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02:12:00 , por jalvarez
Para comenzar a tratar este apasionante tema, quizás haya que aclarar que lo haremos desde la perspectiva de lo que denominamos la subjetividad contemporánea, subjetividad que está desplazada, conducida, cautivada en un movimiento poco resistible que la sumerge en la producción acelerada de un mundo que ha dejado la idea de la Naturaleza al campo del romanticismo, de la añoranza, en algunos casos de la nostalgia. Y ese modo de ubicarse hacia el pasado, implica que el futuro es por lo general considerado como de cuidado, de conservatorio, de reservas naturales, incluso de especies protegidas. La subjetividad moderna es la que está dominada por el mundo de las imágenes, las apariencias y la exhibición de las desgracias.
Podría graciosamente avanzar en palabras que apuntan a un paisaje apocalíptico, aún con la idea de que se trate del Apocalipsis confortable de las personas perdidas en los pequeños y grandes gadgets del mundo contemporáneo. Pero no, no me daré el gusto de angustiarme construyendo para el tema que hoy nos convoca una visión de que el mundo es lo imposible de soportar, bella definición del síntoma en psicoanálisis en relación a lo real. De todos modos no dejaremos de lado tampoco la preocupación que existe en notables grupos de la cultura frente a la idea de una ciencia bulímica y de científicos, quizás más que de científicos, de corporaciones económicas o de poder desprovistos de criterios éticos de aplicación. En definitiva el Apocalipsis como representación existe desde siempre, aunque obviamente los medios y los agentes de su realización han ido cambiando.
La misma estructura del saber y el alcance obtenido por él, junto con la difusión de sus consecuencias, puede angustiar de tal modo que en realidad no hace tanto, menos de 100 años, grandes cantidades de personas se suicidaron ante la noticia de que el cometa Halley chocaría contra la Tierra. Ni hablar de la invasión extraterrestre magistralmente relatada en la radio por Orson Welles que produjo una agitación en la opinión pública norteamericana, cuyas dosis de creencia en el Otro la hacen una sencilla masa moldeable para los mejores y los peores fines. Tenemos ahí quizás ejemplarmente ubicado el lugar del sujeto, enfrentado a su propio vacío, al culto de su propia autenticidad, de su propio desarrollo, de su expansión y de su autorreferencia. Ese sujeto claramente distinguido en esa sociedad que en mayor o menor grado se divulga en las sociedades vecinas, exige un deber, el de vivir y el de gozar, con tanta fuerza que incluso es lo que hace que en las sociedades avanzadas vaya despareciendo por ejemplo el derecho a reventar gustosamente con los propios vicios. No es que yo sea un defensor del tabaquismo, entiendo que la otra cara de esta moneda tiene a los que dicen que reviente si quiere, yo tengo el derecho al aire puro. Que sabemos que es una ficción ya que el smog que respiramos en las grandes ciudades y especialmente en Corrientes y Talcahuano parece ser de las peores concentraciones del mundo. Pero, he dicho que no me voy a tentar en seguir la larga lista que implica la contaminación, la locura que señala la dificultad de una sociedad que no sabe que hacer con los restos de su producción, y aún peor la nuclear. Pero que, no seamos ingenuos tampoco, ya que el exceso en la producción también es respuesta a un exceso en las demandas del consumo, con su apetito insaciable. Hay más un gusto por los objetos nuevos que por los tradicionales, y hay verdaderas comunidades consumistas, es decir, que comparten su modo de gozar en una verdadera soledad donde cada uno puede encontrar en la manifestación del desamparo igual al suyo un consuelo identificatorio, como lo que se ve en los Reality shows.
Pasemos entonces a la cuestión de la tecnología genética.
Hace algunos años hemos realizado una investigación, cuando recién comenzaba en nuestro país a difundirse el uso de la fertilización asistida, un tema candente en la sociedad, con efectos de orden práctico en la vida de las familias.
Hace algunos años hemos realizado una investigación, cuando recién comenzaba en nuestro país a difundirse el uso de la fertilización asistida, un tema candente en la sociedad, con efectos de orden práctico en la vida de las familias.
En ese momento, mi interés apuntaba a la diferenciación que el psicoanálisis hace en cuanto a la pregunta por el padre, al diferenciarlo del genitor. Y era evidente que tanto el tema de la natalidad controlada, la fertilización asistida y, ahora agregamos la genética reproductiva, señalan la disyunción, el clivaje que existe en los seres parlantes entre el encuentro sexual y la reproducción.
Por supuesto que quiero hacer la salvedad de que sería absurdo reducir el apasionante tema de la genética a la clonación de humanos.
Obviamente sería desconocer el singular avance que implica el uso de la genética en medicina, en la terapéutica precisamente. Y quizás nos convenga seguir el camino del australiano Alan Trounson que, válganos el chiste, es uno de los padres de las técnicas de fertilización asistida, y que se dedica ahora a la investigación de las stem cells, células que, recogidas en los primeros estadios del desarrollo del embrión -tomado a su vez de los que se descartan en la fecundación in vitro-, tienen la potencialidad de generar prácticamente todos los tejidos del organismo. Al venir a Buenos Aires hace un par de meses explicó que era posible crear carne de corazón para sanar enfermedades cardíacas, y decía: Creemos que también vamos a poder curar la ceguera, la diabetes, enfermedades del sistema nervioso como el Parkinson y el Alzheimer, la fibrosis quística.
¡Quién podría estar en contra de semejantes prodigios!, más los que se aseguran en no muchos años más acerca de la curación de distintos tipos de cáncer.
Y esto sólo para mencionar algunos cuantos usos de la tecnología genética.
Pero hay temor, hay malestar, los ejercicios con las razas en el siglo pasado hacen suponer que será la genética el malo de la película que creará los especimenes que Aldous Huxley ya contaba en las primeras décadas y que nos angustiaron hasta enterarnos que se trataba de su metáfora anticomunista. Pero la advertencia no es en contra de los avances científicos sino de su uso por los aparatos de poder, sea el político o el económico corporativo. Crear ejércitos de clones ha sido uno de los temores. Absurdo, quién precisa ejércitos de personas que pueden ser destruidos por un puñadito de aviones. O como decía irónicamente Saramago en una entrevista por internet que le realizaron a propósito de la salida de su libro El hombre duplicado: “Si ya somos seis mil millones de personas en el mundo. ¿Me puede decir para qué sería útil clonar más gente?”
El acento que la sociedad puso hace algunos años en la fertilización asistida se ve desplazado hacia la terapéutica, de los embriones congelados para el primer uso, y, que ya sabemos, los éxitos son muy inferiores a los fracasos, resulta que esos embriones que eran descartados pueden ser mucho mejor utilizados en la terapéutica existente y por venir.
Durante el siglo XX, con el auge de los desarrollos sociales, se produce una filosofía humanista de la tecnología, que identifica la tecnología moderna con el ámbito de la producción y uso de artefactos materiales, que incluye tanto los procedimientos, métodos y procesos implicados como los artefactos mismos. Y por supuesto la advertencia que realiza esta corriente es que el desarrollo de la tecnología moderna va en contra de los grandes logros culturales y pone en peligro los valores humanos superiores e incluso la misma esencia del hombre. Y se promueve un programa filosófico que no sólo desconfía de la tecnología sino que va dirigido a frenar o interrumpir el desarrollo tecnológico. Carl Mitcham es unos de sus defensores. Tenemos luego la corriente contraria, quien con Bunge a la cabeza, no sólo defiende que el desarrollo tecnológico no representa ningún peligro para la cultura, sino que es la clave del progreso humano.
La interpretación de la filosofía apunta a integrar la ciencia y la técnica como componentes de la cultura occidental contemporánea, y se aparta con John Dewey, por ejemplo, de la reducción de la tecnología al ámbito de los artefactos materiales, para considerarla como el conjunto de las capacidades humanas, incluidos los desarrollos tan culturales como el lenguaje, la lógica y la filosofía como las formas de organización social y política.
Después de la segunda mitad del siglo XX asistimos al desarrollo de las tecnologías como formas de vida, en tanto las innovaciones tecnocientíficas han modelado las formas de vida, tanto en los entornos materiales como en los interpretativos y valorativos. Incluso se habla de tecnociencias dejando de lado completamente la separación entre ambas.
Es verdad que todo ese desarrollo ha producido otras complicaciones. Manuel Medina en un texto muy rico llamadoCiencia-tecnología-cultura del siglo XX al XXI, ha caracterizado a las innovaciones tecnocientíficas como la proliferación de híbridos. Estos surgen del embrollo de las divisiones esencialistas y consisten en los productos del entramado de ciencia, tecnología, política, economía, naturaleza, derecho y por supuesto ética. Cuando esos híbridos se producen, se implantan, comienzan a alzarse en su contra las voces éticas desde diversos ámbitos, desde la misma ciencia, desde la política, la sociedad, la moral, la religión y la cultura.
¿Cuáles son los híbridos más habituales hoy?: los implantes electrónicos en el cerebro, la clonación de animales, la congelación de embriones humanos, las píldoras abortivas y postcoitales, el Viagra, los psicofármacos como el Prozak, los entornos de realidad virtual producidos por las computadoras, Internet, etc., etc. Pero ¿en qué punto de nuestra vida no están más o menos presentes?
Se evapora la demarcación entre naturaleza, tecnociencia y cultura como sistemas cerrados del objetos puros y estos a su vez se van delimitando mutuamente.
En esta época del Proyecto Genoma Humano se puede pensar a la naturaleza como un objeto manufacturado y tanto la ingeniería genética y las biotecnologías están dando paso a una naturaleza extraída del laboratorio y transformada en real, en la que se instaura también un conservacionismo ecológico dirigido no sólo a preservar sino a mejorar las especies existentes.
En definitiva ¿qué lugar ocupa el saber en la ciencia?
Después de lo que venimos planteando podemos entender que la ciencia no es una lectura de la naturaleza sino que el saber de la ciencia se pone en el modo de determinar lo real. Es decir, que ese discurso no solamente implica que se pueda acceder a lo real sino que lo toca, lo transforma. En lo que hace a la genética humana se dice que los avances no tocarán al hombre y ya sabemos cómo los toca y tocará. Sabemos también que ni los comité de ética ni las leyes detienen la proliferación de sus objetos humanos.
De lado del psicoanálisis
No necesitamos darle un tono trágico de lo que sucede, en todo caso ver cómo es la intervención de los analistas en el concierto de los modos de vida que signan a cada época.
No necesitamos darle un tono trágico de lo que sucede, en todo caso ver cómo es la intervención de los analistas en el concierto de los modos de vida que signan a cada época.
Lacan en todo caso ha puesto siempre el acento en el aspecto cómico e incluso sería más del lado del chiste por donde se podría encontrar las salidas.
¿Pero las salidas a qué?
El discurso de la ciencia daría la ilusión de un dominio de lo real o que incluso se dude de lo real, si planteara que el saber y lo real son lo mismo. Para el psicoanálisis, lo que orienta su práctica es lo real en cuanto es el síntoma, aquello de lo que se sufre, que no se lo reduce a ser un saber en lo real sino un sentido en lo real.
El discurso de la ciencia daría la ilusión de un dominio de lo real o que incluso se dude de lo real, si planteara que el saber y lo real son lo mismo. Para el psicoanálisis, lo que orienta su práctica es lo real en cuanto es el síntoma, aquello de lo que se sufre, que no se lo reduce a ser un saber en lo real sino un sentido en lo real.
Pero no voy a adentrarme más en esto sino para verlo desde un lado más bien cómico.
Tomemos el cuco de esta historia, y pensemos en quienes podrían ser los posibles candidatos para la clonación de las personas. Pensemos en las parejas que desean tener un hijo pero por algún motivo no pueden, por ejemplo uno de sus miembros es infértil, o que se trate de dos individuos del mismo sexo. Supongamos que como no pueden tener hijos por las vías conocidas, no es necesario que las comente, se decidan por la clonación. ¿Se pondrán tan fácilmente de acuerdo acerca de quién de los dos tendrá su réplica? ¿Me clonan a mi o te clonan a vos? No quisiera imaginar el momento en el que tengamos que recibir en el consultorio a personas que aparezcan con esa inquietud. Yo quisiera que sea ella, porque no quiero traer al mundo a alguien tan inseguro como yo. O tan miope. O al revés, sujetos tan narcisistas que quieran tenerse a sí mismos varias veces, o incluso como he escuchado contar que existe un banco de espermas de los premios Nóbel para reproducir y reduplicar a los genios. Especialmente porque hacen existir un banco de genios al suponer que una humanidad con muchos como ellos sería mucho mejor que la actual.
O supongamos un hombre que ama a una mujer, ¿por qué no querrá tenerla, pero unos años mas joven?
La dimensión de lo cómico que suscita este modo de plantear las cosas, obviamente señala al falo, que a esta altura parece un pequeño apéndice excedente del cual podemos olvidarnos para la reproducción humana.
Como decíamos al comienzo esto tiene una razón, la disyunción entre lo real de la sexualidad humana y la reproducción animal no hace mas que repercutir en la ausencia de una pulsión reproductiva en el inconsciente. Y como allí hay un agujero fundamental, entonces algo viene en su lugar a no dejar de escribirse.
Para el psicoanálisis es el síntoma es eso que viene en ese lugar, con un lado de regularidad, de ley que es particular a cada sujeto y un aspecto real, también propio de cada quien. Hay para cada uno de lo sujetos que hablan un síntoma, y eso quiere decir que al nivel de la especie hay un saber que no está inscripto en lo real. Y ese saber que no está escrito en lo real es el saber que concierne a la sexualidad, con la que cada uno se las arregla como mejor puede. Y en ese devenir, algunos la pasan mejor que otros.
Al nivel de los animales está el instinto que dirige de forma invariable y típica hacia el partenaire para cada especie. A nivel del deseo, en los parlantes se verifica que es más una pegunta, es más bien la perplejidad que cada uno tiene sobre el problema. Y sabemos que al nivel de la pulsión no hay nada que de una seguridad al nivel de lo sexual en cuanto al Otro.
Si hay síntoma no hay un saber en lo real que concierne a la sexualidad.
¿Cómo es posible captar en la experiencia analítica la ausencia de saber en lo real? Se nota fundamentalmente en los relatos que escuchamos, que ubican en cada caso, en cada sujeto aquello que implica como función determinante en su vida, un encuentro azaroso que lo marca y se puede decir eso no estaba escrito, no estaba previsto. Un mal encuentro por el que alguna instancia estalla, y luego en sus relatos el sujeto le atribuye la causa de su orientación sexual, o su falta de elección sexual. Pero también se capta que ha habido ciertas palabras que se cargan de libido, que atraen libido y que hacen a un sujeto decidir los investimentos fundamentales que condicionan luego los modos en los que se relacionará sexualmente. Y luego cómo el goce sexual se presenta bajo las especies del traumatismo. O sea, como no preparado por el saber, como no armónico con lo que estaba ahí.
¿Cómo es posible captar en la experiencia analítica la ausencia de saber en lo real? Se nota fundamentalmente en los relatos que escuchamos, que ubican en cada caso, en cada sujeto aquello que implica como función determinante en su vida, un encuentro azaroso que lo marca y se puede decir eso no estaba escrito, no estaba previsto. Un mal encuentro por el que alguna instancia estalla, y luego en sus relatos el sujeto le atribuye la causa de su orientación sexual, o su falta de elección sexual. Pero también se capta que ha habido ciertas palabras que se cargan de libido, que atraen libido y que hacen a un sujeto decidir los investimentos fundamentales que condicionan luego los modos en los que se relacionará sexualmente. Y luego cómo el goce sexual se presenta bajo las especies del traumatismo. O sea, como no preparado por el saber, como no armónico con lo que estaba ahí.
La constancia que captamos en esos casos es la contingencia. La constante es la misma variabilidad. Y la variabilidad es que no hay un saber preinscripto en lo real en este sentido. Y es la contingencia la que decide el modo de goce de un sujeto.
¿La genética es ética?
Como lo plantea Alejandro Tomassini Bassols en su estudio Genética, sociedad y filosofía, es que la determinación de los individuos no es un fenómeno nuevo. La única diferencia es que ahora puede hacerse con mayor pulcritud y de manera más efectiva. Bien, tiene razón. Pero, ¿acaso la contingencia queda reducida a la necesidad o al simple anhelo? De hecho, no hay saber que logre reducirla. Recuerden la película La mosca y ahí tenemos el ejemplo de la contingencia elevada al sujeto-mosca.
Como lo plantea Alejandro Tomassini Bassols en su estudio Genética, sociedad y filosofía, es que la determinación de los individuos no es un fenómeno nuevo. La única diferencia es que ahora puede hacerse con mayor pulcritud y de manera más efectiva. Bien, tiene razón. Pero, ¿acaso la contingencia queda reducida a la necesidad o al simple anhelo? De hecho, no hay saber que logre reducirla. Recuerden la película La mosca y ahí tenemos el ejemplo de la contingencia elevada al sujeto-mosca.
¿Habrá cambios en las familias a partir de la técnica genética aplicada a la reproducción humana? Sí, seguramente. ¿Serán cambios aterradores? No lo creo. Dependerán también de la contingencia.
Freud entiende que la familia es el Edipo y el motor es la castración. Cada uno, clonado o no, tiene que vérselas con ese lazo y la misma neurosis infantil es la construcción que el sujeto inventa para responder al enigma que le impone la relación de los padres. La novela familiar implica el ciframiento en el que se presentifican los deseos del padre y de la madre. La catástrofe se presenta cuando, por las vías más supuestamente normales un hijo es el producto de un no-deseo.
El nombre del padre no tiene que padecer la ausencia de la persona, a veces se padece de una excesiva presencia, como cuando el padre impide a la madre ocuparse de sus hijos. El que deberá advenir como sujeto, aún nacido por la intermediación de la ciencia, deberá ubicar en la estructura del Otro, el deseo que lo ha generado, y hacerse responsable de él. Lo que no coincide con el nacimiento y, por lo tanto, es evidencia de que los genitores pueden ser sustituidos.
Lacan ha desplazado la cuestión de la pareja conyugal, el padre y la madre, al vínculo entre un hombre y una mujer. Y es donde ubica el abismo, ese vacío que señala la falta de proporcionalidad entre los sexos.
Cuando señaló en los años ‘60, que la fuerza de la costumbre podría llevar a inseminar artificialmente a mujeres en sedición fálica con el esperma de un gran hombre, no se trataba necesariamente de la concepción de una reivindicación fálica típica en la histérica, ni la reivindicación de los sujetos sadianos a gozar como les parezca a partir de un derecho universal a todo. Pensamos que pudiera tratarse del anuncio, de una profecía de un brutal intento de retorno del sometimiento del goce femenino a un fundamentalismo. De hecho lo hemos visto en los últimos años. Pero imaginemos un fundamentalismo que tenga como objetivo, por ejemplo, la instalación de una raza de grandes hombres. Eso no sería un problema específico de las mujeres, ni de los padres, ni producido por la tecnología genética. Y si algo de histeria hay en esto, es porque sabemos cómo históricamente ha sido objeto de sacrificios y persecuciones, hasta que Freud descubrió el modo de escucharla, lo que hizo disminuir parcialmente ese efecto.
Si es el goce femenino el rechazado, en tanto es la clara expresión de la falta de proporción en la sexualidad humana, ni la ignorancia, ni el desvarío de la mirada, ni la ignorancia ni la impugnación a la ciencia, pueden cambiar un ápice lo que una decisión política permite sostener.
Para hallar alguna respuesta el análisis de los sujetos podrá unir en sus consecuencias lo que le ofrece la lógica colectiva y lo que la acción analítica logre efectivizar en el concierto social.
Lacan se preguntaba muy al comienzo de su enseñanza: ¿Por qué no hablan los planetas? En principio no lo hacen porque se desplazan y reaparecen siempre en el mismo lugar. Pero nosotros los hemos hecho hablar. Nosotros los hemos hecho hablar, y sería un gran error no preguntarnos cómo es esto posible. Durante muchísimo tiempo y hasta una época muy avanzada, les quedó el residuo de una suerte de existencia subjetiva. Nunca se sabe lo que puede ocurrir con una realidad, hasta el momento en que se la ha reducido definitivamente inscribiéndola en un lenguaje. Sólo se está definitivamente seguro de que los planetas no hablan a partir del momento en que se les ha cerrado el pico, o sea, a partir del momento en que la teoría newtoniana produjo la teoría del campo unificado, y bajo una forma que se completó después pero que ya era perfectamente satisfactoria para todas las mentes humanas. La teoría del campo unificado está resumida en la ley de gravitación, que consiste esencialmente en que hay una fórmula que mantiene todo esto unido.
Ahora podemos preguntarnos. ¿Hablan los genes?
El problema de saber si hablan no queda resuelto por el sólo hecho de que no responden aunque tienen un lenguaje. No estamos tranquilos: un día algo puede sorprendernos. No caigamos en el misticismo, decía Lacan, no acabaré diciendo que los átomos y los electrones hablan. ¿Pero, por qué no? Todo es como si. En todo caso, la cosa se demostraría a partir del momento en que comenzaran a mentirnos. Si los átomos nos mintieran, si se las dieran de listos con nosotros, quedaríamos justificadamente convencidos.
El problema de saber si hablan no queda resuelto por el sólo hecho de que no responden aunque tienen un lenguaje. No estamos tranquilos: un día algo puede sorprendernos. No caigamos en el misticismo, decía Lacan, no acabaré diciendo que los átomos y los electrones hablan. ¿Pero, por qué no? Todo es como si. En todo caso, la cosa se demostraría a partir del momento en que comenzaran a mentirnos. Si los átomos nos mintieran, si se las dieran de listos con nosotros, quedaríamos justificadamente convencidos.
La comunidad analítica tiene una función para cumplir en un trabajo que excede los límites del consultorio, así como la comunidad científica emerge de los límites del laboratorio.
Hay una voz en cada disciplina que debe ser escuchada, dando razones, encontrando argumentos, oponiendo posiciones, en una palabra, dando una orientación contra el silencio.
(*) Publicado en Analítica del Litoral Nº 10, Diciembre 2006. Publicación de la EOL Sección Santa Fe, UNL Ediciones.
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