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Por Beatriz
Udenio
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¿Cómo pensar y
demostrar el quehacer del psicoanálisis de orientación lacaniana con sujetos
con autismo, con cada uno de estos sujetos? Es la pregunta
que orienta el trabajo de la autora. Lo que enseña cada uno sobre las
“respuestas contingentes de sus invenciones por fuera de lo que se educa, se
corrige, se aprende o se enseña”, teniendo en cuenta siempre el imposible
inherente a la estructura.
Me interesa hace un tiempo toda
pregunta que nos abra a la posibilidad de probar ante distintos
interlocutores la pertinencia del psicoanálisis, de la práctica analítica con
sujetos autistas. Tomo en esa vía la pregunta por lo que nos enseña. Pero
agrego que, para mis propósitos, se vuelve necesario aclarar: lo que nos
enseña cada sujeto autista que recibimos.
Esto me recuerda que hablar de lo
que nos enseña puede participar de lo que nos decía Eric Laurent en una
conferencia dictada para el Instituto Clínico de Bs.As. poco después de su
creación[1]: es hablar de lo que fracasa en los
ámbitos del saber, del poder y del acto analítico –en referencia a las tres
profesiones imposibles de Freud- aclarando que se trata de diferenciar cada
uno de estos ámbitos y no de homologarlos.
Partir de un fracaso: sí, no está
mal ponernos todos de acuerdo en esto. Habitualmente lo que más nos enseña
son los fracasos –siempre y cuando seamos dóciles a admitir esta perspectiva.
En todo caso, voy a tomar un modo
posible de lectura de esta cuestión que formulo así: dejarse enseñar por los
fracasos de una cura orientada por un ideal de cura o de abordaje.
En esto creo que realmente la
práctica con sujetos autistas -en esa posición tan peculiar que cada uno de
ellos ha tomado en su relación con lo que nos humaniza, una relación con el
lenguaje- avala que se tome como fundamento de nuestro método analítico lo
que llamamos un imposible. El fracaso que recordaba Laurent es inherente a
ese imposible estructural, y la única manera de arreglárselas con ello es no
llevarles la contra.
En el campo del saber que concierne
a las enseñanzas (impartidas, adquiridas) partimos seriamente de un imposible
de saber, y solo aceptando ese imposible podemos dar curso a una práctica que
se basa en hacer valer un saber supuesto, que tiene como correlato que hay
siempre algo no sabido, imposible de hacerse todo saber. Por ello, nuestra
práctica necesita “huir de lo ya sabido”[2]
Ese imposible, que Lacan llamó “el
real” propio al psicoanálisis, no es exterior al mismo, se produce dentro de cada unaexperiencia
analítica, en esa práctica de la lengua. Por ello, es una práctica muy
adecuada para ofrecer a esos sujetos que justamente tienen una relación
peculiar con la lengua. Es no solo un punto de vista realista sino también
acorde a lo vivo de la lengua.
En esos términos, decir “lo que nos
enseña cada sujeto autista” implica admitir que nos enseña un saber vivo,
inédito, que no está encerrado en el saber académico en posición de dominio
–discurso universitario- y que el practicante no es amo de ese saber.
Emprender la cura, o la tarea
pedagógica o el acompañamiento comunitario o social de un sujeto autista, es
poner a prueba la versatilidad para acoger lo nuevo e inventar lo nuevo. Va
contra la homogenización tanto de cada sujeto autista como de aquel que se
relaciona con él en una práctica determinada.
Hoy en día, hay una masificación
del saber que va de la mano, claro, de la globalización y la expansión de los Mass
Media, que monitorean cada uno de nuestros pasos y actos. La
multiplicación de formas protocolizadas de evaluación diagnóstica, pronóstica
y terapéutica no se llevan bien con la sutileza de un caso, con el detalle de
una intervención, con el cuidado de la invención de algo nuevo del lado de
cada sujeto. No es por una cuestión de mala voluntad o mala intención, sino porque
la marca de la posmodernidad decanta en un modo discursivo que homogeniza,
pues se basa en la idea de que la ciencia o las disciplinas saben.
Y claro que hay saberes, pero el punto es si se toma en cuenta o no como
pivote un no-sabido, un imposible de saber en términos ideales y
normalizadores.
Lo que nos enseña cada sujeto
autista nos toca en un borde de lo que no sabemos, de lo que fracasa en
hacerse todo saber. Y nos transmite una invención inédita, capaz de
sorprendernos siempre por su no pertenencia a una clase ni su referencia a un
grado de desempeño. Detalle que acogemos como índice de lo que ese sujeto
autista ha logrado crear para arreglárselas con su modo de referencia al
lenguaje. El recurso con el que expresa su máxima singularidad, allí donde
está radicalmente afuera de los “sentidos comunes”. Es el fundamento del que
parte el psicoanálisis, al apoyarse en la condición de ser hablante de estos
sujetos -un supuesto estructural, no evolutivo.
Para ello, claro, se precisan
practicantes, interlocutores que estén en posición de sostener un método de
abordaje que admita ese imposible en cuanto al saber y al sentido como
fundamento; versátil y dócil a ese no saber, que pueda operar desde el lugar
de ese agujero ineludible, acompañando a estos sujetos a introducir por sí
mismos un sentido allí donde no lo hay, y dispuesto a acoger su invención
inédita y única.
Es lo que enseña la propia
experiencia analítica del practicante como sujeto analizante: que el método
analítico parte de una concepción del sujeto y de su verdad
que siempre escapa a lo previsible, a lo instituido, y al hallazgo de
sentido. Siempre hay un sinsentido en el que encalla toda tarea de
desciframiento, donde nos topamos con algo de otra estofa, real, que
representa un imposible de ser absorbido por el sentido y
por la norma, imposible de ser homogeneizado, protocolizado.
Y, justamente, estos sujetos
autistas, no enganchados en la vía del sentido, nos enseñan sobre las
respuestas contingentes de sus invenciones, por fuera de lo que se educa, se
corrige, se aprende o se enseña.
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quinta-feira, 24 de maio de 2012
Lo que nos enseña cada sujeto autista: lo imposible de enseñar [*]
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