segunda-feira, 27 de agosto de 2012

Poética política: Antifilosofía del sujeto político. Entrevista a Jorge Alemán*


Por José Luis Rosario
Corresponsal en España de La Inyección de Irma


En abril de 2012, Jorge Alemán ha publicado su último libro, Soledad: ComúnPolíticas en Lacan. Su importancia consiste en que se trata de un gran esfuerzo teórico para intervenir, desde la perspectiva del psicoanálisis de orientación lacaniana, en un debate contemporáneo de gran trascendencia en el campo político: las teorías emancipatorias. En la obra de Jorge Alemán se han venido dando diversos jalones en este registro, pero es la primera vez que lo integra en una propuesta de mayor envergadura bajo un significante (lo Común) alojado en el corazón de la teoría psicoanalítica lacaniana. En la contratapa se anuncia que “la intención teórica de este libro no pretende, como sí lo hacen los importantes autores mencionados (Deleuze, Negri, Laclau, Hardt, Zizek, Badiou), incluir a Lacan en una ontología de lo político”, sino “abordar una serie de temáticas compartidas con los nuevos pensadores de la política (el Común, la Igualdad, etc.), en función de articular distintas puntualizaciones a partir de Lacan, para generar en el pensamiento radical emancipatorio un debate de mayor alcance en lo que hace a la relación política-sujeto.”. Así planteadas las cosas, La Inyección de Irma, la revista digital animada por psicoanalistas de la Nueva Escuela Lacaniana (NEL-Lima) y por diversas personas vinculadas a la causa analítica, se honra en presentar en su segundo número una entrevista con Jorge Alemán para discutir su propuesta.
25 de Julio, 2012.

José Luis Rosario: En su reciente libro Soledad: Común, que prosigue su empeño de pensar la política desde la teoría lacaniana, ocupa un lugar central lo que en la doctrina se conoce como el esquema de sexuación, que Lacan elabora en un momento muy avanzado de su enseñanza. Utilizando esta herramienta teórica, usted afirma que la lógica del no-Todo, que define la posición femenina, puede dar cuenta del momento emancipatorio, para un sujeto que se ubica más allá del plano de las identificaciones, dispuesto por lo mismo a construir un campo nuevo, en oposición al discurso del Amo que responde a la lógica del Todo y la excepción masculina. Si esto es así, cómo justifica que estas dos lógicas de la sexuación que primero las opone luego se complementen, cuando afirma que la teoría emancipatoria debe apoyarse al mismo tiempo en lo descompleto (lógica masculina) y la inconsistencia (lógica femenina).
Jorge Alemán: Usted señala una cuestión crucial en el texto, que como muy bien advierte y sugiere, puede percibirse como una contradicción o al menos un forzamiento, y tal vez lo sea. Por ello necesito un pequeño rodeo para responderle. En primer término, para abordar lo que está en juego en el texto Soledad: Común, hay que reconocer que cuestiones tales como Igualdad, Común, Emancipación, hacen referencia a tradiciones intelectuales ajenas al psicoanálisis. El psicoanálisis a partir de Freud y luego con un mayor alcance Lacan, ha funcionado como un gran laboratorio del cual surgían “malas noticias” para los proyectos colectivos, igualitarios y emancipatorios. Hasta tal punto que a partir de Lacan podemos apreciar cómo hay toda una secuencia de pensadores, que aún a pesar de sus diferencias, intentan “acomodar” la emancipación al sujeto que la soporta, con el propósito de que la mala noticia se disuelva y se reabsorba en el contexto del proceso de transformación. Así podríamos entender el “compromiso sartreano”, “el proceso sin sujeto de Althusser”, el “esquizo revolucionario” de Deleuze, la “hermenéutica del sujeto” en el último Foucault, la “fidelidad” en Badiou, la “subjetivación política” de Negri. Estos ejemplos constituyen distintas estrategias teóricas, que más allá de las claras diferencias que mantienen entre sí, intentan mitigar la “mala noticia” que el “real sin ley” y la división irreductible del sujeto implican para toda lógica colectiva-emancipatoria que pretenda prescribir y proclamar su universalidad. Mi apuesta ha sido hacerme cargo de las malas noticias del discurso analítico y volverlas una herramienta para volver a pensar la política en su dimensión transformadora. Tratando esta vez de que las piezas no encajen rápidamente y soportando todas las tensiones propias de una encrucijada teórica nueva. Para ello he insistido de distintos modos en que las malas noticias no sean un pretexto para que se instale un cinismo o un escepticismo lúcido con respecto a la política, una suerte de relativismo liberal rortyano con presupuestos lacanianos. La decisión ha sido mantener a las malas noticias referidas a la pulsión de muerte, el plus de gozar y sus distintas inercias, que intervienen incluso en las formaciones colectivas del individualismo de masas, la revolución como retorno de lo mismo, las masas alienadas a su ideal, etc., y pensar la posibilidad de su transformación, en el malestar en la civilización propio de la época de la técnica y el discurso capitalista. Dado que la metafísica que ha gobernado hasta ahora toda la semántica del proceso emancipatorio se sostiene en un fantasma donde el sujeto se liberaría de las coerciones del goce, he decidido pensar la emancipación con herramientas nuevas, a saber, sin sujetos históricos teleológicamente constituidos, por fuera del idioma de las contradicciones dialécticas, y sin resoluciones utópicas o revolucionarias que permitan seguir sosteniendo la coartada metafísica de un final donde por fin se accede al “hombre nuevo” o la sociedad plena y ya realizada, sin las fracturas y dislocaciones de lo real. Me he valido para pensar en esa emancipación, de todo aquello que hace a la existencia humana, sexuada, hablante y mortal, tres condiciones que actualmente están intervenidas por los llamados “expertos”. Sin embargo, como usted sabe muy bien, lo esencial, lo propio, de la condición sexuada, hablante y mortal es que la misma nunca puede ser dominada del todo por los especialistas. A eso es lo que llamo “el Común “, a lo que la expertización del mundo efectuada por el capitalismo y la técnica no puede dominar. En este contexto aparece una nueva apuesta para el psicoanálisis: pensar lo Común y la Igualdad por fuera de la psicología de las masas y del proceso de homogeneización impuesto por los nuevos dispositivos de producción biopolítica de la subjetividad. En este marco se inscribe su singular observación. Dado que la igualdad y lo común, condiciones imprescriptibles de un proceso emancipatorio que se precie de su nombre, exigen ser pensados fuera de la psicología de las masas y la homogeneizaciones contemporáneas, me pareció importante que el psicoanálisis pudiera mostrar que nuestro común y nuestra igualdad es el ámbito donde la diferencia absoluta juega su partida y no el del “para todos” del discurso del Amo ¿Cual ámbito puede ser más apropiado para pensar la igualdad que el no-Todo lacaniano, dado que su cualidad es estar construido como un espacio ilimitado que por definición no necesita excluir nada para constituir su límite? Hasta ahora se ha pensado la igualdad desde el para-todos universal, en todas las tradiciones ha sido así, y es necesario señalar que ese para-todos exige un límite que le haga excepción para sostenerse. Propongo pensar la igualdad como no-Toda, distinta del universal masculino del para-todos para precisamente no caer en el reverso segregativo de un universal que exige una exclusión. Pero a su vez, no puede haber un proceso que se construyera sólo en la lógica del no-Todo, eso destruiría el armado lógico mismo de la sexuación, no puede existir un conjunto separado e identificable del no-Todo, eso lo reinscribiría en la lógica del todo y la excepción. Esa copertenencia entre todo, excepción y no-Todo no puede deshacerse a pesar de su diferencia irreductible. En el proceso emancipatorio irrumpirán momentos contingentes igualitarios, de lo que llamo “Soledad: Común”, y junto a ello dispositivos de organización partícipes del “para-todos”.
JLR: En un momento de su reflexión hace una serie con los lugares que no puede ocupar la izquierda: no puede ser utópica, no puede ser progresista, no puede ser revolucionaria. Los dos primeros ya han sido deconstruidos por la historia, pero no parece ser tan sencillo cancelar el tercero. La famosa definición de Lacan (revolución es aquello que retorna al mismo lugar), ¿es una ironía o una crítica de la noción? ¿de qué modo piensa usted, tal como sostiene en su libro, que una izquierda revolucionaria sería el signo más logrado de la pulsión de muerte?
JA: Toda la temática del comienzo absoluto, del corte radical, del hombre nuevo, de amputar el pasado, propicia el trabajo de la pulsión de muerte. A su vez, este es un empeño de la técnica, en el sentido heideggeriano: deshistorizar, destemporalizar, producir lo radicalmente nuevo fuera de toda herencia o legado, ambición de la técnica que en mis textos siempre diferencio de la ciencia en un sentido moderno. Por ello me he valido de otras propuestas para pensar el proceso transformador de la emancipación, a saber, la cura analítica, la organización de la escuela, la superación de la Metafísica, eligiendo lugares que respeten el acaecer histórico-temporal del sujeto del inconsciente, que condensa ejemplarmente la fórmula lacaniana: “lo que habré sido para lo que estoy llegando a ser”.
JLR: ¿En qué se diferencia, cree usted, la ausencia de fundamento del sujeto lacaniano del ironismo relativista rortyano que postula que no hay más que relatos sin fundamentos?
JA: Los rortyanos creen que todos son relatos alrededor de algo incapturable. En Lacan encontramos una práctica materialista que intenta intervenir sobre lo real cuando éste se presenta como imposible de ser escrito por una fórmula perteneciente al orden del mathema. Entonces, desde la perspectiva de lacaniana, estaríamos de acuerdo en que no hay un modo de establecer un grado jerárquico de esos relatos en función de una supuesta objetividad. Pero sí hay una diferencia decisiva con respecto a la Verdad: el decir a medias de la verdad no emerge más que si hace frontera con lo real.
JLR: Al introducir la noción de verdad nos lleva usted a un terreno muy complejo ya que adquiere resonancias muy distintas según el campo en que anide (la lógica, la ciencia, la filosofía…). Con Lacan, la verdad, consustancial a un decir, participa según vemos de la dimensión de imposibilidad, ¿cómo entender esta relación fronteriza entre la verdad y lo real cuando pensamos lo político?, ¿qué quiere decir esto para un sujeto, en particular cuando está confrontado con un acto político?, ¿esta verdad, partícipe de una singularidad, admite un procedimiento de verificación?
JA: El acontecimiento, que no tiene por qué ser un gran estruendo, a veces llega como un pequeño detalle que después finalmente se confirma como un gran desvío, pero esto siempre a posteriori. El medio decir de la verdad sólo se verifica retroactivamente, y siempre participa en esto una decisión que permanece velada en sus fundamentos.
JLR: Se acepta como un lugar común que la existencia de un habitante del mundo actual está regulada absolutamente por la forma-Mercancía. Entonces, qué implica para un sujeto comprometido en pensar un orden diferente lo que presenta casi como un requisito: separarse del circuito de la mercancía y sus semblantes.
JA: Es una pregunta difícil de responder, pero por ahora puedo decirle que la soledad del sinthoma y el común de lalengua son precisamente aquellas dimensiones de la experiencia humana irreductibles a la forma mercancía. Es aquello con lo que cuenta cada uno para ver de modo contingente, y no asegurada de antemano por nada, una forma de sustracción del circuito interminable de la mercancía.
JLR: En el marco de la ardua tarea de pensar una nueva teoría emancipatoria, usted afirma que se trataría de construir una poética política, ¿qué quiere decir con eso?
JA: La palabra poética quiere ser en este caso aquello que nombra el modo de cada uno para habitar “lalengua”. Entiendo por poética política el momento donde los que saben como expertos o especialistas no tienen más remedio que callar porque ha tomado la palabra lo común, lo que en cada uno es un "no saber" a elaborar y del que nadie se puede apropiar, sólo el sujeto que lo soporta.
JLR: De acuerdo, vemos que no se trata en ningún sentido de una operación estética sobre una ética o una política, sino de una cosa muy distinta, algo que tal vez podríamos definir como una suerte de subversión del sujeto inscrita en su acto político, ¿estaría de acuerdo con esta fórmula?
JA: Sí, me parece acertada, ese es el mayor problema epistémico del campo en que nos queremos situar. No podemos hablar de filosofía política, ni de ética. Diría más bien, muy provisionalmente, que es una “antifilosofía del sujeto político”.
JLR: Aún hay otra arista de esta cuestión tan intrincada y apasionante al mismo tiempo. Usted afirma en su libro que “no puede haber una narrativa emancipatoria compacta que pretenda eliminar las interrupciones propias del hiato ontológico y las manifestaciones contingentes de la imposibilidad”. Pero en este caso, ¿cómo llegaría a situar lo Común en el plano de la acción política, un Común que, como dice, nombra el modo de cada uno de habitarlalengua y que sólo puede elaborar el sujeto que la soporta, un Común que usted, por añadidura, extrae tanto de la psicología de las masas como de la intimidad privada? En otras palabras, ¿de qué modo se podría producir una articulación simbólica de los sujetos en el discurso político si la noción misma de antagonismo se desdibuja necesariamente?
JA: Para que el antagonismo no sea un mero choque físico de contrarios, debe tener como condición el Común, del que aquí hablamos. Nótese que este Común, insisto en ello, no está constituido por propiedades comunes, ni por fundamentos comunes, sino por lo que No hay: no hay relación sexual, no hay Otro del Otro, no hay Metalenguaje. Es un Común perforado ontológicamente, sin sutura posible y siempre listo para que en su terreno aparezcan los antagonismos irreductibles. En cierta forma, lo que Lacan designa como la tachadura del sujeto, es ya una protoforma del antagonismo.
JLR: Bien, pero no deseamos salir del ámbito de la poesía sin antes dar un pequeño giro. Sabemos que en usted la actividad poética es de muy vieja data y recuerdo que no hace mucho publicó un libro de poemas que tituló precisamente No saber, de modo que la poesía ha permanecido a su lado todos estos años, ¿cuáles serían para usted en su propia experiencia, si me permite, los vasos comunicantes entre poesía, política y psicoanálisis?
JA: Más allá de las diferencias irreductibles, las tres son operaciones discursivas que tienen un difícil trato con lo imposible. Las tres intentan cernir, localizar, anudar el real imposible a una práctica. Ese real imposible es uno de los nombres de lo Común, aquello que en nuestra condición sexuada, hablante y mortal, no puede quedar dominado por la expertización del mundo.
JLR: Usted sostiene que el modo más pertinente de encontrar un camino nuevo en el proceso de Emancipación, no es una travesía intelectual con el psicoanálisis sino una experiencia como analizante. En su opinión, ¿qué hace de la experiencia con el inconsciente un momento privilegiado frente a la reflexión filosófica o la teorización estrictamente política?
JA: Lo que considero apasionante de la experiencia analítica es que, por un lado, permite que se capte a la estructura que nos determina en todas sus condiciones existenciales. Pero a la vez, el psicoanálisis no es un determinismo; por más determinados que estemos por nuestra historia, regla familiar, Edipo, construcción fantasmática de lo real, etc., siempre se pondrá en juego algo que está más allá de las determinaciones y que es la elección contingente, la decisión irreductible por parte del sujeto. Esto, según mi criterio, hace de la experiencia que hacemos como analizantes lo que usted llama un “momento privilegiado”, que tal vez pueda dar que pensar a la filosofía y a la política.
* Jorge Alemán es un distinguido psicoanalista lacaniano y escritor argentino. Junto a su quehacer poético, ha publicado numerosos libros donde la reflexión explora las vías que pueden establecerse entre el psicoanálisis, la filosofía y la política. Es miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) y de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis del Campo Freudiano en España (ELP). Desde 2004 se desempeña también comoConsejero Cultural de la Embajada Argentina en España.


quinta-feira, 23 de agosto de 2012

"Discurso de clausura de las Jornadas sobre la psicosis en el niño"(1967) - Jacques Lacan


Amigos:
Antes que nada quisiera darle las gracias a Maud Mannoni, a quien le debemos la reunión de estos dos días, y por tanto todo lo que se haya podido desprender de ella (1). Ha tenido éxito en lo que tenía ganas de hacer, gracias a esa extraordinaria generosidad, característica de su persona, y que le ha hecho pagarle a cada cual su esfuerzo con un privilegio: el de traer desde todos los horizontes a cualquiera que pudiese darle respuesta a una cuestión que ella ha hecho suya. Después de lo cual, borrándose ante el objeto, convertía esas cuestiones en preguntas admisibles.
Para partir de ese objeto, y pues está ya bien centrado, quisiera hacerles sentir cuál es su unidad a partir de algunas frases que pronuncié hace unos veinte años, en una reunión convocada por nuestro amigo Henry Ey, del que ya saben ustedes que fue, en el campo psiquiátrico francés, lo que llamaremos un civilizador. Planteó la cuestión de lo que sería la enfermedad mental de una manera que podemos decir que al menos despertó el cuerpo de la psiquiatría a la pregunta, más seria, de lo que ese mismo cuerpo representaba.
Para devolver todo eso a su término más justo, tenía que contradecir el organodinamismo del que Ey se había hecho promotor. Así, sobre el hombre en su ser, me expresé en los términos siguientes: Lejos de que la locura sea el hecho contingente de las fragilidades de su organismo, es la virtualidad permanente de una falla abierta en su esencia. Lejos de que la locura sea un insulto para la libertad, como lo enuncia Henri Ey, es su mas fiel compañera, sigue su movimiento como una sombra. Y el ser del hombre no solo no puede ser comprendido sin la locura, sino que no sería el ser del hombre si no llevase en él la locura como límite de la libertad.
A partir de ahí no puede parecerles extraño que en nuestra reunión hayan convergido las cuestiones referidas al niño, a la psicosis, a la institución. Debe parecerles natural que en ninguna otra parte mas que en estos tres temas sea evocada con mayor constancia la libertad.
Si la psicosis es en efecto la verdad de todo lo que verbalmente se agita bajo esa bandera, bajo esa ideología –actualmente la única de la que se arma el hombre de la civilización- vemos mejor entonces el sentido de lo que, para dar testimonio de ella, hacen nuestros amigos y colegas ingleses en la psicosis. Vemos precisamente que se meten en ese campo, y que lo hacen precisamente con esos compañeros, para instaurar unos modos, unos métodos, en los cuales el sujeto es invitado a proferirse en lo que ellos piensan como manifestaciones de su libertad.
Pero, ¿no es esa perspectiva algo corta? Quiero decir, la libertad suscitada, sugerida por cierta práctica dirigida a esos sujetos, ¿no lleva en si misma su límite y su señuelo?
Por lo que se refiere al niño, psicótico, eso desemboca en unas leyes, unas leyes de orden dialéctico, que de algún modo se resumen en la pertinente observación que ha hecho el Dr. Cooper, esto es, que para obtener un niño psicótico hace falta al menos el trabajo de dos generaciones. El propio niño es el fruto de ese trabajo en la tercera generación.
Y si finalmente se plantea el problema de una institución que guarde relaciones propias con ese campo de la psicosis, lo que se demuestra es que siempre, en algún punto que varía según los casos, es prevalente una fundamentada relación de adecuación con la libertad.
¿Qué quiere decir eso?
Lo que es seguro es que así no entiendo que de ningún modo los problemas queden cerrados, tampoco abrirlos, como se dice, o dejarlos abiertos. Se trata de situarlos y de captar unos puntos de referencia desde los cuales podamos tratarlos sin quedar nosotros mismos atrapados en un cierto tipo de señuelo. Para ello hay que dar cuenta de la distancia en la que se aloja la correlación de la que somos presa para nosotros mismos.
El factor del que se trata es el problema mas candente en nuestra época, en la medida en que es la primera que ha de sentir en sí misma que, a causa del progreso de la ciencia, se hayan puesto en cuestión todas las estructuras sociales. Aquello con lo que, no solamente en nuestro propio dominio como psiquiatras que somos, sino tan lejos como se extienda nuestro universo, tendremos que tener tratos, una y otra vez, siempre mas acuciante, es: la segregación.
Los hombres se adentran en una época a la que llamamos planetaria, en la que se formarán según ese algo que surge del Imperio, tal y como se ha seguido perfilando durante largo tiempo su sombra en una gran civilización, para que sea sustituido por algo bien distinto y que no tiene en absoluto el mismo sentido: los imperialismos. La cuestión que se formula es la siguiente: ¿cómo arreglárselas para que masas humanas, destinadas a compartir un mismo espacio, no solamente geográfico, sino familiar llegado el caso, permanezcan separadas?
El problema, en el nivel en que Oury lo ha articulado hace un momento con el término justo de segregación, es sólo un punto local, un pequeño modelo en que nosotros, quiero decir los psicoanalistas, vamos a responder: la segregación puesta en el orden del día por una subversión sin precedentes. Aquí no hay que desatender la perspectiva desde la cual Oury pudo formular hace un rato que, en el interior de la colectividad, el psicótico se presenta esencialmente como el signo, signo que no conduce a ninguna parte, de aquello que legitima la referencia a la libertad.
El mayor pecado, nos dice Dante, es la tristeza.
Tenemos que preguntarnos de qué modo nosotros, metidos en ese campo cuyo contorno acabo de delinear, podemos con todo mantenernos fuera de él.
Todo el mundo sabe que soy alegre, dicen incluso que hago chiquilladas. Sí, me divierto. Me sucede sin parar, en mis textos, que me dedico a hacer bromas que a los universitarios no les gustan nada. Es verdad, no soy triste. O mas exactamente, solo tengo una tristeza, en el curso de la vida tal como me ha sido trazado: es que cada vez hay menos personas a las que se les pueda decir las razones de mi alegría, cuando las tengo.
Vayamos al grano. Si podemos plantear las cuestiones como lo hemos hecho aquí desde hace unos días, es porque en el lugar del x que debería hacerse cargo de ellas, y que durante mucho tiempo fue el alienista, y luego el psiquiatra, alguien mas dijo lo que tenía que decir. Se llama el psicoanalista, figura nacida de la obra de Freud.
¿Qué es esa obra?
Como saben, fue par hacer frente a las carencias de cierto grupo por lo me vi llevado a ese lugar que de ningún modo ambicionaba: el de tener que ponerme a hacer preguntas, junto con los que podían escucharme, sobre lo que hacíamos de modo consecuente con esa obra, y para eso volver sobre ella.
Justo antes de los puntos eminentes del camino que instauré merced a su lectura, antes de abordar la transferencia, luego de la identificación, luego de la angustia, no es ninguna casualidad, ni tampoco se le ocurriría a nadie, que el año que hace cuatro antes de que mi seminario llegase a su fin en el Hospital de Sainte-Anne, creyese deber afianzarnos en la ética del psicoanálisis.
Parece en efecto que corramos el riesgo de olvidar en el campo de nuestra función, que en su principio está una ética, y que a partir de ahí, digan lo que digan, incluso sin mi consentimiento, sobre el fin del hombre, nuestro principal tormento está en una formación que se pueda calificar de humana.
Toda formación humana tiene como esencia y no como accidente, la de refrenar al goce. La cosa se nos aparece así de desnuda, y no ya bajo esos prismas o lentes que se llaman religión, filosofía, o incluso hedonismo, pues el principio de placer es precisamente el freno del goce.
Es un hecho que a fines del siglo XIX, y no sin que fuese en cierto modo antinómico con la seguridad que había de dar la ética utilitarista, Freud devolvió la ética a su lugar, al lugar central. Hizo falta esto para apreciar todo lo que podemos ver a lo largo de la historia dando testimonio de ser una moral.
¿Cuántas cosas ha habido que remover, quiero decir en las bases, para que vuelva a emerger ese abismo al cual echamos como pasto -¿dos veces por noche?, ¿dos veces al mes?- nuestra relación copulativa con algún cónyuge sexual?
No es menos sorprendente que nada haya sido más escaso en lo que hemos dicho durante estos dos días, que el recurso a alguno de esos términos que podemos llamar: la relación sexual (para dejar de lado el acto), el inconsciente, el goce.
Eso no quiere decir que su presencia no nos rigiese, invisible –pero también palpable en alguna gesticulación detrás del micro.
Aunque nunca articulada teóricamente.
Lo que se comprende, de manera inexacta, de lo que Heidegger nos propone sobre el fundamento que hay que tomar en el ser-para-la-muerte, se presta a ese eco que hace resonar por los siglos, y por los siglos de oro: el del penitente como alguien puesto en el corazón de la vida espiritual. No desconocer del todo en los antecedentes de la meditación de Pascal el apoyo que tenía en el franqueamiento del amor y de la ambición, no nos asegura sino mas todavía lo común que hasta su tiempo era el lugar de retiro en el que se consuma el enfrentamiento con el ser-para-la-muerte. Esta constatación tiene su valor en el hecho de que Pascal, a base de transformar esa ascesis en apuesta, de hecho la cierra.
Y, sin embargo, ¿estamos a la altura de lo que por obra de la subversión freudiana, parece que estemos llamados a llevar, a saber, el ser-para-el-sexo?
No parece que pongamos mucho ánimo en sostener esa posición.
Tampoco parece que nos ponga muy alegres. Lo cual prueba, por lo que pienso, que no estamos en ella del todo.
Y no lo estamos en razón de lo que los psicoanalistas dicen demasiado bien como para soportar saberlo, y que designan, gracias a Freud, como la castración. Este es el ser-para-el-sexo.
El asunto se esclarece gracias a lo que Freud dijo en forma de historietas, que tenemos que poner en evidencia, y es que, cuando somos dos, el ser-para-la-muerte, crean lo que crean los que la cultivan, deja ver en el mas mínimo lapsus que se trata de la muerte del otro. Esto explica las esperanzas puestas en el ser-para-el-sexo. Pero contrasta con esto lo que la experiencia psicoanalítica demuestra, y es que cuando somos dos, la castración que el sujeto descubre, sólo puede tratarse de la suya. Lo que, para las esperanzas puestas en el ser-para-el-sexo, desempeña el papel del segundo término en el nombre de los Pecci-Blunt: el de cerrar las puertas que previamente se habían abierto de par en par.
El penitente pierde pues mucho si hace alianza con el psicoanalista. En los tiempos en que llevaba la voz cantante, el penitente dejaba libre, mucho mas que desde el advenimiento del psicoanalista, el campo de los retozos sexuales. No son pocos los documentos que lo atestiguan, bajo la forma de memorias, epístolas, dictámenes y sátiras. Para decirlo de algún modo: si bien es difícil juzgar justamente si la vida sexual era mas desahogada en los siglos XVII o XVIII que en el nuestro, el hecho en cambio de que los juicios referidos a la vida sexual fuesen en esa época mas libres, decide con toda justicia en nuestro favor.
No es ciertamente un abuso referir esa degradación a la “presencia del psicoanalista”, entendida según la única acepción en la cual el uso de este término no sea impúdico, es decir, en su efecto de influencia teórica, marcado precisamente por el defecto de teoría. Puesto que se reducen a su presencia, los psicoanalistas merecen que nos demos cuenta de que no juzgan ni mejor ni peor las cosas de la vida sexual que la época que les hace un lugar, y que en su vida de pareja no son dos más a menudo de lo que sucede en otras partes, cosa que no molesta para nada su profesión, puesto que un par así no tiene nada que hacer en el acto psicoanalítico.
Claro que la castración no tiene figura más que al término de ese acto, pero está cubierta por esto: que en ese momento el partenaire se reduce a lo que llamo el objeto a. Esto quiere decir, como habría de ser, que el ser-para-el-sexo tiene que irse a otra parte a hacer la prueba. Y se dirige entonces a la confusión creciente que le aporta al tema la difusión misma del psicoanálisis, o de lo que toma este título.
Dicho de otro modo: lo que instituye la entrada en el psicoanálisis proviene de la dificultad del ser-para-el-sexo. Pero la salida de él –si leemos a los psicoanalistas de hoy- no sería ni mas ni menos que una reforma de la ética en la cual se constituye el sujeto. No soy yo, Jacques Lacan, quien solo se fía de la operación sobre el sujeto en tanto que pasión del lenguaje, sino precisamente aquellos que lo absuelven por el hecho de que obtienen de él la emisión de bellas palabras.
Es cuando uno se queda en esa ficción sin entender nada de la estructura en la que se realiza, que no piensa mas que en fingirla real, y que cae en la invención.
El valor que tiene el psicoanálisis es el de operar sobre el fantasma. El grado de su éxito ha demostrado que ése es el lugar donde se juega la forma que sujeta como neurosis, perversión o psicosis.
Desde donde se plantea, con atenerse sólo a eso, que el fantasma hace su marco según realidad. ¡Evidente ahí!
Y tan imposible de mover como eso; a no ser el margen dejado por la posibilidad de exteriorización del objeto a.
Se nos dirá que es precisamente de lo que se habla bajo el término de objeto parcial. Pero precisamente, presentándolo bajo este término, se habla de él ya demasiado como para decir sobre ese objeto algo admisible. Si fuese tan fácil hablar de él, lo llamaríamos de otro modo, y no objeto a.
Un objeto que requiere que se vuelva a tomar todo el discurso sobre la causa, no se puede asignar a discreción, ni siquiera teóricamente.
Si aquí tocamos esos confines es sólo para explicar de qué modo en el psicoanálisis se vuelve con tanta brevedad a la realidad, cuando no se tiene una visión de su contorno.
Observemos que aquí no evocamos lo real, que en una experiencia de palabra sólo aparece como virtualidad, y que en el edificio lógico se define como imposible.
Se necesitan ya no pocos estragos ejercidos por el significante para que se trate de realidad. Estos estragos hay que captarlos bien atemperados en el estatuto del fantasma, a falta de lo cual el criterio que se toma, y que consiste en la adaptación a las instituciones humanas, no es otra cosa que pedagogía.
Por impotencia a la hora de plantear ese estatuto del fantasma en el ser-para-el-sexo (el cual queda velado en la idea engañosa de la “elección” subjetiva entre neurosis, perversión o psicosis), el psicoanalista hace deprisa y corriendo con algo de folklore un fantasma artificial: el de la armonía que se aloja en el hábitat materno. Allí no habría modo de que se produjesen ni incomodidad ni incompatibilidad; y la anorexia mental queda relegada como una cosa rara.
No podríamos estimar hasta qué punto ese mito obstruye el abordaje de esos momentos –tantos fueron evocados aquí- que hay que explorar. Como el del lenguaje abordado bajo el signo de la desgracia.
Fíjense en el premio a la consistencia que se espera obtener a base de atrapar como preverbal ese momento justo antes de la articulación patente, y de hacerlo con aquello alrededor de lo cual parecía doblegarse la voz misma del presentador, entre la gage y la gache, la prenda y la chapuza. He tardado un poquito en reconocer a palabra de la que se trataba: langage, lenguaje.
Pero lo que le pregunto a quien haya escuchado la comunicación que pongo en cuestión es, dígame sí o no: si un niño que se tapa las orejas, como nos dicen –y ¿a qué?: a algo que se está hablando- no está ya en lo postverbal, puesto que del verbo se protege.
Y en lo que se refiere a una pretendida construcción del espacio que al parecer se capta ahí en estado naciente, más me parece hallar el momento que da testimonio de una relación ya establecida con el “aquí” y el “allá”, que son estructuras de lenguaje.
¿Hay que recordar que, si se desproveyese del recurso lingüístico, el observador no podría hacer otra cosa que desacertar sobre la incidencia eventual de las oposiciones características en cada lengua para connotar la distancia, aún cuando hubiese que entrar con ello en los nudos que más de una de ellas nos incita a situar entre el “aquí” y el “allá”? en una palabra, la construcción del espacio tiene algo de lingüístico.
Tanta ignorancia, en el sentido activo, como ahí se encierra, no permite evocar demasiado la diferencia tan bien marcada en latín entre el taceo y el silet.
El silet apunta ya, sin que causen asombro, a falta del contexto de “los espacios infinitos”, a la configuración de los astros. ¿No nos hace notar esto que el espacio apela al lenguaje en una dimensión bien distinta de aquella en la que del mutismo brota una palabra mas primordial que ningún mom-mom?
Lo que conviene indicar aquí es, con todo, el prejuicio irreductible con el que se agrava la referencia al cuerpo, mientras no se levanta el mito que cubre la relación del niño con la madre.
Se produce una elisión que sólo puede anotarse como objeto a, cuando es precisamente ese objeto lo que esa elisión sustrae de cualquier modo exacto de comprenderla.
Digamos, pues, que no se la comprende si no es oponiéndose a que sea el cuerpo del niño lo que responde al objeto a. Es algo muy delicado, allí donde no aparece a la luz del día ninguna pretensión semejante; pretensión que sólo se animaría a con alguna sospecha de la existencia del objeto a.
La animaría precisamente el hecho de que el objeto a funciona como inanimado, pues es como causa que aparece en el fantasma. Como causas en vista a lo que es el deseo, cuyo montaje es el fantasma.
Pero tanto como eso, causa en relación con el sujeto que se hiende en el fantasma, al fijarse en una alternancia. Armazón que hace posible que, aún siendo como es, el deseo no sufra ninguna vuelta atrás.
Una fisiología más justa de los mamíferos con placenta, o simplemente darle un mejor lugar a la experiencia del partero –de la que podemos sorprendernos que se contente, en lo que se refiere a la psicosomática, con la cháchara del parto sin dolor- sería el mejor antídoto para un pernicioso espejismo.
Recordemos que, para culminar, nos sirven el narcisismo primario como función de atracción intercelular postulada por los tejidos.
Fui el primero en situar exactamente la importancia teórica del objeto llamado transicional, aislado como rasgo clínico por Winnicott.
El propio Winnicott se mantiene –con todo mi aprecio- en un registro de desarrollo. Su delicadeza extremada se extenúa cuando ordena su hallazgo como una paradoja, cuando no puede registrarlo de ningún modo como no sea la frustración, en la cual haría de necesidad lógica virtud biológica, por si acaso le hiciese falta a la Providencia.
Lo importante sin embargo no es que el objeto transicional preserve la autonomía del niño, sino que el niño sirva o no de objeto transicional para la madre.
Lo que queda ahí en suspenso no hace entrega de sus razones hasta que el objeto hace entrega de su estructura. A saber, la de un condensador para el goce, en la medida en que, por la regulación del placer, le es sustraído al cuerpo.
Veamos aquí si es posible indicar de un salto que si huimos de estas avenidas de la teoría, no va a aparecer nada de los problemas que se plantearon en aquella época, como no sean los callejones sin salida.
Problemas: el del derecho a nacer por una parte. Pero también en la línea de: “tuyo es tu cuerpo”, en el cual se vulgariza a comienzos de siglo un adagio del liberalismo. La cuestión está en saber si, por el hecho de la ignorancia en la cual es mantenido ese cuerpo por el sujeto de la ciencia, habrá derecho luego a, ese cuerpo, hacerlo pedazos para el intercambio.
¿No se discierne, en lo que he dicho hoy, adónde converge?
¿Vamos a atrapar la consecuencia de esto con el término de: el niño generalizado?
Ciertas Antimemorias están hoy en la actualidad. Pero, ¿por qué son “anti”, esas memorias? Si es porque no son confesiones, como se nos advierte, ¿no es desde siempre esa la diferencia de las memorias? Como fuere. El autor las abre con una confidencia que tiene extrañas resonancias, y con la que un religioso le dijo adiós: “Lo que he llegado a creer, fíjese, en ese ocaso de mi vida, le dijo, es que no hay personas mayores”.
Esto es algo que rubrica la entrada de un inmenso gentío en el camino de la segregación.
¿No es precisamente por el hecho de que se requiera darle a eso una respuesta por lo que Freud sin duda sintió que debía volver a introducir nuestra medida en la ética, por medio del goce? No intento actuar con ustedes de otro modo que con aquellos para quienes a partir de ahí esa es la ley, al dejarles con una pregunta: ¿Qué alegría hallamos en aquello de lo que está hecho nuestro trabajo?
Nota de Jacques Lacan de fecha 26 de setiembre de 1968
Esto no es un texto, sino una alocución improvisada. Puesto que no había ningún compromiso que pudiese justificar desde mi punto de vista su transcripción, que considero fútil, palabra por palabra, tengo pues que excusarla.
Antes que nada por su pretexto: el de hacer como si se concluyese. La falta de conclusión, algo corriente en los Congresos, no excluye que sean una buena obra, como lo fue aquí el caso.
Me presté a eso para homenajear a Maud Mannoni, esto es, a aquella que, por la virtud infrecuente de su presencia, había sabido coger a todo el mundo allí reunido en las redes de su pregunta.
La función de la presencia, en este campo como en todos, ha de ser juzgada según su pertinencia.
Ha de ser excluida ciertamente, excepto por falta notoria de pudor, de la operación psicoanalítica.
Por lo que hace al cuestionamiento del psicoanálisis, o incluso del propio psicoanalista (tomado en su esencia) esa presencia desempeña su papel a la hora de suplir la falta de apoyo teórico.
Le doy curso en mis escritos como polémica, hace de intermedio en lugares de intersticio, cuando no tengo otro recurso contra la obtusión que desafía a cualquier discurso.
Claro está que es siempre sensible en el discurso naciente, pero es una presencia que sólo vale cuando al fin se borra, como se ve en la matemática.
Y sin embargo en el psicoanálisis hay una presencia que se suelda con la teoría: es la presencia del sexo como tal, entiéndase en el sentido en que el ser hablante lo presenta como femenino.
¿Qué quiere la mujer? Esta es, como se sabe, la ignorancia en la cual Freud se queda hasta el término, acerca de la cosa que trajo al mundo.
Lo que la mujer quiere, puesto que sigue estando en el centro ciego del discurso psicoanalítico, comporta como consecuencia que la mujer sea psicoanalista nata (de eso uno se da cuenta en el hecho de que regenten el análisis las menos analizadas entre las mujeres).
Nada de todo eso tiene que ver con el caso presente, puesto que se trata de terapia, y de un concierto que solo se ordena según el psicoanálisis si lo tomamos como teoría.
Aquí es donde he tenido que suplir a todos los que no son los que me oyen, con una presencia que debo decir justamente que es un abuso...
Puesto que va desde la tristeza que tiene su motivación en una alegría contenida, hasta la apelación al sentimiento de incompletud allí donde habría que situarla en pura lógica.
Una presencia como esa resultó, por lo que parece, agradable y recreativa. Quede pues aquí rastro de lo que se porta como palabra, allí donde está excluido el acuerdo: el aforismo, la confidencia, la persuasión, incluso el sarcasmo.
Una vez más, como se habrá visto, tuve la ventaja de que sea evidente un lenguaje allí donde alguien se obstina en figurar lo preverbal.
¿Cuándo se verá que lo que prefiero es un discurso sin palabras?
Traducción de Antoni Vicens.


NOTA DEL TRADUCTOR

(1)Las Jornadas de estudio sobre las psicosis en el niño de las que aquí se trata, se realizaron en París los días 21 y 22 de octubre de 1967.
La cita de Lacan es de Acerca de la causalidad psíquica, Escritos, p. 166. Al citarse a sí mismo, Lacan dijo “la falla contingente” en lugar de “el hecho contingente”.
Pecci-Blunt es una marca comercial de resortes para el cierre automático de las puertas. El juego de palabras con la gache alude, claro está a Daniel Lagache, citado por uno de los ponentes. Las Antimemorias son de André Malraux. Un proverbio francés dice: Ce que femme veut, Dieu le veut, “Lo que la mujer quiere, lo quiere Dios”.
El “Discurso de clausura” de Jacques Lacan se publicó por primera vez en Recherches, 1968.

quarta-feira, 22 de agosto de 2012

FREUD

"A única diferença entre a Grécia imortal e a época 


contemporânea é Freud, que descobriu que o corpo humano, 


que era puramente neoplatônico na época dos gregos, está 



hoje cheio de gavetas secretas que só a psicanálise é capaz 



de abrir". S.Dali.



terça-feira, 21 de agosto de 2012

Nuevas modalidades del vínculo amoroso

por Claudia Velásquez



El presente texto fue expuesto en las Noches de Biblioteca de la NEL-Medellín, el 26 de octubre de 2011, actividad organizada por la Comisión de Biblioteca de la Sede.
El título de la conversación de hoy "Nuevas modalidades del vínculo amoroso", da por supuesto que hay nuevas modalidades del vínculo amoroso, lo cual tiene como implícito una relación del amor con la época; que los cambios económicos, culturales y políticos, y con ellos la ciencia y la tecnología, inciden en el vínculo amoroso. Conviene pensar que se trata de un pasaje de una época marcada por la relación con el Otro, por la constitución de lo social, a una época marcada más bien por el individuo solo; una época de transición donde conviven las dos lógicas: encontramos sujetos constituidos bajo la lógica de la función de la norma, del vínculo civilizado, de la relación al Otro de la alteridad y la diferencia, del goce sexual pasado por la función reguladora del Otro; y encontramos sujetos de la individualidad, del goce autista y solitario, del reclamo de su autodeterminación, donde el lazo con el Otro se afecta y cobra peso el Otro como objeto desubjetivado, objeto del mercado, incluso objeto fetiche. El amor "tradicional" pierde bajo esta lógica su función de respuesta a la relación con el Otro y al goce sexual. La cuestión es si estamos ante una nueva versión del amor, o se trata de una primacía del goce sexual que marginaliza al amor y por tanto sirve de defensa al sujeto frente a los impases del amor. Es lo que convendría interrogar.
Propongo plantear tres puntos sobre el tema bajo el cual se nos convoca hoy, presentados en el título que propuso la Comisión de Biblioteca:
1.-La expresión "vínculo amoroso", indica que el amor hace vínculo, dicho de otra manera, que el amor es una forma de hacer vínculo con otro, con otro ser humano. Por tanto, conviene examinar esta perspectiva desde la cual el amor hace lazo social. ¿Qué hace que el amor vincule a dos seres humanos?
2.-"Modalidades". Con esta expresión se señala que el vínculo amoroso no es uno, que no hay un único modo de amar. Para este punto tomaré entonces como referencia las dos posibilidades "clásicas" que tiene un sujeto humano, sexuado, para situarse ante el amor: la posición femenina y masculina. Con esto no quiero decir que allí se agoten, y más aun en nuestra época, pero son un punto de partida para pensar lo que serían otras modalidades. ¿Qué sería amar desde una posición femenina y desde una masculina?
3.-El tercer punto hace referencia a "lo nuevo", con relación a las modalidades del vínculo amoroso. El sujeto de la vida amorosa es permeable a lo que caracteriza una época; no es un sujeto sin contexto, puesto que se inscribe en las formas de relación, de satisfacción, de encuentro, de sexualidad, etc. que una época impone. Así que, el amor, si bien se constituye bajo una cierta "estructura", esta se particulariza por lo que caracteriza a los sujetos que en ella se inscriben; para lo que hoy nos ocupa, sujetos contemporáneos ¿Qué caracteriza el vínculo amoroso del sujeto de nuestra época?
Veamos entonces cada punto.
1.-El vínculo amoroso
"El amor es lo que puede hacer mediación entre los unos solos"[1] El amor en tanto vínculo social se dirige al Otro y lo hace bajo la forma de la demanda. El Otro causa dicha demanda en la medida en que su imagen se da a ver como si fuese portador de algo que se anhela, algo a lo cual se quiere acceder. Ese algo es aquello que el sujeto supone le hará posible gozar, alcanzar el goce que no tiene, que le falta; ese algo es como un objeto preciado que en algún momento se perdió y que volverlo a tener garantizaría la satisfacción.
Pero en el amor no basta suponer al Otro portador del objeto que falta y por tanto procuraría la completud, es necesario que el Otro lleve una imagen tal que haga suponer la presencia de ese objeto en él. Así, lo que enamora es esa imagen, que también puede llamarse velo, pues lo que define al velo es que deja ver que tras él hay algo; una imagen pues que funcione a la manera en que lo hace un velo. Se requiere para el amor que se enlacen estos dos elementos: la imagen y el objeto de la satisfacción, que también podemos llamar objeto del goce sexual. Dicho de otra manera, el amor es un velo al goce, un goce velado.
Que el amor se constituya de esta manera, lleva a plantearse la pregunta, por las condiciones bajo las cuales el otro puede ser elegido como objeto de amor. En esas condiciones cumple entonces un papel central la imagen; se elige la imagen. Si se hace la elección solo por el objeto, sin la imagen, entonces no se trata de una elección de amor, sino de una elección fetichista; fetichismo paradigma de la perversión.
Además de la imagen, para hablar propiamente de amor, es necesario que aquel que causa el amor represente para el sujeto una alteridad, es decir, algo diferente de sí, Otro sexo, en el sentido de que el goce de aquel le es ajeno, distinto del suyo.[2]
Y un tercer elemento es que signifique para el sujeto algo que no se puede reemplazar, que se trata de éste y no de otro, no se puede sustituir. Y es cuando se trata del goce, que no hay sustitución; no se cambia al amaño, a voluntad, de modo de gozar. Es decir, es el goce el que fija una elección en la vida amorosa, en tanto se goza de una sola manera, si bien, la imagen, lo que lo envuelve, podría variar.
En el amor, la sexualidad queda enlazada a una elección; y es este otro factor para concebir al amor como un vínculo social. "Eso es lo social, lo eminentemente humano en la sexualidad: que todos los partenaires no están autorizados, solamente algunos".[3]
Freud, en sus investigaciones sobre la vida amorosa, encuentra que hay una matriz lógica, unas reglas, que dan cuenta de la elección del objeto de amor, que llamó Complejo de Edipo. Esta matriz determina el objeto elegido en la vida amorosa, a partir de la primera elección que es la madre, objeto que es a la vez el prohibido. Entonces, si la madre es el objeto de amor prohibido, hay que hacer otra elección, pero este será solo un sustituto de ella (lo que abre la serie de sustitutos), por tanto siempre será una elección acompañada de insatisfacción; a partir de allí todos serán sustitutos de dicho objeto de goce alcanzado y perdido, y en tanto perdido deseado. Este primer objeto tiene también el valor de ser aquel que saca al sujeto de ese primer goce autista, autoerótico, del sujeto en relación solamente con su propio cuerpo. Y salir de allí significa la posibilidad de hacer lazo con el Otro; es esta una razón para afirmar, como lo hace Lacan que "lo que hace el vínculo es el amor",[4] pues el amor vincula el goce al Otro,[5] al menos una parte; siempre quedará un resto de goce que no pasa por el Otro. Conviene señalar que el amor no es algo puro, que él se enlaza de manera necesariamente lógica con el odio: el amado es a la vez odiado por cuanto significa la salida del goce autoerótico, pérdida de goce, en otras palabras, la castración. Se puede ver en la degradación que hace el sujeto masculino de su pareja, o en la hostilidad del sujeto femenino hacia su pareja, por ejemplo.
El lazo amoroso no tiene pues nada de natural, más bien, él viene al lugar en el cual nada vincularía a un sujeto con Otro: "En el lugar de la relación sexual que no hay, hay una condición de amor que no liga al sujeto al Otro sexo, sino a un objeto asexuado, incluso si eso pasa por el sesgo de un ser sexuado para obtenerlo".[6]
2.-Posiciones del sujeto en el amor: femenina-masculina
Hay dos modos "clásicos" de situarse en el vínculo amoroso: desde la posición femenina y desde la masculina; no hay pues una única manera de hacer vínculo con el otro vía el amor.
2.1.-Desde la posición masculina
Esta posición, la del sujeto masculino, se caracteriza porque se orienta hacia lo uniforme, no se inclina por lo que hace excepción ni por lo imprevisto. Permanece encadenado a lo autoerótico de la pulsión. Situado desde este lugar, se dirige entonces al Otro en su vida amorosa; cuando más, hace del Otro objeto que le sirva para la satisfacción pulsional.
El primer problema que se plantea para este sujeto, si se trata de un sujeto masculino heterosexual, se puede formular bajo la forma de una pregunta: ¿cómo gozar de una mujer?, ¿cómo elegir un objeto femenino?
Desde esa posición, el sujeto concibe el objeto femenino bajo la forma de una relación entre lo que es para él la madre – amor tierno- y la mujer fácil –goce sexual-; subrayo que se trata de la relación. Es decir, para este sujeto un objeto femenino que podría ser elegible, es aquel en el cual él pone en operación la relación madre-mujer fácil; los dos referentes o valores que tiene para representarse lo femenino. Ese objeto femenino sobre el cual recae esa relación, puede quedar de un lado o del otro; pero también puede representar la conjunción de los dos. No tiene pues la referencia de La mujer, sino esta relación. Su dificultad para relacionarse con las mujeres será entonces que en el encuentro que tenga con cada una de ellas, en él se pondrá en juego esta relación madre-mujer fácil. Para un sujeto masculino no basta que el otro sea hembra biológicamente hablando, ella será vista por él como mujer en la medida en que porte un rasgo que para él le signifique lo femenino.
Si se relaciona con una mujer que pone bajo la equivalencia madre-mujer fácil, se tiene una neurosis, es decir un sujeto que se debate para poder hacer de ella amada y deseada. Cuando separa madre-mujer fácil, dice Miller, "la humanidad civilizada está perdida",[7] esto para indicar los efectos de rupturas en el lazo social que esto puede generar.
Esta separación del goce sexual y el amor tierno, quiere decir que separa al goce del Otro, toma al Otro en su dimensión de objeto para el goce, sin recubrirlo con el velo que requiere el amor. Y tomarlo en su dimensión de objeto para el goce quiere decir que toma de él una parte, para no tener que vérselas con lo que en ese otro no hay, evidenciado en su condición de sujeto. Esto es lo que en otros términos se llama fetichismo, una forma de goce sexual perverso, en el sentido en que acabo de señalar, es decir tomar al otro para el goce sexual con lo cual niega lo que en el otro hay de sujeto, de afecto, de demanda de reconocimiento… Es una forma de satisfacción pero a la vez una defensa contra eso que le puede representar el otro como sujeto que haría obstáculo y límite a la satisfacción.
Su pareja será aquella que ocupe ese lugar de objeto, pues el sujeto masculino aspira que el otro consienta a las reglas de su perversión y a sus fantasías (veremos que en la posición femenina la aspiración es otra), es así como sostiene su deseo. De esta manera el sujeto masculino, por medio de esos objetos extraídos del otro para su goce sexual, crea La mujer que no existe; y hace de ese objeto pareja.
2.2.-Desde la posición femeninaEsta posición se caracteriza por lo indeterminado, por lo que se sale de los límites, de las normas y medidas. Desde una posición tal, el sujeto femenino se dirige al otro en su vínculo amoroso. A diferencia del goce masculino, el goce femenino hace relación con el Otro, y en ello el amor cumple esta función.
Eso ilimitado encuentra bien su expresión en el amor: "el amor es una pasión femenina por excelencia"; la exigencia amorosa tiene este carácter de ilimitado. Esta exigencia se despliega en la búsqueda de signos de amor pues gracias a ellos, ella busca ser para alguien, para un hombre, siendo la única. Lo ilimitado y desmedido también se manifiesta en el hecho de que puede prestarse para ser el objeto de la perversión del hombre, hasta el punto de no tener límites respecto a lo que da a un hombre, para lo que se ofrece, a cambio de ser la única. Los signos de amor no excluyen la palabra de amor, desde esta posición la palabra es requerida para el goce. En la posición femenina clásica, la obtención de amor constituye para la mujer una condición de goce; es propio de esta posición ligar su goce al amor del Otro. Un ejemplo de ello lo encontramos en Mme Bovary, tema que se trabajo hace poco en el Foro realizado con Corpozuleta, y donde se pudo ver esa dimensión sin límite a la que puede ser empujada la mujer en su goce ligado al amor, y a lo que puede conducir el drama de la falta de ese amor: al suicidio.
Pero algunas mujeres quieren encontrar la solución a su posición femenina del lado masculino: hacer pasar todo el goce como el sujeto masculino; se identifican imaginariamente a la posición masculina.
3.-Lo nuevo
Amor platónico, amor cortés, amor romántico… Hoy tenemos:
El amor líquido: es un concepto creado por el sociólogopolaco Zygmunt Bauman, desarrollado en su obra Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos, para describir el tipo de relaciones interpersonales que se desarrollan en la postmodernidad. Éstas, según el autor, están caracterizadas por la falta de solidez, calidez y por una tendencia a ser cada vez más fugaces, superficiales, etéreas y con menor compromiso.
El amor confluente o realista, concebido como una visión "realista" que implica un vínculo consensuado por un tiempo indeterminado entre dos personas que buscan relaciones sexuales en un marco afectivo de intimidad y compañerismo, donde se respetan los proyectos personales de cada uno. El objetivo central es el intercambio afectivo y la satisfacción sexual, amar sin renunciar a la autonomía; no es monogámico. Responde a lo contingente: se mantiene mientras cada uno alcanza satisfacción y haya interés. El otro no es complemento, se trata de una asociación voluntaria en la que hay igualdad de género respecto a la relación de poder, al dar y recibir emocional.
Paradójico lo de la igualdad de poder, pues al tiempo surgen las prácticas BDSM (Bondage; Disciplina-Dominación; Sumisión-Sadismo; Masoquismo). Sigla para designar una serie de prácticas sexuales relacionadas entre sí y vinculadas a lo que se denomina sexualidad extrema convencional. Algunas de las prácticas que engloba el término, como la humillación erótica, el dolor, la sumisión y otras, indican una específica forma de placer mutuo.[8]
Otra forma contemporánea del amor es el llamado poliamor, neologismo que significa tener más de una relación íntima, amorosa, sexual y duradera de manera simultánea con varias personas, con el pleno consentimiento y conocimiento de todos los amores involucrados. Los dos componentes esenciales del concepto poliamor son "más de uno" y "amor". No se trata por tanto de lo sexual solamente, de allí que se diferencie de la pareja "swinging" (intercambio de parejas que incluye un amplio rango de actividades sexuales realizadas entre parejas heterosexuales en un mismo lugar).[9]
Estos fenómenos dejan ver cómo la vida amorosa cae bajo las lógicas de la época, en la cual subrayo tres aspectos: individualismo, consumo y goce. Época de la cual se dice está marcada por la primacía del individualismo sobre lo colectivo lo cual de entrada es antagónico con la posibilidad del vínculo social referido a la pareja amorosa. Donde el consumo como posibilidad de completud se impone; y va de la mano de lo desechable y perecedero. Imperativos de goce de los objetos de placer, que se pueden sustituir unos a otros en una serie infinita, desconociendo límites y renuncias. La invitación a ir más allá del convenio social para acceder al goce a riesgo de quedar en posición de objeto al negar la falta constitucional de la subjetividad; igualmente el Otro viene al lugar de instrumento temporal de goce. Aun así, estas tres formas del amor siguen siendo intentos de hacer pareja, en las que se pretende dar lugar a esa manera de hacer del otro objeto de consumo, de goce, conservando el individualismo.
Retomando lo dicho sobre el amor y el vínculo social y las posiciones femenina y masculina clásicas en la vida amorosa, vemos en los amores contemporáneos citados, que allí hay una cierta homogenización, es decir, la pareja se establece no desde la clara diferenciación de posiciones sexuadas masculino-femenino, lugares desde donde se vincula al otro de manera diferente en el amor, sino que la pareja se establece bajo una cierta forma de gozar que se pretende la misma para los dos de la pareja. Veamos entonces lo que serían algunas razones de ello.
a.-Una característica del sujeto contemporáneo es que el sujeto de hoy está menos ligado a la interdicción, a la prohibición, y al conflicto que ello entraña. Gracias a la prohibición, como vimos, es que se produce la diferencia sexual, por lo cual, cada vez mas "en una época de la defensa de la particularidad {…} frente a la tendencia a la uniformidad, podemos encontrarnos con que la diferencia primaria y fundamental que es la diferencia sexual sea cada vez más difícil de percibir".[10] Esto quiere decir que la sexualidad también cae en la tendencia contemporánea a la homogenización; es por ello que los límites que separan las posiciones sexuadas femenina y masculina, se desdibujan, de allí que las diferencias sexuales puedan ser en ocasiones imperceptibles. Entonces, la diferencia, condición fundamental de lo humano y de la vida amorosa, se obtura al extender sobre ella la igualdad social y jurídica de los géneros.
b.Borrar los límites y estar fuera de ellos, tiene relación con la posición femenina, por eso se habla de una feminización de la época. "¿Y por qué llamar "feminización" al imperativo de gozar más allá de todos los límites? Siempre hubo algo inquietante en las mujeres, incluso para ellas mismas, que ignoran cuán lejos pueden ir en su goce".[11]
Al quitar los límites, surge lo infinito, se dificulta hacer categorías, y en su lugar surgen series. "La pluralización de los modos de goce, como series ilimitadas que no hacen conjunto, hace problemático establecer categorías, clases como la de masculino y femenino. Esto provoca una dilución creciente de las categorías masculino y femenino".[12]
Esta feminización recae sobre la posición masculina. Antes los hombres tenían garantizada su identidad por la posesión de un órgano y sus insignias de virilidad; ahora despojados de sus clásicas insignias se desorientan. Al quedar desprovistos de los referentes clásicos, el goce se reordena, feminizando su vida. "Fenómenos como la metrosexualidad,[13] el declive de la virilidad, o la inseguridad del macho pueden ser formas de percibir, en el registro imaginario, la feminización social".[14]
c.La pérdida de límites en la diferenciación sexual, también ha producido un fenómeno contrario a la feminización, y es la equiparación de la mujer con el hombre: inclusión de todos en el discurso masculino (especialmente en algunos movimientos feministas); es lo que se dio en llamar unisex: todos iguales bajo el modo hombres. Esto tiene que ver entonces con una cierta forma de gozar propia de lo masculino, asumida por las mujeres, y un acercamiento a la forma de amar del sujeto masculino, es decir, separando amor y goce. Estas mujeres dan cuenta de una forma de gozar que mantiene al margen el discurso amoroso, y al dejar al margen lo amoroso, hace que prime la sustitución de parejas, sobre el amor que puede detener dicha sustitución infinita de objetos para la satisfacción del goce sexual.
d.-La inoperancia de la prohibición que es quien marca la diferencia sexual, y que implica la ausencia de una ley que la cause, produce también el fenómeno de la autogeneración del sexo; es decir, se deprende la idea de poder generar el propio sexo (queer,[15]drags[16], travestis); lo que el psicoanálisis encuentra es que: no es posible elegir, cambiar, a voluntad el modo de goce.
Para terminar, cito al psicoanalista Fernández Blanco: "Ya no se trata tanto de cómo gozan los hombres o las mujeres, sino del goce asexuado que se extrae del síntoma",[17] lo cual impone la pregunta por el lugar del amor cuando de este goce se trata.

Notas
  1. Jacques-Alain Miller, Una fantasía
  2. Jacques-Alain Miller, "Una charla sobre el amor" en Introducción al método psicoanalítico, Paidós, Buenos Aires, 1997, p. 159. "Para hablar de amor es necesario que la función "minúscula" sea velada por la imagen, la imagen de otro ser humano; y quizá, se podría decir, de otro ser humano de otro sexo. Porque se puede descurtir si el amor homosexual masculino merece el término "amor". El amor homo sexual femenino es otra cosa, ya que parece, por razones estructurales, que merece dicho término. ¿Qué razones estructurales? Para decirlo rápidamente: la razón estructural es que, de todas maneras y en todo caso, una mujer tiene valor de Otro para otra mujer"
  3. Jacques-Alain Miller, "Una charla sobre el amor" en Introducción al método psicoanalítico, Paidós, Buenos Aires, 1997, p. 164
  4. Jacques-Alain Miller, "Una charla sobre el amor" en Introducción al método psicoanalítico, Paidós, Buenos Aires, 1997, p. 179
  5. Jacques-Alain Miller, "Una charla sobre el amor" en Introducción al método psicoanalítico, Paidós, Buenos Aires, 1997, p. 171, "El amor está constituido al nivel en donde el goce se articula con el Otro del significante"
  6. Guy Briole, "Responsable de sus actos", en Mujeres una por una, Gredos, Madrid, 2009, p. 72. Está citando a Miller, Curso Causa y consentimiento, lección del 20 de abril de 1988, inédito
  7. Jacques-Alain Miller, "Una charla sobre el amor" en Introducción al método psicoanalítico, Paidós, Buenos Aires, 1997, p. 162
  8. Tomado de Wikipedia
  9. Tomado de Wikipedia
  10. Manuel Fernández Blanco, "El psicoanálisis y las diferencias sexuales en la actualidad", en Mujeres una por una, Gredos, Madrid, 2009, p.17
  11. Graciela Musachi, "La feminización del mundo", en Mujeres una por una, Gredos, Madrid, 2009, p.41
  12. Manuel Fernández Blanco, "El psicoanálisis y las diferencias sexuales en la actualidad", en Mujeres una por una, Gredos, Madrid, 2009, p.22
  13. Un metrosexual es un hombre que siente una gran preocupación por su imagen y se caracteriza por gastar en cosméticos y ropa más a la moda. El término es de aparición reciente. El prefijo metro proviene de metrópoli y refleja que se trata de una tendencia principalmente urbana. Wikipedia[
  14. Manuel Fernández Blanco, "El psicoanálisis y las diferencias sexuales en la actualidad", en Mujeres una por una, Gredos, Madrid, 2009, p.20
  15. La Teoría queer es una hipótesis sobre el género que afirma que la orientación sexual y la identidad sexual o de género de las personas son el resultado de una construcción social y que, por lo tanto, no existen papeles sexuales esenciales o biológicamente inscritos en la naturaleza humana, sino formas socialmente variables de desempeñar uno o varios papeles sexuales. Wikipedia
  16. Reinona o drag queen (pronunciado drag cuin) es un hombre o mujer que se viste y actúa como una mujer exageradamente, de forma provocativa y para dar más efecto cómico, dramático o satírico. Es una forma de transformismo con fines primordialmente actorales o de entretenimiento en espectáculos públicos.
  17. Manuel Fernández Blanco, "El psicoanálisis y las diferencias sexuales en la actualidad", en Mujeres una por una, Gredos, Madrid, 2009, p.24

Cuando la imagen se hace destino [1] por Marie Hélene Brousse




La imagen es una paloma muerta en el fondo de un tacho de basura.
¿Cómo esta imagen se hizo destino para un sujeto? Más generalmente, ¿de dónde una imagen extrae su poder estructurante? Es una pregunta que, sin embargo, se presenta como una paradoja, porque a pesar de algunos de los primeros textos de Lacan sobre lo imaginario, que dejan su lugar al poder estructurante de la imagen–forma, el eje imaginario se definió rápidamente, subsumido por lo simbólico, como poder de sugestión, de ilusión o también de recuperación, y la imagen por su función de desconocimiento. "La estructura no es la forma", escribe Lacan en el texto "Observaciones sobre el informe de Daniel Lagache": la estructura es la articulación significante como tal.
Sin embargo esta imagen escandió el análisis de este sujeto y actúo como principio de desciframiento de su destino. "En el jardín de infantes, en el recreo, abre un tacho de basura para escupir un chicle y su mirada encuentra una paloma muerta". Tal es la imagen que al mismo tiempo que se desprende, se introduce en una pequeña anécdota. Esa mañana su padre la había acompañado a la escuela; en el camino se detienen en la panadería y su padre le compra inesperadamente su golosina favorita, un chicle. Una vez en la escuela, en el recreo se enfrenta con la prohibición escolar, despertada por sus compañeros seguramente celosos. Prohibido el chicle en la escuela, es al ir a escupirlo cuando, levantando la tapa del tacho de basura, en el fondo del mismo, tiene este encuentro que es del orden de lo traumático.
El cuadro edípico de la imagen resalta con claridad: de la mano de su padre, este le regala el objeto oral deseado: Tiempo 1. En la escuela, surgen simultáneamente la rivalidad con sus semejantes y lo prohibido que la priva del objeto de la satisfacción edípica: tiempo 2 de la ley. Hay que escupir el chicle: tiempo 3 de la pérdida. Entonces surge el encuentro, escupir el chicle y la visión de la paloma muerta en el fondo del tacho de basura: tiempo 4 del surgimiento de la imagen traumática. Si los tiempos 1, 2 y 3 responden a los tiempos del Edipo y van a definir por eso mismo las coordenadas de la postura del deseo de esta mujer, se puede ver allí la construcción de un fantasma. Estas imágenes son pues delebles en lo simbólico. El tiempo 4 realiza un collage que por su incongruencia, es decir, por su aspecto fuera de sentido, muestra el surgimiento de lo real. Solo a éste, en tanto trauma, se le puede dar el calificativo de indeleble.
En efecto, nuestra hipótesis es que una imagen es indeleble precisamente si conlleva esta marca de lo real, surgimiento de la pulsión en un encuadre operado por lo simbólico.
En primer lugar, el entorno de la anécdota permitió localizar el momento del desencadenamiento de una doble fobia que ha marcado la infancia y la adolescencia de la paciente, fobia que ya había cedido antes de comenzar el análisis. Su forman más antigua, siguiendo la construcción comentada, había sido una fobia a los cementerios que la obligó de niña a realizar muchos rodeos en su barrio. Esta fobia a los cementerios se desplegaba alrededor del significante "ceniza": más claramente al olor a ceniza. Un poco más tarde, articulada al catecismo, apareció en relación con la primera, la fobia a Cristo en la cruz. A la angustia se añadía ahora el asco. En contrapartida, se le había desarrollado una fascinación por la imagen de la virgen con el niño. Estas fobias desaparecieron espontáneamente cuando estableció una relación amorosa con el que hiba a ser el padre de sus hijos, y que fue la causa de su entrada en análisis; cuando hacía solo algunas semanas que esperaba su segundo hijo, en el momento en que su deseo intransigente de tener un niño se le parecía como el eje de su existencia, su compañero se quitó la vida. En estas circunstancias dramáticas ella comienza su análisis, portando una pregunta de la cual tenía la respuesta. Me venía a preguntar si debía tener ese niño. Pero se entiende a partir de la clave dada por la anécdota del chicle, que de ninguna manera habría admitido privarse de la satisfacción de tenerlo. No era el momento de deslizarse entre ella y su deseo, por nombrar la fórmula de Hamlet. El esposo Cristo, como lo descubrió más tarde, estaba muerto, y no se separaba del objeto. Para trabajar la imagen a nivel edípico, he recurrido a un texto de Lacan, en "Observaciones sobre el informe de Daniel Lagache". Escribe: "es para prepararse frente a este momento de carencia que llega una imagen a la postura de soportar todo el precio del deseo: proyección, función de lo imaginario". Y agrega: "Al opuesto se instala en el corazón del ser, para designar el agujero, un índice: introyección, relación a lo simbólico". La pérdida del objeto incestuoso, soporte del deseo, que se articula en este momento con una teoría oral de la generación, fija al sujeto a la maternidad. Pero al mismo tiempo se instala este índice que es la paloma muerta, significante que designa el agujero, la cosa que es a la vez la cosa más cercana del sujeto y que más se le escapa. En este mismo texto Lacan menciona, además, el mecanismo de la fobia.
Uno no se deshace tan fácilmente de un real tan insistente. El trabajo analítico la llevaba de la culpabilidad causada por el suicidio de su compañero al enigma, pasando por un llamado vano al Otro de lo simbólico, que permite bordear definitivamente y sobre todo completamente lo que surgía, en esta ocasión, del agujero inicial. Pero en este llamado a lo simbólico, que, a pesar de absolutamente necesario, se reveló por eso mismo vano, reapareció de forma inesperada un goce que ella misma ignoraba. Así algunos años después de haber terminado los funerales y enterrado con la más fiel representación que se hacía del difunto, en la dignidad de un trabajo de duelo, felizmente vuelta a casar y con un hijo suplementario, surgió para ella la sorpresa. En oportunidad de una sesión, se encontró situada en la puerta del cementerio donde estaba enterrado este primer compañero, atravesándola a diario para ir de compras, y se reconoció en esas viejas señoras que en esta linda provincia pasan sus días velando sobre las tumbas. Movilizar la potencia de lo simbólico no le había permitido acabar con la paloma muerta, incluso habiéndola enterrado decentemente. Como ene l cuadro de Holbein, Los Embajadores, continuaba siendo mancha y por lo mismo orientado el conjunto de su vida. El análisis, volviéndola sobre sí misma, se le aparecía de nuevo como "símbolo fálico, fantasma anamórfico" que, como dice Lacan en el seminario 11, refleja nuestra propia nada volviendo visible el -φ. El difunto ocupa el lugar del sujeto nadificado, lo que correlativamente la inmoviliza en este lugar de guardiana de la tumba.
El seminario 11 permite en efecto abordar lo indeleble de la imagen, esta vez a partir de la relación de objeto, y preguntarse sobre la relación entre este tipo de imagen y la pulsión.
Hablando del núcleo sobre el cual el sujeto encierra su historia en la asociación libre, lo designa como algo traumático, que ha provocado una esquizia del sujeto, teniendo que ser definido, en consecuencia como lo real deducido a partir de un encuentro accidental. Repitiéndose, este accidente devela su sentido y conduce a la pulsión. Pero lo real percibido en el encuentro es inoportuno y esta división del sujeto es a la vez traumática, es decir, cargada de facticidad y de contingencia, y cómplice, es decir, puesta al servicio del Nombre del Padre. No se trata más aquí de una dialéctica de lo verdadero y de la apariencia, sino de la manifestación de un corte. Ella vió en el momento de escupir, una paloma muerta: extraña contingencia, con el punto tope en el horizonte de nuestra experiencia que es la angustia de la castración. Mientras tanto ella fue vista por una mirada que ella no veía: si la paloma es comparable al ojo y, como la calavera, hace mancha, y la representa nadificada por la castración, -φ, es también la mirada por la cual algo de la relación al sexo se alcanza de manera desexualizada: el objeto, en tanto ausencia, antes que toda sexualización de la falta. Encarna aquello que, de la golosina preferida ligada a una separación que es automutilación, está fuera de la función fálica. Lo indeleble está causado por el desvanecimiento del sujeto del cual esta imagen es la huella. El análisis que permite operar sobre la imagen una separación entre -φ y a, reaviva la división del sujeto; por una parte la proyecta así fuera del cementerio: -φ pues se enuncia en lo sucesivo como sin el niño y pérdida definitiva del compañero, y hace por otra parte surgir el a como objeto de la pulsión: la mirada aparece en la imagen indeleble, como su punto real –la mirada de la paloma muerta que ella no advierte que la ve inmoviliza un real en la fijación de la cosa. Hasta entonces su existencia se desplegó entre dos puntos. Por un lado, ella se quedó fijada al objeto oral perdido de la demanda a otro edípico. Esto se había manifestado en este feroz deseo de tener un niño por el cual durante mucho tiempo ella definió su ser. Sin embargo, no sin síntoma. Ella ha estado mucho tiempo tomada por una angustia enloquecedora, en cuanto sus niños escapaban a su mirada que organiza su relación con el otro, cuya mirada se le vuelve extraña a ella misma. Una imagen es púes indeleble por haber hecho visible la división del sujeto operada por un real "no todo fálico".
¿Qué porvenir tiene ella en un análisis llevado a término, que no es el caso para esta analizante? Siempre indeleble, pero con la fascinación y el horro en menos, cesaría de ser una solución a la falta en ser. Una vez disociada de la pulsión, la fijación a la demanda del Otro que ella vehiculizaba puede desaparecer. La pulsión puede entonces definirse como la relación entre la falta en ser del sujeto, y lo real de la falta en el Otro. Para esta analizante esto implica, además de la caída de la omnipotencia de la posición materna, el descubrimiento del o que no es saturable ni por el niño ni por la muerte: la falta de un significante en lo real. El carácter de indebilidad es la marca de A, heterogéneo al orden de la demanda del Otro. Al final de un análisis, este elemento de A deja de ser del orden del trauma, de lo real, para acceder a la modalidad de lo imposible. Lo indeleble de la imagen traumática, marca de goce de un sujeto, se vuelve para él la marca de lo imposible.


Notas
  1. Marie Hélene Brousse. "Caso clínico" en Posición sexual y fin de análisis. Ed. Tres haches, 2003
  2. NEL - Medellín es parte de la Nueva Escuela Lacaniana, NEL y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, AMP
    www.nel-medellin.org
  3. http://www.nel-medellin.org/template.php?sec=Textos-online&file=Textos-online/Textos/Cuando-la-imagen-se-hace-destino.html&utm_medium=email&utm_campaign=Bolet%C3%ADn+de+la+semana+NEL-Medell%C3%ADn.&utm_source=YourMailingListProvider&utm_term=M%26aacute%3Bs+informaci%26oacute%3Bn