quarta-feira, 16 de maio de 2012

PRESENTACIÓN DEL TEMA DEL IX CONGRESO DE LA AMP, por Jacques-Alain Miller



PRESENTACIÓN DEL TEMA 


DEL IX CONGRESO DE LA 



AMP, por Jacques-Alain Miller


Jacques-Alain MillerNo les haré esperar mucho tiempo el tema del próximo Congreso. Una nueva serie de tres temas ha empezado con este Congreso sobre el orden simbólico en el siglo XXI. Será una serie dedicada al aggiornamento, como se dice en italiano, a la puesta al día de nuestra práctica analítica en el contexto de sus condiciones, de sus coordenadas en el siglo XXI, cuando crece lo que Freud llamó malestar en la cultura y lo que Lacan descifra como los callejones sin salida de la clínica.
Se trata para nosotros de dejar atrás el siglo XX para renovar nuestra práctica en un mundo bastante reestructurado por dos factores históricos, dos discursos: el discurso de la ciencia y el discurso del capitalismo. Son claramente los dos discursos de la modernidad que desde el inicio, desde su aparición, han empezado a reescribir la estructura tradicional de la experiencia misma. Se trata de combinar los dos discursos, ir del uno al otro para redefinir y también romper hasta los fundamentos más profundos de dicha tradición.
Con el tremendo cambio durante el siglo XX, el orden simbólico se ha resquebrajado, es decir que el Nombre-del-Padre, como dice Lacan con plena precisión, el Nombre-del-Padre según la tradición, ha sido tocado por la combinación entre el discurso de la ciencia y el del capitalismo –el Nombre del Padre que Lacan, en el transcurso de su enseñanza, termina por convertir en nada más que un síntoma, es decir una suplencia de un agujero. En este ámbito, en esta asamblea, se puede decir mediante un atajo que ese agujero colmado por el síntoma Nombre-del-Padre es la inexistencia de la relación sexual en la especie humana, en la especie de los seres que hablan. Y el rebajamiento del Nombre-del-Padre en la clínica introduce una perspectiva inédita que Lacan expresa diciendo: “Todo el mundo delira, está loco”. No es un chiste: traduce la extensión de la categoría de la locura a todos los hablantes, ya que todos padecen de la misma carencia: no saben qué hacer con la sexualidad.
Esa frase, ese aforismo, apunta a lo que comparten dichas estructuras clínicas –neurosis, psicosis, perversión– y, por supuesto, hace temblar, sacude la diferencia neurosis-psicosis que era, hasta ahora, base del diagnostico psicoanalítico y tema de enseñanza.
Para el próximo Congreso propongo llegar más adelante en las consecuencias de dicha perspectiva, estudiando lo real en el siglo XXI.
De esa expresión, lo real, Lacan hace un uso que le es propio, que no siempre ha sido igual, y que deberemos esclarecer para nosotros mismos. Pero creo que hay una manera de decirlo que tiene una suerte de evidencia intuitiva, para cada uno –es mucho decir eso–, para cada uno de los que viven en el siglo XXI más allá de nosotros, lacanianos. Por lo menos tiene una suerte de evidencia para los que han sido formados en el siglo XX, que ahora, por cierto tiempo, pertenecen al siglo XXI: hay un gran desorden en lo real.
Bien, esa fórmula misma es la que propongo para el Congreso de París en 2014: Un gran desorden en lo real en el siglo XXI. Y quiero comunicarles ahora los primeros pensamientos que me provoca esa fórmula, ese título, cuya formulación encontré hace unos días. Son pensamientos arriesgados para lanzar nuestra discusión en la Escuela, que durará dos años; no para cerrar esta discusión, por supuesto.
El primer pensamiento que se me ocurrió al respecto –lo he acogido como estaba– es el siguiente: antaño lo real se llamaba naturaleza.
La naturaleza era el nombre de lo real cuando no había desorden en lo real. Cuando la naturaleza era el nombre de lo real, se podía decir –como lo hizo Lacan– que lo real “siempre vuelve al mismo lugar”. Solamente en esa época en la cual lo real se disfrazaba de naturaleza, parecía lo real la manifestación más evidente, más elevada, del concepto mismo de orden. El retorno al mismo lugar opone lo real al significante, por supuesto, dado que lo que caracteriza al significante es el desplazamiento, laVerschiebung, como decía Freud: el significante se conecta, se sustituye de modo metafórico o de modo metonímico, y siempre vuelve a lugares inesperados, sorprendentes. Por el contrario, lo real en dicha época –cuando se confundía con la naturaleza– se caracterizaba por no sorprender, se podía esperar tranquilamente su aparición en el mismo lugar a la misma fecha. Lo indican los ejemplos de Lacan para ilustrar el retorno de lo real al mismo lugar. Sus ejemplos son el retorno anual de las estaciones, el espectáculo del cielo y de los astros. Se podría decir eso apoyándose en ejemplos de toda la Antigüedad: los rituales de China utilizan por supuesto los cálculos matemáticos para la medición de los astros, etc.
Se puede decir que en dicha época lo real, en cuanto naturaleza, tenía la función del Otro del Otro. Es decir que lo real era la garantía misma del orden simbólico, la agitación retórica del significante en el decir humano era encuadrada por una trama de significantes fijos, como los astros.
La naturaleza –eso mismo es su definición– se define por estar ordenada, es decir, con la conjunción de lo simbólico y lo real, a tal punto que, según la tradición más antigua, todo orden en lo humano debía imitar al orden natural. Y se sabe bien que la familia, por ejemplo, como formación natural, servía de modelo a la puesta en orden de los grupos humanos, y el Nombre-del-Padre era la clave de lo real simbolizado.
No faltan en la historia los ejemplos de ese papel de la naturaleza. Hay una gran abundancia y tan poco tiempo, que no se terminarán hoy las cosas a investigar – investigar la historia de la idea de naturaleza con la fórmula de que la naturaleza era lo real del orden. Por ejemplo, el mundo, en la Físicade Aristóteles, se ordena en dos dimensiones invariables: el mundo de arriba separado del mundo sublunar, como se dice, y cada ser busca su lugar propio. Es así como funciona esa física –que es una tópica, es decir, un conjunto de lugares bien fijados.
Con la entrada del Dios de la creación –vamos a decir: del Dios cristiano–, el orden sigue en vigencia, en la medida en que la naturaleza creada por Dios responde a su voluntad. Está el orden divino, aunque ya no existe la separación entre los dos mundos aristotélicos: el orden divino es como una ley promulgada por Dios y encarnada en la naturaleza.
De ahí se impone el concepto de ley natural, y hay que ver un poco por el lado de Santo Tomás de Aquino su definición de la ley natural, que da lugar a una suerte de imperativo, lo vamos a decir en latín, noli tangere, no tocar la naturaleza, porque se tenía el sentimiento de que se podía tocar la naturaleza: hay actos humanos que van en contra de la ley natural, actos de bestialidad, y contra eso va el “no tocar la naturaleza”.
Debo decir, aunque quizá no sea el sentimiento de la mayoría aquí, que considero admirable cómo aún hoy la Iglesia católica lucha para proteger el orden, el orden natural en lo real, en las cosas de la reproducción, de la sexualidad, de los lazos de familia, etc. Por supuesto, son elementos anacrónicos, pero que testimonian la duración, la solidez de ese discurso antiguo. Se podría decir que es admirable como causa perdida, porque todo el mundo siente que lo real se ha escapado de la naturaleza.
Desde el inicio la Iglesia había percibido que el discurso de la ciencia iba a tocar lo real que ella protegía como naturaleza, pero no bastaba encarcelar a Galileo para detener la irresistible dinámica científica, así como no bastaba calificar de cupiditas lucri la avidez de provecho, de ganancia, para detener la dinámica del capitalismo. (Es Santo Tomás quien utiliza la palabra cupiditas lucri para el provecho.) Causa perdida: Lacan decía también que la causa de la Iglesia anunciaba quizás un preludio. ¿Por qué? Porque lo real emancipado de la naturaleza es tanto peor que se vuelve cada vez más insoportable. Hay como una nostalgia del orden perdido, y, aunque no se lo puede recuperar, sigue vigente como ilusión.
Antes de la aparición misma del discurso de la ciencia se nota la emergencia de un deseo de tocar lo real bajo la forma de actuar sobre la naturaleza, hacer que obedezca, movilizar y utilizar su potencia, como antes de la ciencia –digamos, un siglo antes de la aparición del discurso científico– ese deseo se manifiesta en algo que se llamó magia.
La magia es otra cosa que el truco del camuflador que convocamos para distraer a los niños. Lacan la considera tan importante que, en último texto de los Escritos (“La ciencia y la verdad”), inscribe la magia como una de las cuatro posiciones fundamentales de la verdad: magia, religión, ciencia, psicoanálisis –cuatro términos que anticipan algo de los famosos cuatro discursos. Describe la magia como la llamada directa a un significante que está en la naturaleza a partir del significante de la encantación: uno habla, el mago habla, para hacer hablar a la naturaleza, para perturbarla, y eso es ya infringir el orden divino de lo real, de tal manera que se persiguió a los magos en la medida en quemagia era como brujería. Pero esa magia, la moda de la magia, era como la expresión ya de un anhelo hacia el discurso científico.
Eso ha sido la tesis de la erudita Frances Yates, quien considera que el hermetismo preparó el discurso científico; y es un hecho histórico que Newton mismo fue un distinguido alquimista. Escribió sobre él Keynes, el economista, diciendo que Newton había pasado más años en la alquimia que en la ley de la gravitación. Digo eso como cosas para estudiar esa rama de la historia de la ciencia.
Pero seguiremos más bien a Yates que insiste sobre la diferencia: la magia hace hablar a la naturaleza, mientras que la ciencia la hace callarse. Magia es encantación o provocación retórica; con la ciencia uno pasa de la palabra a la escritura conforme al dicho Galileo: “la naturaleza está escrita en lenguaje matemático”.
Hay que recordar que, en el extremo final de su enseñanza, Lacan no dudaba en preguntarse –cuando ya no tenía la ambición de volver científico el psicoanálisis– si el psicoanálisis no sería una suerte de magia. Lo dice una vez, pero es digno de considerar.
Con eso empieza, por supuesto, una mutación de la naturaleza, y podemos expresarla con el aforismo de Lacan: “Hay un saber en lo real”. Esa es la novedad: algo está escrito dentro de la naturaleza. Se continuó a hablando de Dios y de la naturaleza, pero Dios no es nada más que un sujeto supuesto saber, un sujeto supuesto al saber en lo real. La metafísica del siglo XVII describe un Dios del saber que calcula, dice Leibniz, o que se confunde con ese cálculo, dice Spinoza; en los dos casos se trata de un Dios matematizado. Diré que la referencia a Dios ha permitido, velando la vieja ilusión en Dios, el pasaje del cosmos finito al universo infinito. Con el universo infinito de la física matemática, la naturaleza desaparece, se vuelve solamente una instancia moral con los filósofos del siglo XVIII. Con el universo infinito la naturaleza desaparece y empieza a develarse lo real.
Bueno, pero me he interrogado sobre la fórmula “hay un saber en lo real”. Sería una tentación decir que el inconsciente está en ese nivel. Al contrario, la suposición de un saber en lo real me parece un último velo que hay que levantar. 
Si hay un saber en lo real, hay una regularidad, y el saber científico permite preverla, permite prever, dado que demuestra la existencia de leyes. No se necesita un enunciador divino de esas leyes para que estas sigan vigentes. Es al revés esa idea de leyes, que se ha mantenido en la vieja idea de naturaleza, en la expresión misma “leyes de la naturaleza”.
Einstein, como Lacan lo señala, se refería a un Dios honesto que rechaza todo azar. Era su manera de oponerse a las consecuencias de la física cuántica, una tentativa de retener el discurso la ciencia y la regulación de lo real.
Poco a poco la física ha debido dar lugar tanto a la incertidumbre como al azar. Es decir, más bien, a un conjunto de nociones que amenazan al sujeto supuesto saber.
Tampoco se ha podido hacer equivalentes lo real y la materia. Con la física subatómica, los niveles de la materia se multiplican, y el “la” de “la materia”, digamos, al igual que el “la” de “la mujer”, se desvanece.
Quizá puedo arriesgar aquí un atajo con respecto a la importancia de las leyes de la naturaleza. Se entiende el eco tremendo que debería tener el aforismo de Lacan “lo real es sin ley”. Es la fórmula que da testimonio de una ruptura total entre naturaleza y real. Es la fórmula que corta decididamente la conexión entre la naturaleza y lo real, ataca la inclusión del saber en lo real que mantiene la subordinación al sujeto supuesto saber.
En el psicoanálisis no hay un saber en lo real, el saber es una elucubración sobre lo real, un real despojado de todo supuesto saber. Por lo menos, ese real es lo que Lacan inventa como noción, hasta el punto de preguntarse si no era su síntoma, si no era la piedra angular que le hacía mantener la coherencia de su enseñanza.
Lo real como sin ley parece impensable, es una idea límite. Quiere primero decir que lo real es sin ley natural. Por ejemplo, todo lo que había sido el orden inmutable de la reproducción está en movimiento, en transformación, ya sea en el nivel de la sexualidad o en el de la constitución del ser viviente humano, con todas las perspectivas que aparecen ahora, en el siglo XXI, de mejorar la biología de la especie –el siglo XXI se anuncia como el gran siglo de la bioingeniería, que da ocasión para todas las tentaciones de eugenismo.
Y la mejor descripción de lo que experimentamos ahora como evidencia sigue estando en Karl Marx: hay algo en su “Manifiesto comunista” sobre los efectos revolucionarios del discurso del capitalismo, sus efectos revolucionarios sobre la civilización. Me gustaría leer algunas frases de Marx que ayuden a la reflexión sobre lo real:

La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales. [Hay] una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constantes […]. Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas.

Y la mejor expresión de la ruptura con la tradición:

Todo lo sólido se desvanece en el aire, todo lo sagrado es profanado.

Diré que el capitalismo plus ciencia se han combinado para hacer desaparecer la naturaleza, y lo que queda del desvanecimiento de la naturaleza es lo que llamamos real, es decir, un resto y, por estructura, desordenado. Se toca lo real por todas partes, según los avances del binario capitalismo-ciencia, de manera desordenada, azarosa, sin que se pueda recuperar una idea de armonía.
Hubo un tiempo en el que Lacan enseñaba el inconsciente como un saber en lo real, cuando lo decía estructurado como un lenguaje. Y en esa época buscaba leyes, las leyes de la palabra, a partir de la estructura del reconocimiento de Hegel (reconocer para ser reconocido), de las leyes del significante (la relación de causa a efecto entre significante y significado, en metáfora y metonimia). También presentaba y ordenaba ese saber en grafos, bajo la preeminencia del Nombre-del-Padre en la clínica y el ordenamiento fálico de la libido.
Pero ya se abrió otra dimensión con lalengua, en la medida en que hay leyes del lenguaje pero no hay ley de la dispersión y de la diversidad de las lenguas –cada lengua está formada por contingencia, por azar. En esa dimensión, el inconsciente tradicional (para nosotros, el inconsciente freudiano) se nos aparece como una elucubración de saber sobre un real. Como una elucubración transferencial de saber, digamos, cuando se superpone a ese real la función del sujeto supuesto saber que se presta a encarnar otro ser viviente.
El inconsciente sí se puede poner en orden en cuanto discurso, pero solamente en la experiencia analítica. Diré que la elucubración transferencial consiste en dar sentido a la libido, que es la condición para que el inconsciente sea interpretable: supone la interpretación previa, es decir, que el inconsciente mismo interpreta. ¿Qué interpreta el inconsciente? Para poder dar respuesta a esa pregunta, hay que introducir un término, una palabra. Esa palabra es lo real. En la transferencia se introduce el sujeto supuesto saber para interpretar lo real. Desde ahí se constituye un saber, no en lo real, sino sobre lo real.
Aquí ubicamos el aforismo “lo real no tiene sentido”. El no tener sentido es un criterio de lo real, en la medida en que solo cuando uno ha llegado a lo fuera de sentido se puede pensar que ha salido de las ficciones producidas por un querer decir. Lo real no tiene sentido es equivalente a lo real no responde a ningún querer decir. Se declara el sentido, hay donación de sentido, a través de una elucubración fantasmática. Los testimonios del pase, esas joyas de nuestros Congresos, son relatos de la elucubración fantasmática de uno y de cómo se expresa y se rehace la experiencia analítica para reducirse a un núcleo, a un pobre real que se desdibuja como el puro encuentro con lalengua y sus efectos de goce en el cuerpo; se desdibuja como un puro shock pulsional. Lo real entendido así no es un cosmos, no es un mundo, tampoco un orden: es un trozo, un fragmento asistemático, en cuanto que separado del saber ficcional que se produjera a partir de ese encuentro.
Y ese encuentro entre la lengua y el cuerpo no responde a ninguna ley previa: es contingente. Ese encuentro y sus consecuencias siempre parecen perversos, porque ese encuentro se traduce como un desvío del goce con respecto a lo que el goce debería ser (que sigue vigente como sueño). Lo real inventado por Lacan no es lo real de la ciencia: es un real azaroso, contingente en la medida en que falta la ley natural de la relación entre los sexos. Es un agujero en el saber incluido en lo real.
Lacan ha utilizado el lenguaje matemático, que es lo más favorable a la ciencia. En las formulas de la sexuación, por ejemplo, ha tratado de captar los callejones sin salida de la sexualidad en una trama de lógica matemática, y eso ha sido como una tentativa heroica de hacer del psicoanálisis una ciencia de lo real (como lo es la lógica). Pero eso no se puede hacer sin encarcelar el goce en la función fálica, en un símbolo; implica una simbolización de lo real, implica referirse al binario hombre-mujer como si los seres vivientes pudieran estar repartidos tan nítidamente, cuando ya vemos, en lo real del siglo XXI, un desorden creciente de la sexuación.
Eso ya es una construcción secundaria, que interviene después del choque inicial del cuerpo con lalengua, y constituye un real sin ley, sin reglas lógicas. La lógica solo se introduce después, con la elucubración del fantasma, el sujeto supuesto saber y el psicoanálisis.
Hasta ahora, bajo la elucubración del siglo XX, nuestros casos clínicos, tal como lo expresamos, son construcciones lógico-clínicas bajo transferencia, pero la relación causa-efecto es un prejuicio científico apoyado en el sujeto supuesto saber. La relación causa-efecto no vale en el nivel de lo real sin ley, no vale sino con una ruptura entre causa y efecto. Lacan lo decía como chiste: si uno entiende cómo funciona una interpretación, no es una interpretación analítica. En el psicoanálisis, tal como Lacan nos invita a practicarlo, se experimenta la ruptura del vínculo causa-efecto, la opacidad del vínculo, y por eso hablamos de inconsciente.
Voy a decirlo de otra manera. El psicoanálisis transcurre en el nivel de lo reprimido y de la interpretación de lo reprimido gracias al sujeto supuesto saber, pero en el siglo XXI el psicoanálisis debe explorar otra dimensión, la de la defensa contra lo real sin ley y sin sentido. Lacan indica esa dirección con su noción de lo real, como Freud lo hace con el concepto mitológico de pulsión. El inconsciente lacaniano, en el último Lacan, está en el nivel de lo real. Por comodidad, diremos que está por debajo del inconsciente freudiano.
De tal manera que, para entrar en el siglo XXI, nuestra clínica deberá asentarse sobre el desbaratar la defensa, desordenar la defensa contra lo real. El inconsciente transferencial, en un análisis, ya es una defensa contra lo real. En el inconsciente transferencial sigue vigente una intención, un querer decir, un querer que me digas, mientras que el inconsciente real no es intencional, se encuentra bajo la modalidad del “así es”, que –cabe decir– es como nuestro amén.
Varias preguntas se abrirán para nosotros en el próximo Congreso. La redefinición del deseo del analista, que “no es un deseo puro”, como dice Lacan, no una pura metonimia infinita, sino, así nos aparece, el deseo de llegar a lo real, de reducir el Otro a su real y de liberarle del sentido. Habrá que ver que Lacan intentó representar lo real como el nudo borromeo. Nos preguntaremos qué vale esa representación, para qué nos sirve ahora. A Lacan ese nudo le sirvió para llegar a esa zona irremediable de la existencia, cuando uno ya no puede más nada. La pasión por el nudo borromeo condujo a Lacan a la misma zona que Edipo en Colona, donde se presenta la ausencia absoluta de caridad, de fraternidad, de cualquier sentimiento humano. Allí nos lleva la búsqueda de lo real despojado del sentido.
Gracias.

(Versión no revisada por el autor)
por Gerardo Arenas, terça, 15 de Maio de 2012 às 17:09








                                                                        

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