domingo, 9 de março de 2014

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sábado, 8 de março de 2014

Dustin Hoffman

Dustin Hoffman Se Quiebra Llorando Al Explicar Algo Que Toda Mujer Tristemente Ya Experimentó 

 https://www.youtube.com/watch?v=IPeES14Nq48

 

El sentimiento de culpa

Goce, culpa, impunidad

El sentimiento de culpa

Paradojas de sujeto contemporáneo, situado entre el goce, la corrupción, la impunidad, la vergüenza y el perdón | Los países luteranos, donde no basta la confesión para obtener la absolución, son los menos corruptos | La ciencia hecha discurso nos desresponsabiliza; todo se da por leyes de las que no tenemos culpa.

Miquel Bassols | José R. Ubieto | Enric Berenguer 

 

¿Cómo se vive hoy el sentimiento de culpa, en esta época de escándalos públicos? ¿Y el perdón? ¿Hasta qué punto ha cambiado nuestra noción de la responsabilidad, en una época que prima el goce y la satisfacción inmediata?
El sentimiento de culpa está ligado, en nuestra tradición judeocristiana, a un obrar en oposición a la moral convenida que conlleva el castigo. En cuanto a la impunidad, en esta perspectiva quedaba vinculada a una vivencia clandestina y mal vista. Pero hoy el goce, satisfacción que empuja a su máximo logro, otorga otro estatuto a la impunidad. Ya no se trata de los viejos vicios privados, y discretamente practicados, que quedaban sin reprimenda. Ahora, el no ser castigado se presenta a menudo precedido de un investimento social positivo: la idolatría de ciertos personajes –algunos enjuiciados– como ejemplos públicos resulta muy significativo al respecto.
¿Dónde queda pues la culpa y que tratamientos observamos para aliviarla? Por un lado la ciencia ofrece argumentos de disculpa ligados a las explicaciones causales de muchos actos vitales (infidelidad, fracaso escolar, trastornos mentales, inversiones especulativas) que dejarían de implicar la responsabilidad del sujeto para reducirse a aspectos ‘moleculares’ (genética, neurotransmisores) sobre los cuales el sujeto nada tendría que decir. La paradoja es que ese sentimiento de culpa arrojado por la puerta, retorna por la ventana de las imputaciones hereditarias (padres con antecedentes genéticos).
¿No será la angustia la que toma el relevo de ese sentimiento de culpa y de la vergüenza que, en ocasiones, la acompañaba? La prevalencia actual de los cuadros de angustia (desde el estrés postraumático hasta el ‘panic attack’) así parece atestiguarlo. En este dossier, tres psicoanalistas discuten estas cuestiones.

Culpa y corrupción
Por Miquel Bassols
Los vínculos inconscientes que existen entre la corrupción y los sentimientos de culpa son más bien paradójicos y fuente de toda suerte de hipocresías. Son tan secretos que terminan por ser secretos para cada uno. La historieta contada per el cómico americano Emo Philips lo resume muy bien: "Cuando era pequeño solía rezar cada noche para tener una bicicleta. Un día me di cuenta de que Dios no funciona así, de modo que robé una y recé para que me perdonara." Así de paradójica es la relación del sujeto de nuestro tiempo con el goce y con la culpa. El cinismo del argumento no excluye la mísera verdad escondida en la operación: mejor creer en la absolución de la culpa, en la impunidad del goce inmediato, que en el deseo que me haría merecer por mí mismo este objeto de goce. Es una ecuación que el psicoanálisis descubre en los entresijos del sentimiento de culpa: sólo la certeza y la constancia de un deseo me hacen responsable de un goce que nunca obtendré de manera impune.

Es sin duda una de las razones por las que, según los rankings internacionales, los países con menos corrupción son los más influidos por la tradición luterana, una tradición que no confía en modo alguno en la simple confesión de los pecados para lograr la absolución y la impunidad del goce. Es una tradición que ha criticado duramente la costumbre del tráfico de indulgencias -la compra del perdón-, principio de toda corrupción. No hay goce impune, responde el sentimiento de culpa al argumento utilitarista del cómico americano, tu deseo de bicicleta tiene un precio que no puedes negociar. Si a este argumento añadimos la creencia en la reciprocidad del goce -si el otro lo hace, también puedo hacerlo yo- la lógica del virus de la corrupción está asegurada hasta en el mejor de los mundos posibles.

No es de extrañar entonces que todos los historiadores del fenómeno de la corrupción lo conciban como un hecho irreductible e inherente al ser humano, en todas las sociedades y culturas, a veces como un mal menor, a veces como el principio mismo de su funcionamiento. La corrupción sería así "un fenómeno inextirpable porque respeta de forma rigurosa la ley de reciprocidad", tal como indica Carlo Brioschi en su Breve historia de la corrupción. Siguiendo esta ley, no hay ningún favor desinteresado y gozar de una prebenda quedará siempre justificado. A la vez, esta ley de reciprocidad autoriza a cada uno a gozar de lo que otro goza sin sentirse culpable por ello.

A partir de aquí, todo parece una cuestión de grado, de la mayor o menor suposición del goce del otro, del mayor o menor intercambio recíproco de prebendas, de más o menos concesiones para obtener el objeto de goce, esa bicicleta que cada uno exige como derecho propio. La creencia en el Otro que perdona y en el Otro que contabiliza el goce está en el principio del mercantilismo y de una parte de los vínculos sociales. En realidad, es una creencia tan religiosa como cualquier otra.

En nombre de esta creencia puede admitirse toda corrupción como algo relativo al tiempo y a la realidad en la que vivimos. ¿Quién se atrevería a sostener hoy, por ejemplo, como políticamente correcta la frase del gran Winston Churchill: "Un mínimo de corrupción sirve como un lubricante benéfico para el funcionamiento de la máquina de la democracia"? Sólo una cuestión de grado la distingue de las afirmaciones que sostenía hace poco Luis Roldán, ejemplo de corrupción de la sociedad española de nuestro tiempo, en una contundente entrevista: "La corrupción era y es estructural".

Es, me dirán, sólo un problema de lenguaje, de la significación que demos a las palabras para sentirnos más confortables en la justificación intelectual del fenómeno de la corrupción. Pero entonces, será más cierta todavía aquella afirmación de Jacques Lacan: "El más corruptor de los conforts es el confort intelectual, del mismo modo que la peor corrupción es la del mejor". Lo que quiere decir también que la primera corrupción a la que cedemos es la corrupción del lenguaje que modula y determina nuestros deseos. Porque a todo esto ¿por qué y para qué quería usted una bicicleta?
Culpa, vergüenza y perdón
Por José R. Ubieto
La culpa tiene diversas causas, la primera es la que los clásicos resaltaron: el dolor de existir. Aún sin haber pedido venir al mundo, paradójicamente, nos sentimos culpables de habitarlo. Freud habló luego del sentimiento de culpa por gozar y transgredir los límites, sea bajo la forma de una compulsión, una infidelidad o un desafío.
Lacan añadió otra vertiente de la culpa, más compleja pero más actual, ahora que los límites se difuminan: la culpa por no gozar lo suficiente, por no ser felices con todos los objetos que pueblan nuestra existencia.
El mito del padre edípico, agente de la prohibición, ya no sirve para explicar el hecho de que uno se siente culpable de gozar poco, lo que obliga al sujeto a hacerse cargo de esa falta sin poder culpar al otro castrador de esa insuficiencia. El goce está limitado al hombre por su condición de ser hablante -ya Hegel se refirió al lenguaje como asesinato de la cosa- y la respuesta a esta falta de gozar es la culpa que deviene así estructural. El nothing is impossible, lema global, vela esa imposibilidad con su ilusoria promesa.
Culpa secreta y causa del imperativo superyoico que exige de nosotros un esfuerzo más y un sacrificio que hoy toma formas diversas, muchas de ellas ligadas a la gestión xtreme de los cuerpos. Informaciones recientes de The New York Times nos hablan de que el 35 por ciento de los estudiantes universitarios toman psicoestimulantes para combatir el estrés de los periodos de exámenes y circunstancias similares. Otros consumos compulsivos (tóxicos, cibersexo, comida) muestran como ese empuje al "¡Goza!" (Enjoy!) certifica que lo que no está prohibido es obligatorio, en la búsqueda imposible de ese goce perdido cuya culpa (falta) no cesa de agitar al sujeto.
El reverso de todo ello es la prevalencia actual de la angustia como pathos. Basta como muestra los 500.000 soldados americanos (de los dos millones desplazados a Iraq y Afganistán) que padecen secuelas graves postraumáticas.
Diversidad de la culpa a la que corresponden también modos distintos de tratarla. Uno es el autocastigo, fijación a un síntoma que nos produce malestar consciente si bien implica un alivio de esa culpa inconsciente. ¿Cuántos varones infieles se hacen castigar por ello de diferentes maneras? ¿Cuántos conductores demasiado veloces se hacen multar o limitar por otros motivos?
Otro modo clásico, y hoy de renovada actualidad, es pedir perdón y mostrar arrepentimiento. Lo practican políticos, líderes religiosos, empresarios e incluso países enteros. Algunos -no todos- añaden a la petición los signos de otro afecto: sentir vergüenza por sus actos. Otra manera de dar salida a la culpa, que implica un grado de subjetivación mayor que el simple perdón.
Que extrañas suenan hoy las palabras de Vatel, cocinero del Gran Condé: "Señor, no sobreviviré a esta desgracia. Tengo honor y una reputación que perder". Pronunciadas como preludio de su posterior suicidio, al no poder cumplir con sus obligaciones en el festín con el que el príncipe quería seducir al rey francés, evocan el afecto de la vergüenza.
Pretender hacerse perdonar por los daños causados implica la existencia de un discurso moral, teñido de religiosidad, que busca más la absolución del pecador que su rectificación efectiva. El problema es que esa petición de perdón no es seguro que confronte al sujeto con su responsabilidad. Y si no lo hace sabemos que la única consecuencia posible será la repetición de ese exceso. Es lo que la clínica nos enseña: cuando un sujeto no elabora la culpa respondiendo de sus actos, queda entonces fijado a la búsqueda de ese perdón sin que su posición se modifique lo más mínimo. La responsabilidad queda entonces del lado del Otro que es quien puede/debe perdonar.
"Lo que tú haces sabe lo que eres", aseveración de Lacan que indica que un sujeto ético no es aquel que se disculpa sino el que testimonia de lo íntimo de su ser que se halla comprometido en sus actos y decide qué hacer con ello, lo cual no va sin una pérdida, sea en bienes, en imagen, en afectos. Cuando el sujeto no consiente a esa pérdida, y si además se trata de un personaje público, el mensaje que transmite es la impunidad por el goce obtenido.
Culpa y responsabilidad en el tiempo de la ciencia
Por Enric Berenguer
De leer un día en el diario que alguien importante se mató tras ser acusado de corrupto, ¿qué diríamos? ¿Que era un enfermo, con una grave depresión más o menos latente? Quizás alguien precisara, alegando datos sobre tiempos mejores del finado, que era bipolar. Antaño se hubiera hablado del honor perdido.

Hoy los hechos predominan sobre las palabras. Y ¿qué es el honor, sino una palabra? Reducido todo a puro hecho, la transgresión de una ley es un tema práctico: importa si hay una condena, si grande o pequeña, la fianza. El condenado, si lo es, saldrá de prisión, venderá sus memorias.

En un mundo objetivado, cierto discurso sobre la ciencia tiene mucho peso. Claro, no se trata de la ciencia misma, a la que esto no le importa, sino de un uso que de ella se hace en la construcción de una racionalidad hoy imperante.

Según esta, la culpa y la responsabilidad no son relevantes, son sentimientos y como tales no importan tanto. Si uno está sano, son pasajeros. Si le duran o le pesan demasiado, debería medicarse. Cosa de autoestima y de serotonina.

Leímos hace poco este descubrimiento: "Científicos comprueban por qué los hombres son infieles". Argumentos así, buenas coartadas, quizás lleguen a ser plausibles en una discusión de pareja. Ya se sabe... O quizás se olviden hasta la próxima gran noticia.

Descubren la sopa de ajo cada semana, pero no es novedad: el ya se sabe existió siempre. Y, como mínimo desde el siglo XVIII, la divulgación de la ciencia tuvo un lugar notable en la producción de yasesabes para todos los gustos.

Desde entonces toda una reflexión, inspirada en la ciencia, sobre lo que era lo real se volvió un argumento autorizado para decir cómo deben ser las cosas. Así lo ético tiende a reducirse a un "debe ser como es realmente más allá de las apariencias". Es una creencia en la naturaleza: de un modo u otro, el ser humano debe adaptar su comportamiento a sus leyes ineludibles.

Una de las realidades que se quiso fundamentar enseguida en tal apetito científico generalizado fue la del mercado. Tanto es así, que se dijo podía ser objeto de una ciencia económica. Bentham consideró al interés motor de todo lo humano susceptible de cálculo, como la gravedad, al modo de Newton. Ciencia supuesta en cuyo nombre luego se ha querido acabar con la política. Que se haya diluido la responsabilidad (por ejemplo, con la responsabilidad limitada de las corporaciones y los accionistas) y que esto haya contribuido a la extensión de la impunidad no es un hecho casual: está, permítanme la metáfora científica, en el ADN del invento del mercado.

Mas, curiosamente, el sentimiento de culpa no desaparece. Se transforma, se desplaza, se niega, se proyecta. Persiste en expresiones que surgen, también del inconsciente, como cuando alguien dice, o piensa: "si le ocurre esto a mi hijo no es por mi culpa, son los genes de mi marido". La negación apasionada de la culpa, en cosas en las que nadie ha dicho que la haya, lleva a cosas extrañas, como la culpa genética. Fantasía sin consecuencias en una pareja, si quien la tiene puede escucharse y acaba riéndose de lo que dice. Pero socialmente es más complicado y ha demostrado a qué conduce. La culpa vuelve tozudamente, más cuando nadie es responsable. Vuelve por donde menos se piensa: por ejemplo, se dice que todo es por las leyes del mercado... pero sean austeros, vivieron por encima de sus posibilidades. Y en todo caso... ¡la culpa es del Otro! ¡Que pague!

¡Arrepentíos! ¿Les suena? Ahora parece que les toca a las mujeres, también a los médicos que las ayuden en un momento tan difícil de sus vidas. Quizás dentro de poco haya mujeres expiando con su dolor quién sabe qué crímenes de otros. Y más buenos médicos en la cárcel que malos banqueros.

El discurso de la ciencia, la ciencia hecha discurso, nos desresponsabiliza. Todo se da por leyes de las que no tenemos culpa. Pero los fundamentalismos, que siempre andan cerca, ya se encargan de poner los puntos sobre las íes. Quizás el uno y los otros formen, sin saberlo, una extraña pareja.
 http://www.lavanguardia.com/cultura/20140305/54402802835/el-sentimiento-de-culpa.html

quinta-feira, 6 de março de 2014

Entrevista:EMERGENTES Y DIVERGENTES | Leopoldo María Panero / Poeta "España es la que está loca, no yo"

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La cita es en la Residencia de Estudiantes, y están con él dos amigos: el poeta canario Félix Caballero, con quien Panero ha escrito ya dos libros, y Amaraba, una fan misteriosa. Los dos fuman como él (hay siete paquetes abiertos sobre la mesa) y asisten risueños a la exhibición de Panero, que lleva ingresado cinco años en el manicomio canario del doctor Rafael Inglod (ahora sólo duerme dentro), tras pasar 14 en el de Mondragón. Hablando también escribe poesía.
Pregunta. ¿Cómo es el manicomio?
Respuesta. El puto infierno. El asunto del veneno empezó en Mondragón, pero lo de Inglod es peor. Me han dado toneladas de haloperidol y todavía no he muerto. Lo de Rasputín fue una noche y a puerta cerrada; lo mío va para 20 años y es a la luz del día: el diario de un hombre infinitamente envenenado. España es la que está loca, no yo.
P. ¿Por qué le dan haloperidol?
R. Porque me pasé tres años sin cerrar la ventana.
P. ¿Y qué le hace?
R. Atonta. Pero más inteligente que yo, imposible. Soy tan inteligente como Nieztsche.
P. ¿Cómo se vive dentro?
R. Todo ingreso es un secuestro clínico, toda internación es ilegal. Allí se tortura: no dejan fumar, te hacen hacer la cama siete veces, azuzan a los locos contra mí y no les atan... Atan a los viejecitos por nada y a esos cabrones no los atan.
P. ¿Le dan electroshocks?
R. López Ibor te daba electroshocks y luego te ponía una imagen de santa Teresa en la mesilla. No he visto un nazi parecido en los días de mi vida. Ahora, la lobotomía y el electroshock están prohibidos, y las correas también, salvo en caso de sangre o pelea...
P. ¿Mienten los locos?
R. El loco yerra pero no miente, tiene la perniciosa manía de decir la verdad, como el borracho.
P. ¿Acaso existe la locura?
R. No. Los locos son gente muy puteada y se esconden para que no les hagan más daño. El mito de la enfermedad mental, de Thomas S. Szasz: si el loco es un hipócrita, no está loco, es un hipócrita y punto. Yo aprendí telepatía en París, entendí que pensar venía de hablar, y hablaba y leía en voz alta. Me quedé telépata. "El cante sin guitarra, / el cante a palo seco, / el cante sin meis nada". Es un poema de João Cabral de Melo Neto.
P. Ah. ¿Le gusta el flamenco?
R. No creo en la clase obrera española. Son payasos alfredolandescos. Tras 40 años sin ideología obrera, sólo queda la picaresca y un proletariado chistoso.
P. ¿Psiquiatría o poesía?
R. He pensado dejar la poesía como Rimbaud para dedicarme a la psiquiatría, pero a la real, no a esa falsa que Wittgenstein llamó La máscara y el lenguaje.
P. ¿La literatura cura?
R. Alguna sí. Los literatos españoles se dividen en dos: el burgués ambicioso y los mamarrachos abominables.
P. ¿Cree en la democracia?
R. Soy anarcoindividualista, pero creo. Me sorprende que alguien dijera que la democracia es un anacronismo. No creo que Tejero sea muy moderno. Pero los diputados están como cabras.
P. ¿Qué le parece la ley de matrimonio homosexual?
R. Yo soy bisexual y sadomasoquista. Sádico con las mujeres y masoca con los hombres, aunque también sádico con algunos tíos, depende de lo guapos que sean.
P. ¿Cómo se hizo poeta?
R. A los cinco años. Mis padres estaban aterrados. El poema decía: "Mi corazón temblaba y no era un sueño / fueron muriendo todos los soldados de la guardia del rey / y mi corazón seguía temblando".
P. ¿Freud o Lacan?
R. Freud se creía el anticristo, pero era ambiguo. Decía: "¡¿Sabía usted que soy el diablo y Dios construye catedrales en torno a mí?!". Lacan sabía que los locos sabían que él era el anticristo. Según Jung, Cristo y el anticristo son el sí mismo. El yo no existe en la especie humana. Es lo que Lacan llamaba "el sombrero de Napoléon". El yo es en lo que se pierde el loco. Y el anticristo son los bancos.
P. ¿Por qué no abre un dispensario antipsiquiátrico?
R. Pensé hacerme millonario con la antipsiquiatría y lo sería si me pagaran los derechos.
P. ¿Su poesía es automática?
R. No me prohíbo nada salvo cagar en la silla. Pero mi poesía es técnica. Hablando del cuerpo, Spinoza dijo: "Nadie sabe lo que puede el cuerpo". Y Neruda: "Te escucho orinar al fondo de la habitación". Voy a echar una meada.
P. [Se va, vuelve] ¿Cuál es su poeta favorito?
R. Neruda no me gusta. Mallarmé, sí. Escribe científicamente [recita un poema en francés].
P. ¿Preferiría ser francés?
R. Querría irme a París. Allí no están tan locos como aquí. Aquí no se puede pensar. No es raro que el Quijote sea el ídolo. A san Juan de la Cruz casi lo queman porque se lavaba todos los días. Este país está obsesionado con el sexo desde hace siglos y por eso odian a Dios, porque lo ven castrador.
P. No le gusta el Quijote.
R. Es una novela río asquerosa. Me gusta El licenciado Vidriera.
P. ¿Quién le dicta sus poemas?
R. Como no sea mi conciencia... El hombre no habla, es hablado, dijo Lacan.
P. ¿Escribe en trance?
R. No creo en la bestia de la inspiración, yo cultivo el espanto como una ciencia.
P. ¿El nuevo Papa?
R. Un filonazi. Mi doble.
P. ¿Zapatero?
R. El príncipe de las tinieblas. "Oh, Satán, tú tienes dos cosas: el oro y el regazo de la mujer" (Goethe).
P. ¿Negociar con ETA?
R. Por supuesto. Hace siglos dije que sólo ETA hace oposición.

 http://elpais.com/diario/2005/08/09/ultima/1123538401_850215.html


Un falso majareta, culto y sarcástico

"Hola. ¿Es usted Mora o Mantilla? ¡Da igual! ¿Me puede traer cinco paquetes de Nobel?". Leopoldo María Panero (Madrid, 1948) fuma como un loco pero apaga los pitillos antes de la mitad. Sufre esquizofrenia, o eso dicen los psiquiatras. Los únicos síntomas aparentes son sus murmullos inaudibles, su enganche a la coca light y su paranoia (comprensible) con la CIA. Por lo demás, su lucidez destellante, su inteligencia sarcástica, su cultura-baúl (suelta citas y recita en varias lenguas y sectores: Lacan, Marx o ¡Ana Torroja!: "Y los jamones son de York") y su curiosidad insaciable (poesía, literatura, psiquiatría, antipsiquiatría, física...) le convierten, más bien, en estos tiempos lelos, en un cuerdo tan indispensable como inalcanzabl