Desde el final de la segunda guerra
mundial, el mundo ha cambiado. Y ese cambio puede ser ordenado a partir del
concepto de discurso formalizado por Lacan.1 Los progresos del
discurso del capitalismo y de la ciencia permiten medir su alcance.
El discurso capitalista y su sujeto
Como cada discurso, el del
capitalismo da cuenta de una pérdida de goce imposible de recuperar. Esta
pérdida de goce es siempre percibida como robo, y su retorno, siempre
localizado del lado del Otro, el amo. Freud
describe los mismos desplazamientos de la libido en el circuito de la pulsión.
Pero Marx es el primero en anudar juntos esos dos desplazamientos desconocidos
de la libido, lo que lleva a Lacan a decir que él es el inventor del síntoma. Ese
síntomadescubierto por el psicoanálisis en el momento de su emergencia es
válido aún hoy. Por mucho que el oscurantismo cienficista del siglo XXI
decida ignorarlo, eso no le impide existir.
El discurso capitalista rechaza la
pérdida primera de goce y prorroga la recuperación de goce. El síntoma reitera
sin cesar ese doble movimiento de rechazo de la pérdida y de su recuperación
para totalizarla, que no falte. Es
la estereotipia innata del síntoma. Este discurso cumple pues una forclusión de
la castración. En la época de Freud, el malestar en la civilización se
centraba esencialmente en la pérdida, mientras que hoy, la mundialización se
centra sobre todo en el segundo tiempo de la recuperación de goce sin límites. Para
Lacan, el discurso del inconsciente debe ser esclarecido con el discurso
capitalista.
El capitalismo ha hecho surgir un
nuevo sujeto. Es efecto del lenguaje, pero ya no está sujeto al
significante-amo que está reprimido. Es
decir que los significantes del Otro social ya no lo identifican. Lo
constatamos en particular con la homosexualidad o el autismo, apuestas
sintomáticas del DSM hoy. Esos sujetos rechazan la segregación inducida por el
discurso dominante que los clasifica respectivamente en las perversiones o las
psicosis. Esas palabras-clave, demasiado usadas, ya no indizan el real en juego
y son rechazadas.
Más generalmente, el sujeto
capitalista rechaza la autoridad del amo. Y “La crisis de la
autoridad” nombra el fenómeno del declive del Amo a todos los niveles de
nuestras sociedades democráticas. Entonces, la función de esas
palabras-clave, es también mortificar el goce. Cuando la palabra-clave es
reprimida, la mortificación del goce –castración- ya no opera. La consecuencia
a nivel del cuerpo es decisiva. Ya no hay ningún límite a la producción
del objetoa plus-de-goce. Es la explotación a muerte. Porque ya no
es solamente el tener lo que está concernido, sino también el ser. El
sujeto es tanto más librado a la férula del amo absoluto cuanto que no está
identificado a un amo en particular. La muerte es el único principio de
limitación de goce cuando la castración ya no opera.
El capitalismo ha conocido dos
modificaciones capitales durante estos últimos treinta años. Primero, se ha
mundializado. En efecto, desde la caída del muro de Berlín, las naciones
comunistas se han unido a la economía de mercado. Entonces, es legítimo decir
que ya no hay civilización, sino la mundialización en la cual los sujetos
padecen sobre todo de adicciones sin límite fundadas en la recuperación
ilimitada del plus-de-gozar. Después, el capitalismo se ha
“cientifizado” –el capitalismo financiero debía ser nombrado capitalismo
científico. Su sujeto es el proletario generalizado, porque no hay nada que le
permita hacer discurso, como muestra el fenómeno de los Indignados. Ya
no es necesario localizar al proletario en la fábrica para extraer un
plus-de-gozar. La crisis financiera de 2008 lo ha mostrado, basta tentarle con
inversiones con aires de ganancias de casino, y reducidas a algunas ecuaciones
matemáticas opacas (titrización) para transformarle en un sin techo en la
primera crisis de confianza. El fenómeno de la soledad y su satisfacción
autista da una idea de la expansión del fenómeno en el mundo.
El discurso de la ciencia y su sujeto
Con la ciencia, el significante-amo
ya tampoco funciona. Además, la ciencia
disminuye el efecto de una serie de funciones del discurso: el significante es
reducido a su efecto de letra –las matemáticas no utilizan más que
letras- y el objeto a plus-de-gozar es rechazado;
ahí, el trabajo dialéctico de verdad ya no es posible porque la
división del sujeto queda neutralizada. La castración ya no opera. La
verdad y el real singular de la libido están separados. El único real en juego
en el discurso obedece a leyes universales, y no a una causa singular: es
el real del organismo a distinguir del real del cuerpo. El discurso
analítico, en efecto, desde su emergencia en el siglo XX, ha mostrado que el
cuerpo es siempre un cuerpo hablante, lo que evidentemente no es el caso del
organismo que compete a la ciencia.
El sujeto de la ciencia nace con el
cogito y no es más que un vacio. Es un sujeto puro. Es decisivo percibirlo,
porque la ciencia ya no necesita recurrir a la intuición
corporal. Prescinde del cuerpo. No opera más que sobre el organismo y
su real. Ese sujeto puro de la ciencia no existe en ninguna parte,
pero permite captar que la ciencia vela la parte del sujeto que se expresa en
el fantasma y que es correlativa al objeto a. El sujeto
así neutralizado en su división se hace universalizante. Se presta
cada vez más a la lógica de las clases. Pero el franqueamiento del cuerpo
provoca una disyunción entre el cuerpo y el objeto a, entre el
universal del cuerpo y lo particular del objeto a. El objeto a es
un conjunto vacio, es pues un incorporal. Cuando es rechazado, se pone a
cabalgar solo, separado de los cuerpos. Pero también está listo a retomar
el cuerpo a la primera oportunidad. Es el caso de cada objeto a natural
o industrial. Este objeto a no es inerte. Es un poco como un
agujero negro, es un objeto “que quiere”. Tomemos el ejemplo del objeto amirada
y de su relación con el cuerpo. La mirada capta cada vez más los
cuerpos en nuestras sociedades de vigilancia, fuera en las calles con
las cámaras, cada vez más numerosas, pero también en casa con las
pantallas de televisión o de ordenador sin contar las de los teléfonos móviles
y otras tabletas transportables por todas partes, y en todo momento. Dicho de
otra manera, este objeto atiene un efecto de empuje-al-goce
sobre el cuerpo del que no puede permanecer separado mucho tiempo. Cuando
retorna sobre el organismo, se manifiesta en todo tipo de adicciones que
constituyen los síntomas contemporáneos. Es el mismo objeto mirada
insaciable que escruta la vida privada del señor y la señora cualquiera en los
juegos televisados llamados de telerrealidad; es también ese objeto que se
recupera de las vicisitudes en la vida privada de nuestros amos modernos cuya
mediatización es exigida puntualmente. Pero cuando el espejo mediático no logra
hacer pantalla, el ideal esperado no aparece y es el desengaño asegurado. El
ideal del hombre normal está sin duda en la atmósfera de los tiempos. Pero esta
ficción que une contiene también en ella misma el germen de la dispersión
ulterior. Borrada por un momento solamente, no deja de reaparecer y de
manifestarse en particular como la pequeña diferencia a la que cada uno se
aferra como a su bien más preciado. Añadamos que el sujeto de la
ciencia, liberado por el cuerpo, es también un sujeto desvergonzado. Según
el mismo principio, la emancipación del objeto oral provoca epidemias
mundializadas de obesidad o de anorexia desde la edad más temprana.
La ciencia y el capitalismo está
unidos para lo mejor y para lo peor. Han
engendrado los mayores progresos de la humanidad. Pero las profundas
modificaciones que imponen a los discursos generan también nuevas formas de
malestar. La evaluación ha venido a reforzar este malestar
mundializado. El malestar contemporáneo ya no reconoce las fronteras
tradicionales y es por lo que, hoy está justificado hablar de mundialización y
no de civilizaciones.
1.
J. -A. Miller lo aclara en su Curso
de Orientación lacaniana.
Fuente: Lacan Cotidiano 210
Traducción de Julia Gutierrez
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