¿por qué Lacan incluye la voz y la mirada en la serie de los objetos freudianos?(1) Por Marie-Hélène Brousse Me gustaría decirles que me siento muy honrada de estar entre ustedes y de comentarles cómo concibo aquello de lo que vengo a hablarles hoy. Se me pidió hablar de la mirada y de la voz. Considero que es un tema muy difícil, por lo menos para mí; entonces, les presentaré un trabajo en el que, al dirigirme a ustedes, me enseño a mí misma. Se trata de un trabajo minucioso y preciso de lectura de algunas partes del Seminario 10 de Lacan, consagradas a la mirada y a la voz. Comienzo introduciendo el problema de manera general. Lo que en el psicoanálisis, desde Freud, se denomina objetos, o el objeto, tiene muy poco que ver con lo que desde el discurso común se nombra del mismo modo. En el psicoanálisis, el objeto aparece en expresiones que inmediatamente muestran que se trata de algo que podría considerarse inédito. Por ejemplo, la expresión “relación de objeto” o la expresión “elección de objeto”, que es una de las dos vertientes del Edipo freudiano. Se trata, entonces, de objetos con los que podemos decir que se tienen relaciones, lo que implica que no estamos en el campo de la utilidad. Durante años, Lacan sostuvo una crítica asidua hacia la noción de relación de objeto. Esencialmente, con respecto a la ambición presente en el psicoanálisis de encarar al objeto como un todo. Su posición consistía en plantear que todo objeto es parcial, todo objeto es una parte, y no es poniéndolos todos juntos como se obtiene un objeto completo e ideal. Esta última era la posición de los partidarios de la relación de objeto que pretendían demostrar que el objeto de amor en juego en la relación genital, resumía y estaba construido como el arreglo de todos los objetos parciales. Otra expresión que permite pensar en qué consiste un objeto desde el psicoanálisis, es la expresión freudiana fundamental de objeto perdido. Digamos, rápidamente, que este es el paradigma del objeto psicoanalítico. En psicoanálisis, cuando se habla de objeto, se habla de un objeto perdido. Y en este seminario, Lacan opone objetividad con otro término que inventa: “objetalidad”. Ubica la objetividad del lado de los objetos exteriores, de los objetos que están en el espacio, y la objetalidad para definir estos raros objetos que están perdidos desde el comienzo. Por lo tanto, solo tenemos acceso a ellos a través de representaciones o huellas. Freud elaboró una primera lista de estos objetos, una lista de tres más dos –el pecho, el excremento, el falo, a los que agregó, como una subcategoría, el dinero y el niño– que delimitan cinco tipos de pérdidas, cinco objetos pulsionales. Esta lista fue desarrollada e historizada por Karl Abraham, quien estableció la correspondencia de cada uno de estos objetos perdidos con un estadio del desarrollo. Ligó los objetos a un desarrollo pulsional que supuestamente finalizaba en la pulsión genital. Era una manera de civilizar al niño perverso polimorfo freudiano. Ahora bien, Lacan retoma la lista freudiana y le agrega otros dos, aún más bizarros que los anteriores. Cosas a las que nunca, antes de Lacan, se las había nombrado como objetos: la voz y la mirada. Se aleja, verdaderamente, de lo que comúnmente se llama objeto. Toma como hilo conductor la idea de que cuanto más bizarros son estos objetos, tanto más manifiestan la especificidad de los objetos lacanianos, y añade otros, como la placenta y las membranas embrionarias. Veremos qué hace con esto. En primer lugar, definiremos al objeto lacaniano como tal; luego, precisaremos las características de la mirada y de la voz en tanto objetos libidinales y daré algunos ejemplos clínicos de la localización de estos objetos en el análisis. El hecho de que los ubique en una lista implica que tienen al menos un punto en común, y ese punto en común –Lacan explicará– es su función. Construye la idea de que existe para un sujeto hablante una función objeto. Una función que designa el término que creó: objeto a. Dice Lacan: “Este objeto, lo designamos con una letra. Tal notación algebraica tiene su función. Es como un hilo destinado a permitirnos reconocer la identidad del objeto en las diversas incidencias en las que se nos manifiesta”(2). Entonces, se trata de la misma función, pero aparece en formas fenoménicas diferentes. “La notación algébrica algebraica tiene precisamente la finalidad de darnos una localización pura de la identidad ya que hemos planteado que la localización mediante una palabra es siempre metafórica…”. Me detengo aquí para precisar que Lacan utiliza la notación algebraica a para evitar los significantes y las oleadas de significados que éstos vehiculizan, ya que la palabra tiene siempre un sentido metafórico, es decir, un sentido propio y un sentido figurado. Tomen por ejemplo el pecho. Bueno, el pecho quiere decir el pezón, el corazón, un espacio privilegiado, el alimento, quiere decir muchas cosas. De ese modo, llamándolo objeto a termina con la metáfora. Lo mismo para el excremento, se utiliza mucho la mierda, en francés hay toda una serie de derivadas que permiten metaforizar la mierda. En cuanto al falo, cualquier cosa toma el sentido fálico. Por ejemplo, esta botella erecta: es suficiente que yo la metaforice para que devenga un falo. Entonces, ustedes comprenden por qué Lacan decidió denominarlo como objeto a. Una máquina para combatir las metáforas y las significaciones. Sin embargo, en este seminario el objeto, al ser una función no por ello es menos sustancia. Este es el seminario en el que Lacan toma más apoyo de la biología. Hay muchas referencias a la biología que muestran que el objeto es una función que implica el funcionamiento biológico; es la articulación de la pulsión con lo biológico. La otra tesis de este seminario, sobre la cual no voy a entrar en detalles pero que es fundamental, es que sólo tenemos acceso a estos objetos, estos objetos a, de un modo indirecto y que la vía de acceso más segura es la angustia. ¡Hay una guía clínica al respecto en este seminario! Cada vez que ustedes se angustian, –no digo cuando tienen miedo porque en ese caso ustedes saben a qué le tienen miedo– no pueden decir qué los angustia; y bien, siempre hay un objeto detrás. Les doy una indicación clínica: cuando se angustien, busquen el objeto. Y verán cómo eso cae. Y bien, vayamos ahora a una definición lacaniana de este objeto. Quizás el punto más importante es la idea de que este objeto es una parte de nuestra carne, un pedazo de cuerpo, del nuestro y no del cuerpo del Otro; que es un pedazo, por lo tanto, una parte y que jamás formaría un conjunto, que es un objeto escondido, separado, inerte, y si decimos sacrificado es darle ya una significación. Lacan lo define de la siguiente manera: es lo que sobrevive a la división en el campo del Otro debido a la presencia del sujeto. Cuando ustedes nacen, no son todavía un sujeto hablante, son un individuo, un organismo y un cuerpo, pero no todavía un ser hablante. Comienzan a serlo cuando usan la palabra. Es decir, cuando se agarran de las palabras y los significantes para reenviarlos al Otro. Pero, naturalmente, estos significantes les vienen primero del Otro. Cuando se instala este proceso y ustedes entran en relación con los Otros del lenguaje, en ese momento, pierden un pequeño pedazo, un pedacito de cuerpo, un poco de satisfacción y esto es el objeto. Voy a darles algunos ejemplos clínicos de este objeto extraído del cuerpo: un ejemplo de la psicopatología de la vida cotidiana y el otro del cine. Cuando se va al baño a arreglarse, en particular las mujeres, nos peinamos. Nuestro cabello es relativamente importante para nuestra imagen, lo amamos o no lo amamos, lo queremos cambiar, lo teñimos, lo cortamos, le hacemos rulos, lo alisamos, en fin, nos ocupamos del cabello. Pero, de hecho, cuando uno se peina, los pelos caen en la pileta y francamente eso no gusta para nada. Yo lo encuentro asqueroso, se queda en la rejilla de la pileta y se vuelve pegajoso. En fin, el objeto a es eso, es el pelo una vez que ha caído de la cabeza de ustedes. Es eso asqueroso en la rejilla de la pileta, un resto. O el pelo que se corta y se transforma en un postizo, un artificio que se puede usar cuando uno se casa –en los casamientos, si las novias quieren tener mucho cabello se permiten un postizo– y eso es más bien agalmático hasta que se lo sacan; cuando se lo sacan, se transforma en algo terrible, no es una linda experiencia. Entonces, el objeto a es eso: un trozo que se va. Me encantan los filmes de guerra. Hay uno que es increíble: Buscando al soldado Ryan. Especialmente la primera escena, la del desembarque, que es excepcional. Allí se muestra el desmembramiento del cuerpo, algo inaudito. En un momento dado, vemos un soldado caído que mira a su lado un brazo y es el suyo, excepto que no está conectado con su cuerpo. Es su propio brazo que lo toma con la otra mano. Ese es el objeto a. Es el pedazo de ustedes que ya no forma parte de ustedes. Comprenderán por qué es el fundamento de la angustia. Este pedazo está allí perdido, incluso si se le pone un brazo artificial, no será jamás como antes. Salvo en La guerra de las galaxias. Como ustedes saben, hay una escena donde el héroe pierde la mano, como por azar; es su padre el que se la ha cortado y se la repara exactamente como era antes. En La guerra de las Galaxias hay una cantidad de escenas que se articulan a la cuestión del objeto a. En el tercer episodio, el personaje de Darth Vader queda reducido a algunos pedazos. Probablemente recuerdan la escena en la que están en una especie de convoy y sólo queda un pedazo de cuerpo con sangre sobre un río prendido en llamas. Al final, le construyen esa especie de armadura negra que ocultará su cuerpo para siempre, lo que hace que su cuerpo funcione como un objeto a escondido en los otros episodios. Una idea va formando cuerpo: “¡Mi Dios, si le sacaran eso, se vería horrible! ¿Qué es lo que quedará de él?” Les hago una pregunta que hace al tema. Todos ustedes deben conocer a Dark Vador, ¿quién no recuerda el aaaahhhh…? Eso es lo que queda. Queda un aaahhhh, un soplo cuando habla. Quiere decir que desde que aparece en la imagen, incluso antes de que se lo vea, escuchamos un aaahhhh… y sabemos que el malo está cerca, nos aproximamos al objeto voz. Volvamos ahora a estas dos facetas del objeto: la mirada y la voz. Lacan es menos simple queLa Guerra de las Galaxias. Hará falta que exponga al menos dos cuestiones un poco difíciles. La primera, la tesis de Lacan es que la función de la causa en el ser humano está ligada a la categoría del objeto en tanto Lacan considera que el discurso de la ciencia se desentiende precisamente de la noción de causa. En el lugar de la causa, la ciencia ubica conexiones significantes, relaciones, leyes y ecuaciones. La función de la causa tiene gran importancia en el conocimiento espontáneo, el conocimiento en el lenguaje común, porque la causa es lo que viene al lugar del agujero, de la hiancia característica del deseo. Cuando se desea algo, se desea porque no se lo tiene. Una vez que se lo tiene, ya no se lo desea. O se lo sigue deseando, pero ya no es lo mismo. Hay, entonces, un estatuto fundamentalmente no-efectuado del deseo, un agujero. Al nivel de la conciencia lo llamamos causa. Así llamamos a ese agujero: a causa de. La causa da cuenta de la separación entre las palabras y lo real. Y además tenemos la tendencia de pensar que los significantes son la causa de lo real. Les daré un ejemplo político: habrán oído hablar del presidente de la república de Francia. Se llama Sarkozy y es muy crispado. Dijo recientemente: “El crecimiento será del cuatro por ciento” Y la gente le preguntó “¿Por qué?” “Porque yo lo digo”. Esa es la idea de causa: el significante causa lo real. Por lo tanto está ligada al deseo. No hay causa sino del deseo. Y el Sr. Sarkozy desea un crecimiento del cuatro por ciento. Él piensa que su deseo es una causa. Veremos. Les leeré un párrafo de Lacan: “Desde el momento en que el hombre habla, cree alcanzar lo real por medio del significante, cree que el significante comanda lo real según su propia causación interna”. Su propia causación interna es su deseo. Volvamos a la mirada y la voz. Son los dos objetos que despliegan de forma más clara la función de la causa. Lo hacen de un modo diferente, pero Lacan los elabora apoyándose uno en el otro y recíprocamente. Veamos primero la mirada. La mirada no es el ojo, no es la visión, ni tampoco la imagen. ¡Verán entonces, lo extraño que es este objeto! A propósito de la mirada, Lacan comienza hablando del ojo. Dice que es raro. ¿Se han dado cuenta que al nivel del órgano, el ojo es doble? Es un órgano que liga partes simétricas del cuerpo. Por lo tanto, hay una conexión entre el ojo y la simetría. El segundo punto consiste en plantear que el ojo está ligado a los espejismos, este es su primer funcionamiento. ¿Por qué dice eso? Porque la primera utilización del ojo es como espejo. Nuestro primer espejo es nuestro ojo. Es la primera vez que se ve una imagen. Por lo tanto, el ojo es un espejo y es un espejo particular porque puede verse en el espejo. Vemos nuestro espejo interno en el espejo externo. En su primera función de espejo se particulariza un rasgo: yo me elido de mí mismo, me veo a condición de no verme. El funcionamiento del ojo fabrica esta cuestión particular: toda nuestra relación visual está condicionada por el hecho de que nosotros desaparecemos de la escena. Y la cuestión es saber cuáles son los rasgos de esta primera función de espejo oculta, desparecida. Respecto de la voz, pasa lo mismo. Cuando hablo no me escucho. Exactamente como cuando veo, veo a condición de no verme. Entonces, son dos niveles que se apoyan en una neutralización del cuerpo. Lacan considera este lazo particular de la mirada con la noción de fascinación. Cuando se está fascinado con algo, el sujeto desaparece. Desaparece en lo que mira, claramente hipnotizado. Lacan dice que la función de la mirada implica que toda subsistencia subjetiva queda silenciada. Define la mirada como un punto cero otorgándole, además, un valor libidinal. Porque, por una parte, la mirada anula la disyunción entre el objeto a y la falta en el Otro. Eso quiere decir que cuando se está fascinado, cuando no se está en la mirada, neutralizo mi propia falta y también la del Otro. En el momento en que se está fascinado no se ve el defecto del Otro, por el contrario, no se ve ningún defecto en el Otro. Cuando ustedes se dan cuenta de que el Otro tiene un grano en la mejilla, o la nariz torcida, es el signo de que están un poco menos fascinados. La mirada tiene como característica neutralizar la falta, en ustedes y en el Otro. Es por eso que es un objeto particularmente agalmático que nos lleva a la contemplación, a la pacificación, y nos libera de la castración. En esto consiste el objeto mirada: no puedo ver lo que pierdo ni tampoco lo que el Otro pierde. Lo que pone en evidencia, de un modo un poco angustiante, que la mirada no es un velo que oculta y que entonces hace aparecer como un objeto. Esta vez, Lacan toma como ejemplo la mancha. La mancha concretiza lo que es el objeto mirada. Ubica al objeto en el exterior. Hay la interpretación de la mirada en tanto es lo que protege y entonces se está en comunicación fusional con el mundo, en la contemplación por ejemplo, pero el objeto a mirada no aparece. Aparece en la angustia, cuando la mancha los mira y ustedes no llegan a interpretar lo que ven, no pueden reducir esa cosa al sentido, ya sea un significante o una bella imagen. Cuando ese objeto resiste, entonces, ese es el objeto mirada. Es la parte de ustedes puesta en el exterior que los mira y que deviene real, que no está imaginarizada ni simbolizada. Hay un famoso ejemplo en Lacan, ejemplo raro por cierto, que se trata de un recuerdo de juventud: la historia de la lata de sardinas. A los dieciocho años, él, que es un fino pequeño burgués, se encuentra en un bote junto a pescadores bretones, verdaderos trabajadores. Está demás decir que no forma parte del grupo. Se le burlan un poco y, en un momento dado, al fijarse en un punto brillante en el agua, Lacan le pregunta a un pescador qué es eso y éste le responde: “¿ves esa lata? ¿la ves? Pues bien, ¡ella no te ve!”. Lacan se sorprendió de tal modo que treinta, cuarenta, cincuenta años después retoma esta anécdota. Notarán que no es tan común encontrarse con una lata de sardinas en el mar. En general, uno se encuentra allí con sardinas vivas. Es decir que se trata de un objeto bizarro que surge donde no debería estar. Y, en el fondo, la interpretación de esto es que la mancha es Lacan mismo. Nosotros también tenemos experiencias como esa cuando aparecemos en el Otro como una mancha. Surge el objeto mirada. Algo nos mira, nos vemos vistos, como una mancha. Terminaremos esta exposición con la voz. Lacan introduce la voz a partir de un ritual judío, el ritual del shofar, que es el cuerno del carnero que se sopla en algunas ocasiones y produce un sonido inédito. Para ir rápidamente, diremos que Lacan se apoya en el trabajo de otros analistas para hacer su demostración en la que llegará a la conclusión de que se trata de la voz de Dios, despegada de los fonemas. El shofar presenta la voz de una manera ejemplar, separada del significante. Es la voz separada de la utilización que se hace de la palabra. Lacan considera que es el bramido del toro muerto y el clamor de la culpabilidad. La voz bajo una forma separable es el ejemplo del shofar o el que les he dado –un poco menos solemne, por cierto– del aaaahhh… Es decir, la voz separada de la palabra, que indica algo perdido del lado del viviente, perdido a partir del momento en que se habla. Es la voz, entonces, separada de todo soporte. Esto es lo que hace que la mirada y la voz se sitúen cada una a un extremo de los objetos a. La mirada la ubica al comienzo porque justamente anula la separación del objetoa y es el punto cero de la distancia entre mi falta y la del Otro. En tanto que la voz es por el contrario un punto de infinitud que acrecienta la distancia entre mi falta y la del Otro y que se interpreta por medio de la culpabilidad. Quisiera darles dos ejemplos clínicos sobre la utilización de la voz y la mirada. Se trata de una paciente que se encuentra en el dominio psi, es psicoanalista, psicóloga y se encuentra concernida en el trabajo de la comunidad analítica. Un día –ella se encuentra en un momento bastante particular de su análisis– debe dar una exposición sobre el circuito de la demanda. Mientras se dirige a la conferencia, pone la radio y escucha una voz que reconoce como la voz de Lacan. Llega a dar su exposición y en un momento dado, de una forma inédita, escucha su propia voz. Ella se escucha hablar durante su exposición. Es decir que desaparece completamente. Ya no piensa más, continúa leyendo, se equivoca en el esquema que escribe en el pizarrón y no puede responder a las preguntas que le realizan. Al final de la conferencia, se encuentra con dos personas que hablan. La que organizó la conferencia felicita a la otra y a ella no le dice nada. Se pone muy mal. No puede dormir y comienza a realizar un trabajo de asociaciones de las cuales hay dos que son centrales: su abuelo paterno era cantante de ópera. Perdió su voz en la Segunda Guerra Mundial, cuando cayó prisionero. No pudo cantar más. Ella recuerda que en los almuerzos familiares todavía lo intentaba. También recuerda que, antes de partir a la guerra, había grabado unos discos de marca EMI, “La voz de su amo”, en los que se veía un perro escuchando un gramófono de cuerda. La otra asociación está referida a su padre, que ella caracteriza como alguien que juega sin cesar con las palabras, de forma un poco maníaca, pero que fundamentalmente no dice nada, es entonces una voz vacía. Vemos muy bien lo que le pasó. Lacan en la radio, la voz de su amo y ella deviene el perro que escucha. ¿Qué es lo que el perro escucha durante la conferencia? Su propia voz. El objeto perdido por excelencia, inscripto en la línea de la castración paterna. La voz perdida del abuelo que ella sigue escuchando en los discos y la voz ausente de su padre. Eso tiene para ella un efecto considerable, porque la inhibición que más la perturbaba era su dificultad para tomar la palabra en público. Lo que cae, en parte, con este descubrimiento, es que para ella hablar es la voz de su amo. Respecto de sus ojos, se trata de una paciente a la que, en su infancia, tanto sus padres como sus abuelos le alababan la belleza de sus ojos azules. ¡Ella era esos ojos! Esplendorosa, es lo primero que le dijo el hombre con el que se casó. Trae un sueño donde ella es los ojos en la sopa. En francés, cuando se ve grasa en el caldo se dice “hay ojos en el caldo”3. En el sueño, ella se prepara una taza de sopa y ve sus ojos. Se despierta. Aquí se comprende mejor la cuestión del espacio entre el ojo y la mirada. Se trata para ella de darle un lugar a la mirada, lo que implica perder la identificación con el oído. Ahora bien, en otra ocasión se encuentra en el tren leyendo a Lacan y ve enfrente de sí a una señora mayor que se prepara para descender en la próxima estación. Ve que a esta mujer, al hacer un esfuerzo enorme para incorporarse, se le caen las tijeras en el asiento. Le dice: “Señora, perdió sus tijeras”. La señora es muy mayor y no la escucha. Entonces, ella se levanta, toma las tijeras y se las da. La señora la mira a los ojos y le dice: “Usted tiene ojos. Y lee a Lacan”. Esto la deja boquiabierta. La mujer le hace una interpretación salvaje, pero tiene para ella un efecto inmediato. Del lado del tener, ella se dice: “Sí, tengo ojos”. ¡Lo que quiere decir que ella no es un ojo! Dicho de otro modo, su propia fetichización como ojo, ojo bello, que le impedía ver, lo recupera como tener. Pero tener buen ojo supone también no tenerlo, perderlo, como en el caso de la señora con sus tijeras. Naturalmente, no se le escapó que con las tijeras se hacen agujeros. Quise traerles estos ejemplos para demostrarles que lo que a veces aparece como demasiado abstracto en el texto de Lacan, es de hecho un punto de referencia fundamental para la clínica. Grosso modo, lo que Lacan llama objeto a, los objetos a, son nuestros modos de goce que se apoyan en una pérdida. | ||
Traducción: Candela Méndez Notas - 1- Conferencia realizada el 31/10/2007 en el auditorio del CCFC-UF Río de Janeiro (Campus Praia Vermelha) y publicada con la amable autorización de la autora. Publicada originalmente en francés en Arquivos Brasileiros de Psicologia, vol. 59, n. 2 y traducida al inglés enInternational Lacanian Review 5. 2- Lacan, Jacques. El Seminario. Libro10. Buenos Aires: Paidos, 2006, pág. 98. 3- N de T: En francés: “il y a des yeux dans le bouillon”. http://www.cieccordoba.com.ar/lunula/leermas17.html |
domingo, 29 de janeiro de 2012
LA LATA DE SARDINAS
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