En la actualidad se perdió la posibilidad de seguir sosteniendo cómodas generalizaciones sobre las costumbres y problemáticas de los adolescentes, tanto en lo que hace a su relación con el placer como a su modo de vivir la disyunción entre sexo y manifestaciones afectivas. Por eso el psicoanalista no puede quedarse con la afirmación de los estados del alma invariables desencadenados en la pubertad. La declinación del poder de las normas paternas para afrontar estas cuestiones, junto con el hedonismo que predica el sistema, condiciona un panorama complejo y diverso en este terreno, por lo que es necesario detenerse en las condiciones de vida y valores que son afectados por los nuevos modos de afrontar el núcleo abismal de la sexualidad por parte de los diferentes grupos de adolescentes. En este trabajo el autor, además de contrastar la descripción de las últimas décadas de diferentes observadores, se detiene en particular en la experiencia diferencial de los jóvenes de las grandes ciudades y la de los suburbios. El adolescente generalmente hace obstáculo al discurso convenido de la psicopedagogía. Un tipo de edad a una distancia también inestable de una generación a otra, y sobretodo cuyo franqueamiento es también incierto, desalienta el mensaje del educador más convencido. El cliché del estado de desarrollo o del pasaje crucial entre dos épocas palidece frente a la explosión de las normas aún encarnadas por la generación de sus padres, y sobretodo la de la norma sexual. La generación nacida en los años setenta, después, la posmoderna de los años noventa, son, cada una a su manera, reveladoras de la maldición sobre el sexo que la ideología de los años sesenta y ocho creyó poder superar. Con relación a esta subversión, el psicoanalista no puede quedarse con la afirmación de los estados del alma invariables desencadenados en la pubertad. Recordemos, a título de indicación, los paradigmas con los cuales Anna Freud calificaba al adolescente, sin encontrar motivo para elevar la clínica psicoanalítica a la altura de los nuevos síntomas más bien inquietantes. "Admito que es normal para un adolescente tener durante mucho tiempo un comportamiento incoherente e imprevisible, combatir sus pulsiones y aceptarlas, mantenerlas a distancia y ser desbordado por ellas, amar a sus padres y odiarlos, rebelarse contra ellos y depender de ellos, estar profundamente avergonzado de su madre ante los otros y, de manera inesperada, desear hablarle con el corazón abierto; complacerse en imitar a los otros e identificarse a ellos y sin embargo estar en la búsqueda incesante de su propia identidad; de ser más idealista, artista, generoso y desinteresado como no lo será jamás, pero también lo contrario: centrado en sí mismo, egoísta, calculador. Tales fluctuaciones entre los extremos opuestos parecerían totalmente anormales en cualquier otro momento de la vida".[1] Estas palabras de alivio contrastan con los aspectos más dramáticos que la actualidad revela a lo largo del tiempo sobre los adolescentes, así se trate de los dramas del amor como de las formas modernas del síntoma: droga, sida, suicidio y otros pasajes al acto. Estamos incitados a considerar al adolescente más bien a partir de este real clínico. Este punto de vista había sido ilustrado por un número de L҂ne[2] de 1985, sin llegar, sin embargo, a las derivas de hoy. Hace veinte años, yo mismo había endurecido el tema y puesto en cuestión esta "normalidad" teniendo en cuenta la posición de Freud: la mutación de la sexualidad a esta edad cambia la teoría simplista de la sexualidad infantil. Es decir que todo no se jugó a los seis años. El momento de la pubertad pone en juego un real del sexo sin precedentes que dejará marcas. Es con acentos sulfurosos dignos de Dostoïesvsky que, en "El hombre de los lobos", son descritos los desarreglos de la sexualidad del varón en la adolescencia, en particular bajo la modalidad de las tentativas de seducción de la hermana. Más allá de la psicología de los estadios, la sociedad psicoanalítica de Viena consagró muchas de sus sesiones a esta cuestión con un cierto acento dramático, especialmente a propósito de El despertar de la primavera de Frank Wedekind y del suicidio de niños. En 1910, se comentaba el libro del doctor Abraham Baer[3] respecto a esta cuestión. La obra pone en evidencia los efectos del goce en los estados del alma de los jóvenes. La tesis higienista de Baer (1901) no fue bien recibida en la época porque la misma lo imputa a la sexualidad asimilada en esa época a una fuerza vital nietzscheana, a la responsabilidad de la autodestrucción: "Baer cree […] que el aumento de los suicidios de niños debe ser puesta en relación con la precocidad creciente de nuestra juventud hipersofisticada, que se hastió por el goce de toda suerte de placeres".[4] Más allá de su ingenuidad, estas líneas son más elocuentes hoy que en la época de Freud, ya que las mismas presentan la maldición sobre el sexo como el reverso de los años locos. Nosotros seguimos a Christian Baudelot y a Roger Establet cuando afirman como durkhemianos: no es la sociedad la que aclara el suicidio, es el suicidio que aclara la sociedad.[5] Sin desarrollar acá la cuestión de los suicidios de los jóvenes, creemos, mutatis mutandi, que la sexualidad de estos últimos aclara la sexualidad contemporánea. La misma revela el impasse así como la caricatura trasmitida por "estos verdaderos niños que son los padres".[6] El hiperconsumo y la sexualidad "viento en popa" ¿La permisividad de la época realiza finalmente el "gozar sin trabas" predicado por los mayores? ¿O bien es necesario descifrarlo en función del desencadenamiento del consumo de las sociedades contemporáneas? ¿Libertinaje o liberalismo? Al modo de Jean Baudrillard, un observador atento al malestar contemporáneo caracteriza más bien la vida sexual por "el alineamiento del orden erótico sobre el orden económico".[7] Las características de la sociedad de consume son aplicadas acá a la sexualidad, volviendo obsoletos los sintagmas fijos del psicoanálisis, connotados por la angustia y la represión. Los años 2000, según los comentadores del malestar moderno y los psicosociólogos, son caracterizados por el hiperindividualismo, la permisividad, la interferencia de los roles y de las identidades. La precocidad de las relaciones sexuales se revela, especialmente en las niñas. La información en materia de sexualidad siguió todas las innovaciones tecnológicas e informáticas de estos dos decenios. La prensa people arroja sobre los adolescentes una relajación, un cinismo y una crudeza que rompe con los tabúes de la generación precedente. El "sexo" es condenado a sufrir la suerte del hiperconsumo y la ley de la economía del mercado: performance, rapidez, competencia, etc. Gilles Lipovetsky describe el imaginario sexual de las jóvenes generaciones como espejos que reflejan los clichés y los imperativos conductuales hoy "atalonados en las empresas y los deportes"[8] : el estallido del goce, la inconstancia y la inestabilidad de los sujetos, la fragmentación pulsional son asimilados a una "balcanización del consumo".[9] Es tentadora la analogía entre el comportamiento "fragmentado, sin reglas, volátil" imputado a un consumo patchwork, y la inestabilidad afectiva. Sin embargo el imperativo de una performance dictada por el amo es una simplificación. La lista de sentimientos –amistad, sexualidad, ternura, amor….- ciertamente fragmenta las elecciones de objeto. ¿No es más bien la ausencia de normas y de modelos lo que abre la vía a esta deriva de la pulsión? Un observador subraya "que a diferencia de sus mayores, no hay más vía legítima para entrar en la sexualidad".[10] La banalización de la relación sexual tendría como consecuencia borrar al mismo tiempo el ideal amoroso. Esto lo verificamos en los adolescentes. Lipovetsky podía describir en 1983 una suerte de indiferencia en materia de amor, una apatía new-look, sin síntomas. Contrariamente al spleen característico del nihilismo, ninguna desesperación sería el resultado de esto.[11] En la misma época, Françoise Dolto describía el "nuevo comportamiento amoroso" como intimidad platónica generada por la mixtura en un fantasma andrógino: "ellos se pasan su chicle con éxtasis, comparten tomando una coca-cola de la botella, intercambian el cigarrillo de marihuana, y todos se besan en las mejillas".[12] Esta versión soft del compañerismo incluye ciertamente la cama pero, con pesar para el psicoanalista nostálgico, sin pasión ni "encuentro verdadero"."[13] Es cierto que el hiperconsumo no parece encontrar su consagración en materia de sexualidad en los jóvenes, sino más bien su auto limitación. Poco antes del sesenta y ocho, Lacan, muy conectado con el reverso de la vida contemporánea suscribía a esta evidencia: en materia de sexualidad las cosas han cambiado mucho. La sexualidad perdió algo del goce clandestino y transgresivo. Sólo se habla de eso: "La sexualidad es algo mucho más público".[14] Su atención se refería a la actualidad de una sexualidad "viento en popa".[15] Introducía allí un bemol: la pretendida libertad sexual de los jóvenes y de las jóvenes enmascara una defensa. Lacan escribe: Eso apunta a lo exual. ("Ça visse exuelle").[16] ¿En efecto, no se describe a los jóvenes como fijados, atornillados, a sus blogs, sus SMS, sus pantallas donde se negocia y se programa el no encuentro? No el encuentro imposible sino la indeferencia por éste como forma moderna de no relación sexual: hablar poco, hacerlo eventualmente, sacar la menor consecuencia posible. Hay algo muy diferente que un agotamiento del goce debido a la pretendida facilidad de acceso al cuerpo del partenaire. Ninguna prueba de verdad. Acá la sexualidad hace "agujero en la verdad".[17] Más que un arte de vivir new age, la indiferencia de los jóvenes no sería sino una defensa contra ese vacío, entonces un síntoma. A la ficción de un acto sexual "que no tiene más importancia, diríamos, que beber un vaso de agua"[18] Lacan oponía, por otra parte, la angustia y la turbación suscitadas en esa ocasión. Una fórmula análoga es aplicada específicamente a los adolescentes en el comentario sobre Wedekind. Pero ya no es más cuestión de verdad: esta vez, la sexualidad hace agujero en lo real.[19] En el mismo número de L҂ne, destacábamos que el comentario de "El despertar de la primavera"[20] de Lacan volvía sensible la turbación de la sexualidad confrontada, no a la prohibición, sino a lo real del traumatismo del encuentro, con la no relación. Desde entonces, este tema ha sido ampliamente confirmado por la experiencia analítica con los adolescentes. EL CPCT-Adolescentes constituye un laboratorio de elección a este respecto que rompe con la doxa media del mito de la permisividad. El defasaje del sexo y del sentimiento es acá llevado al máximo. La relación sexual entre chicas y varones, describe a menudo con crudeza, la falta de las mediaciones convenidas, de los semblantes de los discursos instituidos. ¿Y el discurso psicoanalítico? La rectificación que Lacan opera en 1973, en "Televisión", relativa al impacto del psicoanálisis, vuelve a acentuar la responsabilidad de éste en la ideología de la liberación del deseo. El error consistía en un contrasentido hecho sobre la represión. No es la práctica sexual que es reprimida, sino el bien decir sobre el sexo que es imposible. Lo real, es la imposibilidad del encuentro no con el objeto, sino con el partenaire complemento del sujeto. Una maldición que, pese a la multiplicidad de las relaciones, genera dos afectos específicos en los jóvenes: el tedio y la morosidad[21]; no son extraños al refugio en una oscura espiritualidad que eventualmente toma formas inquietantes. Flores azules Queda por saber si, como lo cree Lipovetsky, el liberalismo sexual "engendra un neo pauperismo tanto libidinal como afectivo".[22]Observamos, por otra parte, que en el 2006 el sociólogo rectifica significativamente su descripción postmoderna de la apatía en provecho de valores que consagran un "hedonismo moderado", suerte de suspensión del desencanto amoroso. Don Juan está, parece, fatigado. La apatía seductora masculina correspondería a "El empuje de una cultura que privilegia lo relacional, la autenticidad, la escucha de sí mismo, la comunicación intimista."[23] Ya Françoise Doltó constataba lo mismo en 1988 en la serie de emisiones de televisión consagradas a los adolescentes: los jóvenes quieren la amistad, la fidelidad y la complicidad más que nada. En esa época, los interlocutores de Dolto estaban impactados por este conformismo del "narcisismo de a dos".[24] Lipovetsky lo confirma: "Los jóvenes aspiran cada vez más temprano a vivir en pareja "instaladas" y fieles". La trasgresión no es más lo que era. Al "desencanto del sexo" por la banalización de la libertad sexual sigue el desmoronamiento del imaginario controversial. Agreguemos a esto la ideología del compañerismo en lugar de la pasión sexual; de lo que resulta un serio debilitamiento de la relación sexual. Como lo dice Françoise Dolto: "el sentido se pierde y los sentidos* no son más aguzados como eran".[25] De todo esto resulta un "hedonismo moderado", alejado del modelo de fusión de la pasión, que preserva sin embargo, el ideal amoroso. "Los adolescentes mismos no pueden escapar a una referencia, aunque sea leve, al sentimiento y al amor, para velar la desnudez de la pulsión, las jóvenes expresando el deseo que los jóvenes reconocen, expresando con las palabras, lo que ellos sienten".[26] Nada nuevo bajo el sol. Salvo que el sentimiento amoroso viene a hacer "bloqueo* al consumo-mundo".[27] Así se encuentra controvertida una versión hard e hipermoderna del empuje a gozar contemporáneo para todos. Bajo la vestimenta ilusoria de la libertad sexual, encontraríamos lo invariante de lo sentimental. Obscenidad de lo sentimental No se trata entonces de la muerte de la afectividad ni el supermercado del goce en los jóvenes. La permanencia de una disyunción entre el sexo y el sentimiento forma parte de los clichés obligados a los cuales recurre todo observador. [28] Este binario se sostiene de otro idealizado, ciertamente no perimido, pero en declinación. Constatamos, sino la era del vacío, al menos al fin de la educación sentimental. La ruptura es grande respecto a la trasmisión paterna de los valores en materia de sentimientos. Este binario, si se confirma, no recubre completamente el clivaje paradigmático del romanticismo para el varón: o sea, el ideal femenino y "el frecuentar asiduamente burdeles".[29] Este tema novelesco está destinado a una larga duración, aunque variantes y mutaciones históricas lo jalonen. La historia del primer y del segundo romanticismo francés destaca los avatares del ideal amoroso y del desencanto.[30] El fantasma del tercero excluido en el tumulto de las pasiones en la juventud, la disputa de las ideas de la época según las generaciones – 1820, 1830, etc. -, acentúan tanto la exaltación conquistadora como la depresión del neurótico. Podríamos confrontar Le Lys dans la vallée (1836) de Balzac con Volupté (1834) de Sainte-Beuve para no confundir el espíritu de una época con un síntoma obsesivo. Si buscamos el peso del gusto que afecta la esfera sentimental en los jóvenes, se subrayará el momento en el que, en la historia de los sentimientos, la jerarquía de los sentimientos se invierte. Roland Barthes lo describió bien al considerar que la indecencia del sexo ha sido reemplazada por "la obscenidad de lo sentimental".[31] Lipovetsky no suscribe a esta mutación, lo que no es falso en el plano de lo observable. Retengamos, sin embargo, que Barthes no se refería a la desaparición del sentimiento, sino a la obscenidad de su mediatización. Constataba la extrema soledad del sentimiento amoroso "abandonado por lenguajes próximos", es decir despreciado o burlado por ellos. Una verdadera transmutación de los valores caracteriza históricamente nuestra época: "No es más lo sexual lo que es indecente, es lo sentimental."[32] La exhibición pública y mediática de la intimidad tomó proporciones aún desconocidas en esta época. No es que el sentimiento amoroso se haya debilitado, pero el amor se ha vuelto obsceno "es por esto precisamente que él pone lo sentimental en el lugar de lo sexual".[33] De esto surge un impasse específico, el obstáculo en los adolescentes que caracteriza la imposible confesión amorosa, particularmente por parte de los varones, no que por el pudor o el ideal viril deban excluirlo, sino porque las palabras no existen más. El análisis de Roland Barthes es bastante flaubertiano. Consagra la estupidez propia de las palabras de amor. No es por azar que el héroe de Novembre, escrito en 1842 a la edad de veintiún años, es un adolescente que no habla frente a una puta sentimental. Los roles están invertidos. Es ella quien habla, le dice que lo ama, pero él se calla. En El idiota de la familia[34], Sartre remarcaba la opacidad de los nombre de La Mujer en el hombre joven, el misterio que constituían para él las palabras: "amante, mujer, adúltera". Esta vacilación del significante frente al enigma del significado deja al joven hombre sin apoyo en una época donde sin embargo el ritual de la pérdida de la virginidad está perfectamente codificado. Frente a la ausencia de una inscripción en lo simbólico, lo indecible del goce de la mujer tiene ya para el joven Flaubert acentos bovaristas: "este misterio de la mujer por fuera del matrimonio, y más mujer aún a causa de eso mismo, me irritaba y me tentaba con el doble atractivo del amor y la riqueza."[35] El sentimentalismo provinciano es el de los colegiales de la época de Flaubert con relación a la capital: "las últimas expansiones del romanticismo llegan hasta nosotros […] comprimidas por el medio provinciano hacen en nuestros cerebros extrañas efervescencias."[36] Sartre comenta destacando un desfasaje, una alteración del mensaje, un malentendido que hace que el romanticismo, elaborado en la capital, pero debilitado después, fue vivido con violencia en las Provincias. Veamos si nosotros podemos aplicar estas distorsiones al clivaje ciudad/suburbios de hoy donde el hedonismo moderado no parece ser la regla. Extrañas pasiones se codean allí con los clichés precedentes. Suburbios bajo castración Es el momento de precisar que el clivaje ciudad/suburbios se impone como discriminando las costumbres sexuales de los adolescentes.[37] Encontramos allí una curiosa mezcla de sexismo arcaico, sentimentalismo obsoleto, impulsos de cortesía y de cinismo obsceno y violento, a veces en los mismos, como si el estallido y los embrollos del sexo provocaran para ellos mismos jerarquías y exclusiones. El binario del sexo y del sentimiento se halla complicado por los diferentes objetos femeninos que discriminan hoy los jóvenes de los suburbios: una pluralización que corresponde a varias funciones tanto de iniciación como de consumación. El objeto encuentra su lugar en una jerarquía entre los dos. Se distinguirá a las vírgenes y las otras, y entre estas últimas las cerdas, las perras, las puercas (las grandes y las pequeñas), las viciosas. [38] Al lado de esto, está el flirt. La historia "del flirt", particularmente en los adolescentes, muestra la persistencia de su independencia con relación a la sexualidad, su autonomía con relación al placer preliminar. "Menos del 15% de los adolescentes hacen las primeras caricias a la persona que ha sido el partenaire de su primer beso, y un porcentaje más débil aún practica el coito con esta persona. La apuesta del flirt no es pues en lo inmediato el acceso a relaciones genitales, sobretodo para los adolescentes".[39] El psicosociólogo está perturbado por la importancia que le dan los jóvenes de las ciudades a la clasificación de las jóvenes "en un contexto histórico en que las jóvenes generaciones borraron los límites sobre los que se fundaban las prohibiciones e interdicciones". Los códigos sexuales parecen hipersocializados, empujando a los jóvenes a buscar contactos en el exterior. Se conserva entonces el binario: permanencia y revolución. Volvamos a la pretendida apatía, esta está contrabalanceada por afectos y comportamientos más inquietantes tales como la droga y el alcoholismo de los jóvenes, sobre todo cuando su rol es establecido en los pasajes al acto suicidas, la violencia y los maltratos sexuales. Cinismo y sadismo cautivan hoy a jóvenes verdugos de quince años. Difícil de inscribir los virajes en el hiperconsumo. La indiferencia a la gravedad de la violación no proviene ciertamente de las teorías sexuales infantiles. Las jóvenes, pareciera, se comprometen en lo mismo, sumergidas en la envidia, los celos, el odio al alter ego y llegan hasta torturar a sus vecinas. Es probable que lo que resulta de la fiesta no alcanza para la catarsis del plus de gozar; estos desbordes son sin ley. En contraste con la pareja unisex, hay observadores que ponen ahora en evidencia asimetrías que, en su gran mayoría, no son a favor de los varones, especialmente "menos educados".[40] A uno le gustaría tener datos como Durkheim sobre el grado de celos en unos y otros. Parece que los roles se han invertido a este respecto: los varones enamorados "son confrontados a situaciones que eran típicamente las que se imponía a las mujeres: ser abandonados un poco brutalmente o ser ‘compartidos’." Este cambio de las costumbres pone a los varones en una situación inestable, se vuelven celosos como tigres. Aún más en la medida que el discurso femenino los lleva a esto. O el macho se resiste o se civiliza. Hay estadísticas sobre este tema. En los varones, se cree saber, "el amor que era enunciado como el motivo de las relaciones sexuales en el 40% de los casos en 1970, lo es cerca del 65% de los casos en 1990."[41] ¿Habrán sido escuchadas las jóvenes? Apreciaremos las declaraciones de una jovencita de un monoblock: "en general, lo que ellos (los hombres) quieren, es que estemos por debajo, vamos. No quieren que seamos iguales".[42] Un film interesante, L’esquive de Abdellatif Kechiche, describe admirablemente el contraste entre la performance del sentimiento amoroso y la ausencia de todo discurso en el cual inscribirse. Donde la acción se sitúa, la retórica romántica no corre por las calles. El drama es que, por una parte, la misma sobrevive en los libros, y que por otra parte, no es reemplazada por nada. Jóvenes musulmanes escolarizados son enrolados por un maestro en un grupo de teatro. Actúan una obra de Marivaux. Las jóvenes no se desenvuelven mal, una de entre ellas, especialmente, exagera su coquetería con un talento natural mezclándolo con la retórica más aguda del hablar suburbano. El defasaje es perfecto: una verdadera coqueta de suburbio se desdobla y hace semblante de coquetería en los juegos del amor y del azar sin comprender bien lo que ella dice. Un joven adolescente perdidamente enamorado de ella, poco locuaz, cree deber tomar el lugar que ocupa su rival en la escena de teatro y recitar su papel a la bella. Finalmente logra ocuparlo, desplaza al rival, salvo que él no comprende una sola palabra de la declaración de amor que lee con una dicción imposible y olvidando la mitad del texto. Después de su mal papel, se queda mudo, es trágico. Es poco decir que las palabras le faltan. La lengua del amor le es desconocida, él solo sabe que la misma existe en el Otro. El joven llega solamente a convencerse de la necesidad de la palabra de amor en iguales circunstancias y de la impotencia que surge de la imposibilidad de decir. Lo más fuerte no es el defasaje entre su hablar al revés (verlan)[43] y Marivaux porque, en ningún momento, el joven hombre es cómico; lo trágico reside en la certidumbre que tiene este último de ser desposeído del decir que hace falta en la ocasión. Los especialistas confiesan el divorcio que existe entre las demandas afectivas de los dos sexos en la adolescencia. Si a esto agregamos que los jóvenes de los suburbios "están cerrados a interrogarse sobre su vida afectiva"[44], podemos entonces considerar que la vida sexual de los jóvenes de los suburbios cristaliza la mayoría de la cuestiones sobre los adolescentes en la actualidad. Es lo que confirman los diversos hechos cuando ponen en evidencia la emancipación de las jóvenes confrontadas a la protesta viril. | ||
Traducción: María Inés NegriNotas | ||
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domingo, 30 de setembro de 2012
El sexo débil de los adolescentes: sexo-máquina y mitología del corazón
por Serge Cottet [*]
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