domingo, 13 de maio de 2012

Ciencia, ficción y feminización Miquel Bassols


*Intervención en la Sala Plenaria sobre el tema "El horizonte contemporáneo de la 


femineidad" del VIII Congreso de 


la Asociación Mundial de Psicoanálisis, Buenos Aires, 25 de Abril de 2012.


Al menos una vez, en su Seminario sobre “El reverso del 


psicoanálisis”[1], Jacques Lacan utilizó la expresión “el 


horizonte de la mujer” que nos convoca en esta mesa*. Fue 


para situar, de manera un tanto enigmática, “el goce in-


formado, el goce sin forma”, según sus propias palabras, al 


que nos empujaría el mundo contemporáneo y, muy en 


especial, el discurso de la ciencia con la incesante 


producción de los múltiples objetos que pueblan y rodean


 nuestro mundo. Desde los cotidianos teléfonos móviles


 envolviendo con sus ondas electromagnéticas el conjunto 


del planeta, hasta el gran colisionador de hadrones que 


sigue a la caza de las llamadas “partículas divinas”,


 pasando por los aparatos que obtienen las resonancias


 magnéticas con las que hoy se pretende captar cualquier


 actividad mental, se trata, en efecto, de intentar atrapar 


con la forma, incluso con la informática, aquello que 


finalmente se sigue mostrando como un goce in-formado,


 sin forma posible. Por el mismo camino, cuantos más


 objetos se proponen a la satisfacción pulsional, más ese 


goce aparece sin forma ni medida posible, fuera de toda 


métrica fálica. Si bien la ciencia nació con el ideal de “medir 


todo lo que sea medible y de hacer medible todo lo que no lo 


es”, —según la conocida sentencia de Galileo Galilei—, en su 


propio recorrido no hace más que producir y rodear aquello 


que no tiene forma ni medida, ese algo que Lacan enseñaba


 a localizar con el objeto a. El goce cifrado por el objeto a se 


muestra entonces como un goce in-formado en la misma 


medida que escapa, precisamente, a cualquier medida. La 


tesis de Lacan, en este mismo Seminario, es entonces muy 


lógica. En la medida que el sujeto se ve llevado a encarnar, 


a ser reducido a un objeto por el discurso de la ciencia, se 


produce el “efecto feminizante que es el objeto a” tanto par




a el hombre como para la mujer. El ascenso al cénit social 


de ese mismo objeto, según la conocida expresión lacaniana 


subrayada por Jacques-Alain Miller, iría así a la par de una


 feminización generalizada.


Volvamos por un momento a la expresión de “el horizonte de 


la mujer”, horizonte en relación al cual se localizaría ese 


mismo cénit. Es una expresión que mantiene toda su 


ambigüedad sin quedar del todo claro quién es el horizonte 


de quién. En un sentido, el goce fuera de toda medida fálica 


posible, más allá de la dimensión métrica, es el que sería el


 horizonte para la mujer, un goce al que ella tendería sin 


poder decir nada de él. En el otro sentido, La mujer, como 


ese universal del que decimos que en realidad no existe, sería


 ella misma el horizonte de un goce sin forma al que nos 


empujaría una globalización que se revela entonces como


 una deslocalización generalizada del sujeto del goce. De 


una u otra forma, la expresión “el horizonte de la mujer”


 condensaría el fenómeno que captamos como una 


progresiva feminización del sujeto contemporáneo.



Pero ¿cómo seguir hablando hoy de un horizonte, cuando



 éste se revela como lo que es, un lugar virtual, una


 verdadera ficción? El humorista del periódico “El País” que


 firma como “El Roto” publicaba hace unas semanas una 


viñeta en la que tres miembros de una familia contemplan


 desde un amplio mirador un espacio en blanco, 


absolutamente vacío.

Buscan cada uno un punto de referencia para localizar su 



mirada. Uno de ellos, el padre, pregunta: “¿Os acordáis de 


cuando había horizonte?” La madre calla. Y el hijo pregunta


 a su vez: “¿Cómo era, papi?”. Pero el padre no responde. Su


 falta de respuesta tiene todo el carácter de un síntoma, un


 signo del declive de la función del padre que hace aparecer 


de hecho, por contraste, otra falta, la de una hija, una mujer


 que brilla por su ausencia al lado de la madre y que, tal vez


, podría decir algo de ese horizonte que falta del todo, que 


falta en el todo, y que por ese mismo hecho induce ya cierta 


feminización en cada uno de los integrantes de la familia. 


Parece, en efecto, una viñeta para la familia 


contemporánea.



El problema no es que no haya ningún horizonte dibujado, 



—aunque el sujeto tenga hoy todas las razones para entonar 


esta queja—, el problema es que entonces cualquier cosa 


puede venir a dibujarse en su lugar, cualquier cosa que 


haga apariencia, semblante, como aquel objeto elevado a su


 función de goce en el cénit social. Allí donde falta la línea 


virtual del horizonte del Nombre del Padre, en cualquiera de 


los puntos que éste ha dejado sin perspectiva, puede 


encontrarse el punto único y cenital del objeto del goce 


informe.



El problema es así que la ficción del horizonte se hace tan



 singular para cada sujeto como las condiciones del objeto


 de su propio fantasma, sin necesidad de compartirlo en 


otro espacio que no sea el espacio virtual. A cada uno su


 objeto de goce en el lugar del horizonte que falta. Y es en


 este espacio, precisamente, donde la ciencia de nuestro


 tiempo hace proliferar toda la serie de objetos que hoy se


 dibujan en el lugar del horizonte que no existe, ese horizonte


 que Lacan también definió en su momento como “el 


horizonte deshabitado del ser”[2]. 

¿Dónde atrapar mejor ese “horizonte de la mujer” que no



 existe y al que nos empujaría el discurso de la ciencia sino


 en la propia ficción, incluso en la ciencia ficción? A partir


 de este punto, podemos obviar muy bien la coma que en


 nuestro título separa la ciencia de la ficción y leer: “Ciencia 


Ficción y feminización”. Y no estará de más recordar aquí


 que el principio del género de la Ciencia Ficción se debe


 precisamente a la pluma de una mujer, Mary Shelley, que a


 principios del siglo XIX construye ese ser ficticio, sin


 nombre, que con el apellido de su creador Frankestein viene 


a hacer revivir el cuerpo fragmentado por la ciencia en otros tantos objetos a. 


Fue también en una notable ficción, la de la famosa “carta



 robada” de Edgar Allan Poe, donde Lacan fue a pescar por 


primera vez este efecto de feminización sobre el sujeto, efecto


 inherente a la posesión de la carta-letra robada en sus 




recorridos más sorprendentes. Vale la pena evocar la


 estructura que se repite en las dos escenas del cuento tal 


como Lacan la analizó. En el lugar del Rey que no ve nada, 


encontramos después a la Policía que con su ciencia métrica


 impecable no acierta a localizar la carta robada en el 


registro de lo real. La busca allí con la misma excusa de 


aquel hombre que había perdido su llave y la buscaba 


debajo del farol porque allí, decía, había más luz. Es, en


 efecto, el lugar en el que las actuales tecnociencias buscan 


reducir al sujeto de nuestro tiempo al objeto-gen o a la 


neurona. En el lugar de la Reina que ve que el Rey no ve 


nada, encontramos después al Ministro que se feminiza 


tanto como el sujeto de nuestro tiempo a base de esconder la


 cabeza bajo la arena. Finalmente, hay el tercer lugar que 


ocupaba primero el propio Ministro, viendo que ninguno de 


los otros dos veía nada, y que después ocupará el detective 


Dupin, que Lacan igualará en su perspicacia al 


psicoanalista. Los dos, Ministro y Dupin, comparten un 


rasgo femenino, inherente como hemos dicho al propio 


efecto de la letra-carta, pero con dos operaciones totalmente


 diferentes.

La ciencia de hoy, promovida por el propio Ministro, nos 



promete una carta, un mapa completo de lo real, —


especialmente en lo que se denomina mapping cerebral—, 


hasta el punto de que no distinguiríamos ya lo real de lo


 simbólico, el territorio de su mapa, hasta el punto de que lo 


simbólico se convertiría en lo real. El único territorio posible 


sería entonces el propio mapa, a escala real por decirlo así.


 El sentido de las palabras estaría en y sería finalmente el 




soporte neuronal. No es solo entonces que lo simbólico 


cambie, es que en una suerte de operación de enroque de los


 registros, lo simbólico se convierte en lo real mismo. A


 fuerza de que todo lo real sea simbolizable, es lo simbólico


 mismo lo que se convierte en lo real. Pero en esta operación


 se excluye por completo la posibilidad de encontrar esa


 carta robada que, “como un inmenso cuerpo de mujer” —


escribe Lacan— “se ostenta en el espacio del gabinete del


 Ministro cuando entra Dupin”[3]. Lo que la ciencia ignora


 así es que el verdadero amo, el que funda cualquier certeza


, no es la observación empírica de la realidad, ni su


 medición cuantificable, no es el Rey ni la Policía, sino que


 sigue siendo desde siempre el lenguaje, la lengua como


 aquella que organiza el único espacio en el que cabe 


localizar un horizonte virtual.



Para concluir: ¿Qué operación le queda reservada al Dupin



 psicoanalista? También marcado por un rasgo de


 feminización que Lacan no dejó de atribuirle, el 


psicoanalista sabe que, en realidad, La ciencia no existe, no 


existe más que en el horizonte de La mujer cuando se trata


 de intentar escribir la relación sexual. Y es en lo real que no


 cesa de no escribirse en ese horizonte de La mujer donde el 


psicoanálisis tiene todas las posibilidades de seguir


 existiendo.
Publicat per Miquel Bassols i Puig en 21:00 1 comentarios 
Etiquetes: Cienica, Ficción, La Carta Robada, Real, Simbólico




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