El saber clínico del psicoanálisis de orientación lacaniana se funda y se nutre en el estudio y la revisión crítica de la clínica freudiana, de sus casos, tan interesantes como aleccionadores. En ellos vemos construirse, en un laborioso conjunto de aciertos y errores, los surcos fecundos de una original vía de realización del ser hablante como sujeto del inconsciente, en el marco simbólico de un original dispositivo. En palabras de Lacan, la invención del psicoanálisis constituye un hecho de caridad increíble, por haber ofrecido un lugar en el que las miserias humanas pudieran decirse. En vez de desparramarse en la errancia de goces tan ignorados como estúpidos, el acceso al inconsciente, a un saber que no sabemos que tenemos, otorga la posibilidad de acciones más provechosas, de relaciones más dignas a los despistados por el lenguaje. Y ello, gracias a un ejercicio nuevo de la función simbólica, a un nuevo uso de las palabras que nos enferman, nos envenenan, nos parasitan.
Freud inventó un artificio en el cual la palabra revela abrigar, también, el placer, la invención, y un trozo sustancial de nuestra verdad subjetiva, indispensable para avanzar en este complicado mundo. Pero la obra de Freud, psicoanalista, no hubiera sido posible sin el trabajo de Freud como analizante, el pasaje indispensable para convertirse en analista. En distintos momentos de su recorrido Freud comunica al Otro, al público, pedazos de este laborioso camino en los que suministra preciosas piezas del caso inaugural, el caso princeps, el suyo. Aunque también tenemos la suerte de disponer de un material único, sus cartas al excéntrico amigo Fliess, “el cosquilleador de narices”1 según le bautiza irónicamente Lacan. Fruto de dos hombres osados, sin ningún prejuicio para formular hipótesis novedosas, esta amistad le ofrece a Freud un destinatario al que enviará, en forma de epístolas, los avatares de su “autoanálisis, el más difícil de los análisis”: un trabajo subjetivo construido en el ardor del descubrimiento (“Ay, qué contento estoy de que nadie, nadie lo sepa!..”2), el desaliento ante las dificultades “(...) tuve la sensación de estar íntimamente trabado (...) y me sentí desolado”3), el entusiasmo de sus hallazgos (“estoy solo con mi mente en la cual tanto germina”4).
Freud inventó un artificio en el cual la palabra revela abrigar, también, el placer, la invención, y un trozo sustancial de nuestra verdad subjetiva, indispensable para avanzar en este complicado mundo. Pero la obra de Freud, psicoanalista, no hubiera sido posible sin el trabajo de Freud como analizante, el pasaje indispensable para convertirse en analista. En distintos momentos de su recorrido Freud comunica al Otro, al público, pedazos de este laborioso camino en los que suministra preciosas piezas del caso inaugural, el caso princeps, el suyo. Aunque también tenemos la suerte de disponer de un material único, sus cartas al excéntrico amigo Fliess, “el cosquilleador de narices”1 según le bautiza irónicamente Lacan. Fruto de dos hombres osados, sin ningún prejuicio para formular hipótesis novedosas, esta amistad le ofrece a Freud un destinatario al que enviará, en forma de epístolas, los avatares de su “autoanálisis, el más difícil de los análisis”: un trabajo subjetivo construido en el ardor del descubrimiento (“Ay, qué contento estoy de que nadie, nadie lo sepa!..”2), el desaliento ante las dificultades “(...) tuve la sensación de estar íntimamente trabado (...) y me sentí desolado”3), el entusiasmo de sus hallazgos (“estoy solo con mi mente en la cual tanto germina”4).
1) El mapa del inconsciente5
Jacques-Alain Miller distingue dos versiones del psicoanálisis, dos interpretaciones, la freudiana y la lacaniana, vinculada, cada una, a las raíces más singulares de la subjetividad, con sus distintos estilos, que mantienen una “relación natal con el goce”6. Es notable la manera en que cada uno de ellos formula sus propósitos y su posición en la forma tajante de una enunciación personal, asumida y consentida, situada en las antípodas del narcisismo. La enunciación, la voz propia, surge de la relación con la causa analítica, no de un ideal, y Freud la bautiza como “su tirano”. Lacan, por su parte, se refiere a su lugar como el determinado por el “discurso al cual sirvo”. En ambos es posible seguir las huellas de franqueamientos que dibujan los caminos que llevan la marca de sus nombres propios y han dado lugar a sus contribuciones al saber analítico.
Freud consideraba que La interpretación de los sueños contiene la pieza más importante de sus descubrimientos7: propone el sueño como la vía regia hacia el inconsciente y en la solución del enigma del fenómeno onírico cifró la necesaria labor preliminar para resolver “los más intrincados problemas de la psicología de la neurosis”8. Ese trayecto doctrinal ref leja su experiencia personal: él deseaba que la fecha de su descubrimiento quedara vinculada al análisis del sueño de Irma. En el desciframiento de este sueño, Freud, es posible localizar un momento de pase: En él se ve confrontado a la garganta de su paciente, a un real sin ninguna mediación que trae consigo una “descomposición espectral del fantasma: (…) ya no hay Freud, ya no hay nadie que pueda decir yo (je). En medio de la mayor cacofonía se hace oír el discurso de los colegas que versa sobre la responsabilidad (y la justificación) en los actos erróneos -pero- la objeción que le interesa a Freud es la que se deriva de su propia culpabilidad (…)”9. Su deseo de saber va más allá de la opinión de sus colegas, del discurso del Otro, y atraviesa esa pantalla para mirar de frente su responsabilidad, para escuchar la voz del superyó, que hunde sus raíces en el Ello, en el goce. La garganta de Irma nombra el agujero del Otro, y aproxima esa voz del superyó a lo incógnito del goce femenino: El ombligo del sueño, el nudo donde el sueño linda con lo desconocido, con lo real. Allí verá surgir la fórmula trimetilamina, como un borde de semblante, fuera del sentido, como una nominación de lo real del sexo, una escritura de lo imposible de escribir. Ese momento es casi delirante y efectivamente lo sería, dice Lacan, si el sujeto Freud solo, analizando su sueño, intentara encontrar la solución esotérica del misterio del secreto del sujeto y el mundo. Pero el análisis que realiza Freud instaura el Otro, se dirige a nosotros, a la comunidad, inaugurando el discurso analítico, como un lazo social inédito.
Psicopatología de la vida cotidiana. La deducción de la estructura del inconsciente le permite atrapar las con- secuencias de la acción parasitaria del lenguaje en nuestra existencia: olvidos, tropiezos, equivocaciones, lapsus, actos fallidos, entregan su misterio al desciframiento freudiano: “El apoyo del material lingüístico es lo que hace posible la determinación de la falla al mismo tiempo que le señala un límite”10. En el fascinante capítulo dedicado a las torpezas y accidentes afronta “los enigmas del autocastigo” lo que demuestra hasta qué punto Freud se dejaba guiar por el superyó cuya acción había descubierto en su autoanálisis. ¿Por qué la falla, la división subjetiva, ocasionada por la condición de ser hablante se convierte en una condena, como si de una expiación sin fin se tratara? En las pérdidas, roturas, automutilaciones, en el maltrato que el sujeto se inf lige a sí mismo, Freud encuentra la acción de una tendencia a la autodestrucción que, años más tarde, llamará pulsión de muerte.
Imantado por la interpretación de los “rendimientos fallidos del inconsciente” busca una prueba de su determinismo a través de la distinción de su pensamiento de aquél del paranoico y del supersticioso, para quienes, tampoco, nada es casual. Ellos también interpretan, pero yerran en el lugar que le confieren a la verdad. Este lugar está determinado por la satisfacción que aporta la interpretación al interpretante: la particularidad de la interpretación analítica es que anuda el goce del desciframiento a un efecto de agujero (Lacan).
El chiste y su relación con el inconsciente. Un fenómeno en el que el goce de la interpretación se evidencia son los chistes culpables (de contenido obsceno u hostil) o los cínicos: aquéllos que apuntan a lo real, a la destitución de los semblantes. Su formidable estudio revela que la finalidad del aparato psíquico es el goce: “La rima, la aliteración, el estribillo y otras formas de repetición de sonidos verbales análogos, en la poesía utilizan la misma fuente de placer”11. Aunque, a diferencia del sueño y el lapsus, el Witz se distingue por ser netamente social, incluso es lo social por excelencia, modelo del pase lacaniano: “...a la elaboración del chiste se halla indisolublemente ligado el impulso a comunicarlo”12.
Jacques-Alain Miller distingue dos versiones del psicoanálisis, dos interpretaciones, la freudiana y la lacaniana, vinculada, cada una, a las raíces más singulares de la subjetividad, con sus distintos estilos, que mantienen una “relación natal con el goce”6. Es notable la manera en que cada uno de ellos formula sus propósitos y su posición en la forma tajante de una enunciación personal, asumida y consentida, situada en las antípodas del narcisismo. La enunciación, la voz propia, surge de la relación con la causa analítica, no de un ideal, y Freud la bautiza como “su tirano”. Lacan, por su parte, se refiere a su lugar como el determinado por el “discurso al cual sirvo”. En ambos es posible seguir las huellas de franqueamientos que dibujan los caminos que llevan la marca de sus nombres propios y han dado lugar a sus contribuciones al saber analítico.
Freud consideraba que La interpretación de los sueños contiene la pieza más importante de sus descubrimientos7: propone el sueño como la vía regia hacia el inconsciente y en la solución del enigma del fenómeno onírico cifró la necesaria labor preliminar para resolver “los más intrincados problemas de la psicología de la neurosis”8. Ese trayecto doctrinal ref leja su experiencia personal: él deseaba que la fecha de su descubrimiento quedara vinculada al análisis del sueño de Irma. En el desciframiento de este sueño, Freud, es posible localizar un momento de pase: En él se ve confrontado a la garganta de su paciente, a un real sin ninguna mediación que trae consigo una “descomposición espectral del fantasma: (…) ya no hay Freud, ya no hay nadie que pueda decir yo (je). En medio de la mayor cacofonía se hace oír el discurso de los colegas que versa sobre la responsabilidad (y la justificación) en los actos erróneos -pero- la objeción que le interesa a Freud es la que se deriva de su propia culpabilidad (…)”9. Su deseo de saber va más allá de la opinión de sus colegas, del discurso del Otro, y atraviesa esa pantalla para mirar de frente su responsabilidad, para escuchar la voz del superyó, que hunde sus raíces en el Ello, en el goce. La garganta de Irma nombra el agujero del Otro, y aproxima esa voz del superyó a lo incógnito del goce femenino: El ombligo del sueño, el nudo donde el sueño linda con lo desconocido, con lo real. Allí verá surgir la fórmula trimetilamina, como un borde de semblante, fuera del sentido, como una nominación de lo real del sexo, una escritura de lo imposible de escribir. Ese momento es casi delirante y efectivamente lo sería, dice Lacan, si el sujeto Freud solo, analizando su sueño, intentara encontrar la solución esotérica del misterio del secreto del sujeto y el mundo. Pero el análisis que realiza Freud instaura el Otro, se dirige a nosotros, a la comunidad, inaugurando el discurso analítico, como un lazo social inédito.
Psicopatología de la vida cotidiana. La deducción de la estructura del inconsciente le permite atrapar las con- secuencias de la acción parasitaria del lenguaje en nuestra existencia: olvidos, tropiezos, equivocaciones, lapsus, actos fallidos, entregan su misterio al desciframiento freudiano: “El apoyo del material lingüístico es lo que hace posible la determinación de la falla al mismo tiempo que le señala un límite”10. En el fascinante capítulo dedicado a las torpezas y accidentes afronta “los enigmas del autocastigo” lo que demuestra hasta qué punto Freud se dejaba guiar por el superyó cuya acción había descubierto en su autoanálisis. ¿Por qué la falla, la división subjetiva, ocasionada por la condición de ser hablante se convierte en una condena, como si de una expiación sin fin se tratara? En las pérdidas, roturas, automutilaciones, en el maltrato que el sujeto se inf lige a sí mismo, Freud encuentra la acción de una tendencia a la autodestrucción que, años más tarde, llamará pulsión de muerte.
Imantado por la interpretación de los “rendimientos fallidos del inconsciente” busca una prueba de su determinismo a través de la distinción de su pensamiento de aquél del paranoico y del supersticioso, para quienes, tampoco, nada es casual. Ellos también interpretan, pero yerran en el lugar que le confieren a la verdad. Este lugar está determinado por la satisfacción que aporta la interpretación al interpretante: la particularidad de la interpretación analítica es que anuda el goce del desciframiento a un efecto de agujero (Lacan).
El chiste y su relación con el inconsciente. Un fenómeno en el que el goce de la interpretación se evidencia son los chistes culpables (de contenido obsceno u hostil) o los cínicos: aquéllos que apuntan a lo real, a la destitución de los semblantes. Su formidable estudio revela que la finalidad del aparato psíquico es el goce: “La rima, la aliteración, el estribillo y otras formas de repetición de sonidos verbales análogos, en la poesía utilizan la misma fuente de placer”11. Aunque, a diferencia del sueño y el lapsus, el Witz se distingue por ser netamente social, incluso es lo social por excelencia, modelo del pase lacaniano: “...a la elaboración del chiste se halla indisolublemente ligado el impulso a comunicarlo”12.
2) El pase no es la Autobiografía
El saber de la estructura que Freud extrae de su posición analizante es fragmentario e incompleto, no forma un sistema, es preciso reconstruirlo a partir de los pedazos dispersos o de la deducción de sus trabajos. Y este saber se distingue muy precisamente del que presenta desde la posición del autor de laAutobiografía y la Historia del movimiento analítico, en los que se funde “lo biográfico con lo histórico”. El hilo conductor de la Autobiografía es, por un lado, la narración de su heroica resistencia, de su firme convicción acerca de la existencia del inconsciente, sin ceder a las dificultades, a pesar de todos los pesares. En este texto Freud explora la índole singular de su relación con el saber de la Naturaleza (de la estructura): “...la peculiaridad y la limitación de mis aptitudes me vedaban todo progreso en algunas disciplinas científicas cuyo estudio había emprendido con juvenil impetuosidad”13. También pone orden en las escansiones producidas por los encuentros cruciales que favorecieron o entorpecieron sus progresos (Goethe, Charcot, Breuer y otros).Sólo si situamos este texto como escrito desde el discurso universitario podemos comprender que se le pasara por alto a Freud una denegación tan flagrante como la que afecta al relato de cierto suceso: “Mi mujer (…) me hizo perder una ocasión que me privó de conquistar la fama en mis años juveniles (…) pero no le guardo rencor alguno por la ocasión perdida”. Pasajes muy sustanciosos respecto a la transferencia no pueden dejar de vincularse al doloroso aprendizaje que trajeron consigo las tumultuo- sas disensiones de “personas que habían desempeñado un papel considerable en la recién aparecida ciencia”14, y que abandonaban la causa analítica para entregarse a tentativas delirantes de interpretación, eximiéndoles de la incomodidad a la que se expone el analítico, siempre en riesgo y por lo tanto, advertido, de derrapar hacia otros discursos. Una vez experimentada la virulencia que adquiere la transferencia negativa en su fase resistencial, cuando surge en el seno de la propia comunidad analí- tica, las resistencias externasdejaron de preocuparle: cualquier objeción era válida para desacreditar el saber analítico. En la Autobiografía Freud también deja constancia de los usos del psicoanálisis, clínico y aplicado, y de las limitaciones del discurso, motivadas, en gran parte, por el sentimiento inconsciente de culpabilidad “tan importante entre los motivos de la neurosis y asimismo en mis tentativas de enlazar más estrictamente la psicología social y la individual”.
Freud dedicaría sus últimos años a intentar deducir la lógica por la cual la disposición sacrificial ejerce un atractivo pasional, hipnótico en los seres humanos. Y éste es el enigma que aún no ha entregado su secreto: cada día, de mil formas, aparecen sutiles y escandalosas manifestaciones de aquello que Lacan definió, en su ultimísima enseñanza, un real sin ley.
A la luz del estado actual de la elucidación, dicha enseñanza, gracias al trabajo de Jacques-Alain Miller, una pieza del pase de Freud adquiere un valor especial, la encontramos en las cartas a Fliess. En la número 65 menciona una particular experiencia subjetiva, con “curiosos estados de ánimo, inaccesibles a la conciencia: pensamientos crepusculares, dudas veladas, apenas aquí y allí un rayo de luz (...) ” al final confiesa sentirse estúpido, encerrado en un capullo, “sabe Dios”, dice, “qué clase de bestia saldrá de él”15. En la 66 admite no saber qué le ha pasado: “algo surgido del más profundo abismo de mi propia neurosis se opone a todo progreso mío en la comprensión de las neurosis, y de alguna manera tú estás envuelto en ello”16. Poco a poco sale de las tinieblas con una conquista fundamental: la importancia de los fantasmas, la deducción de “las reglas que gobiernan la formación de estas estructuras, y las razones por las cuales llegan a ser más importantes que los recuerdos mismos”. Helo ahí a Freud confrontado a la distinción entre lo real y la ficción, sumergido en su autoanálisis, que considera una etapa tan difícil como inevitable de su labor. Un anticipo de lo fructífera que va a llegar a ser se anuncia en la carta 69 en la forma triunfante de un gran secreto: “ya no creo en mis neuróticos”. Y desgrana los cuatro motivos de dicha incredulidad: en primer lugar, los desengaños ocasionados por las deserciones de pacientes. En segundo lugar, la asombrosa circunstancia de que todos los casos obligaban a atribuir actos perversos al padre. Tercero, la innegable comprobación de que en el inconsciente no existe “signo de realidad”, y es por ello imposible distinguir la verdad de la ficción. Y cuarto, “el secreto de las vivencias infantiles no se traduce ni en el más confuso estado delirante”.
Allí Freud tropieza con lo real de la estructura, “el gran secreto del psicoanálisis”, que Lacan formuló como la ausencia de escritura de la relación sexual. Y el hallazgo de este imposible lógico explica que “tenga más bien la sensación de un triunfo que de una derrota”17. Es un momento de autorización a la práctica de un saber nuevo. Producto de su experiencia analizante cuyos frutos resume en la carta 70, donde expone la cifra de su neurosis, sorprendente, por parte de quien promulgaría la validez del Edipo universal: “el viejo no desempeñó un papel activo en mi caso, si bien es cierto que proyecté sobre él una analogía de mí mismo18, que mi “autora” (de mi neurosis) fue una mujer vieja y fea, pero sabia, que me contó muchas cosas de Dios y el infierno y me inculcó una alta opinión de mis propias capacidades; que más tarde (entre los dos años y los dos y medio) se despertó mi libido hacia matrem (...) teniendo la ocasión de verla nudam (…). Por fin, recibí los peores augurios y con reales celos infantiles a mi hermanito (un año menor que yo y muerto a los pocos meses), y que su muerte dejó en mí el germen de la culpabilidad”. Luego menciona al cómplice de sus crímenes infantiles, un sobrino un año y medio mayor. “Este sobrino y aquel hermano determinaron no sólo la faz neurótica de sus amistades, sino también su intensidad”. La carta 7119 se ocupa de un sueño en el que aparecían “las más humillantes alusiones a su incapacidad terapéutica”. En el análisis de este sueño alcanza la significación culpable de su impotencia al analizar el lazo con la autora de su neurosis, “que recibía dinero de mí por el maltrato que me inf ligía, así yo recibo dinero hoy por el mal tratamiento de mis pacientes”. La raíz de su castración imaginaria vinculada al Superyó femenino, a la supermoitié, como una parte de sí mismo que ha tomado la forma del Otro en la mujer sabia cuya castración hace posible el análisis de este sueño.
En la carta siguiente menciona su expectativa de llegar al final de su autoanálisis. El cual parece advenir con la conclusión de “una idea de valor general”, el Complejo de Edipo, que Lacan no duda en calificar como el sueño de Freud. Esta idea de valor general viene a opacar lo que, sin embargo, ha descubierto: que el padre edípico es una proyección de sí mismo, una invención, para explicar el sentido del goce cuya pista Freud sigue incansablemente con la linterna del superyó.
El saber de la estructura que Freud extrae de su posición analizante es fragmentario e incompleto, no forma un sistema, es preciso reconstruirlo a partir de los pedazos dispersos o de la deducción de sus trabajos. Y este saber se distingue muy precisamente del que presenta desde la posición del autor de laAutobiografía y la Historia del movimiento analítico, en los que se funde “lo biográfico con lo histórico”. El hilo conductor de la Autobiografía es, por un lado, la narración de su heroica resistencia, de su firme convicción acerca de la existencia del inconsciente, sin ceder a las dificultades, a pesar de todos los pesares. En este texto Freud explora la índole singular de su relación con el saber de la Naturaleza (de la estructura): “...la peculiaridad y la limitación de mis aptitudes me vedaban todo progreso en algunas disciplinas científicas cuyo estudio había emprendido con juvenil impetuosidad”13. También pone orden en las escansiones producidas por los encuentros cruciales que favorecieron o entorpecieron sus progresos (Goethe, Charcot, Breuer y otros).Sólo si situamos este texto como escrito desde el discurso universitario podemos comprender que se le pasara por alto a Freud una denegación tan flagrante como la que afecta al relato de cierto suceso: “Mi mujer (…) me hizo perder una ocasión que me privó de conquistar la fama en mis años juveniles (…) pero no le guardo rencor alguno por la ocasión perdida”. Pasajes muy sustanciosos respecto a la transferencia no pueden dejar de vincularse al doloroso aprendizaje que trajeron consigo las tumultuo- sas disensiones de “personas que habían desempeñado un papel considerable en la recién aparecida ciencia”14, y que abandonaban la causa analítica para entregarse a tentativas delirantes de interpretación, eximiéndoles de la incomodidad a la que se expone el analítico, siempre en riesgo y por lo tanto, advertido, de derrapar hacia otros discursos. Una vez experimentada la virulencia que adquiere la transferencia negativa en su fase resistencial, cuando surge en el seno de la propia comunidad analí- tica, las resistencias externasdejaron de preocuparle: cualquier objeción era válida para desacreditar el saber analítico. En la Autobiografía Freud también deja constancia de los usos del psicoanálisis, clínico y aplicado, y de las limitaciones del discurso, motivadas, en gran parte, por el sentimiento inconsciente de culpabilidad “tan importante entre los motivos de la neurosis y asimismo en mis tentativas de enlazar más estrictamente la psicología social y la individual”.
Freud dedicaría sus últimos años a intentar deducir la lógica por la cual la disposición sacrificial ejerce un atractivo pasional, hipnótico en los seres humanos. Y éste es el enigma que aún no ha entregado su secreto: cada día, de mil formas, aparecen sutiles y escandalosas manifestaciones de aquello que Lacan definió, en su ultimísima enseñanza, un real sin ley.
A la luz del estado actual de la elucidación, dicha enseñanza, gracias al trabajo de Jacques-Alain Miller, una pieza del pase de Freud adquiere un valor especial, la encontramos en las cartas a Fliess. En la número 65 menciona una particular experiencia subjetiva, con “curiosos estados de ánimo, inaccesibles a la conciencia: pensamientos crepusculares, dudas veladas, apenas aquí y allí un rayo de luz (...) ” al final confiesa sentirse estúpido, encerrado en un capullo, “sabe Dios”, dice, “qué clase de bestia saldrá de él”15. En la 66 admite no saber qué le ha pasado: “algo surgido del más profundo abismo de mi propia neurosis se opone a todo progreso mío en la comprensión de las neurosis, y de alguna manera tú estás envuelto en ello”16. Poco a poco sale de las tinieblas con una conquista fundamental: la importancia de los fantasmas, la deducción de “las reglas que gobiernan la formación de estas estructuras, y las razones por las cuales llegan a ser más importantes que los recuerdos mismos”. Helo ahí a Freud confrontado a la distinción entre lo real y la ficción, sumergido en su autoanálisis, que considera una etapa tan difícil como inevitable de su labor. Un anticipo de lo fructífera que va a llegar a ser se anuncia en la carta 69 en la forma triunfante de un gran secreto: “ya no creo en mis neuróticos”. Y desgrana los cuatro motivos de dicha incredulidad: en primer lugar, los desengaños ocasionados por las deserciones de pacientes. En segundo lugar, la asombrosa circunstancia de que todos los casos obligaban a atribuir actos perversos al padre. Tercero, la innegable comprobación de que en el inconsciente no existe “signo de realidad”, y es por ello imposible distinguir la verdad de la ficción. Y cuarto, “el secreto de las vivencias infantiles no se traduce ni en el más confuso estado delirante”.
Allí Freud tropieza con lo real de la estructura, “el gran secreto del psicoanálisis”, que Lacan formuló como la ausencia de escritura de la relación sexual. Y el hallazgo de este imposible lógico explica que “tenga más bien la sensación de un triunfo que de una derrota”17. Es un momento de autorización a la práctica de un saber nuevo. Producto de su experiencia analizante cuyos frutos resume en la carta 70, donde expone la cifra de su neurosis, sorprendente, por parte de quien promulgaría la validez del Edipo universal: “el viejo no desempeñó un papel activo en mi caso, si bien es cierto que proyecté sobre él una analogía de mí mismo18, que mi “autora” (de mi neurosis) fue una mujer vieja y fea, pero sabia, que me contó muchas cosas de Dios y el infierno y me inculcó una alta opinión de mis propias capacidades; que más tarde (entre los dos años y los dos y medio) se despertó mi libido hacia matrem (...) teniendo la ocasión de verla nudam (…). Por fin, recibí los peores augurios y con reales celos infantiles a mi hermanito (un año menor que yo y muerto a los pocos meses), y que su muerte dejó en mí el germen de la culpabilidad”. Luego menciona al cómplice de sus crímenes infantiles, un sobrino un año y medio mayor. “Este sobrino y aquel hermano determinaron no sólo la faz neurótica de sus amistades, sino también su intensidad”. La carta 7119 se ocupa de un sueño en el que aparecían “las más humillantes alusiones a su incapacidad terapéutica”. En el análisis de este sueño alcanza la significación culpable de su impotencia al analizar el lazo con la autora de su neurosis, “que recibía dinero de mí por el maltrato que me inf ligía, así yo recibo dinero hoy por el mal tratamiento de mis pacientes”. La raíz de su castración imaginaria vinculada al Superyó femenino, a la supermoitié, como una parte de sí mismo que ha tomado la forma del Otro en la mujer sabia cuya castración hace posible el análisis de este sueño.
En la carta siguiente menciona su expectativa de llegar al final de su autoanálisis. El cual parece advenir con la conclusión de “una idea de valor general”, el Complejo de Edipo, que Lacan no duda en calificar como el sueño de Freud. Esta idea de valor general viene a opacar lo que, sin embargo, ha descubierto: que el padre edípico es una proyección de sí mismo, una invención, para explicar el sentido del goce cuya pista Freud sigue incansablemente con la linterna del superyó.
3) La sutileza de un acto fallido.
Jacques-Alain Miller retoma esta perla freudiana de 1933: Este fragmento del análisis de Freud constituye una pieza sobre el saber del objeto a, obtenido a partir de la falla en la intención de hacer un regalo, el de una joya, a una mujer. Con su ejemplo Freud nos demuestra que “ser analista no es analizar a los demás, es, primeramente, continuar analizándose, es continuar siendo analizante, es una lección de humildad. La otra vía sería la infatuación del analista, si se pensara en regla con su inconsciente. Uno jamás lo está”20.
Jacques-Alain Miller retoma esta perla freudiana de 1933: Este fragmento del análisis de Freud constituye una pieza sobre el saber del objeto a, obtenido a partir de la falla en la intención de hacer un regalo, el de una joya, a una mujer. Con su ejemplo Freud nos demuestra que “ser analista no es analizar a los demás, es, primeramente, continuar analizándose, es continuar siendo analizante, es una lección de humildad. La otra vía sería la infatuación del analista, si se pensara en regla con su inconsciente. Uno jamás lo está”20.
4) Un trastorno de memoria en la Acrópolis.
La última pieza de su análisis que Freud nos concede es, sencillamente, extraordinaria. En este texto analiza un fenómeno acaecido, nada menos, que treinta y dos años antes!, en 1904, y que había vuelto insistentemente a su memoria conservando durante todo ese tiempo su aspecto enigmático, resistente al análisis. En su curso Silet, Miller lleva a cabo una lectura original de este texto al que considera un capítulo de la Fenomenología de la percepción. La duda respecto a la existencia del “significante percibido” del templo griego se desplaza a la del significante de la Acrópolis en el discurso del Otro y, en esa operación, se descubre la irrupción de la mirada de un padre severo que perturba su satisfacción escópica: el sentimiento de culpabilidad por haber llegado “tan lejos”. La culpa por el éxito, el suyo, el de haber avanzado en el saber de la Naturaleza con su invención del Psicoanálisis. El enigma del autocastigo se esclarece en “la proyección de sí mismo” en el padre, tal como lo hubo captado en la carta 70 a Fliess.
Lo asombroso es que la sucesión de las distintas etapas del análisis de esta sutileza se regulan con la satisfacción: Freud va consignando las interpretaciones que aportan un trozo de sentido, por un lado, pero, por otro, le dejan insatisfecho, hasta que consigue llegar a una conclusión que le satisface. Con ello muestra el método de su autoanálisis, que no dista mucho del que hoy en día, teniendo en cuenta la ultimísima enseñanza de Lacan, da lugar, al final de la experiencia, a la versión del pase-sinthoma: se concluye sobre la satisfacción, en el goce sobre el que no se formulan más preguntas. Cuando se atrapa una fórmula suficientemente satisfactoria sobre la relación natal de la voz propia con el goce autoerótico del cual el sujeto ha conseguido extraerse hasta alojarse en un discurso, se tienen ganas de contarlo en el pase, como el chiste! Para compartir ese goce con otros, en el marco de la Escuela.
La última pieza de su análisis que Freud nos concede es, sencillamente, extraordinaria. En este texto analiza un fenómeno acaecido, nada menos, que treinta y dos años antes!, en 1904, y que había vuelto insistentemente a su memoria conservando durante todo ese tiempo su aspecto enigmático, resistente al análisis. En su curso Silet, Miller lleva a cabo una lectura original de este texto al que considera un capítulo de la Fenomenología de la percepción. La duda respecto a la existencia del “significante percibido” del templo griego se desplaza a la del significante de la Acrópolis en el discurso del Otro y, en esa operación, se descubre la irrupción de la mirada de un padre severo que perturba su satisfacción escópica: el sentimiento de culpabilidad por haber llegado “tan lejos”. La culpa por el éxito, el suyo, el de haber avanzado en el saber de la Naturaleza con su invención del Psicoanálisis. El enigma del autocastigo se esclarece en “la proyección de sí mismo” en el padre, tal como lo hubo captado en la carta 70 a Fliess.
Lo asombroso es que la sucesión de las distintas etapas del análisis de esta sutileza se regulan con la satisfacción: Freud va consignando las interpretaciones que aportan un trozo de sentido, por un lado, pero, por otro, le dejan insatisfecho, hasta que consigue llegar a una conclusión que le satisface. Con ello muestra el método de su autoanálisis, que no dista mucho del que hoy en día, teniendo en cuenta la ultimísima enseñanza de Lacan, da lugar, al final de la experiencia, a la versión del pase-sinthoma: se concluye sobre la satisfacción, en el goce sobre el que no se formulan más preguntas. Cuando se atrapa una fórmula suficientemente satisfactoria sobre la relación natal de la voz propia con el goce autoerótico del cual el sujeto ha conseguido extraerse hasta alojarse en un discurso, se tienen ganas de contarlo en el pase, como el chiste! Para compartir ese goce con otros, en el marco de la Escuela.
LA AUTORA
Vilma Coccoz. A.M.E. Psicoanalista en Madrid,Miembro de la ELP y la AMP.
Docente del Instituto del Campo Freudiano-NUCEP.
1 Alusión a la teoría delirante sobre la conexión entre la nariz y los períodos sexuales.
2 S. Freud. Los orígenes del psicoanálisis. Carta nº 62 a Fliess, según una nota del esta frase se encuentra en Sueño de una noche de verano de Shakespeare. Obras Completas. Tomo III. Biblioteca Nueva. Madrid. 1973. Pág. 3569.
3 Idem. Carta nº 71. Pág. 3582.
4 Idem. Carta nº 29. Pág.35.
5 …seré yo quien trace el primer mapa grosero de ese terreno. [el psíquico] Carta nº 83. Idem. Pág. 3597.
6 J.A. Miller: curso 2007/2008: Tout le monde délire.
7 S Freud. La interpretación. Obras Completas. RBA, 2006. Pág 348.
8 Pág. 411.
9 J.Lacan, Seminario II: El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica. Paidós. Barcelona. Buenos Aires. 1983. p. 249-251.
10 S. Freud. O.C. RBA, 2006. Tomo II Pág. 895.
11 Idem. pág.1097.
12 S.Freud: El chiste y su relación con el inconsciente. Obras Completas. Tomo I. Biblioteca Nueva. Madrid 1973. Pág. 1109.
13 En este punto Freud cita una sabia frase de Mefistófeles goethiano: En vano vagáis por los dominios de la ciencia; nadie aprende sino aquello que le está dado aprender.
14 Idem. Pag.2787
15 S Freud. Los orígenes del psicoanálisis. Obras Completas. Tomo III. . Biblioteca Nueva. Madrid. 1973. Pág. 3576
16 Idem. Pág.3576
17 Idem. Pág 3580
18 Los subrayados son nuestros.
19 Idem. Pág 3583.
20 J.A.MIller: “Cosas de Finura…” 19/11/2008.
2 S. Freud. Los orígenes del psicoanálisis. Carta nº 62 a Fliess, según una nota del esta frase se encuentra en Sueño de una noche de verano de Shakespeare. Obras Completas. Tomo III. Biblioteca Nueva. Madrid. 1973. Pág. 3569.
3 Idem. Carta nº 71. Pág. 3582.
4 Idem. Carta nº 29. Pág.35.
5 …seré yo quien trace el primer mapa grosero de ese terreno. [el psíquico] Carta nº 83. Idem. Pág. 3597.
6 J.A. Miller: curso 2007/2008: Tout le monde délire.
7 S Freud. La interpretación. Obras Completas. RBA, 2006. Pág 348.
8 Pág. 411.
9 J.Lacan, Seminario II: El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica. Paidós. Barcelona. Buenos Aires. 1983. p. 249-251.
10 S. Freud. O.C. RBA, 2006. Tomo II Pág. 895.
11 Idem. pág.1097.
12 S.Freud: El chiste y su relación con el inconsciente. Obras Completas. Tomo I. Biblioteca Nueva. Madrid 1973. Pág. 1109.
13 En este punto Freud cita una sabia frase de Mefistófeles goethiano: En vano vagáis por los dominios de la ciencia; nadie aprende sino aquello que le está dado aprender.
14 Idem. Pag.2787
15 S Freud. Los orígenes del psicoanálisis. Obras Completas. Tomo III. . Biblioteca Nueva. Madrid. 1973. Pág. 3576
16 Idem. Pág.3576
17 Idem. Pág 3580
18 Los subrayados son nuestros.
19 Idem. Pág 3583.
20 J.A.MIller: “Cosas de Finura…” 19/11/2008.
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