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El cuerpo de la medicina, y el nuestro
Luis Teszkiewicz
“Es verdad que la medicina moderna tuvo ocasión suficiente de estudiar los nexos entre lo corporal y lo anímico (...); pero, en ningún caso dejó de presentar a lo anímico como comandado por lo corporal y dependiente de él (...) Parecieron temer que si concedían cierta autonomía a la vida anímica, dejarían de pisar el seguro terreno de la ciencia”. Sigmund Freud [1]
El cuerpo de la medicina moderna
La medicina moderna se ha fundado en una epistemología positivista dando así lugar a una clínica de la mirada. La realidad más tangible que encuentra el médico es el cuerpo biológico. Así concibe a los fenómenos clínicos del cuerpo como lo que recubre a la realidad última del organismo. Hay allí un idealismo oculto que busca el concepto puro en el organismo que daría cuenta de la apariencia en el cuerpo. Lo corporal aparece entonces como un epifenómeno de lo orgánico.
Lo primordial para la medicina es la evaluación escópica, en la que hoy el “saber mirar” del médico ha sido remplazado por una mirada tecnológica que no se limita a la superficie corporal sino que penetra por sus orificios, una “mirada que ahora es omnipresente, bajo la forma de aparatos que ven por nosotros en los mismos lugares: o sea algo que no es un ojo y que aísla la mirada como presente” [2].
Este progreso tecnológico ha llevado a cambiar el objeto de la medicina, como afirma el Dr. Javier Peteiro [3], del enfermo, es decir, el sujeto humano afectado, a la enfermedad, quedando así el sujeto paciente cosificado y su cuerpo fragmentado en pedazos (un órgano, un miembro, un agrupamiento celular). No hay mejor metáfora que el cuerpo desmembrado por la creciente omnipotencia del bisturí (que ya amenaza con sus intervenciones a los llamados trastornos mentales: TOC, depresión, etc.).
La medicina hoy tiene por objeto a la enfermedad, es decir, a una cosa, y el sujeto humano portador de la enfermedad es forcluído del saber médico, incluso en la psiquiatría, que se ampara en un supuesto origen orgánico como asilo de su ignorancia.
El médico especializado en una función o un órgano, lleva al paciente de consulta en consulta, consultas en las que su cuerpo es literalmente hecho pedazos. Ya no tienen nada que decir de su enfermedad, han cedido la palabra a unos instrumentos y, en última instancia, al anátomo–patólogo, es decir a un especialista en tejidos muertos, que es quien establece los protocolos a los que debe someterse el médico. La medicina de hoy es una medicina de cadáveres.
De ahí el desconcierto de la medicina cuando se encuentra con el cuerpo de la histérica. Forcluído su cuerpo, pero no su demanda, la medicina contemporánea crea síndromes ad hoc con definiciones tautológicas, como el Síndrome de Fatiga Crónica o la Fibromialgia.
La histérica dirige su demanda al médico: “me duele todo”, y éste, tomando a la demanda en su literalidad, somete a su cuerpo a una serie de pruebas “objetivas” para dictaminar: “A usted le duele todo”, es decir, padece de fibromialgia
El cuerpo freudiano
No harían mal los médicos, y no sólo los psiquiatras, en leer de vez en cuando a Freud. Éste, a diferencia de ellos, discierne muy pronto la anatomía de la histérica de la del cuerpo real, orgánico. Escribe en una fecha tan temprana como 1888: “... la histeria se comporta en sus parálisis y otras manifestaciones como si la anatomía no existiera, o como si no tuviera ninguna noticia de ella”. “La histeria es ignorante de la distribución de los nervios (...) toma los órganos en el sentido popular, vulgar, del nombre que llevan: la pierna es la pierna, hasta la inserción de la cadera; el brazo es la extremidad superior tal como se dibuja en los vestidos” [4]
Con la invención de los conceptos de realidad psíquica, deseo y pulsión, Freud crea un cuerpo desnaturalizado. La realidad psíquica de la anoréxica da lugar a una gordura imaginaria allí donde el médico sólo ve piel y huesos. El grito del bebé trasciende a la necesidad para constituirse como demanda de amor imposible de satisfacer, generando un cuerpo erótico que trasciende al organismo. La pulsión, con su variabilidad y singularidad, expulsa al instinto fijo, repetitivo e invariable, fuera de la realidad del animal humano. El cuerpo freudiano se multiplica y subjetiviza.
En Inhibición, síntoma y angustia define al síntoma como una formación de compromiso entre la pulsión y la represión, una satisfacción sustitutiva que conduce al síntoma a un más allá de la interpretación. Como dice Miller: “Su carácter sustitutivo no le quita nada a su carácter auténtico, real, puesto que la satisfacción sustitutiva no es una satisfacción menor. En tanto que el síntoma constituye un goce en el sentido de satisfacción de una pulsión, y dado que el goce pasa por el cuerpo (...) la definición de síntoma como acontecimiento del cuerpo es inevitable”. [5]
El cuerpo lacaniano
Lacan estructura su discurso a los médicos en torno a dos puntos de referencia que la medicina pretende ignorar: “en primer lugar, la demanda del enfermo, en segundo lugar, el goce del cuerpo”, referencias que inciden directamente sobre la concepción del cuerpo.
Y añade: “Es en el registro del modo de respuesta a la demanda del enfermo que está la chance de supervivencia de la posición propiamente médica”.
Respecto al cuerpo nos dice que: “Ese cuerpo no se caracteriza simplemente por la dimensión de la extensión: un cuerpo es algo que está hecho para gozar, gozar de sí mismo. La dimensión del goce está completamente excluida por lo que he llamado la relación epistemo-somática” [6] de la medicina.
Indiscutiblemente hay goce en el nivel en que comienza a aparecer el dolor, y sabemos que es solamente a ese nivel del dolor que puede experimentarse toda una dimensión del organismo que de otro modo permanece velada [7].
En Aún Lacan va más lejos, parece definir la vida a partir del goce: “¿No es esto lo que supone propiamente la experiencia psicoanalítica?: la sustancia del cuerpo, a condición de que se defina sólo por lo que se goza. Propiedad del cuerpo viviente sin duda, pero no sabemos qué es estar vivo a no ser por esto, que un cuerpo es algo que se goza.” [8]
“¿Ésta es una definición de la vida?”, se pregunta. J.A. Miller, y se responde: “Más bien es lo contrario. No sabemos qué es la vida. Sólo sabemos que no hay goce sin vida. ¿Y por qué no formular esto bajo el concepto de que la vida es la condición de goce?” [9]
Hay tres cuerpos en Lacan, correspondientes a sus tres registros. El cuerpo imaginario desarrollado en El estadío del espejo con la unificación imaginaria del cuerpo; el cuerpo simbólico producido por la inscripción en él del significante, “el lecho del Otro”; y un cuerpo real atravesado por el goce, un cuerpo que vive porque goza y porque goza interesa al psicoanálisis.
Lacan nos dice que el hombre, entre todas las especies naturales, se caracteriza por tener un cuerpo. En cualquier otro animal se puede identificar el tener con el ser un cuerpo. Pero el hombre corporizado se hace sujeto por medio del significante, “es decir, está hecho de falta en ser”. “Esta falta en ser como efecto del significante divide su ser y su cuerpo” y reduce a éste al estatuto de tener. El cuerpo lacaniano no es sólo una unidad orgánica, ni la imagen a la que precede desvitalizada por el significante, es también el goce que “se aloja en los agujeros de la estructura del lenguaje” [10]. Donde el lenguaje no alcanza el cuerpo se aloja como “sustancia gozante”. Desde la perspectiva de Lacan, la medicina excluye al goce del cuerpo viviente y es, por tanto, una medicina de cadáveres.
Existe esta falla en la ciencia y la medicina de pretensión científica, que como el Dios de Schreber, ignoran al ser humano viviente. La medicina explora cuerpos sintomáticos, pero forcluye al goce de esos cuerpos. También ignora al cuerpo afectado por el significante que, como dice Miller, es un cuerpo enfermo de la verdad, discontinuo y fragmentado.
La medicina trabaja con el organismo, pero ignorando que “el mismo organismo debe sostener dos cuerpos distintos, superpuestos. Por un lado, un cuerpo de saber, que sabe lo que necesita para sobrevivir, el cuerpo epistémico y, por otro lado, el cuerpo libidinal (...) por un lado el cuerpo-yo y, por otro lado, el cuerpo-goce que no obedece al yo, que se sustrae a la dominación del alma como forma vital del cuerpo.” [11]
Notas:
[1] Freud, Sigmund, “Tratamiento psíquico (tratamiento del alma)” `1890, Obras Completas, tomo I, Amorrortu editores, Argentina, 1994, p. 116
[2] Lacan, Jaques, Psicoanálisis y Medicina, 1966, Intervenciones y textos, Manantial, Argentina, 1985, p. 93
[3] Peteiro, Javier, El autoritarismo científico, Miguel Gómez ediciones, Málaga, 2010
[4] Freud, S., “Algunas consideraciones con miras a un estudio comparativo de las parálisis motrices orgánicas e histéricas”, Op. cit., volumen I, p. 206
[5] Miller, Jaques Alain A., Biología lacaniana y acontecimiento del cuerpo, Colección Diva, Buenos Aires, p. 39
[6] Lacan, J, Op. cit. p. 92
[7] Lacan, J, Ídem, p. 95
[8] Lacan, J., El seminario XX: Aún (1972-73) , Paidós, Buenos Aires, 1995, p. 32
[9] Miller, J. A., Op. Cit., p. 8
[10] Soler, C., L’ en-corps del sujeto (2001-2002), Barcelona
[11] Miller, J, Op. cit., p. 72 - 73
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