El best-seller del mes de junio de 2013 no será un premio literario sino el DSM en su versión 5 (100 millones de dólares de beneficio con el DSM 4).
Suscita tantas críticas al otro lado del Atlántico como en Europa, y cada vez más acerbas, no solamente por parte de quienes se oponen al método sino también por parte de quienes le reprochan no ser suficientemente fiel a sus objetivos del supuesto rigor científico de la “evidence based medicine”. Instrumento fundamental para la regulación de la psiquiatría por los burócratas sanitarios, el DSM ha destruido ampliamente la disciplina a la que pretendía servir, y parece que esto no ha terminado. Muy pronto, si creemos a la prensa americana, dependeremos todos de la psiquiatría, es decir, que nadie estará a salvo de tener que tomar psicótropos. Es el envés de la versión de Lacan cuando afirma que “todo el mundo está loco, todo el mundo delira”.
Uno de los artículos recientes, el más pertinente y chocante, es del 14 de mayo en el Huffington Post. Se debe al profesor Allen Frances (Duke University) que tras haber formado parte del equipo que elaboró el DSM, alerta desde hace mucho tiempo contra las derivas que, según él, alejan las versiones sucesivas del proyecto inicial.
Este profesor se niega a asumir la idea avanzada por los autores del Manual según la cual este trabajo sería una serie de hipótesis científicas a testar y modificar continuamente. “Nuestros pacientes no son ratas de laboratorio” ha declarado.
Critica igualmente el número de hipótesis puramente especulativas que contiene el DSM de las que un gran número no serán jamás testadas, no responden además a la práctica clínica, y han surgido de tratamientos estadísticos demasiado complejos. A continuación se alza contra los expertos (162 en la actualidad) que son responsables de completar lo que el simple tratamiento estadístico no puede llegar a tratar. Según él los “expertos” viven en una torre de marfil y cada uno tiene sus manías.
Frances imputa la crítica que se hace en general a la nueva versión del DSM de tender a medicalizar la normalidad a la impericia de sus autores que, por ejemplo, se apoyan para ello en trabajos aún no publicados o todavía en estado de hipótesis.
El New York Times publica también varios artículos al respecto. Manifiestan inquietudes y críticas en todos los sentidos, como si los americanos hubieran comenzado a apercibirse del embrollo causado por este proyecto megalomaníaco y del la amenaza que representa para la salud pública.
Benedict Carey, periodista del New York Times, en un artículo con fecha de 8 de mayo pasado, observa que el panel de expertos contratado por la American Psychiatric Association ha renunciado a dos ítems: el “síndrome de psicosis atenuada” y el “trastorno mixto ansioso-depresivo”. El primero debido a que podía dar lugar a tratamientos arriesgados mediante psicótropos a niños y adolescentes, el segundo en razón de que, más o menos, psiquiatrizaría a cualquiera en la población de los USA. Señala también que la APA no ha retrocedido ante una nueva definición más restrictiva del autismo, muy criticada por cierto. El congreso de la APA celebrado hace dos semanas ha sido ocasión de muy vivos debates. Especialmente porque el DSM 5 tiende a eliminar los “Asperger” de la categoría del autismo. Este debate está ya en marcha desde febrero último.
El panel de expertos intenta también establecer mejor la distinción entre la tristeza normal (especialmente el duelo) y el episodio depresivo, pero como podía esperarse, se atascan en las diferencias no objetivables mediante la estadística.
También sobre la cuestión del autismo escribe el cronista del NYT Gary Greenberg (14 de mayo). La perspectiva de las críticas que desarrolla es más sociológica. Señala que la restricción de los diagnósticos de autismo tendrá como consecuencia una disminución de responsabilización por parte de los servicios sociales y, sobre todo, por parte de las aseguradoras que rechazarán asegurar los riesgos. Afirma con justicia que el DSM se ha convertido en un negocio que se ha establecido sobre la complicidad entre la medicina y la industria farmacéutica. No se ve con claridad por qué se siente obligado a zaherir, de paso, al psicoanálisis salvo que él apuesta por las neurociencias y los marcadores genéticos.
Citaremos ahora, con fecha del 14 de mayo en el diario neoyorquino, un artículo consagrado a la adicción de Ian Urbina. Se trata en este caso de la extensión premeditada de la categoría de trastorno adictivo, que tendría importantes consecuencias para las aseguradoras y los gastos generales de salud pública (Medicare y Medicaid) una cuestión muy sensible para el contribuyente y el ciudadano americano. En efecto, por primera vez la adicción al juego sería tenida en cuenta, así como un ítem de “adicciones no específicas”, lo que nos muestra la razón de Jacques-Alain Miller al hablar de adicción generalizada.
Hay una batalla muy intensa entre los psiquiatras que consideran que el problema más grave concierne a las enfermedades psiquiátricas no tratadas y los que militan a favor de una restricción de las categorías.
En lo que concierne al autismo las informaciones son contradictorias, para una parte el diagnóstico de autismo habría aumentado considerablemente (cf. La crónica de Éric Laurent: “Autismo epidemia o estado ordinario del sujeto” LQ 194), para la otra parte el DSM 5 cuestiona la calificación de trastorno y excluiría a una gran parte de los que hoy son diagnosticados de autistas. Un artículo de Casey Schwartz, colaboradora de Newsweek y del Daily Beast (20/01 2012) da cuenta de los embrollos respecto al cuestionamiento de la nomenclatura y el funcionamiento sesgado de los investigadores, repartidos entre el secreto y el sensacionalismo.
Como afirma la periodista: “Perder el diagnóstico tiene consecuencias desastrosas para las familias que dependen de la ayuda de los estados… desde las escuelas especializadas hasta la financiación de las terapias cognitivas y las ayudas a largo plazo (médicas y para alojamiento)”.
Hay una gran tensión en torno al objeto DSM, que continuará por lo menos hasta diciembre de 2012, fecha a partir de la que ya no se admitirán revisiones.
Se está desarrollando una gran batalla clasificatoria y de gestión, ¿pero dónde ha quedado la subjetividad de los pacientes?
Fuente: Lacan Cotidiano 209.
Traducción de Iñaki Viar.
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