José R. Ubieto (Barcelona)
El ruido, en un espacio de silencio obligado como un concierto, un funeral o una conferencia, es una transgresión que puede resultar muy molesta si bien nuestra época, en general, soporta mal el silencio. Hay que señalar que no todos los silencios son iguales, hay el silencio voluntario que permite escuchar al otro y el silencio del que no puede romperlo por inhibición o vergüenza. Y hay también el silencio que no cesa de hablar, aunque su ruido sea perceptible sólo ocasionalmente.
A éste último, Freud lo llamó el “silencio de las pulsiones” para indicar cómo la pulsión es una manifestación psíquica interna que no descansa nunca y a la que el sujeto debe buscarle un destino. Destino que requiere de un objeto que vehiculiza esa satisfacción. La comida, sin duda, es uno de esos objetos que dibujan un circuito de va-y-viene donde los alimentos satisfacen ese empuje pulsional. Basta contemplar un bebé para darse cuenta que la comida, antes de tragarsela, describe todo tipo de recorridos alrededor de la boca. La pulsión es el conjunto de elementos que componen la escena: el empuje a la satisfacción, la boca como rodeo del agujero y por supuesto el objeto comida. El goce no reside sólo en tragar el objeto, sino en todo el circuito y en el hacer mismo que comporta recorrerlo.Hoy hay otros objetos donde realizar ese trayecto de satisfacción, que tienen que ver con la mirada y la voz. Los móviles y otros aparatos electrónicos, por ejemplo, son objetos “pulsionales” característicos de nuestro siglo XXI. Se adaptan muy bien al sujeto actual porque, como la pulsión, pueden funcionar sin parar. Se conectan al cuerpo físicamente (auriculares, vibración) como si fueran una prótesis que amplificase nuestra sensorialidad. Se escuchan, se tocan, se miran. e incluso se acumulan. En todas esas conductas hay un placer más allá de si tienen o no sentido y utilidad.
Por eso no es fácil, cuando estamos en un lugar público que exige un cierto silencio, “callar” este empuje y soportar el silencio “activo” de esa pulsión sin el recurso de un objeto. ¿Quién no ha experimentado la incomodidad de estos “incontinentes” enchufados a su móvil en un concierto, un vagón de tren o una reunión social?
Los nuevos gadgets se suman así a los otros objetos tradicionales: caramelos, chicles, pipas cuyo ruido nos habla de ese silencio pulsional que no cesa porque el cuerpo siempre exige satisfacción.
Autolimitarse en público, refrenar esa satisfacción, es un signo de “buena educación” que facilita la convivencia y nos permite disfrutar del placer de escuchar lo nuevo, sean ideas o manifestaciones artísticas.
Publicado en La Vanguardia. Cultura, sábado 14 de enero de 2012. Con la amable autorización del autor
A éste último, Freud lo llamó el “silencio de las pulsiones” para indicar cómo la pulsión es una manifestación psíquica interna que no descansa nunca y a la que el sujeto debe buscarle un destino. Destino que requiere de un objeto que vehiculiza esa satisfacción. La comida, sin duda, es uno de esos objetos que dibujan un circuito de va-y-viene donde los alimentos satisfacen ese empuje pulsional. Basta contemplar un bebé para darse cuenta que la comida, antes de tragarsela, describe todo tipo de recorridos alrededor de la boca. La pulsión es el conjunto de elementos que componen la escena: el empuje a la satisfacción, la boca como rodeo del agujero y por supuesto el objeto comida. El goce no reside sólo en tragar el objeto, sino en todo el circuito y en el hacer mismo que comporta recorrerlo.
Por eso no es fácil, cuando estamos en un lugar público que exige un cierto silencio, “callar” este empuje y soportar el silencio “activo” de esa pulsión sin el recurso de un objeto. ¿Quién no ha experimentado la incomodidad de estos “incontinentes” enchufados a su móvil en un concierto, un vagón de tren o una reunión social?
Los nuevos gadgets se suman así a los otros objetos tradicionales: caramelos, chicles, pipas cuyo ruido nos habla de ese silencio pulsional que no cesa porque el cuerpo siempre exige satisfacción.
Autolimitarse en público, refrenar esa satisfacción, es un signo de “buena educación” que facilita la convivencia y nos permite disfrutar del placer de escuchar lo nuevo, sean ideas o manifestaciones artísticas.
Publicado en La Vanguardia. Cultura, sábado 14 de enero de 2012. Con la amable autorización del autor
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