sábado, 30 de junho de 2012

Indicaciones y contraindicaciones: la aventura del psicoanalista





Indicaciones y contraindicaciones: la aventura del psicoanalista
por RICARDO D. SELDES


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Nuestros escritos toman su lugar en el interior de una aventura que es la del psicoanalista, en la misma medida en que el psicoanálisis es su puesta en cuestión.
J. Lacan, Escritos -El seminario sobre "la carta robada"
1. ¿Por qué sostener las Indicaciones y Contraindicaciones?
En principio constatamos los cambios que se han producido en el lazo de los psicoanalistas con el mundo en el que se instaló, con el psicoanálisis, y con su propio personaje. Tomamos prestada esta última expresión del cuestionamiento que Lacan hiciera de los médicos el 16 de febrero de 1966 [1]. El médico, el gran médico, había sido siempre una persona de autoridad, de prestigio. El analista también logró hacerse de ese lugar, en un espacio producido gracias a la decisión de Freud que contaba con el rechazo generalizado y hacía un buen uso de él bajo el nombre común de resistencias. En ellas encontraba la prueba de lo acertado del camino, mientras que su levantamiento banal implicó por ejemplo una severa crítica a Jung. Según Freud las resistencias desaparecían proporcionalmente al sacrificio de las verdades psicoanalíticas tan trabajosamente conquistadas. Su planteo es que el supuesto éxito del psicoanálisis se producía al precio de rendir sus armas ante las verdades que supo capturar[2].
Lacan se preguntaba por el límite en que el médico debe actuar y a qué debe responder cuando es seducido por la ciencia y llamado como científico fisiologista o para poner a prueba nuevos agentes terapéuticos de cualquier especie. Señala en forma contundente que es en el registro del modo de respuesta a la demanda del enfermo donde está la posibilidad de supervivencia de la posición propiamente médica. Responder que el enfermo viene a pedirnos la cura no es responder, pues la tarea precisa en cada oportunidad, la que debe realizarse con urgencia, es que no responda pura y simplemente a una posibilidad que se encuentre al alcance de la mano[3]. Suele ser irrecusable para el psicoanalista, captar en el gran rubro de Indicaciones y Contraindicaciones, que hay sujetos que vienen a demandarnos que los autentifiquemos como enfermos, que solicitan que los preserven en su enfermedad. Cuando Lacan así lo plantea, no está haciendo una exégesis del furor curandis, sino que desea resaltar la significación de la demanda, el sujeto que habla no puede no mentir.
En el momento que en la Universidad de Yale le preguntaron como elegía a sus pacientes, Lacan respondió que él no los elegía así tan simplemente, sino que ellos tenían que testimoniar acerca de lo que esperaban como resultado de su petición.
Y le damos toda la razón, ya que hemos comprobado, por la experiencia realizada en el equipo de atención de la Urgencia que hicimos existir[4], que la urgencia es un espacio electivo en donde se deciden las cosas, cuando el psicoanalista introduce la variable del tiempo, mejor dicho, su erótica. Y las cosas pueden transformarse.
2. No soy eso que creen
En el mundo de hoy en el que el Psicoanálisis tiene buena prensa y las verdades que produjo se han encarnado, quizás no en el mejor de los modos, en la cotidianeidad de la vida de las personas y en los fundamentos de las políticas de mercado que dicen que sí indiscriminadamente al goce, al deseo, a la palabra, al sentido, en el sí de una supuesta neutralidad benevolente del no juzgarás, [2] insistimos en manifestar que la intervención del analista con su presencia es esencial para marcar, no solamente el borde de lo analizable, el límite de lo posible y lo imposible, de lo conveniente y lo inconveniente, del riesgo[5], sino para imprimir una diferencia con la reivindicación del individualismo contemporáneo de los sujetos de su derecho a gozar.
Cuando decimos indicaciones y contraindicaciones sostenemos esencialmente que no se trata tampoco de satisfacer la demanda ofreciendo un auditor terapéutico para proveer a la palabra de una respuesta inmediata, ni de un diálogo que funcione como instrumento del bienestar de sutura de la falla subjetiva. Este espacio se puede definir como la demarcación de un tiempo diferente, la expresión de una respuesta Otra que instrumenta el psicoanalista, ante la demanda del sufriente, para poner al sujeto al trabajo, y causar que ese trabajo se sostenga, a contramano de los modos que cada sociedad va imprimiendo para contrarrestar las toxinas que el psicoanálisis introdujo.
El personaje del analista, bufón más que infatuado, se preocupa por la dimensión de la estafa que la misma palabra equívoco-mentirosa sugiere, el real que hace exsistir, es el que incluye la mentira. También debe enfrentarse al hecho de que la chifladura psicoanalítica, que llenó de sentido el malestar del sujeto contemporáneo con palabras deslumbrantes, queda culpablemente implicado sin poder retroceder, para sostener en cada oportunidad que sea preciso, el mordaz sostenimiento del apotegma "No soy eso que ustedes creen". La renovación del espíritu del psicoanálisis debe en todo caso ir en contra de lo que es su mal, esas grandes palabras, palabras no menos infladas por ser impuestas. Lacan mostrará también una diferencia con Freud: mientras éste fue aspirado por la noción del inconciente, que ubicó del lado de lo simbólico[6], palabras que hacen que uno no comprenda nada, Lacan dice haber sido aspirado por su propia práctica, de la aspiración por lo real. La cuestión que se mantiene es cómo puede ser que a partir del uso de ciertas palabras se llegue a tocar lo real del goce.
3. La necesaria implicación del psicoanalista
Es el objeto a lacaniano el que responde a la pregunta del estilo, y es la esencia de lo que hace al estilo del psicoanalista lacaniano. En su primera enseñanza, Lacan planteaba cómo en nuestra experiencia de analista, la subjetividad es ineliminable, en tanto se afirma por una vía que pasa muy lejos de aquella otra en la que se le podrían levantar obstáculos. Para el analista, la subjetividad es aquello que ha de hacer entrar en sus cálculos cuando se enfrenta con ese otro que puede hacer entrar en los suyos su propio error, y no tratar de provocar este propio error[7]. No nos deslicemos en obviedades, Indicaciones y Contraindicaciones señalan que la dirección que se alumbra en ese cálculo sobre el cálculo que incluye tanto al sujeto con su falta en ser como lo que lo colma, allí el analista no puede sino quedar enganchado en una experiencia que le exige pagar con su persona y con lo más íntimo de su juicio. Es la necesaria implicación del analista, en cuerpo y alma, inspirado por el resto de la cadena significante en una actitud provocativa que se aleja de los posibles desahogos de la conciencia[8] y se ubica llanamente en la dimensión de la verdad. El objeto a sería así el nombre de esa subjetividad del analista cuando es agente en el discurso analítico.
La práctica analítica es la experiencia que conlleva, para nosotros la aplicación a la terapéutica. François Leguil ha recordado en su reciente conferencia de Buenos Aires el hecho de que Freud haya inventado una clínica que no se distingue de la terapéutica, y enfatizó cómo la operación lacaniana restituye el espíritu original de la medicina, y se sirve necesariamente de la transferencia. Y es en virtud de la transferencia que suscita y de la que se responsabiliza, que el psicoanalista es un practicante y no un científico.
Tenemos el cálculo sobre un sujeto que calcula, y además el elemento libidinal que incorpora la transferencia. Se trata entonces de sostener el terreno propio de la demanda en la condición de la contingencia, y lo que Lacan presenta en su intervención a los médicos: que esa dimensión de restitución al valor original de la experiencia médica no tiene nada de idealista porque se trata de la relación con el goce del cuerpo.
En el número precedente de Papers hemos ubicado al arte del diagnóstico en psicoanálisis y hemos dado sus coordenadas. Leguil lo ha planteado de este modo: la clínica psicoanalítica no se hace con los diagnósticos porque no se hace sin ellos. Es exactamente el mismo no sin del que nos hablara Romildo do Rego Barros considerando el tema de nuestro próximo Congreso. El "no sin es una afirmativa pero deja algo indeterminado".[9]
4. Indicaciones y Contraindicaciones: una motivación ética
En ese lugar el analista debe dar una respuesta o, para decirlo mejor, no va sin su respuesta. Y la respuesta de Lacan, no sin diagnósticos, ha implicado en la contraindicación, una motivación ética. Nos referimos, por ejemplo a los sujetos que nunca se sienten culpables. Si se trata de los "católicos verdaderos" siempre está la chance de que en los encuentros llamados preliminares se los consiga hacer sentir culpables, para que, a partir de ello, sin la sensación de la absolución que brinda el aparato de la Iglesia, puedan ubicar su responsabilidad. Se puede incluso especular con que el sujeto siempre se siente culpable de lo real.
Si los canallas son sujetos sin un superyó que los atraviese y que sin embargo consultan a un analista es, como ha planteado J.-A. Miller, para aprender un saber técnico y quedar atontados para siempre convencidos que no hay nada tan fácil como engañar al Otro. [10]
La lista continúa con los japoneses, los ricos, los que no portan una demanda de algún tipo de sufrimiento...
En el seminario la Ética del Psicoanálisis leemos que los límites éticos del análisis coinciden con los límites de su praxis. Su praxis no es más que un preludio a una acción moral como tal, siendo la susodicha acción aquella por la que desembocamos en lo real. [11]
Si es verdad que el psicoanálisis lacaniano apunta a lo real, el nombre del fuera del sentido, también lo es que fuerza el goce al sentido para intentar elaborarlo, procurar desanudarlo. De este modo, y a la manera de un Witz, podemos definir que las indicaciones son la orientación a lo real cuando éste está concernido dentro de la cura. Cuando no hay modo de tocarlo con las palabras ahí tenemos la contraindicación.
5. Concluimos
En la intervención a los médicos con la que comenzamos esta contribución, Lacan concluye planteando que lo quieran o no, los médicos han quedado integrados al movimiento mundial (no existía la palabra global) de la organización de una salud que se vuelve pública y que impide cada vez más el mantenimiento de su función en el ámbito de lo privado, de lo que suele implicar el célebre secreto profesional. Es por demás llamativo que Lacan haya planteado a los médicos que reconstituyan lo sagrado de su antigua función. ¿Y para los psicoanalistas? continuar y mantener el descubrimiento freudiano. Como un misionero, dice Lacan, es decir como un estilo de vida ya que la antigua función del médico y la del psicoanalista no se limita al tiempo que uno le dedica a ello.
El psicoanálisis mantiene el problema de las indicaciones y contraindicaciones dentro de su órbita y no cede a que los aparatos del poder lo descalifiquen. Más de 100 años de prácticas y resultados nos autorizan a definir junto con el que sufre de su cuerpo o de su pensamiento los procedimientos oportunos para tratar su síntoma.


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N O T A S
1-
Lacan, J - Psicoanálisis y Medicina en Intervenciones y Textos. Ed. Manantial.
2-
En Historia del movimiento psicoanalítico Parte III.
3-
Lacan J. Op.cit.
4-
La Urgencia Subjetiva. El psicoanalista en la práctica hospitalaria. Ricardo Vergara Ediciones Año 1989.
5-
Según la visión de Niklas Luhmann en El concepto del riesgo.
6-
Lacan J. Palabras sobre la histeria: este simbólico, son palabras y, en el límite, se puede concebir que unas palabras son inconscientes.
7-
Lacan, J. Seminario V Las Formaciones del Inconsciente Paidós - pág. 108.
8-
Op.cit. pág. 109.
9-
En el paper # 5, Sem standard mas nao sem principio.
10-
Miller J-A. El síntoma como aparato – En El síntoma charlatán –Paidós – Págs. 30 a 33.
11-
Lacan J. Seminario 7- Clase del 25/11/59 Placer y Realidad. Editorial Paidós, pág. 32.


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