domingo, 8 de abril de 2012

El principio de imprevisibilidad

Graciela Brodsky.

Así como la conferencia anterior sobre al disimetría se refería fundamentalmente a la transferencia, la que tengo preparada para hoy sobre la imprevisibilidad se refiere más bien al tiempo y a la interpretación.
Mi hipótesis sobre la imprevisibilidad en psicoanálisis puede considerarse en realidad como un caso particular de una de las leyes de Murphy, que dice "nada sucederá como está previsto". En el contexto de las leyes de Murphy, este principio no es mas que un corolario de la ley numero uno, que dice que "si algo puede salir mal, saldrá mal".
Por el contrario, mi interés es indicar que a menudo si en el psicoanálisis nada sucede como estaba previsto, es que las cosas andan bien.
Comenzaré haciendo algunas precisiones terminológicas.
La previsión es una operación sobre el tiempo, en especial sobre el futuro. Es una anticipación del futuro en el presente. Hay un cuento de Macedonio Fernández sobre la imprevisibilidad que me gusta especialmente. Se llama "Cirugía psíquica de extirpación". Allí, a través de las desventuras del herrero Cósimo Schmitz, Macedonio ironiza sobre la terapéutica, encarnada en el especialista Jonatan Demetrius, que logra cambiar el pasado a gusto del consumidor, y el doctor Desfuturante, que consigue borrar la anticipación del futuro.
Leeré algunos párrafos, para entrar en clima:
Se ve a un hombre haciendo su vida cotidiana de la mañana en un recinto cerrado. Es el herrero Cósimo Schmitz, aquel a quien en célebre sesión quirúrgica ante inmenso publico le fue extirpado el sentido de la futuridad, dejándosele prudentemente, es cierto [...] un resto de perceptividad del futuro para una anticipación de ocho minutos. Ocho minutos marcan el alcance máximo de previsibilidad, de su miedo o esperanza de los acontecimientos. Ocho minutos antes de que se desencadene el ciclón percibe el significado de los fenómenos de la atmósfera que lo anuncian, pues aunque posea la percepción externa e interna, carece del sentido del futuro, es decir de la correlación de los hechos. Siente, pero no prevé.
Contémplenlo, levantarse con agrado, lavarse, preparar el mate: luego se distrae con un diario, mas tarde se sirve el desayuno, arregla una cortina, endereza una llave, escucha un momento la radio, lee unos apuntes en una libreta, altera ciertas disposiciones dentro de la habitación, escribe algo, alimenta a un pájaro, se queda un momento aparentemente adormilado en un sillón; luego arregla la cama y la tiende; llega el mediodía, ha terminado su mañana.
Sacuden fuertemente su puerta y la abren con ruido de fuertes llaves y se le aparecen tres carceleros o guardias que se apoderan violentamente de el, pero sin resistencia. (Comprenderéis, que la mañana cotidiana que estaba pasando transcurre en un calabozo).
Nada hacia preverlo, es el efecto sorpresa, el efecto inesperado que Macedonio Fernández introduce para hacernos participar de la imprevisibilidad que padecía el pobre Cósimo Schmitz.
Continúo:
Se queda muy asombrado y sigue donde ellos lo llevan; pero al punto de entrar en un gran salón se presenta en su espíritu la representación detallada de una sala con jueces, un sacerdote, un médico y parientes, y a un costado la máquina de electrocución. En ese lapso de los ocho minutos de futuro previsible, recuerda y prevé que se le había notificado la sentencia de muerte el día antes y que aquella máquina lo esperaba para ajusticiarlo.
Recuerda también que tiempo atrás, cierta tarde recurrió a un famoso profesor de psicología para que le extirpara el recuerdo de ciertos actos y más que todo, el pensamiento de las consecuencias previsibles de esos actos: había asesinado a su familia y quería olvidar el posible castigo. ¿Qué ganaría con huir si el temor lo turbaba incesantemente?
El famoso especialista no había logrado producir el olvido, pero si reducir el futuro a un casi presente. Y Cósimo andaba por el mundo sin sentido de la esperanza pero sin sentido del temor.
El futuro no existe, no vive para Cósimo Schmitz, el herrero. Ausente el futuro, el pasado también palidece, porque la memoria apenas sirve; pero ¡qué intenso, total, eterno el presente, no distraído en visiones ni imágenes de lo que ha de venir ni en el pensamiento de que enseguida todo habrá pasado [...]
Agotados los ocho minutos de previsión, percibe la actualidad de que están atándolo a la máquina, pero no prevé el minuto siguiente en que será fulminado [...]
Como el terror vive de lo que ha de suceder, agotado el turno de ocho minutos de previsión, se queda sonriente, tranquilo, sentado en la silla eléctrica y en ese estado es fulminado.
[...]
Yace Cósimo Schmitz muerto, y quince días después el Tribunal hace la declaración rehabilitante siguiente:
Un conjunto de fatalidades sutilísimas que ha obnubilado la mente de este tribunal lo ha hecho caer en un tremendo error. El infeliz Cósimo Schmitz era un espíritu inquietísimo y afanoso de probar toda novedad mecánica, química, terapéutica, psicológica que se da en el mundo. Y así fue que un día se hizo tratar, hace quince años, por el aventurero y un tiempo celebrado sabio Jonatan Demetrius, que a pesar de su cinismo en efecto había hecho un gran descubrimiento en histología y fisiología cerebral y lograba realmente por una operación de su creación, cambiar el pasado de las personas que estuvieran disconformes con el propio.
A su consultorio cayó el ávido Cósimo Schmitz, ¡infeliz! Protestó por su pasado vacío y rogó a Dimitrius que le diera un pasado de filibustero de lo mas audaz y siniestro, pues durante cuarenta años se había levantado todos los días a la misma hora en la misma casa, había hecho todos los días lo mismo y se había acostado todas las noches a igual hora. Estaba, pues, enfermo de monotonía total del pasado.
De allí salió con la conciencia de haber sido el asesino de toda su familia, lo que lo divirtió un tiempo pero después se le tornó atormentador.
Es así como llegó a ver al Doctor Desfuturante.
Confiesa pues el tribunal que "si Cósimo Schmitz fue un total equivocado en sus aventuras quirúrgicas, mas lo ha sido el tribunal en la investigación y sentencia del terrible e inexistente delito"
Pobre Cósimo Schmitz, pobre Tribunal.
Vivir en el recuerdo lo que no se vivió nunca en emoción ni en visión, tener un pasado que no fue un presente. Oh! Aquel día, con qué pavor y delicia apretó el arma. ¡Toda su familia! Hasta los cuarenta años un pasado, ahora otro, la memoria de otro ser bajo las mismas formas del cuerpo.
Jonatan Demetrius, enamorado de toda felicidad, plástico de las dichas, de dar recuerdos amorosos a los que fueron presentes de lágrima, con suave ciencia y dulce ternura se ingeniaba en la adivinación de cada alma
-Que es lo que usted desea? Y le leía a Cósimo la paginas mas terribles del filibustero Drake, de Morgan, o del amante de la Recamier.
-Yo preferiría haber sido...
-Lo será.
Pobre Cósimo Schmitz ¿no habrá una tercera cirugía, después de dos tan siniestras, que lo resucite?
Ah, no –exclama Terapéutica-, nuestro oficio es de infalibilidad, no nos incumbe disimular las fallas de los tribunales de justicia.
[...]
Murió con una sonrisa; su mucho presente, su ningún futuro, su doble pasado no le quitaron en la hora desierta la alegría de haber vivido.
La imprevisibilidad, el que nada salga como tiene que salir a pesar de las buenas intenciones de la Terapéutica, esta en un sentido vinculado a la sorpresa, y en otro a la contingencia.
Bajo su aspecto de sorpresa, lo imprevisible esta mas bien del lado de una erótica del tiempo, para retomar las referencias de Miller hace unos años en Río. La sorpresa toca el cuerpo, para los pelos, agita el corazón, apura el paso.
La sorpresa se ubica en el cruce de dos repeticiones, la repetición significante del lado del analizante y la repetición de la serie de las sesiones del lado del analista. De todos modos, este cruce de dos repeticiones obedece a políticas distintas. Mientras la repetición del analizante persigue el goce, la serie de sesiones prepara el terreno para "sorprender ese algo cuya incidencia original fue marcada como traumatismo"
La sorpresa, tan cara a la fenomenología, no es un tema de actualidad. La proliferación tecnológica va en dirección contraria, y el ideal de la civilización es que eso ande sin sorpresas y sea calculable (la confección del mapa del genoma humano, por ejemplo, va en este sentido). Del mismo modo, la globalización del consumo empuja a la marginación lo mismo que para el positivismo del siglo XIX portaba la marca del exotismo.
El psicoanálisis no es indiferente a esta declinación de la sorpresa. Si las interpretaciones de Freud, aun las más explicativas, tenían eficacia, era, precisamente, porque no habían sido escuchadas antes.
Freud no sabia que el inconsciente se acostumbra al psicoanálisis y desconfiaba de las sorpresas que podían provenir del analista: "la intervención analítica presupone un largo contacto con el enfermo, y toda tentativa de sorprenderlo en la primera consulta con la comunicación brusca de sus secretos adivinados por el medico es técnicamente condenable y atrae al medico la cordial enemistad del enfermo"
Freud desaconsejaba la sorpresa como recurso... ¡porque toda su practica era sorprendente! Prefería, mas bien, la sorpresa del analista: "Obtenemos los mejores resultados terapéuticos en aquellos casos en los que actuamos como si no persiguiésemos fin ninguno determinado, dejándonos sorprender por cada nueva orientación y actuando libremente sin prejuicio alguno".
A medida que el saber que produce la experiencia analítica -y que por una curiosa inversión temporal parece preceder a la experiencia misma- se acumula, se hace evidente que el saber solo da cabida a la sorpresa cuando falla; de ahí la afinidad de la sorpresa con la verdad.
Decía que la repetición prepara el terreno para la sorpresa. Esta es doble.
Del lado del analizante, se produce en la falla de la repetición. En efecto, cuando tropieza el inconsciente produce extrañas formaciones: sueños, lapsus, actos fallidos. También síntomas, pero estos solo sorprenden cuando irrumpen estruendosamente, como en el desencadenamiento de la psicosis. Normalmente, el síntoma se repite lo suficiente como para no sorprender. Su lema es: ¡Otra vez! O quizás: Otra vez... Los signos agregados no logran disimular lo que no cesa. En cambio, si hubiera que encontrar la modalidad lógica que le va bien a la sorpresa, habría que hacerlo por fuera de cualquier no cesa. Ni necesaria ni imposible, la sorpresa es mas bien, contingente.
Del lado del analista, la sorpresa proviene de la interpretación: responder como conviene en el momento justo y saber concluir a tiempo.
Como se ve, la disimetría de la que hable ayer insiste sea cual sea el ángulo que se tome para abordar la experiencia analítica.
Hablé antes de preparar el terreno para que el acontecimiento imprevisto, la sorpresa, surja. Creo haber indicado que era la serie de sesiones la que preparaba el terreno donde se alojaría, por un lado, la irrupción del inconsciente, la irrupción de la verdad en la falla del saber para nombrarlo como lo hizo Lacan en su momento, y por otro, la interpretación o el corte, es decir la sorpresa que proviene del analista.
Quisiera detenerme ahora un momento en la serie de las sesiones, e indicar que una serie es tal porque entre un suceso y otro media el intervalo.
Es decir que preparar el terreno supone la serie, pero la serie supone el intervalo, o sea, la espera.
No es, por cierto, la espera del "mientras tanto", sino la que describe ese fenómeno que Freud la llamó Erwartung: la espera activa. Por ejemplo, el apronte angustioso de algunos pacientes el día de su sesión, la extraña inquietud que tal otro va experimentando a medida que se aproxima la hora, o mientras sube por el ascensor, etc. Es esa anticipación de que algo desconocido va a pasar y que Freud describe entre los correlatos de la angustia
En verdad, no creo que se pueda entender la lógica de nuestra serie de sesiones cortas si no se incluye esta dimensión de la espera, este no saber qué sucederá sobre el fondo de la espera, de que algo está por ocurrir.
Dar cuenta de la articulación entre la prisa y la espera permite comprender, por ejemplo, que la sala de espera sea parte de la sesión misma: la espera hasta que se abre la puerta, la vacilación, como la de los prisioneros, en el momento de pararse, y luego la prisa de la propia sesión. En la sala de espera, el analista es el "huésped", el desconocido que aparece de manera imprevista, un poco unheimlich, pero solo un poco, porque el analizante llegó hasta ahí, y esperó, alerta, lo que solo se revela inesperado sobre el fondo de esa espera.
En el Seminario 12, Lacan describe ese momento culminante (toma el ejemplo del zen), ese momento singular donde ubica la brusquedad que sigue a la espera, y que se realiza por una palabra, una frase, una jaculatoria, incluso una grosería, un pito catalán, una patada en el trasero.
Es solo en la articulación de la prisa con la espera que entiendo que Lacan pueda decir que la temporalidad del análisis es la angustia, y que es porque el deseo del analista suscita esa dimensión de la espera que el sujeto es tomado en la eficacia del análisis.
Pienso que podría hacerse todo una clínica de la espera: la espera en la obsesión, en la fobia, la espera en la escena sado-masoquista, la espera en la vida cotidiana: la espera de la llamada telefónica, la espera de la carta, la del invitado.
Se percibe, creo, de que manera la sorpresa y la espera forman parte de una erótica en la medida en que afectan al cuerpo.
Si se toma ahora la imprevisbiliad desde el ángulo de la contingencia, no desembocamos en un erótica sino en una lógica, en una lógica modal donde lo contingente es una de las posibilidades junto a lo necesario, lo posible y lo imposible.
Respecto de lo imprevisible y sus doble faz, erótica y lógica, se dividen las aguas de la política del psicoanálisis.
Lo imprevisible es ineliminable de la practica analítica. Eso no se discute. Lo que esta en discusión es si se lo favorece o se lo considera una variable interviniente que hay que controlar. En este punto, la posición de la IPA y la practica lacaniana divergen. Tómese por ejemplo la definición del setting que de la British Society
Los aspectos físicos del encuadre psicoanalítico no cambiaron mucho desde los tiempos de Freud. El paciente viene a sesiones diarias en horarios convenidos con anticipación y se recuesta en el diván mientras el analista se sienta en una silla justo detrás del diván. El analista no toma notas en presencia del paciente porque esto puede interferir en la capacidad del analista para prestar atención adecuada a lo que el paciente esta transmitiendo. A veces las notas se escriben después de la sesión. Es responsabilidad del analista proveer una consultorio que sea confortable, tranquilo, y tan libre como sea posible de interrupciones. Cada sesión es del al menos 50 minutos y el analista las comienza y las termina en hora. El establecimiento de este encuadre seguro junto con la confiable y predecible adhesión a él por parte del psicoanalista es muy importante en la medida en que provee una estructura de contención dentro de la cual el paciente y el analista pueden explorar y pensar sobre las dificultades del paciente.
Como supondrán, el párrafo que llama mi atención es el que se refiere a la predictibilidad. El paciente puede ser imprevisible, el síntoma puede ser imprevisisble, o el acting, o el pasaje al acto.
Como bien lo indica desde muy temprano Freud, cuando trataba de entender los fracasos del método hipnótico, "todas las influencias anímicas que han demostrado ser eficaces para suprimir enfermedades llevan adherido algo de imprevisible. Afectos, aplicación de la voluntad, distracción de la atención, expectativa confiada: todos estos poderes que en ocasiones suprimen la enfermedad no lo consiguen en otros casos, sin que pueda imputarse a la naturaleza de esta tales variaciones en el resultado. La autonomía de personalidades tan diversas en lo anímico es, evidentemente, lo que impide la regularidad del resultado terapéutico."
Pero el analista debe ser predecible. Supongo, porque no es una formula clásica del setting, que fue escrita teniendo en la mira a Lacan, quien hizo de la imprevisibilidad un principio valido tanto para la duración de la sesión como para la interpretación (de la que dice en el resumen de su seminario Problemas cruciales que una interpretación cuyos efectos se comprenden no es una interpretación analítica), como para el analista mismo, que esta destinado a encarnar lo real como imposible en la propia sesión, lo que puede convertirlo a veces en un intratable.
No lo había pensado antes, pero concebir al analista como lo que encarna la presencia de lo real en la experiencia es lo opuesto a considerarlo neutro, o garante de un pacto simbólico. Es una veta para pensar la neutralidad analítica desde la perspectiva de Lacan.
No se si ustedes saben que la imprevisibilidad, que propongo como principio de la practica lacaniana, es un principio con una larga historia, que se remonta al derecho romano. No puede decirse que haya inventado nada! En el derecho internacional, y en los contratos privados, rige la cláusula rebus sic stantibus que indica que un cambio excepcional de las circunstancias afecta la validez de los tratados. Es lo que se conoce como la cláusula de imprevisibilidad. Los colegas de la British Society lo desconocen, al igual que la Argentina, que formuló una reserva precisando que no admitiría que un cambio fundamental de las circunstancias pueda ser invocada como motivo para dar un tratado por concluido. Pienso que este setting a la inglesa del derecho argentino no debe ser indiferente a al hora de entender porque muchos piensan que allí un contrato no obliga a nada. Es el reverso del celebre "si Dios esta muerto ya nada esta permitido"
Se entiende que en el derecho el principio se imprevisibilidad es aplicable si circunstancias excepcionales lo requieren. Pero yo pienso que todo análisis es una situación excepcional, que cada sesión tiene algo de fuera de lo común que merece la aplicación del principio de imprevisibilidad. Y que como para Cósimo Schmitz, ocho minutos de previsibilidad pueden ser mas que suficientes.

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