Portugal, viaje a nuestro futuro
El regalo navideño más popular fue la mermelada casera, cuenta la
periodista Pilar del Río, viuda de José Saramago. Atentos y entrañables,
los portugueses no querían prescindir de un presente en esas fechas
pero el dinero no da para más y fabricaron compota en casa. Portugal
nos lleva un año de adelanto en la era de la austeridad y los recortes.
Pueblos cautivos por la codicia impune.
No, todavía no impregna la miseria el corazón de Lisboa. Es menos
visible incluso que en Madrid. Pero las respuestas unánimes califican de
“muy mala” la situación, de “nada” las ventas. Se ven más mendigos en
las calles de la capital de España que en las lisboetas. Pero están. La
entrega de comida que llega en un coche a una calle poco iluminada. El
restaurante abandonado con okupas jóvenes. Un parque alejado para
residir a la intemperie. O la mujer enlutada que pide dinero para una
sopa porque lleva “dos días sin comer”. Y una le da la cuota habitual y
ella, llena de dignidad y rabia, responde: “con un euro no me puedo
comprar una sopa”.
Como en el centro de Madrid, los restaurantes vacíos cazan a lazo a los posibles clientes. Siempre encontrarán a un prepotente español que responda: “Jo, jo, en España no comemos tan pronto”. Como si eso fuera un mérito. Algunos bares toman con humor sus penurias: “Come hoy para sobrevivir, mañana puede que no puedas”.
Atacada del virus de las Bershka, H&M, Zara y toda su larga
parentela, la ciudad maravillosa y natural de los grandes monumentos,
del sabor, se ha llenado de las tiendas que uniformizan a todas las
urbes del mundo. Como si todas fueran un gran e idéntico centro
comercial. Pero están vacías. En el barrio del Chiado sí hay compras y
restaurantes llenos. Las dos caras de la escala social cada vez en
brecha más profunda. Es raro encontrar, allí, al Pessoa de bronce, solo,
sin tomar café con un desconocido que solo mira la cámara que le
enfoca.
En un debate en televisión entre políticos, hacen referencia a
España. A Bankia… “que tiene un agujero de 36.000 millones, cuando
nuestro sistema financiero está mucho mejor”. A los portugueses, les
dieron antes. Los negocios, las familias, están en crisis. Acaban de
sufrir una nueva y brutal subida de la electricidad, el gas, y el
equivalente a nuestro IRPF, y soportan un IVA del 23%. Salvo los libros
que tienen un 6%, no como en España en donde nos han clavado el 21%. Y
sus sueldos son aún más bajos que los nuestros.
El mercado central de Cais de Sodré sigue tan vacío como cuando lo
visité para un reportaje de Informe Semanal hace 5 años. Los precios se
mantienen. Ha bajado incluso la carne y el pescado, más baratos que en
España. El resto de la vida en Portugal es tan caro o más que el
español. Salvo los taxis, cuestan menos de la mitad que en Madrid. Pero
trabajando 13 y 14 horas diarias hacen menos de la mitad de carreras
que solo dos años atrás. “12 de media, cuando eran entonces 28”, me
comenta un conductor, muy enfadado.
Los recortes en sanidad preocupan mucho a los portugueses. Una anciana relata que “ya no dan medicinas para enfermedades crónicas” y que ella se apaña comprando alternativamente los medicamentos que le recetan. Una vez para la diabetes, otra para la tensión, otra para la artrosis. Suprimiendo el tratamiento de unas y otras durante días. Profesionales denuncian que empiezan a no permitirles recetar medicinas caras para cáncer o hepatitis B. El FMI pide más: pensiones, rebaja de sueldos a funcionarios y expulsión del 20% de ellos.
Un joven camarero ve bien lo de los funcionarios. Y es el único de cuantos hablo que confía en una mejora de la economía a largo plazo…
-Es que los portugueses “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”, explica.
-¿Vosotros también? Pregunto con sorna.
Y, tras una duda inteligente, responde sonriendo:
-…tienen el mismo maestro.
Efectivamente, aplican un manual exacto, calcado de un país a otro. La rabia es patente entre los portugueses, en realidad. Aquí no existe el Estado de Derecho. Hay corrupción hasta para sacarte el carné de conducir. Valoro más a un perro que a un político. ¿A todos? No. A Antonio Da Costa, alcalde socialista de Lisboa, lo salvan. ¿Y por qué no se mueven? O povo é muito calmo, explican mayoritariamente a su vez. Los españoles estáis reaccionando mejor, comentan otros. Salir a la calle no sirve para nada, concluye alguno. ¿Y en la Revolución de los Claveles no sirvió? ¿Qué ha pasado? Se ve que “el maestro” también sabe entontecer y aplacar la rebeldía social que se dé. A veces se manifiesta sutil. En lo alto de un edificio del Chiado, alguien ha incrustado una pintada muy elaborada. Dice: “Pienso mas no existo”. Pensando, es difícil dejar de existir.
“La capacidad de sufrimiento de los portugueses es infinita”,
analiza David Dinis, coautor del libro “Rescatados”. Junto a otra
destacada intelectual, Clara Ferreira -que presenta su libro “Estado de
Guerra”-, debaten largamente ante nutrida audiencia sobre lo que les
está ocurriendo. “Todo el discurso de Passos Coelho [el actual primer
ministro conservador] es de desprecio a la política, sólo le interesan
los números”. “El líder de la oposición [socialdemócrata] no tiene
sangre en las venas”. Creen sin embargo que la coalición gubernamental
está a punto de romperse y que sus oponentes cuentan –aunque no con
gran entusiasmo del aparato de su partido- con Antonio Da Costa. Eso nos
llevan de ventaja. Se preguntan si se puede asumir continuar en el euro
con un 30 o 40% de pobreza. Temen un estallido social pese a todo. Y el
auge del fascismo como ha ocurrido en Grecia. Dinis acaba su
intervención diciendo: “2013 será bueno… si lo comparamos con 2014”.
Alfredo Cunah, fotógrafo ya del 25 de Abril, me dice: “Es igual que
entonces, sabes que algo va a ocurrir”.
¿Qué? Todas las posibilidades abiertas en un inmenso hartazgo al que cada vez le tensan más las cuerdas incrustadas de dolorosos aguijones. ¿Viaje a nuestro futuro? ¿No lo tenemos ya a la puerta de casa, no ha entrado ya hasta el fondo de la cocina? ¿Dónde parará? ¿Parará? Porque otra felicitación navideña –la de la Fundación José Samarago- decía en palabras del escritor y político portugués del Siglo XIX, Almeida Garrett, “yo pregunto a los que se dedican a la economía política, a los moralistas, si ya han calculado el número de individuos que es forzoso condenar a la miseria, al trabajo desproporcionado, a la desmoralización, a la infamia, a la ignorancia más ruin, a la desgracia invencible, a la penuria absoluta, para producir un rico”.
Lisboa desde el Mirador de Santa Justa.
Como en el centro de Madrid, los restaurantes vacíos cazan a lazo a los posibles clientes. Siempre encontrarán a un prepotente español que responda: “Jo, jo, en España no comemos tan pronto”. Como si eso fuera un mérito. Algunos bares toman con humor sus penurias: “Come hoy para sobrevivir, mañana puede que no puedas”.
Cartel en un bar.
Pessoa en el Chiado
Mercado central de Cais de Sodré. Lisboa.
Los recortes en sanidad preocupan mucho a los portugueses. Una anciana relata que “ya no dan medicinas para enfermedades crónicas” y que ella se apaña comprando alternativamente los medicamentos que le recetan. Una vez para la diabetes, otra para la tensión, otra para la artrosis. Suprimiendo el tratamiento de unas y otras durante días. Profesionales denuncian que empiezan a no permitirles recetar medicinas caras para cáncer o hepatitis B. El FMI pide más: pensiones, rebaja de sueldos a funcionarios y expulsión del 20% de ellos.
Un joven camarero ve bien lo de los funcionarios. Y es el único de cuantos hablo que confía en una mejora de la economía a largo plazo…
-Es que los portugueses “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”, explica.
-¿Vosotros también? Pregunto con sorna.
Y, tras una duda inteligente, responde sonriendo:
-…tienen el mismo maestro.
Efectivamente, aplican un manual exacto, calcado de un país a otro. La rabia es patente entre los portugueses, en realidad. Aquí no existe el Estado de Derecho. Hay corrupción hasta para sacarte el carné de conducir. Valoro más a un perro que a un político. ¿A todos? No. A Antonio Da Costa, alcalde socialista de Lisboa, lo salvan. ¿Y por qué no se mueven? O povo é muito calmo, explican mayoritariamente a su vez. Los españoles estáis reaccionando mejor, comentan otros. Salir a la calle no sirve para nada, concluye alguno. ¿Y en la Revolución de los Claveles no sirvió? ¿Qué ha pasado? Se ve que “el maestro” también sabe entontecer y aplacar la rebeldía social que se dé. A veces se manifiesta sutil. En lo alto de un edificio del Chiado, alguien ha incrustado una pintada muy elaborada. Dice: “Pienso mas no existo”. Pensando, es difícil dejar de existir.
Rúa da Trinidade, 18.
¿Qué? Todas las posibilidades abiertas en un inmenso hartazgo al que cada vez le tensan más las cuerdas incrustadas de dolorosos aguijones. ¿Viaje a nuestro futuro? ¿No lo tenemos ya a la puerta de casa, no ha entrado ya hasta el fondo de la cocina? ¿Dónde parará? ¿Parará? Porque otra felicitación navideña –la de la Fundación José Samarago- decía en palabras del escritor y político portugués del Siglo XIX, Almeida Garrett, “yo pregunto a los que se dedican a la economía política, a los moralistas, si ya han calculado el número de individuos que es forzoso condenar a la miseria, al trabajo desproporcionado, a la desmoralización, a la infamia, a la ignorancia más ruin, a la desgracia invencible, a la penuria absoluta, para producir un rico”.
http://rosamariaartal.com/2013/01/20/portugal-viaje-a-nuestro-futuro/
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