sábado, 21 de janeiro de 2012

Las paradojas del progreso

por jalvarez 
"Vivimos en una época muy curiosa. Descubrimos con asombro que el progreso ha sellado un pacto con la barbarie". Sigmund Freud
Creo que es atinado comenzar por la lectura de un libro, sobre todo si la lectura de aquel texto puede hacer retomar las paradojas filosas olvidadas en los pliegues de la Industria Cultural. Fue escrito en 1934, se llama Técnica y civilización y su autor es Lewis Mumford. Entre las innumerables aporías que desmonta del progreso en la técnica de la civilización en sus diferentes estadios, hay algunas particularmente ejemplares. Pregunta si la máquina de escribir, el teléfono y el automóvil han desperdiciado más fuerza y sustancia de la que han ahorrado. Por ejemplo, si la velocidad en la locomoción expande el área sobre la cual las personas se ven obligadas -subrayo el término- a trasladarse. Entonces, la prisa injertada en el aparato inventado le permite un beneficio que inmediatamente le sustrae, pues se ha distanciado del lugar, ahora, residencial, donde fue llevado a vivir. En otras palabras, lo próximo adhiere a lo lejano del mismo modo que lo ínfimo a lo duradero. Para usar una bella expresión de Heidegger, El progreso desaloja.
Pero ¿el ahorro y el desperdicio quedan anulados? Es sabido que el desperdicio es más significativo que el ahorro. Es precisamente sobre este punto que podríamos preguntar en qué nos concierne a los psicoanalistas las paradojas del progreso, dado que llevamos a cabo una praxis que no está exenta de tal. El asunto se problematiza. Sabemos que Lacan comienza su enseñanza con la política del retorno a Freud, digo política pues la noción de progreso es consustancial a cierto psicoanálisis post-freudiano que intenta pulir el lado irreductible de su descubrimiento para adaptarlo a la prisa americana de circulación de saber y la cura que, como el tren, lleva y retorna rápidamente a las masas a sus lugares de trabajo.
Ahora bien, basta echar una ojeada a los Escritos para advertir que el imperativo del progreso -como en la paradoja automovilística de Mumford- vacía de originalidad al descubrimiento freudiano: desde la lógica retroactiva del tiempo hasta la aporía gramatical del Wo Es war que disuelve la aspiración de conquistar nuevos territorios residenciales del yo.
No es ocasión de recordar ahora la variedad de consecuencias que tal aserto desencadena, pero sí dejar indicado que el núcleo duro de nuestra práctica analítica progresa a contrapelo de la ilusión misma del progreso, que como una religión invertida o laica inserta la causa final en el origen. Nuestra civilización hipermoderna -el prefijo alude a la velocidad de transmisión- ha reducido el “síntoma a un trastorno”. A propósito dice Miller: “…del lado de lo real es tratado fuera de sentido por la bioquímica, por los medicamentos cada vez más ajustados. Del lado del sentido continúa existiendo como residuo y es objeto de un tratamiento de apoyo que toma dos formas, la de un acompañamiento, o control que acompaña el destino de dicho tratamiento, o una práctica con una escucha de puro semblante, protocolar, que se expresa en las terapias cognitivas conductuales”.(1)
No se trata de rechazar el discurso de la ciencia, sino de extraer las consecuencias, de lo que dicho discurso forcluye. Es indudable entonces, que el factor temporal entra en escena. ¿Pero de qué modo? Estamos concernidos en los últimos años por el sintagma el psicoanálisis y el debate contemporáneo. ¿Qué quiere decir esto? Por un lado, contemporáneo parece traducir a “actual”. No obstante, ¿podríamos escribir por ejemplo “Neurosis contemporánea”? Por otro lado, contemporáneo parece aludir al momento histórico que atraviesa la subjetividad de una época. La moda es el mejor ejemplo de lo que Heidegger supo llamar “la avidez de novedades”. ¿Qué es lo que triunfa en la escena del mundo, hoy?, se pregunta Miller. Y responde: “la terapéutica, es decir, la sustitución del síntoma por el trastorno. Es el intento de reducir el psicoanálisis a una terapéutica del psiquismo”.
“La terapia de lo psíquico -continúa Miller- es la tentativa profundamente vana de estandarizar el deseo para que haga marchar al sujeto al paso de los ideales comunes”,(2) en otras palabras, reducir su singularidad. Entonces, frente a esta promoción de la transparencia ilegible del trastorno que aspira a la avidez de novedades expresada en las clasificaciones de la clínica psiquiátrica y asociada a la técnica psicoterapéutica -Masotta decía una cierta moda, una cierta angustia-, es necesario regresar a la opacidad del síntoma que se sostiene en un “eso falla” legible en el dispositivo analítico.
“Que el síntoma instituya el orden por el cual se revela nuestra política, ahí está el paso que ella ha franqueado”(3). Es sabido que el discurso psicoanalítico no avanza de modo pacífico y sin tropiezos por los caminos que lo conducen a la progresiva conquista de lo real, tampoco se precipita por el sano interés de conocer. El despliegue de su discurso se opera por la interpretación de las resistencias siempre renovadas que se levantan ante su descubrimiento. ¿Cómo no recordar en este sentido los términos resto y escoria que Lacan tensa en el capítulo de los cuatro conceptos en relación al artículo del Internacional Journal of Pchicoanalisis de Thomas Szasz y su concepción de la transferencia, resumida en la fórmula obscena que dice “integridad del analista”?
Sabemos las consecuencias teóricas que tiene la susodicha integridad para la práctica analítica. Ahora bien, esta crítica de Lacan, ¿es meramente una referencia histórica ya agotada? ¿De un momento históricamente determinado del psicoanálisis que ya ha caducado? ¿O se trata de pensar qué lugar toma la escoria hoy en nuestro campo, precisamente definido siempre como en extinción? ¿Qué consecuencias tiene en nuestra praxis, y por lo tanto en la concepción y la dirección de la cura que sitúa su distinción respecto del campo científico? Es cierto que el psicoanálisis no es la ciencia, pero no es menos cierto que la materialidad del objeto del psicoanálisis es imposible a la formalización científica. De ahí que nos encontramos con el mismo asunto que Lacan respecto a la psicología del yo, pero con una diferencia. Lo diría así: la canallada o la cobardía de la psicología del yo consiste en su renovación. Se manifiesta -señala Eric Laurent- en una suerte de pretensión de consenso e “igualitarismo democrático” que equipara el lugar de analista y analizante. Hoy juega su partida con lo real de la ciencia, al poner al psicoanálisis a su servicio al “reintroducir la relación de objeto, desarrollando lo que llamó la organización límite de la personalidad”(4). Ahora se trata de la imposibilidad de un discurso, el científico, para dar cuenta de un objeto, con el agregado de que aquella imposibilidad es condición de posibilidad de nuestro discurso. Quiero decir que la ciencia no desconoce el objeto, no se trata de una simple denegación. La ciencia está en relación imposible con nuestro objeto.
Entonces, me pregunto: ¿cómo reintroduce la ciencia lo inextinguible de una presencia que sutura su falla? ¿Por qué no pensar que la imposibilidad segrega objetos antiguos con nuevos nombres: Panic Attack, bipolaridad, bulimia, gerenciamiento del stress , etc., etc.? ¿Pero acaso estos son nombres en el sentido estricto del término? Y en consecuencia, ¿son nuevos en cuanto capaces de fundar un nuevo origen? Se puede adivinar la respuesta: los presuntos objetos no nombran la dificultad, como si dijésemos el síntoma, sino que presentan la dificultad con el vocabulario de una solución, una cura epistemológica. Si se me permite la expresión, un despertar sospechoso, para recordar la frase de Lacan.
Se trata de la imposibilidad estructural del discurso científico sobre aquel objeto, en el momento que dicho discurso ocupa la posición de discurso dominante. Desde luego no aludimos a la mera denuncia. “Rechazar el real científico -dice Miller- es un camino de perdición que da lugar a todos los manejos psi. Hay que admitir que hay saber en lo real, pero al mismo tiempo es necesario plantear que en ese saber hay un agujero, que la sexualidad agujerea ese saber”(5).
De este modo, la ausencia de relación sexual invalida la noción terapéutica de salud mental. En otras palabras, los nombres de estas enfermedades actuales es la “cura” que provee la ciencia a su imposibilidad. Recuerdo la cita de Lacan: “La escoria apunta a esa verdadera regresión que puede producirse en el plano de la teoría del conocimiento psicológico, en la medida en que el analista se encuentra colocado en ese campo del que solo se puede huir. Entonces busca seguridad en teorías que se ofrezcan en el sentido de una terapéutica ortopédica, conformizante, procurando al sujeto a las concepciones más míticas de la happiness. Eso con el manejo sin crítica del evolucionismo ha creado el ambiente de nuestra época”(6) Para el psicoanálisis -lo sabemos como analistas- la salida es la invención. El “éxito” su fracaso.
Notas:
1-. J.A. Miller. Una fantasía. Revista Lacaniana de Psicoanálisis EOL Nº 3. Buenos Aires. 2006.
2-. J. A, Miller: Curso “Cosas de finura en Psicoanálisis”. 2008-2009. (Inédito).
3-. J.Lacan, Seminario 18 De un discurso que no sería de Semblante. Paidós, Buenos Aires. 2009, clase 12 de mayo 1971.
4-. J.A.Miller, Curar con el Psicoanálisis,"La renovación de la ego psychology" Extimidad Buenos Aires: Paidós 2010. pg. 291.
5-. J.A.Miller, “Una fantasía”, Revista Lacaniana de Psicoanálisis. EOL, Nº3 pg. 11, 12 y 13.
6-. J.lacan: Presencia del Analista “Los cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis”. Seminario XI. Ed. Barral, 1977, pg. 141 y 142.

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Publicado en:
Papers nº 4 - Boletín Electrónico del Comité de Acción de la Escuela Una - Scilicet
2011-2012

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