sábado, 15 de setembro de 2012

"El capitalismo inventó el amor"


La modernidad acabó con el matrimonio concertado y con la idea de Dios, dice el filósofo francés Luc Ferry. Para el autor de Aprender a vivir (Taurus), el desafío es alcanzar una espiritualidad laica que permita aceptar la muerte de quienes amamos
Por Luisa Corradini  | LA NACION
 A simple vista, Luc Ferry puede parecer la antítesis de un filósofo. En vez de vivir en un barril, como el cínico Diógenes, este gran burgués de 56 años cultiva sus amistades en los círculos políticos de la derecha y da sus citas en el café más à la mode de París. Lejos de practicar una asidua misantropía, como la mayoría de sus históricos colegas, este brillante profesor universitario y exitoso autor es refinado, cordial y disponible. A pesar de que admira a los estoicos, no trata de disimular que le encanta ser popular y que la mayoría de sus amigos figuran en las páginas delWho s who .
Pero las apariencias suelen ser engañosas. Ex ministro de Educación, doctor en filosofía y en ciencias políticas, descendiente de Jules Ferry -padre de la escuela obligatoria, gratuita y laica en Francia-, este Ferry es un intelectual sólido, provocador y con grandes dotes de comunicación. Gracias a una auténtica capacidad de divulgación, en pocos años se ha transformado en un conspicuo miembro del reducido grupo de filósofos decididos a devolver a la filosofía su vocación original: ayudar al hombre a vivir mejor, más libre, despojado de vanos temores, cargando en el espíritu solo unas pocas verdades razonablemente adquiridas. Ese cambio comenzó hace unos 20 años, cuando algunos pensadores, como Pierre Hadot, hicieron redescubrir al público los "ejercicios de sabiduría" de las escuelas griegas y romanas.
Poco a poco, las viejas evidencias regresaron: el pensamiento modela la existencia, se puede aprender a vivir, nuestra vida moderna exige la invención de una sabiduría "a medida". ¿Qué rescatar de las doctrinas antiguas, como el epicureísmo o el estoicismo? ¿Cómo forjar preceptos adaptados al nuevo mundo? En Francia, hubo tres autores de sensibilidades diferentes que aceptaron el desafío: Michel Onfray, André Comte-Sponville y Luc Ferry. En 2002, Ferry publicóQué es una vida realizada . En ese libro intentaba mostrar el camino hacia un nuevo humanismo a través de las grandes etapas de la historia del pensamiento, de los griegos a nuestros días, pasando por la gran limpieza hecha por Nietzsche. Saludado por la crítica, el trabajo padeció las consecuencias de las circunstancias: su autor, designado ministro de Educación del gobierno conservador de Jean-Pierre Raffarin, había dejado de ser leído como filósofo, para ser atacado como figura política.
En 2005, durante unas cortas vacaciones familiares junto a su amigo el ex primer ministro Dominique de Villepin, Luc Ferry aceptó el desafío de tratar de explicar los grandes principios de la sabiduría filosófica a su hija adoptiva -de origen colombiano- y a un grupo de adolescentes amigas. De esa experiencia nació Aprender a vivir Tratado de filosofía para las jóvenes generaciones , que ya vendió más de 300.000 ejemplares en Francia, fue traducido a decenas de idiomas y acaba de ser publicado en español.
-Aprender a vivir se está transformando en un éxito planetario. ¿Esperaba ese maremoto?
-No, pero creo comprender las razones. Por un lado, en Occidente, sobre todo en los países democráticos, entre los que incluyo a América Latina, el ocaso de las religiones parece irreversible: la fe, las creencias religiosas ya no tienen la misma fuerza que hace 150 años. Sin embargo, el hombre sigue teniendo los mismos miedos, los mismos interrogantes, la misma necesidad de respuestas. Lo que digo en mi libro es que las grandes filosofías son también doctrinas de salvación. Doctrinas de salvación laicas, sin Dios, pero capaces de liberar al ser humano de los miedos que lo acosan. Creo que no hay actualmente otro libro que diga que las grandes filosofías son teorías de la salvación. Honestamente, creo que he sido el primero en hacerlo.
-En ese libro usted también afirma que lo que se enseña en las aulas no es filosofía.
-Es verdad. A los jóvenes se les dice que la filosofía es la reflexión, el espíritu crítico, la argumentación; que la filosofía los ayudará a pensar por sí mismos, a pensar en las grandes cuestiones de sociedad. Todo eso está muy bien, pero no tiene nada que ver con la filosofía. ¿Quién no reflexiona? Esa no es la especificidad de la filosofía. La cualidad principal de la filosofía es enseñarle al hombre a superar los miedos que le impiden vivir bien.

-¿EL MIEDO A LA MUERTE?

-Sí, ese miedo que engloba todos los demás. Cuando el hombre está sometido a los miedos, no puede ser íntimamente libre ni generoso con los demás. Cuando el hombre tiene miedo (a las ratas, a los ascensores, al cáncer ), está totalmente privado de libertad y cerrado a los otros. El sabio es aquel que consigue superar los miedos que lo acosan. Ese es el gran principio que recorre toda la filosofía, desde los griegos hasta Heidegger, incluido Nietzsche. Aquel que gracias a la filosofía llega a esa especie de serenidad que los griegos llaman sofía . Los grandes maestros griegos, tanto de la tradición estoica como epicúrea, que son las dos grandes tradiciones filosóficas griegas, decían a sus discípulos: "Mientras tengas miedo de la muerte, no podrás vivir una buena vida". La filosofía nació de ese miedo a la muerte, que con frecuencia no es solo miedo a la propia muerte sino también a la muerte de los seres queridos. Desde ese punto de vista, las grandes filosofías son las grandes competidoras de las religiones. Desde siempre, las grandes teorías filosóficas han sido las competidoras de las religiones. En la tradición griega, mitología y filosofía son realmente competidoras. Ambas dicen la misma cosa: una por el mito, la otra por la razón. Lo mismo que las grandes filosofías occidentales lo fueron con el cristianismo.
-¿Se puede decir que el miedo a la muerte incluye el miedo a toda pérdida irreversible?
-Así es. Como en el poema de Edgar Allan Poe, donde el cuervo dice " Never more " (nunca más). Hay en nuestras vidas cosas que pasan para siempre: un divorcio, una mudanza, la pérdida de un empleo, la disputa con un amigo. Durante la vida hay experiencias de pequeñas muertes que nos hacen palpar lo irreversible del tiempo que pasa. Es algo muy angustiante. Un poeta latino decía: "No hay nada peor que los buenos recuerdos".

-¿Y CÓMO PERDER EL MIEDO A LA MUERTE?

-Una fórmula estoica que me gusta mucho dice: "Sabio es aquel que lamenta un poco menos, que espera un poco menos y que ama un poco más". Nietzsche retomará esa bella idea y la llamará "la inocencia del devenir". En pocas palabras, el sabio consigue reconciliarse con la vida cuando deja de relativizar el presente con los recuerdos del pasado o con las expectativas del porvenir. En toda su historia, desde los estoicos hasta Nietzsche, la filosofía está atravesada por una misma problemática: tratar de aprender a vivir mejor.
-Dios suele ser una excelente respuesta a las angustias del hombre. ¿Por qué ese alejamiento para, después, encontrarse delante del vacío?
-Hay dos respuestas a esa pregunta. La primera y la más superficial es que el racionalismo moderno, el espíritu crítico que nace con la democracia, con la Revolución Francesa, se basa en la idea de que es preciso cuestionar las tradiciones (lo que se recibe de nuestros padres, de nuestros ancestros). Ese es el gesto de Descartes, de la Revolución Francesa y de todo el pensamiento moderno. Durante dos siglos, las bases del pensamiento religioso fueron fragilizadas por la presión del pensamiento racional. Pero hay otra razón mucho más profunda. La historia de Europa, de los Estados Unidos y de América Latina fue marcada por lo que Thomas Weber llamó "el desencanto del hombre" (el alejamiento de Dios), no solo por el desarrollo del espíritu crítico, sino por una consecuencia inesperada de la aparición del capitalismo en los siglos XVIII y XIX: entre otras cosas, el capitalismo fue el inventor del matrimonio por amor y del amor familiar. En la Europa medieval y campesina, la gente vivía en pueblos, en comunidades rurales y religiosas, donde había un cura y estrictos ritos religiosos. Cuando el capitalismo inventó el asalariado, no imaginó el efecto concreto que tendría en la historia del mundo: los pequeños individuos dejaron sus comunidades de origen para ir a trabajar a la ciudad y, al mismo tiempo, se emanciparon del peso de la tradición y de la religión, y adquirieron una formidable libertad. Todo eso, gracias a esa enorme autonomía financiera -aunque escasa-, por primera vez en la historia.
-Y esa escasa autonomía material daba a la gente la libertad de casarse con quien se le diera la gana
-Exactamente. Porque, hasta ese momento, los casamientos eran arreglados por los padres, por el cura o por la comunidad. La condición del hombre moderno está estrechamente ligada a ese fenómeno. Ese es el momento de la invención del "matrimonio por amor", que es una institución reciente, una institución que aún no existe en la mayor parte de los países del mundo, donde todavía se casa a los jóvenes por la fuerza.

-Y DE PASO, TAMBIÉN SE INVENTÓ EL DIVORCIO

-Si uno impone el casamiento por amor, cuando este desaparece, es necesario divorciarse. Con la aparición del capitalismo, para casarse dejó de contar el linaje, el patrimonio, la economía. Lo único importante es el amor, el sentimiento. Ese matrimonio por amor va a hacer aparecer dos cosas desconocidas hasta ese momento: un amor desmesurado por los hijos y el alejamiento del hecho religioso.
-¿Usted quiere decir que en la Edad Media no se quería a los hijos?
-Los niños tenían menos "valor" que los adultos. Cito siempre una frase de Montaigne, que escribió a uno de sus amigos: "He perdido dos o tres bebés " ¿Es posible imaginar en la actualidad a alguien que no sepa cuántos bebés ha perdido? Rousseau abandonó a todos sus hijos sin ningún remordimiento. Bach perdió diez hijos, Lutero perdió otros diez. En el siglo XVIII, en Francia, 30 por ciento de los niños recién nacidos eran abandonados. Y otros muchos eran confiados a nodrizas. En esa época, moría el 90 por ciento de los niños confiados a nodrizas. Los únicos hijos que contaban eran el primero y, tal vez, el segundo; los demás no existían. Como el matrimonio no estaba fundado en el amor, no había transferencia de amor hacia los hijos.
-En otras palabras, el amor a los hijos es un reflejo del amor matrimonial.
-Sí, con la aparición del amor matrimonial, se inventa una relación con los hijos, en la cual estos se transforman en el momento más importante de la vida afectiva.

-Y EL HOMBRE SE ALEJÓ DE DIOS...

-Al mismo tiempo que se emancipa de la autoridad terrenal de la Iglesia, se priva del mensaje salvador del amor cristiano, simbolizado en la resurrección de Lázaro por Jesús. Jesús llora cuando se entera de la muerte de Lázaro porque es su amigo y lo quiere. Cuando lo resucita, envía el mensaje de que el amor es más fuerte que la muerte. Pero el hombre moderno, al alejarse del mensaje evangélico, entra en una nueva lógica, en la cual la muerte de los seres queridos se vuelve insoportable. Los creyentes estaban relativamente protegidos del dolor porque creían que volverían a ver a sus seres queridos en el más allá. Al dejar de creer en la resurrección, el hombre se ve más expuesto al vacío de la muerte y mucho menos protegido. En esa condición del hombre moderno reside, a mi parecer, el éxito de mi libro. La verdad es que el hombre ha dejado de ser creyente, e incluso cuando es creyente, no cree demasiado.
-Entonces Ferry les dice: "Ahora que ustedes no creen en Dios, les voy a explicar cómo ser felices".
-No, para nada. Primero les digo: "Que ustedes no sean creyentes no quiere decir que las cuestiones de espiritualidad no les interesen". No hay que confundir moral con espiritualidad. La moral es el respeto del otro. Grosso modo , moral quiere decir derechos humanos. Cualquiera sea la moral que uno escoja -hay tres o cuatro por ahí-, todas se basan en el respeto y la honestidad. Pero aunque uno sea perfectamente moral, respetuoso y honesto, igual seguirá estando expuesto a la muerte de sus seres queridos, a la vejez o a tener un hijo con cáncer. El duelo, el sufrimiento, la enfermedad, la vejez, la separación son cuestiones que dependen de la espiritualidad. Después les señalo [a los lectores] cuál es el objeto mismo de la filosofía: "Si bien usted no es creyente, recuerde que hay una espiritualidad laica". También digo que en filosofía no es importante la pregunta (¿cómo alcanzar la serenidad?), sino la respuesta. La historia de la filosofía es una serie de tentativas de responder a esa pregunta sobre la espiritualidad. En otras palabras, ¿cómo vivir con la gente que uno ama cuando se sabe que van a morir y que uno va a morir? ¿Cuál es el diálogo que uno tiene con sus padres cuando se acerca el momento de la muerte? En resumen, ¿cuál es la sabiduría del amor cuando uno es mortal?
-¿Qué responde a quienes lo acusan (lo mismo que a André Comte-Sponville y a Michel Onfray, aunque los tres tienen distintas ópticas filosóficas) de bastardear la filosofía reduciéndola a una serie de fórmulas al estilo de "cómo vivir bien en diez lecciones"?
-Primero, creo que esas críticas son producto de los celos. Es cierto que los tres somos muy diferentes, pero los tres tenemos la misma concepción de la filosofía, a saber, que su objetivo último es determinar cómo vivir mejor. La segunda razón es que nuestros libros se venden muy bien y eso es un excelente motivo para la animosidad. Por último, el argumento de la improvisación es inaceptable: tanto Comte-Sponville como yo somos universitarios de toda la vida. Yo he pasado veinte años de mi vida traduciendo a los filósofos alemanes. Soy profesor desde los treinta años y fui el profesor universitario de filosofía más joven de los últimos cincuenta años en Francia. Tanto Comte-Sponville como yo nos liberamos muy rápido de la tiranía de la nota a pie de página (característica de todo trabajo científico) y eso hace rechinar los dientes. Pero, la verdad, me importa un bledo.
-¿Y cuál es para usted, como filósofo, la cuestión fundamental?
-Lo que yo llamo "la sabiduría del amor". Para mí es fundamental porque la cuestión del amor mortal se plantea hoy en las sociedades democráticas en forma totalmente diferente a como se plantea en contextos religiosos o cosmológicos. Nuestra civilización ha salido de la deconstrucción. De aquella atmósfera de deconstrucción de las tradiciones que Nietzsche llamó "el crepúsculo de los ídolos" o "cómo filosofar con un martillo". Ese período deconstructivista, que es la marca de fábrica de Nietzsche y de Heidegger, duró, digamos, hasta la generación de Gilles Deleuze, Michel Foucault o Jacques Derrida. Creo que hemos salido de la época de las vanguardias filosóficas. Hoy la filosofía debe plantearse en términos mucho más positivos: ¿cómo vivir una espiritualidad laica y moderna? Esa es la gran pregunta.

-¿Y SU RESPUESTA?

-Para mí, los tres grandes ejes de la filosofía contemporánea ("teoría", "moral" y "doctrina de la salvación", es decir, de la serenidad) se plantean hoy en términos completamente inéditos. En el terreno teórico, la cuestión de fondo es la integración del campo histórico. Para comprender el presente, es necesario darse una vuelta por las experiencias del pasado. La teoría filosófica actual debería organizarse un poco sobre el principio del psicoanálisis: comprender el pasado como medio de entender el presente. En el plano ético, la moral contemporánea está representada por la universalización del sentimiento humanitario. La globalización de lo humanitario ha hecho estallar el marco tradicionalmente nacional de los derechos humanos, franceses o anglosajones, poco importa. En el terreno espiritual, el problema al que estamos enfrentados en la actualidad es la cuestión de la muerte de los seres queridos, la muerte del amor. ¿Cómo lograr la espiritualidad y la sabiduría que deberían acompañar esa muerte dentro de un marco laico y sin Dios? Esos son mis tres ejes de reflexión. Si tengo tiempo, si no muero antes, me gustaría escribir un libro que hable de esos tres ejes. Quizás el resultado no sea bueno, pero se tratará realmente de filosofía

 .



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