invocaba de manera siniestra la mirada de mi madre muerta, soldando así mirada y muerte.
Estas mujeres del pueblo no me hablaban de mi madre, no me contaban cómo era, algo que me hubiera gustado mucho ya que no tenía casi relatos de cómo fue, sino que invocaban, ante mí, como testigo mudo, la mirada de una muerta. Eso que oía se me impuso, produciendo un gran malestar que repercutió en mi cuerpo, éste se dejó escribir un goce al que Lacan se refiere como siendo del orden del número.
Igual que si fuera un sello, esta suerte de escritura ilegible, se fijó en mi cuerpo, en el lugar y la ubicación de lo que hubiera podido ser un síntoma.
De esa escritura no tuve noticias hasta muchos años después cuando tuve que hacer otro duelo: el duelo por mi padre.
Del primer duelo pendiente no sabía nada, a no ser por mi presentimiento: cuando mi padre muriera yo estaría en peligro.
De hecho en el momento de su muerte tuve una experiencia extraña. Aunque le había querido mucho cuando murió no sentí nada. Estaba a su lado pero no pude reaccionar a su pérdida. Me encontré sumida en una especie de estado de congelación. No lloré y eso era raro. Esa falta de afecto era sospechosa ya que el afecto es efecto de la incidencia de lalengua sobre el cuerpo. En ese punto se reveló que mi cuerpo no había sido debidamente afectado por lalengua.

Mi padre murió y mi presentimiento se realizó bajo la forma de una enfermedad del sistema inmunológico que puso mi vida en grave riesgo. Sus primeros signos fueron la aparición de unas manchas rojas sobre mi piel, también empecé a sufrir agudos dolores reumáticos. El sistema inmunológico se volvió loco, en vez de defender el cuerpo, comenzó a atacar ciertas zonas que ya no reconocía, como por ejemplo la piel. Tuve que ser hospitalizada en varias ocasiones y pensaba que me iba a morir. Mi vida se volvió gris.
¿Qué había pasado?
Tardé en entender que lo que el presentimiento me anunciaba era que no estaba en condiciones de hacer un nuevo duelo porque aún tenía el primero pendiente. Al verme confrontada con la muerte de mi padre la falla epistemo-somática que se había producido en la infancia se actualizó. Efectivamente mi cuerpo como cuerpo imaginario, en un cierto punto se volvió real.
El cuerpo como forma que tiene consistencia se deja colonizar por las representaciones que la lengua vehicula y que Lacan califica de imbéciles.

En el fenómeno psicosomático, la temporalidad en juego supone dos tiempos: en el primero se produce la falla epistemo-somática y en el segundo se realiza.
Una contingencia
En este momento de tristeza en que mi libido se había retirado del mundo, el azar quiso que conociera al hombre con el que comparto mi vida, un hombre del deseo con un gran sentido del humor y gusto por el absurdo. Hasta ese momento sólo había estado con locos que me hacían sufrir o con hombres aburridos a los que yo me empeñaba en cambiar, sin conseguirlo. 
La demanda de análisis
Fue entonces cuando decidí pedir un análisis en París, en Madrid había hecho dos tramos, cada uno de seis años. Elegí a una analista reconocida en la que encontraba un rasgo particular: me producía cierto temor. Para mí son las mujeres las que encarnan el superyó.
En la primera sesión surgió, sin haberlo pensado, la frase que ha marcado mi vida: 
¡Si su madre la viera!, también recordé otra frase escuchada sobre el mismo tema que solía decir un primo mayor: que suerte ha tenido la niña con Doña María”. Doña María era la mujer con la que mi padre se casó al enviudar, mi segunda madre, la única que conocí, y la niña, evidentemente era yo. De un modo sibilino, esta frase evocaba la suerte de tener a una segunda madre al mismo tiempo que daba entender que haber perdido a la primera era una suerte.
Además de mis dificultades para hacer el duelo, mi padre tenía las suyas propias a la hora de hablarme de mi madre. Al parecer la había querido apasionadamente pero su relación con ella no estuvo exenta de conflictos debido al carácter caprichoso de ella. Por eso muchas veces me decía que no quería que yo fuera así.
Seguramente, los sentimientos encontrados que le profesó en vida no le facilitaron hacer el duelo. Cuando murió, esa dificultad incidió tanto en lo que pudo transmitirme como en su nueva elección amorosa. Eligió a una mujer mayor que él que ya no podía tener hijos, era una buena mujer, inteligente, maestra de profesión. A mis ojos, con ella mantenía una relación un tanto extraña. Eran dos personalidades fuertes que peleaban cada uno por no dejarse avasallar por el otro. Y a mí me dejaban a mi aire.
Mi segunda madre, era muy generosa, un poco brusca y con cierta tendencia a moralizar. Pero muy pronto un niño me declaró su amor delante de ella y el aprendizaje se mezcló entonces con el erotismo. Fue un apoyo imprescindible para realizar mi deseo de dejar la ciudad de Almería para irme a estudiar a Granada. Por otro lado estaba la tata, la tata era una mujer del pueblo que me había cuidado desde que nací, era muy cariñosa y me quiso de manera incondicional. Aunque la tata no sabía ni leer ni escribir, jugábamos a que sabía, ella me decía vuelve a las cinco, y yo, que en ese momento era demasiado pequeña para conocer la hora del reloj, le seguía el juego, era un juego de semblantes. Por su parte, mi padre tenía un excelente sentido del humor. Por ejemplo, a la hora de las comidas hacia magia transformando las sentencias morales de mi madre en chistes, su ingenio con la palabra era su mejor virtud. La otra cara de este ingenio era la crueldad y obstinación de las que hacía gala en ocasiones. Para mí el humor es curativo, si me tratan con humor se me curan todos los males. Los recuerdos que guardo de mi infancia en el campo son buenos: vivíamos en la escuela, nos levantábamos cuando los niños tocaban a la puerta y cuando llovía lo celebrábamos y no había clase, en Almería no llueve mucho.

Al tener dos madres y un padre tuve tres familias, lo que me permitió tener un lugar un poco particular que me sirvió en situaciones de conflicto.
La transferencia
La transferencia se puso en marcha muy rápidamente, algunos sueños dieron cuenta de ello, en uno, como Freud con Irma, la analista miraba mi garganta y pronunciaba el nombre de la enfermedad que me afectaba: lupus.
El análisis no me resultó fácil ya que partía de un real mudo que no se prestaba a la simbolización. El síntoma por el que hice la demanda fue un duelo no hecho cuyas consecuencias al escribirse en lo real no producían ningún tipo de sentido, lo que por momentos convirtió el análisis en una travesía del desierto.
A pesar de toda la dificultad, la cara libidinal de la transferencia mostró pronto cuál era la satisfacción que el sujeto pretendía obtener allí. Fue a partir de una demanda insólita dirigida a mi analista. Le pedí que mirara las manchas de mi piel, manchas ocultas tras el vestido y el maquillaje. Con esta petición basada en el argumento increíble de que si ella no las veía no me iba a creer, se desveló el deseo que subyacía tras la demanda: el deseo de dar a ver. 
Deseo al Otro lo llama Lacan en el Seminario XI, un deseo que ya estaba presente en el primer sueño de transferencia en el que le hacía mirar mi garganta.
El goce femenino hace síntoma
En mi primer tramo de análisis en Madrid, la demanda tuvo que ver con un impasse respecto al goce femenino característico de la histeria: el empuje a ir más allá de los límites fálicos me condujo a una relación de estrago con el primer hombre del que me enamoré. Durante el tiempo que duró esa relación conocí un nivel de angustia que rozaba los límites de lo insoportable. Fue en ese momento de máxima angustia cuando soñé que alguien repartía cenizas en los platos blancos de los invitados a un convite. La ceniza salía de la cabeza de una maniquí. Era un sueño siniestro, “Cenizas para comer”, ceniza era todo lo que quedaba después de la muerte de mi madre. El inconsciente había cifrado algo pero no lo suficiente.
Lo imposible de escribir
En mi análisis en París abordé la imposibilidad de escribir la relación sexual a través de la deconstrucción de un fantasma que me hacía creer que sabía qué es ser un hombre y qué es ser una mujer. Este fantasma se puso de manifiesto en una sesión en la que expresaba mi enfado hacia una amiga a la que le gustaba mucho hacer de hombre, “Le voy a demostrar que ella no es un hombre” dije con énfasis. “¡Lo logró!”, apostilló la analista. Me quedé desconcertada y pensé “¿Qué logré?, ¿Qué es ser un hombre? ¿Qué es ser una mujer? De pronto me di cuenta, que como E. Jones, yo también creía que se nace hombre o mujer. ¡Qué desconcierto!
Mi relación con la palabra y la verdad
En lo referente a la verdad yo me colocaba como su portaestandarte, mi gusto por defenderla hacía que me metiera en líos. Creyéndome su defensora en realidad me guiaba mi propia satisfacción, la satisfacción que habita en el fantasma de “dar a ver”.
Si bien la verdad fantasmática se presenta como absoluta, sin embargo, el análisis me permitió hacer la experiencia del pasaje del sentido absoluto al sin-sentido. De este modo, lo que un minuto antes se presentaba como una verdad absoluta, un segundo después había perdido el sentido por completo, dejándome con una enorme sensación de absurdo.
En cuanto a mi manera de hablar, estaba marcada por cierta brusquedad en el decir y por un excesivo amor a la síntesis. Durante el análisis, las sesiones breves, se me hacían enormemente largas, en muchas ocasiones las di por terminadas antes que mi analista. En esas ocasiones me levantaba del diván como un resorte, descubriendo con cierto embarazo, que me había precipitado. A posteriori, llegué a la conclusión de que eso tenía que ver con la mirada y su temporalidad de instante, y con el hecho de que el sujeto lee la hora en el objeto y no en el reloj.
Un sueño revela la caída de una identificación: “El sueño del traje de torero”
El sueño se desarrolla en una atmósfera hipnótica. Alguien me está poniendo un traje de torero, un “traje de luces”, yo me dejo hacer. Estoy como hipnotizada, pero cuando llega el momento en el que me entregan el estoque para ir a matar, me despierto en el sueño sintiendo miedo por lo que estaba a punto de hacer. Sin pensarlo dos veces me quito el traje de torero y me voy.
¿Qué era ese traje de torero del que me desprendía?
En este sueño el sujeto se desprende de una insignia paterna como de un traje de torero, la insignia era el valor del padre que siendo un joven combatiente republicano durante la guerra civil, había tenido que transmitir un mensaje atravesando el campo de batalla, poniendo en peligro su vida. Por su valor había recibido una medalla.

Tanto el efecto hipnótico del sueño como el nombre que se le da al traje de torero, “traje de luces”, muestran que el régimen del Ideal, la valentía, en el que se sostenían la hipnosis y la identificación al padre, estaba sustentado en un goce escópico.
Un sueño anterior
Bastante tiempo antes había tenido otro sueño en el que también me mostraba dispuesta a la heroicidad. Vestida de Juana de Arco, con armadura y subida a un caballo, me disponía a ir a la guerra. El sueño sucedía durante la guerra de los cien años, el campo de batalla era una verde pradera, pero cuando yo llegaba el enemigo se había ido. Este sueño me produjo un efecto de chiste. Era en cierto sentido lo que sucede en un análisis cuando la figura del Otro que el sujeto sostiene con su goce, se desinfla y no comparece.
La carta llega a su destino
Fue también durante la guerra civil y a través de una carta como mi padre entabló una relación con mi madre, a la que no conocía. Un primo de mi madre que era amigo de mi padre y compañero en la contienda no cesaba de hablarle de su prima y de decirle que le escribiera. Mi padre no estaba convencido y dejaba pasar el tiempo hasta que un día descubrió que su amigo le había escrito una carta a su prima haciéndose pasar por él. Entonces, él decidió escribirle y así, con una carta, empezó la historia de la que yo nací.
Acontecimientos del cuerpo y “fenómenos especiales”
Todo mi análisis estuvo jalonado por distintos fenómenos de goce, acontecimientos del cuerpo, a los que mi marido con humor llamaba: “fenómenos especiales”, en alusión a los efectos especiales de las películas.
Entre ellos algunos muy conocidos como los trastornos histéricos de la visión: ver doble o ver a medias o con un solo ojo, no era nada raro para mí. Había también otros menos usuales como aquella vez en que después de una sesión en la que había hablado del final del análisis, al volver al hotel, en el hall, aluciné la presencia de una mujer, ella no tenía nada de particular pero lo extraño era de dónde había surgido. Después me vino la idea, a modo de convicción, de que esa presencia era la conclusión lógica de haber hablado del final del análisis, no entendía por qué.

Otro día en mi consulta en Madrid me sentí angustiada, me asomé al balcón, y durante un instante “vi” una pantalla de TV en la que una locutora hablaba con voz cada vez más queda. Esa visión tuvo la virtud de calmar mi angustia que al parecer había encontrado en ella su marco.
Vivía estos fenómenos con naturalidad, como si fueran inevitables, era así. Cuando pasaba tiempo sin que los sintiera, los echaba de menos. En particular, añoraba una sensación en el cuerpo vecina de la angustia, una sensación gozosa y a la vez fugaz.
Dos sueños sobre la mirada
1.-
El sueño del trou-matismo.
En cierto momento soñé que una mancha blanca, una calva producida en mi pelo por la enfermedad se transformaba en un agujero vacío, este sueño parecía indicar el camino del análisis: de la mancha al agujero.
2.- ¡Aluminio!
En este sueño la analista con tono oracular, pronuncia la palabra “¡Aluminio!”.
El aluminio me remitió a unos versos de Jacques Prévert, que hablan de “una dulce mirada de acero”, una mirada que asocié con la de mi padre, inflexible y cruel por momentos. En el sueño el acero se transforma en aluminio, un metal que puede ser fuerte, ligero, dúctil y maleable. Se había producido una operación metalúrgica de flexibilización, algo que ya me había sucedido y que tenía relación con mis elecciones de objeto.

Hasta llegar al acting out que produjo un antes y un después en este análisis:
Roban a un niño”
Sucedió mientras estaba trabajando temporalmente en la consulta de una amiga y colega, en la que trabajaba también otra colega enferma de cáncer desde hacía años. Yo no la conocía, pero mi amiga me había hablado de ella y me había contado que solía decir que si había resistido viva tantos años era porque quería ver a sus hijos crecer.
Un día, estando sola en la consulta, llamó por teléfono una señora que quería que esta colega enferma tratara a su hijo. Como había atendido su llamada, sin pensarlo dos veces, cortocircuité la dirección de la demanda y decidí ser yo la que iba a atender al muchacho. “Robé un niño”.
Por supuesto, a mi amiga no le pareció bien mi acto, yo “había robado un niño”, no era por mí por quien preguntaban.
Cuando conté en sesión lo sucedido, incluyendo los detalles que les acabo de relatar sobre quién era la persona a quien estaba dirigido el niño, al terminar mi relato la analista me dijo: “él no la va a ver morir, ella no lo va a ver crecer”. La interpretación me estremeció, había dado en el blanco. En efecto, al robar a este niño impedía que esa analista lo viera crecer y que él la viera morir”. El acting out realizó en acto una disyunción entre la mirada y la muerte, deshaciendo lo que 
Si su madre la viera había soldado. Por su lado, la interpretación de la analista, “Ella no lo va a ver…crecer, él no la va a ver…morir”, al mostrar un límite a lo que se puede ver separó la mirada de la visión.
Estas dos operaciones fueron un paso necesario para poder hacer el duelo. Mientras mirada y muerte estuvieran soldadas, y visión y mirada confundidas, la pérdida no se podía inscribir simbólicamente.

En cuanto al tema del robo no me era en absoluto ajeno. Cuando mi madre murió, su hermano se negó a devolver a mi padre las tierras con las que había avalado un préstamo. Esas tierras formaban parte de mi herencia. Podemos llamar a este episodio “Roban a una niña”.
Mientras escribía este testimonio me di cuenta de que la interpretación inconsciente de mi adopción por parte de mi segunda madre también había sido la de un “robo”, yo era “la niña robada”, y ésta significación se había interpuesto entre ella y yo. Varios recuerdos venían a confirmarlo.
El inconsciente propone otra lógica al problema sexual 
Surgen dos sueños de estructura similar. En el primero me encuentro con R, una colega que había tenido relación con el pase y al verla me sorprende agradablemente que sea tan alta como yo. La noche siguiente sueño que me encuentro con otra colega, que también se llama R y que también tuvo algo que ver con el dispositivo del pase, y como en el sueño anterior, al verla compruebo con mucho agrado que somos de la misma estatura. En realidad, ambas son más altas que yo.
Además de realizar mi deseo de ser más alta, estos dos sueños proponen una alternativa a la lógica del todo y la excepción. Nunca me gustó formar parte de grupos compuestos únicamente por mujeres, y cuando ocurría me veía obligada a colocarme en la soledad de la excepción. Pero tampoco quería eso. El sueño da otra solución: ni grupo ni excepción, una serie abierta, sin garantías. Ser una entre otras mujeres era para mí la solución aceptable y también divertida.
Lo que cesa de no escribirse y se escribe como
agujero de la letra en la lengua del sujeto  
 

Así pasó el tiempo, y mis ganas de terminar el análisis se hacían cada vez más apremiantes, sentía la urgencia de acabar. Un día en sesión, por algún motivo que hoy no recuerdo, volví a mencionar la frase “si su madre la viera, la analista como quien no quiere la cosa dijo: “eso viene de lejos”. Al oírlo me pareció un comentario anodino, yo sabía que eso venía de lejos. Sin embargo, de pronto, empecé a sentir vértigo y angustia. “Eso viene de lejos” se comportaba como el significante nuevo que sin añadir ningún sentido agujerea el “si su madre la viera”. La angustia y el vértigo daban cuenta de la emergencia de ese agujero y de la precipitación del sujeto en él.
El análisis permitió que el duelo que no se había escrito en el inconsciente cesara de no escribirse y se escribiera como letra. La letra, argumento de una función lógica se sitúa en el lugar de un agujero producido en el lenguaje del sujeto por la intervención de la analista. Cuando finalmente el duelo se escribe, se escribe como borde de un agujero, un borde que al mismo tiempo lo constituye.
El goce específico que se había escrito como mancha y como número en la piel reveló ser un goce escópico real no marcado por el menos de la castración. Sin embargo, el plus-de-goce del fantasma que también es un goce escópico, se escribió como letra y es del orden del semblante.
Había llegado al final, estaba satisfecha. Mis pequeños momentos de melancolía habían desaparecido. Pero hizo falta un tiempo más para poder acabar porque yo esperaba que fuera la analista la que tomara la decisión de concluir. Me llevó un tiempo darme cuenta y aceptar que el acto quedaba de mi lado, finalmente decidí hacerlo.
La última sesión: el acto 
Mi decisión estaba tomada, sabía que sería la última sesión, conté dos sueños, el que me situaba en una serie entre otras mujeres. En el segundo, la analista aparecía en la puerta de su casa, limpiando las huellas del lugar en el que su marido había muerto. Me decía que iba a hacerle una fiesta-homenaje, yo le contaba que me iba a presentar al pase, entonces ella me preguntaba: ¿qué hay del relieve de la voz?

En la sesión asocié esta pregunta con el superyó, como una invitación a proseguir con el análisis. Pero mi decisión estaba tomada, me sentía satisfecha con el recorrido y de todos modos siempre iban a quedar restos.
Me despedí y la analista me preguntó, “¿entonces, no va a volver?”. “No”, le respondí. Nos despedimos con un abrazo y al salir de la consulta me dijo: “¡Vaya!”
 
Lo que deja de escribirse se pone en juego en el dispositivo del pase 
Más tarde pude darme cuenta gracias a un sueño que olvidé contar en el dispositivo del pase, de qué se trataba en la pregunta por el relieve de la voz.

En el sueño estaba en París, había huelga, manifestaciones, gente que gritaba consignas, sin embargo yo tenía la sensación de que le habían bajado el volumen a París. Era sorprendente.
Eso que ocurría afuera, en mi sueño, me había pasado a mí, mi voz había perdido algo de brusquedad, de ruido, además, ahora practicaba más la metonimia. Una antigua paciente muy sensible a la voz me lo confirmó.
Curiosamente en mi pasaje por el dispositivo me olvidé de contar este sueño. Me olvidé de transmitir algo que había dejado de escribirse. Lacan se refiere a lo que deja de escribirse como “lo posible”, y dice: “es posible que en el análisis un sentido deje de escribirse”. En mi caso lo que había dejado de escribirse era un sentido gozado relacionado con la voz de mi segunda madre.
Eso fue precisamente lo que me olvidé de contar. 
 


LA AUTORA
Araceli Fuentes. A.E. Psicoanalista en Madrid. Miembro de la ELP y la AMP. Docente del Instituto del Campo Freudiano-NUCEP.
Email: araceli.f@arrakis.es

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