sexta-feira, 13 de janeiro de 2012

¿Puede la transferencia prescindir del amor al inconsciente?

Hélène Bonnaud (París)

 por jalvarez Spanish (ES)

¿Cuál es la particularidad de la transferencia en el psicoanálisis? Parece importante hacerse esta pregunta en la época del Otro que evalúa y programa, allí donde el psicoanalista no tiene más que la interpretación para operar. Cuando Freud descubrió la transferencia, se sorprendió ante la fuerza del amor experimentado por el analizante desde el comienzo mismo del análisis. El señaló “el carácter verdadero”(1) de dicho amor.
También notó que la autoridad del analista llevaba al analizante a una cierta docilidad. Esta noción de autoridad que ha sido el corazón de la transferencia analítica no es más así de pregnante desde que el orden simbólico dejó de apoyarse en el Uno del Nombre del Padre. Con la caída de los ideales y el fin del autoritarismo, las condiciones del amor de transferencia no responden de igual manera. Por tanto, esta cuestión reaparece en los dichos de ciertos analistas, y notablemente en los de Owen Renik.
Una transferencia pesada
La lectura del artículo de Eric Laurent “El orden simbólico en el S.XXI, consecuencias para la cura”(2) me incita a proseguir el debate, retomando la concepción del análisis desarrollada por O. Renik.
Para este autor la transferencia es una forma de parásito del análisis. Un obstáculo a la relación intersubjetiva, y denuncia la neutralidad analítica como aquello que determina su poder, su autoridad y lo arbitrario de sus juicios. El silencio del analista sería la raíz del autoritarismo que impediría al analista involucrase en la relación con el paciente, dialogar con él, en una dialéctica constructiva. “La alianza de trabajo” es aquella que motiva la búsqueda de la verdad como objetivo fundamental de la cura. Freud y luego, Lacan no descuidaron el hecho del obstáculo que podía ser la transferencia para el avance de la cura. Recordemos el valor de inercia imaginaria sobre el vector a-a´ del esquema L, donde Lacan dará cuenta de un estancamiento de la dialéctica psicoanalítica. Sin embargo, no buscaron el desorden en la relación terapéutica y desembarazarse por un activismo que, por otra parte, no sabría anularlo. La disimetría entre analista y analizante funda un lazo único, por el hecho mismo de la abstinencia del analista. La invención de Lacan del Sujeto-Supuesto-Saber. La operación, el deseo del analista es su puesta en acto.
En efecto, Lacan anudó amor y saber en el concepto fundamental de: S.S.S. Puesto que el manejo de la transferencia se aligera, permitiendo ir más allá de los efectos imaginarios de la relación transferencial. El saber inconsciente no es el saber del analista, está situado en el Otro y no es más que supuesto. El analista no se identifica con el S.S.S., éste es encarnado, las más de las veces por el analizante, aunque esto no tiene un carácter obligatorio.
La enfermedad del Sujeto Supuesto Saber
Ahora bien, como lo indica E. Laurent en ese mismo artículo, “La vía del igualitarismo contemporánea con la exigencia de transparencia ha afectado especialmente al estatuto del S.S.S: en la experiencia del psicoanálisis”(3) ésta se encuentra constantemente acosada por estas nociones de transparencia, igualitarismo, satisfacción.
El analista es convocado a responder a las preguntas del analizante. Sin embargo, esta constatación ¿obliga al analista a formular un saber? Nada menos cierto. La exigencia de transparencia es específica del consumidor, y analista no es un coach. En psicoanálisis, el síntoma que motiva la demanda de sujeto está más allá de lo que le desagrada, concierne a lo más intimo de cada uno, su radical extrañeza consigo, su “eso”, retomando la feliz expresión de nuestras últimas Jornadas. Se trata justamente de dar toda su opacidad a aquello que dice el sujeto y de hacer consistir al enigma mismo del saber que él oculta.
Para ello, lejos de hacer de la transparencia la base del encuentro analítico, la orientación por el symthôme privilegia su dimensión real. Por eso, la situación analítica debe contrariar la noción de igualitarismo por medio del estilo del analista. Podrá ser evitado por un mínimo de ceremonial o de desequilibrio, de inesperado al momento de la entrada o conclusión de la sesión. Esos momentos son efectivamente momentos donde el cuerpo del analista se separa y crea una distancia o por el contrario un acercamiento. Hay toda una seriación del encuentro en tanto que la presencia del analista asegura una tangible continuidad/discontinuidad en el proceso analítico.
Todo no puede ser dicho, dan ganas de decirle a O. Renik. En cuanto a la satisfacción, ella es una apuesta fundamental del análisis. Para él no es cuestión de dejar al analizante insatisfecho, ni con un sentimiento negativo. Eso pondría en peligro la transferencia positiva. La relación analítica debe producir una satisfacción en el sujeto y se obtiene por una ganancia de saber. El analista es quien entrega ese plus de goce. Ese goce obtenido por el trabajo analítico debe ser inmediato y viene a obstruir el encuentro con la verdad: las formaciones del inconsciente son ignoradas dado que ellas son discontinuas y desconcertantes. En el lugar de la verdad perturbadora viene un saber útil, que opera sobre la realidad del mundo del sujeto. Se trata de obtener un producto, un objeto que se adquiere para gozar de él.
A esta satisfacción necesaria, nosotros le oponemos la sorpresa, modalidad que puede producir satisfacción o no, pero parece más cercana a aquella de la que el inconsciente participa.
Más que una palabra interpretativa, la sorpresa es un acontecimiento que divide al sujeto y acelera el principio mismo de la asociación libre. La palabra se hace menos narrativa. Ella deviene exploradora. Se trata también de hacer resonar el medio-dicho de la verdad, más que fijar al sujeto a la completad del saber. La satisfacción del analizante es, por tanto, algo a considerar en cada caso.
En su curso del 12/11/08, J-A. Miller señala que “La preocupación terapéutica conduce a bloquear el poder que se suelta en el proceso analítico, esto nos conduce a interrogarnos acerca de la dosis de verdad que cada sujeto puede soportar”(4). Hay entonces que limitar, moderar la interpretación sobre lo decisivo de una verdad para el sujeto, en función de lo que pueda escuchar.
La satisfacción como adaptación del analista a sus pacientes, lo vemos bien, es un contrasentido al análisis. El psicoanálisis, como lo repite J-A. Millar, en ese curso, apunta a otra cosa que la terapéutica. Apunta al deseo, hacia el final del recorrido; la significantización termina por encontrar su límite y el analizante encuentra eso que no se reabsorbe en lenguaje y que proviene de una dosis de inasimilable que Lacan nombra real.
Lo real, un obstáculo irreductible
La ruptura entre simbólico y real es aquello que da cuenta de una posición del psicoanalista que no responde a las preguntas de su analizante al modo de la relación intersubjetiva. Es en este punto que surge la diferencia absoluta entre el analista y el analizante, y también entre el psicoanálisis y la psicoterapia. El analista sabe que lo real es aquello que hará oposición, obstáculo, tope, y que habrá en cada caso, no solamente insatisfacción, sino también, horror. El analista no evitará que el horror de saber advenga. Es en lo que la transferencia soporta de una relación al saber que lleva, por cierto al entusiasmo, pero encuentra también su punto de imposible, su horror propio.
Lacan en el Seminario Les non-dupes errent califica al inconsciente como “disarmónico”(5). Es un hecho de estructura que el amor de transferencia no debe trabar. Conforme más avanza la cura, más el S.S.S. se evapora, se disuelve. Resta el analista, y al inconsciente del analizante, que al final es “sabido”, según lo formula Lacan.
Al final del análisis freudiano, es la falta lo que uno encuentra. Al final del análisis lacaniano, digamos que se trata de cavar esa falta hasta no poder más a; este objeto que se extrae del hecho de la caída del S.S.S. ¿Qué pasa con el amor de transferencia cuando el analizante elige no devenir analista? Él resta enganchado al amor a la verdad. La mayor parte de los testimonios de analizantes devenidos escritores lo dicen de manera bien clara. El análisis no continúa. El S.S.S. se deshace como el envoltorio de un goce habitado por los poderes de la palabra. De allí el gusto por la conquista del saber inconsciente y una especie de deseo de transmisión de ese encuentro con el inconsciente transferencial. Se trata de una especie de sublimación de la verdad como saber que se escribe.
Al final, resta el amor
Cuando el análisis dura, es el amor al inconsciente el que redivide: de un lado, el goce de la ganancia de saber, y del otro, lo que resta del análisis, lo real inasimilable donde el analista es un sinthome. En efecto, eso que resta y que no cambiará es también lo invariable del amor de transferencia, cuando este pasó por todos los sentidos y que no se depositará si no en la experiencia del pase.
En su artículo Una fantasía, J-A.Miller nos recuerda que Lacan hacía del inconsciente un saber que no es más que supuesto. “Para que él devenga un saber, para hacerlo existir como saber, hace falta el amor” (6) “Quien no esté enamorado de su inconsciente, yerra”(7) profiere Lacan en Les non-dupes errent. Por lo mismo, la relación entre S1 y S2 que funda el saber inconsciente no se produce sino en transferencia bajo las especies del amor de transferencia y es convocado. Y esto por el hecho de que, contrariamente a eso que Lacan indica en La Proposición del 9 de octubre es “la transferencia el pívot del S.S.S.”, y no a la inversa, señala J-A.Miller.
Ese pasaje al reverso del S.S.S. es donde la transferencia da cuenta de la manera en que el amor es la condición sine qua non de la transferencia. El amor por el inconsciente es aquello que resta, ni puro, ni impuro, es un amor que dura, donde el S.S.S. es esperado sobre la escena de una nueva relación a la suposición, principalmente en su lazo a la causa analítica. El amor es entonces aquello que no se liquida al final del análisis, y que se escribe muchas veces en la historia analizante de cada uno. Es un amor que sobrevive a la pasión de saber, que soporta lo real hallado en la experiencia singular, es un amor que, para cada uno, traza la historia propia de su encuentro con el psicoanálisis.
A todos aquellos “que se lavan las manos apartando de sí la transferencia, rechazando lo sorprendente del acceso al amor que ésta ofrece” (8), nosotros les decimos que ellos son los falsarios del psicoanálisis.
Traducción: Lucía Blanco.
Notas:
1. Freud, S. “Observations sur l’amour de transfert”.La technique psychanalytique, PUF.1974.
2.Laurent. E. “L’ordre symbolique au XXI siecle, consequences pour la cure”, La Cause freudienne, nº 76, décembre 2010. Navarin.
3. ibid, p.146
4. Miller, J-A. L’orientation lacanniene, “Choses de finesse” (2008-09) cours du 12/11/08.
5. Lacan, J. Le Séminaire “les non -dupes errant”,11/6/74, inédit.
6. Miller, J-A. “Une fantasie”. Mental nº 15, Paris, p.9
7. Lacan, J. ibid.
8. Lacan, J. “L’etourdit”, Autres écrits, Paris, Seuil, 2001, p.478

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