femineidad" del VIII Congreso de
la Asociación Mundial de Psicoanálisis, Buenos Aires, 25 de Abril de 2012.
Al menos una vez, en su Seminario sobre “El reverso del
psicoanálisis”[1], Jacques Lacan utilizó la expresión “el
horizonte de la mujer” que nos convoca en esta mesa*. Fue
para situar, de manera un tanto enigmática, “el goce in-
formado, el goce sin forma”, según sus propias palabras, al
que nos empujaría el mundo contemporáneo y, muy en
especial, el discurso de la ciencia con la incesante
producción de los múltiples objetos que pueblan y rodean
nuestro mundo. Desde los cotidianos teléfonos móviles
envolviendo con sus ondas electromagnéticas el conjunto
del planeta, hasta el gran colisionador de hadrones que
sigue a la caza de las llamadas “partículas divinas”,
pasando por los aparatos que obtienen las resonancias
magnéticas con las que hoy se pretende captar cualquier
actividad mental, se trata, en efecto, de intentar atrapar
con la forma, incluso con la informática, aquello que
finalmente se sigue mostrando como un goce in-formado,
sin forma posible. Por el mismo camino, cuantos más
objetos se proponen a la satisfacción pulsional, más ese
goce aparece sin forma ni medida posible, fuera de toda
métrica fálica. Si bien la ciencia nació con el ideal de “medir
todo lo que sea medible y de hacer medible todo lo que no lo
es”, —según la conocida sentencia de Galileo Galilei—, en su
propio recorrido no hace más que producir y rodear aquello
que no tiene forma ni medida, ese algo que Lacan enseñaba
a localizar con el objeto a. El goce cifrado por el objeto a se
muestra entonces como un goce in-formado en la misma
medida que escapa, precisamente, a cualquier medida. La
tesis de Lacan, en este mismo Seminario, es entonces muy
lógica. En la medida que el sujeto se ve llevado a encarnar,
a ser reducido a un objeto por el discurso de la ciencia, se
produce el “efecto feminizante que es el objeto a” tanto par
a el hombre como para la mujer. El ascenso al cénit social
de ese mismo objeto, según la conocida expresión lacaniana
subrayada por Jacques-Alain Miller, iría así a la par de una
feminización generalizada.
Volvamos por un momento a la expresión de “el horizonte de
la mujer”, horizonte en relación al cual se localizaría ese
mismo cénit. Es una expresión que mantiene toda su
ambigüedad sin quedar del todo claro quién es el horizonte
de quién. En un sentido, el goce fuera de toda medida fálica
posible, más allá de la dimensión métrica, es el que sería el
horizonte para la mujer, un goce al que ella tendería sin
poder decir nada de él. En el otro sentido, La mujer, como
ese universal del que decimos que en realidad no existe, sería
ella misma el horizonte de un goce sin forma al que nos
empujaría una globalización que se revela entonces como
una deslocalización generalizada del sujeto del goce. De
una u otra forma, la expresión “el horizonte de la mujer”
condensaría el fenómeno que captamos como una
progresiva feminización del sujeto contemporáneo.
Pero ¿cómo seguir hablando hoy de un horizonte, cuando
éste se revela como lo que es, un lugar virtual, una
verdadera ficción? El humorista del periódico “El País” que
firma como “El Roto” publicaba hace unas semanas una
viñeta en la que tres miembros de una familia contemplan
desde un amplio mirador un espacio en blanco,
absolutamente vacío.
Buscan cada uno un punto de referencia para localizar su
mirada. Uno de ellos, el padre, pregunta: “¿Os acordáis de
cuando había horizonte?” La madre calla. Y el hijo pregunta
a su vez: “¿Cómo era, papi?”. Pero el padre no responde. Su
falta de respuesta tiene todo el carácter de un síntoma, un
signo del declive de la función del padre que hace aparecer
de hecho, por contraste, otra falta, la de una hija, una mujer
que brilla por su ausencia al lado de la madre y que, tal vez
, podría decir algo de ese horizonte que falta del todo, que
falta en el todo, y que por ese mismo hecho induce ya cierta
feminización en cada uno de los integrantes de la familia.
Parece, en efecto, una viñeta para la familia
contemporánea.
El problema no es que no haya ningún horizonte dibujado,
—aunque el sujeto tenga hoy todas las razones para entonar
esta queja—, el problema es que entonces cualquier cosa
puede venir a dibujarse en su lugar, cualquier cosa que
haga apariencia, semblante, como aquel objeto elevado a su
función de goce en el cénit social. Allí donde falta la línea
virtual del horizonte del Nombre del Padre, en cualquiera de
los puntos que éste ha dejado sin perspectiva, puede
encontrarse el punto único y cenital del objeto del goce
informe.
El problema es así que la ficción del horizonte se hace tan
singular para cada sujeto como las condiciones del objeto
de su propio fantasma, sin necesidad de compartirlo en
otro espacio que no sea el espacio virtual. A cada uno su
objeto de goce en el lugar del horizonte que falta. Y es en
este espacio, precisamente, donde la ciencia de nuestro
tiempo hace proliferar toda la serie de objetos que hoy se
dibujan en el lugar del horizonte que no existe, ese horizonte
que Lacan también definió en su momento como “el
horizonte deshabitado del ser”[2].
¿Dónde atrapar mejor ese “horizonte de la mujer” que no
existe y al que nos empujaría el discurso de la ciencia sino
en la propia ficción, incluso en la ciencia ficción? A partir
de este punto, podemos obviar muy bien la coma que en
nuestro título separa la ciencia de la ficción y leer: “Ciencia
Ficción y feminización”. Y no estará de más recordar aquí
que el principio del género de la Ciencia Ficción se debe
precisamente a la pluma de una mujer, Mary Shelley, que a
principios del siglo XIX construye ese ser ficticio, sin
nombre, que con el apellido de su creador Frankestein viene
a hacer revivir el cuerpo fragmentado por la ciencia en otros tantos objetos a.
Fue también en una notable ficción, la de la famosa “carta
robada” de Edgar Allan Poe, donde Lacan fue a pescar por
primera vez este efecto de feminización sobre el sujeto, efecto
inherente a la posesión de la carta-letra robada en sus
recorridos más sorprendentes. Vale la pena evocar la
estructura que se repite en las dos escenas del cuento tal
como Lacan la analizó. En el lugar del Rey que no ve nada,
encontramos después a la Policía que con su ciencia métrica
impecable no acierta a localizar la carta robada en el
registro de lo real. La busca allí con la misma excusa de
aquel hombre que había perdido su llave y la buscaba
debajo del farol porque allí, decía, había más luz. Es, en
efecto, el lugar en el que las actuales tecnociencias buscan
reducir al sujeto de nuestro tiempo al objeto-gen o a la
neurona. En el lugar de la Reina que ve que el Rey no ve
nada, encontramos después al Ministro que se feminiza
tanto como el sujeto de nuestro tiempo a base de esconder la
cabeza bajo la arena. Finalmente, hay el tercer lugar que
ocupaba primero el propio Ministro, viendo que ninguno de
los otros dos veía nada, y que después ocupará el detective
Dupin, que Lacan igualará en su perspicacia al
psicoanalista. Los dos, Ministro y Dupin, comparten un
rasgo femenino, inherente como hemos dicho al propio
efecto de la letra-carta, pero con dos operaciones totalmente
diferentes.
La ciencia de hoy, promovida por el propio Ministro, nos
promete una carta, un mapa completo de lo real, —
especialmente en lo que se denomina mapping cerebral—,
hasta el punto de que no distinguiríamos ya lo real de lo
simbólico, el territorio de su mapa, hasta el punto de que lo
simbólico se convertiría en lo real. El único territorio posible
sería entonces el propio mapa, a escala real por decirlo así.
El sentido de las palabras estaría en y sería finalmente el
soporte neuronal. No es solo entonces que lo simbólico
cambie, es que en una suerte de operación de enroque de los
registros, lo simbólico se convierte en lo real mismo. A
fuerza de que todo lo real sea simbolizable, es lo simbólico
mismo lo que se convierte en lo real. Pero en esta operación
se excluye por completo la posibilidad de encontrar esa
carta robada que, “como un inmenso cuerpo de mujer” —
escribe Lacan— “se ostenta en el espacio del gabinete del
Ministro cuando entra Dupin”[3]. Lo que la ciencia ignora
así es que el verdadero amo, el que funda cualquier certeza
, no es la observación empírica de la realidad, ni su
medición cuantificable, no es el Rey ni la Policía, sino que
sigue siendo desde siempre el lenguaje, la lengua como
aquella que organiza el único espacio en el que cabe
localizar un horizonte virtual.
Para concluir: ¿Qué operación le queda reservada al Dupin
psicoanalista? También marcado por un rasgo de
feminización que Lacan no dejó de atribuirle, el
psicoanalista sabe que, en realidad, La ciencia no existe, no
existe más que en el horizonte de La mujer cuando se trata
de intentar escribir la relación sexual. Y es en lo real que no
cesa de no escribirse en ese horizonte de La mujer donde el
psicoanálisis tiene todas las posibilidades de seguir
existiendo.
Publicat per Miquel Bassols i Puig en 21:00 1 comentarios
Etiquetes: Cienica, Ficción, La Carta Robada, Real, Simbólico
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