La clínica psicoanalítica es una clínica del uno por uno
Hanna Arendt, una de las referencias más poderosas en el pensamiento del siglo XX anticipaba con espanto las consecuencias que podría acarrear el avance del “behaviorismo” en las ciencias humanas. En su libro La condición humana(1), escrito en 1958 se rebela ante el nuevo dios estadístico, erigido en “el supuesto de que los hombres se comportan y no que actúan con respecto a los demás. En cambio, el acto, por nacer en la trama del discurso, en el seno de lo propiamente humano, es singular, único, excepcional y a ello se debe su carácter extraordinario e histórico. En el comportamiento se privilegia lo parecido, lo homogéneo, la norma, lo que puede ser mensurable. Por esa razón, Arendt considera que la uniformidad estadística no es, en modo alguno, un ideal científico inofensivo, sino un ideal político de cuyos peligros advierte: si este ideal logra imponerse “las hazañas tendrán cada vez menos oportunidad de remontar la marea del comportamiento y los acontecimientos perderán cada vez más su significado…”(2). Es decir, perderán su valor, su excelencia, en definitiva, su dimensión humana.
Esta reflexión no ha hecho sino anticipar el estado de las cosas que intenta imponerse hoy en día. En lo que respecta al tratamiento del autismo, toma la forma de un atentado sistemático que se ceba con los seres más frágiles, los que sólo disponen del silencio como última defensa ante el atropello “pedagógico” que les arrebata su capacidad de acción, su humanidad y les trata como entes a ser domesticados.
Con toda razón, en su libro Sortir de l’autisme (3), Jacqueline Berger afirma que “nada es más peligroso que una ideología que no se reconoce como tal y que se afirma como verdad científica.” Ampliamente documentado, ejercicio de una crítica aguda e inteligente, este libro refleja el sufrimiento de los padres, su desconcierto ante el nihilismo terapéutico de algunos “expertos” que proclaman que la causa del autismo es genética y, por lo tanto, su cura, imposible. Berger extrae las consecuencias de tales postulados para los afectados y sus familias, aportando los datos económicos que justifican ciertas medidas de restricción y abandono de los tratamientos adecuados por parte de las administraciones públicas. J. Berger muestra hasta qué punto se cumple actualmente lo que Arendt temía: el ejercicio de una falsa ciencia al servicio de una ideología de dominio.
En la línea inaugurada por Arendt, este libro constituye un alegato en favor de la subjetividad que ha sido elaborado al detectar el alcance antropológico y ético comprometido en el diagnóstico y las terapias de modificación de los comportamientos. Frente a lo cual que enuncia su posición: “Pienso que deberíamos concebir los trastornos autísticos como heridas existenciales, como trastornos del ser. Y considerar a los autistas como sujetos para quienes su existencia no es segura, como seres amenazados de poder ser desposeídos del sentimiento de existir.” (4)
Nuestro sentimiento de existencia, nos ha enseñado Lacan, está en estrecha dependencia del lugar simbólico que consigamos ocupar: “En el comienzo no era el origen sino el lugar” (Mon enseignement) (5). Ese lugar depende del acto que nos lo confiere, distinguiéndonos en nuestra singularidad. De ahí que el tratamiento psicoanalítico del autismo no se reduce a la emergencia de la relación al otro, del parecido, sino que intenta ir más allá. Concede un lugar a cada uno como sujeto de la palabra y el lenguaje, cuya silueta simbólica se esboza en “los ecos, las resonancias, la proliferación de palabras aisladas, en la satisfacción que produce el sonido.”(6) Ese lugar simbólico es correlativo de la invención del Otro que propicia un tratamiento destinado a inaugurar un diálogo con el autista siguiendo la orientación de que nos ha aporta la enseñanza de Lacan.
No sin el cuerpo
Para que ese lugar se perfile y pueda aportar una consistencia, un ego, gracias a una topología humanizada, es necesario que el exceso que resiente el sujeto en su cuerpo pueda ser extraído, disminuido, como lo demuestra Martin Egge en un libro de obligada lectura: La cura del bambino autístico(7). “Las únicas tentativas de pacificación que se pueden poner en marcha implican el tratamiento del cuerpo.” (8) En el diálogo con el autista esperamos respaldar al sujeto en la conquista del lugar en el que consiga alojar el exceso de pulsión de muerte, de destrucción, fuera de sí. Correlativamente a esta operación, podrá hacer de su cuerpo, un cuerpo propio.
Eric Laurent ha señalado certeramente que la creciente preocupación por este trastorno muestra una especie de jaque: en la era de las comunicaciones, el autismo aparece como el impasse al imperativo comunicacional. ¿A qué responde el estado “congelado” en el que se encuentra lo simbólico para el autista?
En su célebre Conferencia de Ginebra sobre el síntoma, (9) Lacan responde al Dr. Cramer sus cuestiones respecto al autismo. Poco antes del coloquio, en el curso de su exposición había explicado que la resonancia de la palabra es algo constitucional al ser hablante. La evidencia de este hecho se vincula a la experiencia analítica: “a partir del momento en que alguien está en análisis siempre prueba que escuchó.” Los autistas se escuchan ellos mismos, le dice Lacan al Dr. Cramer, “que usted tenga dificultad para escucharles no impide que se trate de personajes más bien verbosos (10).” También Lacan señala la razón de la dificultad: [los autistas] “…no llegan a escuchar lo que usted tiene para decirles en tanto usted se ocupa de ellos.” Y concluye con una frase fundamental: “(…) finalmente hay algo para decirles”. Sobre estas preciosas observaciones se ha edificado una clínica tan diversa como sorprendente en su eficacia y singularidad.
Según Antonio Di Ciaccia (11), dado que para el autista la palabra no está vestida de semblante, aparece en toda su crudeza, como un real mortificante y por ese motivo despierta una defensa extrema. Su posición demuestra que la palabra, la presencia del deseo le hace mal, le daña: “En su caso lo simbólico no es operatorio para tratar lo real.”
El tratamiento debe contemplar esta fragilidad sin forzamientos, sin imperativos, sin demandas, pero con una vocación sostenida de no dejar caer al sujeto en su trabajo de construcción del Otro para que el lazo y el diálogo sean posibles.
Muy lejos de estas preocupaciones clínicas se encuentran los cognitivistas y los ambientalistas cuyas guerras vale la pena conocer, señala Eric Laurent. Como la que tuvo lugar en el seno de Autism Speaks, fundada en 2004 por el Presidente de NBC Bob Wright, luego de que su nieto fuera diagnosticado de autista. Los holgados fondos con los que cuenta la fundación les han permitido embarcarse en investigaciones sostenidas en distintas hipótesis: genética, o debida al envenenamiento por mercurio sintético presente en las vacunas; incluso hipótesis de doble entrada por la cual un gen sería activado por mercurio u otras neurotoxinas. La querella entre los abuelos y la madre ha alcanzado dimensiones mediáticas. Como el pequeño no ha respondido a las terapias comportamentales, la madre confía en una dieta de purificación y de evacuación de los metales del cuerpo. (12)
Lo que llama poderosamente la atención es que en dicho “tratamiento” de purificación, que excluye la subjetividad, que no toma en consideración la palabra, se pone en juego la idea de un cuerpo-tubo, esencial a la posición del sujeto en el autismo. Encontramos la misma idea en un relato precioso de Amélie Nothomb: la descripción de la experiencia del cuerpo, en el estado congelado del sujeto, durante los primeros años de la vida del personaje central de su libroMetafísica de los tubos, al que nombra Dios debido a su aparente y radical autosuficiencia.
Esta autora ilustra de una manera tan cruda como bella lo que significa una existencia sin la dimensión de la alteridad, de la que el ser hablante depende, como del aire: “Las únicas actividades de Dios eran la deglución, la digestión y, como consecuencia directa, la excreción. Esas actividades (…) pasaban por el cuerpo de Dios sin que él se diera cuenta. (…) Dios abría todos los orificios necesarios para que los alimentos y líquidos lo atravesaran. Y esa es la razón por la cual (…) llamaremos a Dios el tubo.” (13)
En esta ficción encontramos una ejemplar ilustración de la “vivencia de satisfacción” que postulara Freud como el comienzo mítico de la vida psíquica. En un pasaje en el cual describe la manera en que el “Dios-tubo” accedió al placer humanizado con ocasión de la visita de la abuela paterna, descrito en el relato como el auténtico nacimiento, acaecido a los dos años y medio. La abuela se acerca a la cuna del Dios-tubo sujetando un bastoncito blanquecino y le dice: “Es chocolate blanco de Bélgica (…) Es para comer (…) Dios tiene miedo y deseo a la vez. (…) en un arranque de valor atrapa la novedad con los dientes (…) La voluptuosidad se le sube a la cabeza (…) y hace resonar una voz que nunca había oído: -¡soy yo! ¡soy yo la que vive!” Precisamente, Freud hace depender la experiencia de satisfacción de la “acción específica” que, en términos de Lacan, traducimos como el acto del Otro que confiere un lugar al sujeto. Dicho acto constituye la fuente de todos los sentimientos morales (14), porque, gracias al despertar del amor, el ser hablante se anuda a la deuda simbólica que inaugura la recepción de un signo de la presencia del Otro. A la vez, se produce la reunión del significante y lo real por el cual se inscribe un orificio del cuerpo vinculado al placer, cuyo paladeo resuena en la palabra haciendo posible el surgimiento del yo que por ello se sabe viviente, porque goza. Simultáneamente, la voz cae, objeto perdido en la cadena del lenguaje y el sujeto se hace oír en la forma de enunciación particular, como una declaración del ser: “¡soy yo la que vive!”
Testimonios, relatos, estudios
Existe actualmente una sensibilidad social hacia el sufrimiento de los autistas y sus familias. Como todo fenómeno que obtiene un alcance mediático, se percibe también su reverso, que puede tomar la forma de alarma social. Aunque son muchos los autores psicoanalistas que se ocuparon de su estudio y de su tratamiento, cierto es que la publicación de una serie de libros testimoniales por parte de adultos autistas se ha demostrado fundamental: Temple Grandin, Donna Williams, Birger Sellin y, más recientemente, Daniel Tammet, autor de Nacido en un día azul. Estos escritos constituyen un material de estudio muy valioso porque en ellos aprendemos la lógica de sus autotratamientos que verifica las hipótesis psicoanalíticas punto por punto y nos ayudan a diseñar estrategias para hacer menos penoso el recorrido a quienes solicitan nuestra ayuda.
La literatura actual se hace eco de esta enigmática afección de la subjetividad: Además del ya mencionado Metafísica de los tubos también han tenido una gran acogida de crítica y público: La soledad de los números primos de Paolo Giordano, El curioso incidente del perro a medianoche de Mark Haddon y la trilogía Milenium, con su heroína Lizbeth Salander. Todos ellos presentan retratos de sujetos que se han denominado “autistas de alto rendimiento” o síndrome de Asperger.
En este panorama tampoco faltan las contribuciones de los familiares. Además del ya citado Sortir de l’autisme, en nuestro país ha tenido mucha repercusión la publicación de un comic autobiográfico, galardonado con el Premio del Comic de Cataluña: María y yo realizado por un famoso dibujante (15). Esta publicación estaría destinada a corregir ciertos tópicos respecto a los autistas, intentando normalizar la existencia de los afectados, sensibilizando a la población, reclamando su humanidad. “En lugar de ser, como se pudiera esperar de una niña autista, distante y fría, ella es afectuosa y emocional”, dice el prólogo. Lo más singular del lazo entre el padre y la hija es la forma de comunicación, ella habla y él dibuja, fabrica imágenes, favorables a su entendimiento.
Desde nuestra perspectiva este libro constituye una gran enseñanza acerca de un malentendido. En lugar de mostrarnos, como se pretende, las conductas típicas del autismo, aprehendemos sobre lo más particular de esta niña como ser hablante: el modo en que María hace uso de lo simbólico: ella ordena el stock de sus recuerdos, haciendo listas de nombres y los clasifica por clases: sus compañeros, los que fueron a la excursión, los nombres de sus madres. María maneja pues, una lógica conjuntiva para ordenar el caos del lenguaje en el que todos necesitamos una brújula, a falta de la cual estamos desorientados y que Lacan encontró, primero, en la función simbólica del nombre del padre y, más tarde, en la función del significante amo.
Uno de los pasajes más tiernos y que debería suscitar más de una reflexión es la transcripción de un diálogo, destinado a demostrar que ella, por ser autista, no escucha.
Padre: ¿qué has comido?
María: Pili me pegó.
Pregunta y respuesta se repiten varias veces hasta que, por fin, el padre exclama: ¿Te pegó? ¡Deja que la pille! Entonces la niña le responde: spagethis y pollo. Este pasaje demuestra que la niña escucha perfectamente, sólo que para ella es imperativo que el otro escuche lo que más le importa a ella.
“María es única como todos los demás y hay que aceptarla tal cual es”, reza el prólogo. Estamos de acuerdo, pero ¿qué significa aceptarla tal cual es? ¿asumir su “handicap” o resignarse a lo inevitable de un trastorno de supuesto origen genético? Esta insistencia en aceptar las diferencias encubre una denegación: no vale con una declaración de intenciones silenciando un secreto a voces: la enorme dificultad de los autistas para participar en el mundo con los demás, a pesar de un deseo tenaz por conseguirlo. El padre de María deja un testimonio descarnado de sus sentimientos cuando la niña tiene ataques angustia o de violencia: todas las miradas inquisidoras le señalan como culpable de no contenerla, o de no apartarla…
Desde la ética del discurso analítico nos interrogamos acerca de las proclamas humanistas y de su alcance. ¿Qué noción de humanidad está implicada cuando se reclaman los derechos -inalienables- de los sujetos autistas?
Según Heiddeger, a través de la historia se han formulado distintos humanismos: el griego, el romano, el cristiano, el renacentista, el romántico, el marxista… Pero, nos advierte este autor, deben distinguirse aquellos referidos al ser y la desviación implícita al pretender reducir el ser al ente, a una mera existencia donde se eliminan las diferencias fundamentales. ¿No estaríamos ante un reclamo humanista que pretende la admisión de entes discapacitados, víctimas de una enfermedad y no de seres con dificultades en su humanización? Freud y Lacan nos enseñaron a pensar las distintas realidades humanas de las que se ocupa la clínica psicoanalítica a partir de una concepción de lo humano muy precisa: somos seres hablantes y de allí se desprenden nuestras dificultades, del hecho de tener que incorporar, a través de la experiencia de la infancia, una estructura que nos preexiste y que parlotea. En el mar del lenguaje nos cogemos de algunos trocitos (16) que nos permiten mantenernos a flote, no sucumbir. Con ellos formamos un soporte simbólico donde sostener nuestra existencia y conseguir gozar así de lo esencialmente humano, de la palabra. La experiencia de este recorrido está plagada de cortes, traumas, pérdidas; hay sujetos que no consiguen arreglárselas y se inhiben, se detienen, no pueden continuar. Entre ellos, los llamados autistas presentan el mayor de los enigmas.
Muchos psicoanalistas han realizado estudios clínicos fundamentales sobre el autismo, sobre su causalidad y su tratamiento: Donald Meltzer, Frances Tustin, Margaret Mahler, Bruno Bettelheim, Rosine y Robert Lefort, Eric Laurent, Antonio Di Ciaccia, Jean Claude Maleval, entre otros. Todos ellos coinciden en que las conductas llamadas típicas (estereotipias, ecolalias, aislamiento) son modalidades de la defensa ante la angustia. Las versiones difieren en cuanto a la causalidad psíquica y al modo de entender los mecanismos específicos. Pero todos ellos coinciden en lo esencial de los principios éticos de la práctica psicoanalítica: los síntomas del autismo son síntomas de la subjetividad hablante que se encuentra en estado de máxima dificultad. Por medio de sus síntomas intentan un tratamiento del Otro que debe ser considerado como una creación individual a partir de la cual puede construirse el mundo.
Lo que el autista nos enseña
Sostener el acto creador del sujeto autista, potenciar su hallazgo significante, requiere una posición por parte de los que intervienen en su tratamiento: la adecuada para concederle la dignidad creadora al síntoma, así adopte una forma minimalista. Esa posición es posible porque se han llegado a acotar los fantasmas personales en el curso de un análisis personal, de tal modo de no entorpecer el trabajo del sujeto, otorgándole un reconocimiento auténtico que consiga “descongelarlo”, invitándolo a la palabra.
El tratamiento psicoanalítico del autismo tiene una especial consideración por lo real, por aquello de lo que el sujeto se defiende de un modo radical. La modalidad de su defensa demuestra que las palabras, la voz, la mirada, no son para nada benéficas a pesar de provenir de la mejor de las voluntades.
Hace falta formular un nuevo humanismo, lacaniano, el humusnismo (17), derivado del humus del lenguaje, del terreno fértil en el cual cada uno de los sujetos en posición autista, como María, puedan elegir los trocitos con los que componer su decir, hasta conseguir afianzar un deseo propio, una enunciación particular en este mundo pleno de diversidades.
El estado del sujeto en posición autista revela una honda vulnerabilidad que estamos llamados a socorrer en la única manera en que un sujeto puede ser ayudado: dando por buena su solución, sin pretender corregirla, con el fin de hacerla prosperar en el universo de los símbolos. Así, podremos seguir celebrando que cada vida se haga presente como distinta y singular en cada uno de nosotros, seres hablantes, hijos del lenguaje.
Notas:
1-. Hanna Arendt, La condición humana. Paidós. Barcelona 1993. Pág. 54
2-. Idem, pág.
3-. Jacqueline Berger: Sortir de l’autisme. Buchet Chastel.París 2007
4-. Idem., Pág.65
5-. J.Lacan: Mon enseignement. Editions du Seuil. París. 2005 Pág.12
6-. Jean-Pierre Rouillon, texto de presentación a las VIII jornadas RI3
7-. Martin Egge. La cura del bambino autistico. Edit Astrolabio. Roma.2006
8-. Idem. Pág.136
9-. J.Lacan, Conferencia de Ginebra sobre el síntoma. En Intervenciones y textos. Manantial. Buenos Aires.
10-. Según el Diccionario de la Real Academia, “Verboso”, significa abundante y copioso en palabras.
11-. Antonio Di Ciaccia: Una práctica al revés. En Desarrollos actuales sobre el autismo y la psicosis infantil en el área mediterránea. Ministero Affari Esteri.Ambasciata D’Italia. Madrid. 2001
12-. Eric Laurent: Eric Laurent, Le chiffre de l’autisme. Le nouvel Âne nº 8, pág 16
13-. Amélie Nothomb, Metafísica de los tubos. Quinteto. Barcelona 2006. Pág. 9
14-. Sigmund Freud, Proyecto de una psicología para neurólogos. Biblioteca Nueva. Tomo I. Madrid 1973. Pág. 229
15-. María Gallardo y Miguel Gallardo: María y yo. Astiberri Ediciones. Bilbao 2007.
16-. Son términos de Lacan en la citada conferencia de Ginebra.
17-. Alusiones a lo planteado por Lacan en la Conferencia sobre el síntoma.