segunda-feira, 5 de novembro de 2012

El cartel: un nuevo lazo Por Vilma Coccoz





En Del psicoanálisis y sus relaciones con la realidad leemos: "los psicoanalistas son los eruditos de un saber del que no pueden conversar". Esta frase, reuniéndola con la anterior: "A eso se debe su asociación con quienes sólo comparten ese saber al no poder intercambiarlo", permite entender que el saber del que se ocupa el psicoanálisis no es comunicable de sujeto a sujeto -no hay intersubjetividad-.
Hay otras vías que toman en cuenta esta imposibilidad de comunicar los unos a los otros aquello de lo que se trata. La primera de esas vías es la del propio análisis, en el sentido en que todo análisis es didáctico. No obstante, el saber del que la experiencia del análisis instruye es limitado: saber de la determinación del inconsciente sobre el ser hablante, saber de un goce particular que se obtenía como síntoma. Pero un sujeto nada puede saber del sentido de los síntomas de otro, es decir, de la satisfacción que esos síntomas producen. Para poder permitir a otro el acceso a ese saber no basta con haberlo conquistado uno mismo, sino que hace falta haber pasado a la posición de analista. Esta es la diferencia fundamental entra la IPA y la Escuela ya que ese pase no es automático, también de éste se trata de producir un saber.
Entonces, aunque eruditos en un saber de la estructura, los psicoanalistas no se reúnen como sabios para conversar de su saber y ampliar el campo de la erudición sino que se asocian justamente por lo contrario, por una imposibilidad de conversar. El cartel encuentra en este punto la especificidad de su función: ser la bisagra, la articulación entre el psicoanalista solo, en la soledad de su acto, y la Escuela, donde los analistas trabajan para la transmisión del psicoanálisis aportando su experiencia como analizantes y como analistas. Esto constituye la segunda vía, la del matema.
Parecería entonces que es ese imposible el que hace posible el grupo. Sin embargo, no es tan simple. En "L’Etourdit", Lacan dice: "Lo mío parece una empresa desesperada (…) porque es imposible que los psicoanalistas formen grupo. No obstante, el discurso psicoanalítico (…) puede fundar un vínculo social limpio de toda necesidad de grupo" No propone eliminar el grupo sino fundar un lazo sin la necesidad del mismo. ¿Qué da origen a esta necesidad?
En este mismo texto, Lacan define el grupo a partir de la diferencia entre efectos de grupo y efectos de discurso: "Lo imposible del grupo psicoanalítico es a la vez lo que en él funda, como siempre, lo real. Lo real es esa obscenidad misma: así entonces de ella "vive" como grupo. Esta vida de grupo es la que preserva la institución llamada internacional…"Pero, como Lacan mismo nos dice, "esto no es lo importante, ni tampoco lo es el que sea difícil para quien se instala dentro de un mismo discurso vivir de otra manera que no sea en grupo; lo importante es lo que aquí se convoca, a saber: el baluarte del grupo, la posición del analista tal como queda definida por su discurso mismo. El objeto a en cuanto a la aversión que lo enfrenta al semblante donde lo sitúa el análisis ¿podrá sustentarse con otro consuelo que no sea el del grupo?"
Por lo tanto, lo que causa la necesidad de grupo revela una comunidad de estructura con su imposibilidad: el objeto a. Si el psicoanálisis muestra la separación del Ideal y el objeto a y la naturaleza de semblante de este último, dando así la clave de su operatividad, la posición del analista respecto del objeto está determinada por los efectos de grupo que lo produce como analista.
¿Cómo funciona el objeto a en el grupo? Siempre en "L’Etourdit", si la muerte en Freud es el amor, la "vida" del grupo sólo nombra al odio. Al fundarse en un amor a Freud y al psicoanálisis, la IPA refuerza los lazos de identificación. Como consecuencia, no se opera la separación entre el I y el a, cuya distancia permite revelar su estatuto de semblante, y el jefe encarna su conjunción.
En los miembros del grupo se produce un efecto hipnótico: calla la crítica del Ideal debido a la erotización del lazo con el líder, quedando entonces los miembros del grupo reducidos a ser eco del líder. Éste, por su parte, no por ello obtiene el ser sino sólo la consistencia imaginaria del a, "un semblante más de la cuenta, una ostentación de semblante" (cf. La Tercera).
De esta manera, el amor y el odio están asegurados, en la aversión a reconocer que el objeto no es más que semblante. ¿Qué puede esperarse de la posición de un analista producido por un real cuyo único tratamiento es la pasión?
El desconocimiento de lo real en juego, aunque promueva algún saber, será seguramente escaso, como se demuestra en la producción de la IPA: punto cero de saber.
Fundar un lazo, limpio de la necesidad de grupo, en el que se opere la distancia necesaria entre el I y el a, operación a cargo del más uno en el cartel, equivale a demostrar que del ser sólo hay semblante, que el agente del discurso analítico es del orden del semblante, y que en un correcto anudamiento de una imposibilidad de saber y una imposibilidad de grupo, lo que sí se obtiene es la existencia del discurso analítico.
Artículo publicado en Uno por Uno #10
http://www.nel-mexico.org/template.php?file=carteles%2Fmiller_cinco_variaciones%2Fcoccoz_nuevo_lazo.html

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