quinta-feira, 22 de dezembro de 2011

"El encuentro con un psicoanalista"




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Los excesos en la actualidad


por Verónica Berenstein



A veces ocurre que, inesperadamente, surge un malestar que se presenta en “mayor medida” a la esperada o tolerada por la persona e interfiere en la vida cotidiana.
En el intento de especificar lo que ocurre, pueden surgir diversas cuestiones: sensaciones que invaden el cuerpo, profusión de pensamientos que no se detienen, sentimientos desagradables, ideas raras que nos invaden, angustia, miedos...
Otras veces se localiza el origen en el entorno: una exigencia desmedida en el ámbito escolar o laboral, algún desajuste en el entorno social o familiar, o alguna decepción respecto a lo anhelado.
Es decir: hay una irrupción de un padecimiento excesivo que no logramos apaciguar, limitar o encauzar.
El encuentro con un psicoanalista en alguna de estas encrucijadas puede permitir, más allá de ubicar las causas, crear un modo singular de transitar lo que ocurre, elegir modos de hacer más satisfactorios y menos limitados.
En otra época, había instancias claras que frenaban o enmarcaban ciertos excesos. En las familias, generalmente estaba el padre que mandaba, reglamentaba y sostenía un ordenamiento. Y, si por alguna circunstancia éste no estaba, esa función la encarnaba algún otro familiar o persona allegada, o, inclusive, algunas instituciones, como ser la escuela, a través de un maestro, o en el trabajo, algún jefe, etc. Había alguien que marcaba claramente lo que estaba permitido y lo prohibido.
Los malestares subjetivos, entonces, tenían relación con esta interdicción, con la represión, la ley, que había sido instalada y se sostenía socialmente. Surgían en función de cómo satisfacer ciertos deseos en relación a estos caminos trazados. Las angustias, los síntomas en el cuerpo, las inhibiciones, las insatisfacciones, directa o indirectamente, apuntaban a aquella figura que sostenía este ordenamiento.
Hoy día, esta instancia ordenadora, que impedía algunas cosas y vehiculizaba otras, ya no se encuentra del mismo modo. Las figuras que representan la imagen paterna, la autoridad, el sostén, están muy debilitadas. No sólo en aquellas familias en las que no hay un padre, sino en lo social mismo: los maestros, los líderes, el barrio, etc. ya no tienen la influencia y atribuciones que tenían en otro momento.
Así es que, las personas actualmente, no sólo no están sujetas a ordenamientos o interdicciones claras, sino que, por lo contrario, hay un mandato a traspasar los límites, a desconocerlos. Así como antes había una represión de la satisfacción, ahora hay un empuje a buscar siempre más: más placer, más tiempo, más objetos. Es decir, hay un impulso hacia lo ilimitado.
¿Acaso el “stress” tan extendido en nuestros días, la ansiedad, el insomnio, el niño hiperquinético, no son algunas formas de presentarse este exceso que el sujeto no puede tramitar de otro modo? ¿Y la amplísima gama de adicciones tan difundidas actualmente, no son la presentación, la puesta en juego, justamente, de un exceso difícil de frenar?
Asistimos desde nuestro entorno a una oferta permanente y excesiva de objetos que empujan a este “goce sin freno”.
Por ejemplo, en el consumo de sustancias como el alcohol o las drogas; así como antes se prohibían, hoy se las estimula con la promesa de la desinhibición, de la euforia, de la pérdida de la vergüenza o de la tristeza.
O en la esfera sexual; antes había una represión de la sexualidad, hoy día hay una incitación a ella, de diversas maneras, una de las cuales es a través de medicamentos que son ofertados para tener un rendimiento sin fisuras, una performance asegurada sin posibilidad de fracaso y un placer ilimitado.
En esta misma lógica, la de borrar los obstáculos y seguir funcionando, hay otros medicamentos que también apuntan a tal fin: hay para dormir, para despertar, para tener más energía, para estar más calmado, etc, etc.
Sin embargo, estos modos de tratar de superar los malestares desconociendo los obstáculos propios de cada coyuntura y de cada sujeto, dejan un resto que no se asimila, que tarde o temprano retorna de alguna manera, y que tiene que ver con lo más singular de cada uno.

El encuentro con un psicoanalista ofrece otro camino posible. A través de la palabra, se tratará de localizar lo que está en juego en cada sujeto, lo particular de cada quien, para poder tener otra relación con lo que a cada uno le pasa y en relación a los otros, y separarse de este mandato contemporáneo que empuja a lo ilimitado.
Lejos de tratar de reinstalar aquella figura de autoridad que hoy está en decadencia, se apuntará a crear una manera nueva y singular de hacer algo con aquello irreductible que se repite y que nos hace padecer. Es decir, se tratará de inventar algo nuevo.
Verónica Berenstein

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