terça-feira, 17 de janeiro de 2012

El amor loco de una madre

Éric Laurent

Este texto es la reescritura de un comentario luego de una entrevista clínica con una paciente en el curso del año 2000.
Esta sujeto, producto una historia insoportable, ha encontrado muchos médicos, muchos jueces, muchos educadores en su vida. Ella ha lanzado numerosos llamados de ayuda y, en suma, si queremos caracterizar el uso que ha hecho de las numerosas respuestas que ha recibido, podemos decir que siempre ha hecho tercamente lo que ha querido. Ella es quien sabe y quien tiene ideas de todo. Esa certeza, que no impide los numerosos llamados, nos conduce a deducir el problema diagnóstico.
Esta sujeto ya se hizo decir que no interesa a la psiquiatría. Se sitúa en efecto en la zona en la que la psicosis y el comportamiento marginal se entrecruzan. No mantiene jamás durante largo tiempo la relación transferencial y enloquece rápidamente a las personas que han querido ocuparse de ella. Intentamos encontrarnos en lo que llamamos su «paranoia normal». El retrato catastrófico que hace del destino familiar sobre tres generaciones permite aproximarnos al sentido del dicho de Lacan según el cual es preciso tres generaciones para producir un sujeto psicótico. En esa serie, su drama subjetivo particular se refiere a circunstancias de su venida al mundo. La reproducción de la muerte de su madre, luego del parto, invade todos los aspectos de su vida. Está animada por una pasión mortífera que genera a su alrededor un mundo inquietante. Estámos rápidamente desbordados, llevados en una especie de nube increible, de diluvio de nombres propios en los cuales nos sumerge. Una hora y media de nombres propios, es algo ensordecedor. Si se le añade los acrónimos, las iniciales, los términos del argot burocrático, la descripción minuciosa del cambio del estatuto de los funcionarios franceses en el curso de la transformación de la administración de los últimos diez años y los nombres de todos los jueces, todo esto produce aturdimiento. Algo de la función de nominación es tocado. Ella hace un esfuerzo colosal para llegar a nombrar algo que tiene realmente nombre. Es un enorme trabajo por nombrar su queja que pasa necesariamente por la justicia. El marco jurídico le es fundamental. El gran medicamento del paranóico es el de convocar al Otro de la justicia, para hacerle reconocer su derecho. Ese recurso ha comenzado desde muy temprano en la vida de la sujeto, desde el matrimonio. Rápidamente las dificultades financieras han implicado el acoplamiento con el Otro de la ley. En principio el banco, luego las instancias jurídicas alrededor de la deuda, después el juez del divorcio, finalmente, el juez para niños. Ella se dirigió a la justicia para hacer que su mundo se sostuviera. Luego de la muerte de su padre y de la contingencia de la muerte súbita de su marido, asistimos a una descompenzación familiar Las perturbaciones somáticas mayores de su hija y las dificultades del hijo y de la hija mayores con la justicia no cesan. No tenemos idea exacta de su naturaleza pero hemos escuchado la lista de los nombres de jueces a los que ella ha dirigido su queja. Esas gestiones la ocupan desde 1996 ¿Por qué se suicida ese año? Para situar la respuesta, primero debemos diferenciar la relación al hijo y a la hija mayores.
Del Otro de la ley al otro pasional
Partámos de la hipótesis freudiana «el inconsciente repite». Es su instancia, dice Lacan. Cuando no se sabe lo que tuvo lugar en un período que precede el encuentro con el sujeto, como es el caso para nosotros hoy, partimos de la hipótesis que ese debe ser homólogo a lo que pasa ahora. Hoy, viene a pedir ayuda en un momento difícil de la relación con su hija, con la cual tiene una relación apasionada. Del hijo, ella puede decir : «Él sufre, es terrible». Deduce simplemente que es preciso darle leche materna, de la cual no está destetado, bajo la forma del Xanax. Ella se ofrece para aportarle lo que se requiere para que él no sufra más. Allí, ella sabe que hacer. Es para sostener la disputa con sus hijas que pide ayuda. Se hace expulsar de la casa de una y la más joven le declara que no le obedecerá más. Cuando vino al hospital, hace un año, el contexto era homólogo, poco tiempo después de la declaración de embarazo de su hija.
Ella vivió, luego de cinco años, lo que ella llama su «infierno» [galère]. Lo fecha a partir de la primera Interrupción Voluntaria de Embarazo de su hija. Allí, la relación madre-hija es el eje patógeno radical de su problemática, es lo coherente con su historia. A la muerte de su madre, una hermana toma el relevo. Hay un cruzamiento de las generaciones donde el lugar de la madre es ocupado por la hermana, a la cual está ligada por relaciones apasionadas. No dice que sea culpable de la muerte de su madre, pero que es la consecuencia del parto lo que provocó su deceso. Ella pudo tener septicemia. Añade : « En la época no sabían curar». Piensa que es culpa de los médicos, del hospital, que hubo un error en su cuidado. El tema aparece apenas. El error médico no da lugar a un delirio desarrollado, pero ella nos recuerda muy precisamente las circunstancias en las cuales la muerte de su madre no pudo ser impedida. Luego, ella lanza un llamado de ayuda. El desfile de nombres propios y de instancias reenvía a los nombres «de los representantes del padre», según la expresión de Freud. Su llamado a un padre, a algo que sirva de función del padre, como lo ha dicho Lacan, no encuentra dirección. No puede orientarse.
Ella misma, claro está, ha dedicado su vida a ocuparse de niños, en diferentes administraciones. Es deductible de las circunstancias de su venida al mundo. Se ha consagrado bajo el modelo de la hermana, en posición de Ideal. La ha erigido bajo ese ladito delirante y megalómano que permiten las instituciones : «La institución soy yo» al escucharla, es como si tuviera a su cargo todos los niños de Francia, ella vigila, ella denuncia. Denuncia el desorden del mundo hasta anunciar el matíz de lo que concierne a su hija : «Voy a matarla, voy a matarme, ustedes serán advertidos». Luego, puede encadenar apaciblemente sus lecturas sobre el más allá. Testimonia allí de su buena relación con la muerte. El nudo pasional patológico con su hija es intratable. Todo lo que puede ser llamado tercero, como instancia de arbitrage, de mediador, etc. no funciona. Por lo tanto, ella tiene el caracter creativo de los paranóicos, inventa las instituciones, las soluciones, por sí misma. Sugiere hubicar su hija en una familia de recepción y luego crear un mediador que regule especialmente sus relaciones. Participa con gusto de la invención de una institución: SOS padres golpeados. Todo está puesto a punto para sostener su demostración: «No me ayudaron».
El escenario del muerto fantasmático
La «muerte» anunciada de la hija es un fantasma paranóico. Se percibe aquí el corazón del enigma de la relación madre-hija que es el infanticidio. Detrás del crimen paranóico pasional, está el crimen fundamental, el infanticidio, el enigma que fascina por lo que tiene de indescifrable. El último infanticidio que ha apasionado en Francia es la muerte de pequeño Grégory. Todo el mundo daba su opinión, Margarite Duras en particular. Tres o cuatro jueces fueron llamados. Esos dramas despiertan un enigma fundamental de la civilización. Medea vuelve entre nosotros.
Nuestra paciente dice también que esa «muerte» puede salvar la hija más joven. Los crímenes son siempre perpetrados por las mejores razones. No hay crimen en la humanidad que no se haya hecho para salvar a los otros. Entonces cuando escuchamos que para ocuparse del mundo, para gobernar los problemas de la sociedad, las mujeres son más dulces que los hombres, más negociadoras, menos sujetas a la cólera porque tienen menos circuitos hormonales agresivos, no hay que olvidar el infanticidio que concentra el enigma del amor materno. Igualmente que, para el amor femenino, el crimen pasional es el punto central, para el amor materno es el infanticidio. Lacan ha podido aproximar así la falta de interés de las mujeres por la perversión en el sentido masculino y la insistencia del infanticidio. Ellas no tienen perversión porque tienen niños, decía para condenzar esa aproximación.
El suicidio altruista
Esta paciente evoca el hecho de «morir con su hija», «matarse con ella». El infanticidio altruista tiene la misma forma que el suicidio altruista. Recientemente, un caso ha movilizado mucho a los franceses, más aún que a los exértos psiquiatras, es el caso de Jean-Paul Roman. Ese sujeto ha logrado hacerse pasar por un médico durante numerosos años. Ese caso de mitomanía concluyó con un suicidio altruista. Es el crimen paranóico masculino. Para salvar a sus padres, su mujer y sus niños, para evitarles una desilución, para que ellos no sufran, él los mata. Luego, intenta inmediatamente suicidarse pero fracasa. Después él continua el debate con el Otro, continúa a mantenerse en la palabra: libro, documento, etc.
Nuestra paciente no está en el mismo registro. Ella advierte, habla enormemente, mientras que aquel pasó al acto sin hablar con nadie, no anunció su proyecto urbi y orbi. Él no vivía tampoco en la violencia permanente. Esto dice que, el anuncio no garantiza que ella no pase al acto, pero permite tomar un cierto número de medidas. Se trata entre otras de armar su búsqueda con un Otro, del que «va a venir» la solución, evitando el desenlace pasional sin remedio entre ella y la hija. En la trama continua del estrago de la relación madre-hija, hay que constatar que se ha franqueado una barrera a partir del momento en que le nació un niño a su hija. Hay una aceleración. A partir del momento en que llega el niño, el llamado al Nombre-del-Padre se hace más apremiante. A este llamado de algo que venga a poner en orden la relación madre-hija, nada responde, es el abismo.
Los crímenes pasionales del grupo paranóico son muy motivados, contrariamente a los crímenes del grupo esquizofrénico, que son «inmotivados», hemos podido decir. El de nuestra sujeto es extremadamente motivado, tiene todas las razones y estuvo anunciado. ¿Cómo el sujeto, queriendo matar a otro, se mata a sí mismo, y encuentra por esta vía una cierta pacificación? Lacan ha querido resolver esta pregunta en su tesis. Más alá del infanticidio, la historia de los grandes crímenes psicóticos es siempre fascinante para la civilización. Por ejemplo, aquel de las hermanas Papin, del que se hace cada dos años una pieza de teatro, una película, una obra de arte, etc. En el momento mismo había apasionado a la sociedad de los años treinta. Lacan había escrito «en caliente» una contribución sobre «El crimen de las hermanas Papin», para esclarecer la opinión. Esas «Criadas» modelos, liquidando la familia para la cual trabajaban, habían provocado un escalofrío de terror en la burguesía francesa. Toda la buena sociedad se decía: «no podemos tener mas empleadas en la casa». Este acontecimiento es similar al pánico que se ha tomado recientemente en los Estados Unidos cuando una baby-sitter inglesa ha matado, por descuido, el bebé que cuidaba, golpeándolo porque gritaba. Esos fenómenos cristalizan la angustia social. Las hermanas Papin son un crimen situado sobre la vertiente esquizofrénica. Una de las dos entró en un estado de estupor luego del crimen. Ella estuvo «muerta» ese día. Mató algo en ella.
Luego del pasaje al acto, que el sujeto se suicide o no, atravieza un momento de muerte subjetiva. El porvenir es largo es un libro escrito desde el punto de vista del muerto. Subjetivamente, él está muerto desde el día del crimen. Puede comentarlo todo, sus dichos, sus obras, lo que ha hecho, desde el punto de vista del muerto. En el momento subjetivo del pasaje al acto, el objeto de la pasión concentra todo el ser del sujeto. Porque tocando al otro él se mata a sí mismo. Que el crimen sea sobre la vertiente paranóica, sobre la vertiente esquizofrénica o sobre la melancolía delirante, que sea absolutamente motivado o que sea inmotivado, de todas maneras el sujeto se alcanza a sí mismo. Ninguna barrera simbólica puede articular nada, la tensión imaginaria se resuelve alrededor de un real en juego, en esta pasión que excede la tensión erótica imaginaria. En ciertos casos, la segunda muerte alcanza la primera. El sujeto se mata físicamente y no sobrevive a la muerte subjetiva.
Pero no olvidemos la evocación de esta problemática del pasaje al acto en la psicosis sobre nuestro caso. Ponemos en relieve esas resonancias para subrayar que este caso interesa nuestro campo mientras que desde hace tiempo la sujeto está desahusiada de todo tratamiento psiquiátrico estructurado. Ella afirma: «Yo no sufro y he visto al Dr. A. quien me ha dicho : «Usted no interesa a la psiquiatría». Tal véz no le dijo el sentido en que entendía [esta afirmación]. De otra parte, ella moviliza todas las instituciones públicas por sus recursos: la educación nacional, la justicia, la salud. Ella atraviesa los ministerios. Más allá de un sector, será necesario un comité de ética interministerial para seguir la cuestión.
El amor loco de su misión
No obstante, ella dice también: «Yo no acuso a nadie», «yo soy enteramente responsable». Esta auto-acusación aparece cuando son convocados los reproches de los hermanos y las hermanas hacia el padre. Ella toma enteramente la defensa del padre. Hay una distancia muy sorprendente entre los reproches que ella dirige a los representantes simbólicos de la ley y la ausencia de toda crítica respecto a su marido y a su padre. Es suficiente que tenga que ver con el padre de su realidad para ella no tenga nada que reprocharle. En cambio, los jueces son todos unos incapaces, como los inspectores. Nadie hace su trabajo. Ella conoce los secretos de la administración que lo prueban.
Ella tiene también por misión salvar su familia. Ella no puede delegarla a otro. Se puede decir que la madre, en su lecho de muerte, ha dado a la hermana mayor una misión. La paciente tiene una identificación imaginaria muy fuerte a su hermana. Identificandose, por una especie de prótesis imaginaria, al Ideal, ella ha elegido salvar al otro. Es sobre ese modelo que se ha casado con su marido. Ella dice de manera muy precisa : «Es sin duda a causa de la carencia afectiva». Es de una extrema precisión. El problema es que esto no le sirve de nada. Distinguir la forclusión de los otros modos de «represión» posibles nos permite orientarnos sobre la eficacia de un «saber» de este orden. Lo que va a retornar a propósito del padre, es un agujero. En su historia familiar, el Edipo no vibra. Toda la pasión se convoca sobre el recurso al otro de la ley, los nombres que vienen a este lugar, y sobre el objeto. Lo que se entiende en su expresión: «Yo no acuso a nadie».
Constatamos una aceleración del cuplimiento de su misión luego de la transmisión, en Navidad, del regalo particular que es el anillo de matrimonio de su madre. Este anillo es transmitido de la madre a su hermana mayor cuya misión era la de proteger la familia. Este anillo ahora llegó hasta ella. Hay algo allí que se precisa. El recurso a las lecturas exotéricas para «prepararse para la muerte» en testimonio lo cual no es buen augurio.
El momento actual nos plantea también la cuestión del peligro que amenaza su nieto. El hijo de su hija tiene ocho meses. Ahora bien, ella dice que ha perdido a su madre a los nueve meses. El niño en peligro, la tentativa de salvar el niño de su hija, la urgencia de la amenaza de muerte repiten las circunstancias que lo han visto nacer. Ese fantasma tiene el estatuto particular, en la psicosis, de estar a cielo abierto. En este sentido, ese sujeto nos hace entender de manera muy notable lo que quiere decir «el amor muerto» al que Lacan nos reenvía en la pasión psicótica. Es un amor que no tiene historia. Se afirma en un perpetuo presente.
 
Traducción del Francés : Mario Elkin Ramírez

http://www.revconsecuencias.com.ar/ediciones/005/template.asp?arts/alcances/El-amor-loco-de-una-madre.html 

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