La imagen es una paloma muerta en el fondo de un tacho de basura.
¿Cómo esta imagen se hizo destino para un sujeto? Más generalmente, ¿de dónde una imagen extrae su poder estructurante? Es una pregunta que, sin embargo, se presenta como una paradoja, porque a pesar de algunos de los primeros textos de Lacan sobre lo imaginario, que dejan su lugar al poder estructurante de la imagen–forma, el eje imaginario se definió rápidamente, subsumido por lo simbólico, como poder de sugestión, de ilusión o también de recuperación, y la imagen por su función de desconocimiento. "La estructura no es la forma", escribe Lacan en el texto "Observaciones sobre el informe de Daniel Lagache": la estructura es la articulación significante como tal.
Sin embargo esta imagen escandió el análisis de este sujeto y actúo como principio de desciframiento de su destino. "En el jardín de infantes, en el recreo, abre un tacho de basura para escupir un chicle y su mirada encuentra una paloma muerta". Tal es la imagen que al mismo tiempo que se desprende, se introduce en una pequeña anécdota. Esa mañana su padre la había acompañado a la escuela; en el camino se detienen en la panadería y su padre le compra inesperadamente su golosina favorita, un chicle. Una vez en la escuela, en el recreo se enfrenta con la prohibición escolar, despertada por sus compañeros seguramente celosos. Prohibido el chicle en la escuela, es al ir a escupirlo cuando, levantando la tapa del tacho de basura, en el fondo del mismo, tiene este encuentro que es del orden de lo traumático.
El cuadro edípico de la imagen resalta con claridad: de la mano de su padre, este le regala el objeto oral deseado: Tiempo 1. En la escuela, surgen simultáneamente la rivalidad con sus semejantes y lo prohibido que la priva del objeto de la satisfacción edípica: tiempo 2 de la ley. Hay que escupir el chicle: tiempo 3 de la pérdida. Entonces surge el encuentro, escupir el chicle y la visión de la paloma muerta en el fondo del tacho de basura: tiempo 4 del surgimiento de la imagen traumática. Si los tiempos 1, 2 y 3 responden a los tiempos del Edipo y van a definir por eso mismo las coordenadas de la postura del deseo de esta mujer, se puede ver allí la construcción de un fantasma. Estas imágenes son pues delebles en lo simbólico. El tiempo 4 realiza un collage que por su incongruencia, es decir, por su aspecto fuera de sentido, muestra el surgimiento de lo real. Solo a éste, en tanto trauma, se le puede dar el calificativo de indeleble.
En efecto, nuestra hipótesis es que una imagen es indeleble precisamente si conlleva esta marca de lo real, surgimiento de la pulsión en un encuadre operado por lo simbólico.
En primer lugar, el entorno de la anécdota permitió localizar el momento del desencadenamiento de una doble fobia que ha marcado la infancia y la adolescencia de la paciente, fobia que ya había cedido antes de comenzar el análisis. Su forman más antigua, siguiendo la construcción comentada, había sido una fobia a los cementerios que la obligó de niña a realizar muchos rodeos en su barrio. Esta fobia a los cementerios se desplegaba alrededor del significante "ceniza": más claramente al olor a ceniza. Un poco más tarde, articulada al catecismo, apareció en relación con la primera, la fobia a Cristo en la cruz. A la angustia se añadía ahora el asco. En contrapartida, se le había desarrollado una fascinación por la imagen de la virgen con el niño. Estas fobias desaparecieron espontáneamente cuando estableció una relación amorosa con el que hiba a ser el padre de sus hijos, y que fue la causa de su entrada en análisis; cuando hacía solo algunas semanas que esperaba su segundo hijo, en el momento en que su deseo intransigente de tener un niño se le parecía como el eje de su existencia, su compañero se quitó la vida. En estas circunstancias dramáticas ella comienza su análisis, portando una pregunta de la cual tenía la respuesta. Me venía a preguntar si debía tener ese niño. Pero se entiende a partir de la clave dada por la anécdota del chicle, que de ninguna manera habría admitido privarse de la satisfacción de tenerlo. No era el momento de deslizarse entre ella y su deseo, por nombrar la fórmula de Hamlet. El esposo Cristo, como lo descubrió más tarde, estaba muerto, y no se separaba del objeto. Para trabajar la imagen a nivel edípico, he recurrido a un texto de Lacan, en "Observaciones sobre el informe de Daniel Lagache". Escribe: "es para prepararse frente a este momento de carencia que llega una imagen a la postura de soportar todo el precio del deseo: proyección, función de lo imaginario". Y agrega: "Al opuesto se instala en el corazón del ser, para designar el agujero, un índice: introyección, relación a lo simbólico". La pérdida del objeto incestuoso, soporte del deseo, que se articula en este momento con una teoría oral de la generación, fija al sujeto a la maternidad. Pero al mismo tiempo se instala este índice que es la paloma muerta, significante que designa el agujero, la cosa que es a la vez la cosa más cercana del sujeto y que más se le escapa. En este mismo texto Lacan menciona, además, el mecanismo de la fobia.
Uno no se deshace tan fácilmente de un real tan insistente. El trabajo analítico la llevaba de la culpabilidad causada por el suicidio de su compañero al enigma, pasando por un llamado vano al Otro de lo simbólico, que permite bordear definitivamente y sobre todo completamente lo que surgía, en esta ocasión, del agujero inicial. Pero en este llamado a lo simbólico, que, a pesar de absolutamente necesario, se reveló por eso mismo vano, reapareció de forma inesperada un goce que ella misma ignoraba. Así algunos años después de haber terminado los funerales y enterrado con la más fiel representación que se hacía del difunto, en la dignidad de un trabajo de duelo, felizmente vuelta a casar y con un hijo suplementario, surgió para ella la sorpresa. En oportunidad de una sesión, se encontró situada en la puerta del cementerio donde estaba enterrado este primer compañero, atravesándola a diario para ir de compras, y se reconoció en esas viejas señoras que en esta linda provincia pasan sus días velando sobre las tumbas. Movilizar la potencia de lo simbólico no le había permitido acabar con la paloma muerta, incluso habiéndola enterrado decentemente. Como ene l cuadro de Holbein, Los Embajadores, continuaba siendo mancha y por lo mismo orientado el conjunto de su vida. El análisis, volviéndola sobre sí misma, se le aparecía de nuevo como "símbolo fálico, fantasma anamórfico" que, como dice Lacan en el seminario 11, refleja nuestra propia nada volviendo visible el -φ. El difunto ocupa el lugar del sujeto nadificado, lo que correlativamente la inmoviliza en este lugar de guardiana de la tumba.
El seminario 11 permite en efecto abordar lo indeleble de la imagen, esta vez a partir de la relación de objeto, y preguntarse sobre la relación entre este tipo de imagen y la pulsión.
Hablando del núcleo sobre el cual el sujeto encierra su historia en la asociación libre, lo designa como algo traumático, que ha provocado una esquizia del sujeto, teniendo que ser definido, en consecuencia como lo real deducido a partir de un encuentro accidental. Repitiéndose, este accidente devela su sentido y conduce a la pulsión. Pero lo real percibido en el encuentro es inoportuno y esta división del sujeto es a la vez traumática, es decir, cargada de facticidad y de contingencia, y cómplice, es decir, puesta al servicio del Nombre del Padre. No se trata más aquí de una dialéctica de lo verdadero y de la apariencia, sino de la manifestación de un corte. Ella vió en el momento de escupir, una paloma muerta: extraña contingencia, con el punto tope en el horizonte de nuestra experiencia que es la angustia de la castración. Mientras tanto ella fue vista por una mirada que ella no veía: si la paloma es comparable al ojo y, como la calavera, hace mancha, y la representa nadificada por la castración, -φ, es también la mirada por la cual algo de la relación al sexo se alcanza de manera desexualizada: el objeto, en tanto ausencia, antes que toda sexualización de la falta. Encarna aquello que, de la golosina preferida ligada a una separación que es automutilación, está fuera de la función fálica. Lo indeleble está causado por el desvanecimiento del sujeto del cual esta imagen es la huella. El análisis que permite operar sobre la imagen una separación entre -φ y a, reaviva la división del sujeto; por una parte la proyecta así fuera del cementerio: -φ pues se enuncia en lo sucesivo como sin el niño y pérdida definitiva del compañero, y hace por otra parte surgir el a como objeto de la pulsión: la mirada aparece en la imagen indeleble, como su punto real –la mirada de la paloma muerta que ella no advierte que la ve inmoviliza un real en la fijación de la cosa. Hasta entonces su existencia se desplegó entre dos puntos. Por un lado, ella se quedó fijada al objeto oral perdido de la demanda a otro edípico. Esto se había manifestado en este feroz deseo de tener un niño por el cual durante mucho tiempo ella definió su ser. Sin embargo, no sin síntoma. Ella ha estado mucho tiempo tomada por una angustia enloquecedora, en cuanto sus niños escapaban a su mirada que organiza su relación con el otro, cuya mirada se le vuelve extraña a ella misma. Una imagen es púes indeleble por haber hecho visible la división del sujeto operada por un real "no todo fálico".
¿Qué porvenir tiene ella en un análisis llevado a término, que no es el caso para esta analizante? Siempre indeleble, pero con la fascinación y el horro en menos, cesaría de ser una solución a la falta en ser. Una vez disociada de la pulsión, la fijación a la demanda del Otro que ella vehiculizaba puede desaparecer. La pulsión puede entonces definirse como la relación entre la falta en ser del sujeto, y lo real de la falta en el Otro. Para esta analizante esto implica, además de la caída de la omnipotencia de la posición materna, el descubrimiento del o que no es saturable ni por el niño ni por la muerte: la falta de un significante en lo real. El carácter de indebilidad es la marca de A, heterogéneo al orden de la demanda del Otro. Al final de un análisis, este elemento de A deja de ser del orden del trauma, de lo real, para acceder a la modalidad de lo imposible. Lo indeleble de la imagen traumática, marca de goce de un sujeto, se vuelve para él la marca de lo imposible.
Notas
- Marie Hélene Brousse. "Caso clínico" en Posición sexual y fin de análisis. Ed. Tres haches, 2003
- NEL - Medellín es parte de la Nueva Escuela Lacaniana, NEL y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, AMP
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