"Discurso de
clausura de las jornadas sobre psicosis infantil" (.)
Jacques Lacan
Ante todo, quisiera agradecer a Maud
Mannoni, a quien debemos estos dos días, de reunión y, por consiguiente todo lo que de ellos se pudo extraer. Logró su
propósito gracias a la extraordinaria generosidad que la caracteriza y que le
permitió pagar, con su esfuerzo junto a cada uno el privilegio de traer desde
todos los horizontes a todo aquel que pudiera responder a una pregunta que
ella hacía suya. Luego, borrándose ante el objeto, le formulaba interrogaciones
válidas.
Para partir de ese objeto que está
bien centrado, quisiera hacerles sentir su unidad a partir de algunas frases
que pronuncié hace unos veinte años en una reunión en casa de nuestro amigo Henri
Ey, quien indudablemente ha sido, en el campo psiquiátrico francés, lo que
llamaríamos un civilizador. En esa oportunidad, planteó la cuestión de la
enfermedad mental de tal modo que cabe decir que por lo menos despertó al
cuerpo de la psiquiatría en Francia sobre la
más grave de las cuestiones: lo que ese cuerpo
mismo representaba.
Para
llevar todo a su más justo fin, tuve que contradecirla órgano-dinamismo del
cual Henry Ey se había convertido en promotor. Así me expresaba yo, sobre el hombre en su
ser, en estos términos: "Lejos de
ser la fisura contingente de las fragilidades de su organismo, la locura es la
permanente virtualidad de una fisura abierta en su esencia. Lejos de ser un
insulto a la libertad (como lo enuncia Henri Ey), es su más fiel compañera,
sigue su movimiento como una sombra. El ser del hombre no sólo no puede ser
comprendido sin la locura, sino que no sería el ser del hombre si no llevara en
sí la locura, como límite de su libertad" (1).
A partir
de ahí, no puede parecer extraño que en nuestra reunión se hayan reunido las
cuestiones que tratan del niño, de la psicosis y de la institución.
Debe parecer natural, por el contrario, que en ninguna parte mejor que en esos
tres temas se evoque más constantemente
la libertad. Si la psicosis
es la verdad de todo lo que verbalmente se agita bajo esa bandera, bajo esa
ideología, actualmente la única con que el hombre civilizado puede armarse,
comprendemos mejor el sentido de lo que para testimoniarla hacen nuestros
amigos y colegas ingleses con la psicosis, de que hayan instaurado, justamente
en ese campo y justamente con esos compañeros, modos y métodos en los que se
invita al sujeto a pronunciarse en lo que ellos piensan que son manifestaciones
de su libertad.
¿Pero no
hay allí una perspectiva un poco corta, quiero decir, acaso esa libertad suscitada y sugerida por cierta práctica
dirigida a esos sujetos no lleva en sí misma su límite y su engaño?
En cuanto
al niño, al niño psicótico, esto desemboca en
leyes, leyes de orden dialéctico, resumidas de algún modo en la pertinente
observación del doctor Cooper: para obtener
un niño psicótico hace falta por lo menos el trabajo de dos generaciones, ya
que él mismo es el fruto en la tercera.
Si se
plantea en fin la cuestión de una institución
que se relacione propiamente con este campo de la psicosis, se comprueba que
siempre, en un punto cuya situación es variable, prevalece en el una relación
fundada en la libertad.
¿Qué significa esto? No,
seguramente, que yo pretenda de algún modo cerrar así estos problemas, ni tampoco, como se dice, abrirlos o
dejarlos abiertos. De lo que se trata es de situarlos
o dejarlos abiertos. De lo que se trata es de situarlos y de asir la referencia
desde donde podamos tratarlos sin quedar
nosotros mismos encerrados en cierto engaño. Para ello habrá que dar
cuenta de la distancia donde se alberga la correlación de la que somos
prisioneros. El factor de que se trata es el problema más ardiente de nuestra
época, en cuanto ella ha de ser la primera en soportar el cuestionamiento de
todas las estructuras sociales por el progreso de la ciencia. Es aquello con lo
cual tendremos que ver, y siempre del modo más apremiante, no sólo en nuestro
dominio de psiquiatras, sino también tan lejos como nuestro universo se
extienda: la segregación (2).
Los hombres se comprometen en un tiempo que llamamos planetario, en el cual se
informarán de ese algo que surge de la destrucción de un antiguo orden social
que yo simbolizaría con el Imperio, tal como su
sombra se perfiló durante largo tiempo en una gran civilización, para que lo
sustituya algo muy distinto y que no tiene en absoluto el mismo sentido: los
imperialismos, cuya cuestión es la siguiente: ¿cómo
hacer para que las masas humanas condenadas al mismo espacio, no sólo
geográfico sino también familiar, permanezcan separadas?
El
problema, en el nivel en que Oury lo ha articulado con el justo término
de segregación, no es pues más que un punto
local, un pequeño modelo de lo que se trata de saber: cómo responderemos nosotros, los psicoanalistas, a la segregación
puesta en la orden del día por una subversión sin precedentes. No
debemos despreciar aquí la perspectiva desde la cual Oury pudo plantear que, en el interior de lo colectivo, el psicótico se presenta
esencialmente como el signo, signo en impasse,
de lo que legitima la referencia a la libertad.
La
tristeza, nos dice Dante, es el mayor pecado. Es preciso preguntarnos
cómo nosotros, comprometidos en el campo que acabo de limitar, podemos sin
embargo permanecer afuera.
Todos
saben que soy alegre, y hasta travieso: me divierto. Constantemente me sucede,
en mis textos, que hago bromas que no son del gusto de los universitarios. Es
cierto. No soy triste. 0 más exactamente,
no tengo más que una sola tristeza, en lo que ha sido el curso de mi vida: que haya cada vez menos personas
a quienes pueda decir las razones de mi alegría, cuando las tengo.
Lleguemos
sin embargo al hecho de que si podemos plantear las preguntas como desde hace
algunos días se ha hecho aquí, es que en lugar del "x" encargado de
responderlas, durante mucho tiempo el alienista, luego el psiquiatra, ha dicho
su palabra alguien llamado psicoanalista, figura nacida de la obra de Freud.
¿Qué es
esta obra?
Ustedes
saben que justamente para enfrentar las carencias de cierto grupo me vi arrastrado
a este lugar que de ningún modo ambicionaba, para tener que interrogarnos, con
quienes podían oírme, sobre lo que hacíamos como consecuencia de esta obra, y
para eso volver sobre ella.
Precisamente
ante las cumbres del camino que instauré de su lectura antes de abordar la
transferencia, la identificación y la angustia, no es por azar, a nadie se le
ocurriría esa idea, que este año, el cuarto antes de finalizar mi seminario en
Sainte Anne, haya creído que debíamos asegurarnos sobre la ética del psicoanálisis.
Parece
que en efecto arriesgamos olvidar en el campo de
nuestra función que en su principio hay una ética y que, por lo tanto,
cualquier cosa que se diga, sin mi consentimiento además, sobre el fin del
hombre, se refiere a una formación que podemos calificar de humana y que es
nuestro principal tormento.
Toda formación humana se dirige, por esencia y no por accidente, a refrenar
el goce. La cosa
se nos aparece desnuda ‑y ya no a través de esos prismas o lentes llamados
religión, filosofía. . . o aun hedonismo‑ pues en el
principio del placer se halla el freno del goce.
Es un
hecho que hacia el final del siglo XIX ‑no sin chocar en alguna medida con las
seguridades de la ética utilitarista‑ Freud devolvió al goce su lugar, que es fundamental, para apreciar
todo lo que a lo largo de la historia se afirma como moral.
¿Qué
agitación fue necesaria -en las bases, quiero decir‑ para que de ella volviera
a emerger ese abismo al cual nos entregamos dos veces por noche, dos veces por
mes? ¿Nuestro contacto con alguna pareja sexual?
No es
menos notable que nada ha sido más raro en nuestras charlas estos dos días que
recurrir a uno de esos términos que podemos llamar la relación sexual (para
dejar de lado el acto), el inconsciente, el goce.
Eso no
quiere decir que su presencia no nos dominara, invisible, pero igualmente
palpable en tal gesticulación detrás del micrófono.
No
obstante, jamás fue teóricamente articulada.
Lo que
(inexactamente) se entiende de la propuesta de Heidegger de buscar el
fundamento en el ser‑para‑la‑muerte (3)
da motivo a ese eco que hace resonar durante siglos, siglos de oro además, del
penitente como puesto en el corazón de la vida espiritual. No desconocer en los
antecedentes de la meditación de Pascal el apoyo de un salto del amor y
la ambición apenas si sirve para asegurarnos mejor del lugar común, va en su
época, del retiro donde se consuma el afrontamiento del ser‑para‑la‑muerte. Comprobación que encuentra su
pago en el hecho de que Pascal, al transformar esa ascesis en apuesta, de hecho le pone fin (4).
¿Estarnos
sin embargo a la altura de lo que por la subversión freudiana parecería que
estuviéramos llamados a llevar: el ser-para‑el‑sexo?
No
parecemos tan valientes como para mantener esa posición.
Ni
tampoco muy alegres. Lo que prueba ‑pienso‑ que de hecho no estamos en ella.
Y no lo
estamos en razón de lo que los psicoanalistas dicen demasiado bien para que
soporten saberlo, y que gracias a Freud designan como castración: el ser‑para‑el‑sexo.
El asunto
se aclara gracias a lo que Freud ha dicho en forma de anécdota, que nos es
preciso subrayar, y es que, tan pronto como
hay dos, el‑ser‑para‑la‑muerte, crean lo
que creyeren quienes lo cultivan, deja ver en el menor lapsus que de lo que se
trata es de la muerte del otro. Lo que explica las esperanzas puestas en el ser‑para‑el‑sexo. Pero en
contraste, la experiencia analítica demuestra que, cuando hay dos, la
castración que el sujeto descubre no podría ser sino la suya. Lo que
para las esperanzas puestas en el ser‑para‑el‑sexo representa el papel del
segundo término en el nombre de los Pecci‑Blunt: el de cerrar las puertas que
antes se habían abierto de par en par.
Por
consiguiente el penitente pierde mucho al aliarse con el psicoanalista. En los
tiempos en que él daba el tono dejaba el campo de los retozos sexuales
increíblemente más libre que desde el advenimiento del psicoanalista, como lo
atestiguan muchos documentos en forma de memorias, epístolas, informes y
bromas. Si bien parece difícil juzgar con justicia si la vida sexual era mas
fácil en los siglos XVII o XVIII que en el nuestro, el hecho de que los juicios
hayan tenido más libertad para referirse a ella decide con toda justicia en
nuestra contra.
No
significa demasiado por cierto referir esta degradación a la “presencia del psicoanalista”, entendida en la única
acepción en que el empleo de este término no es una impudicia, es decir, en su
efecto de influencia teórica, marcada precisamente por la falla de la teoría.
Si nos
reducimos a su presencia, los psicoanalistas
merecen que uno advierta que ellos no juzgan las cosas de la vida sexual ni
mejor ni peor que la época que les hace lugar, que en su vida de pareja no son
dos con mayor frecuencia que en otras partes, cosa que no los molesta en su
profesión ya que tal pareja no tiene nada que ver en el acto analítico.
Por
supuesto que la castración sólo adquiere forma al término de ese acto,
pero cubierta por el hecho de que en ese momento el compañero
se reduce a lo que yo llamo el objeto a. Es decir que el ser‑para‑el‑sexo se ha de ensayar en otra parte:
entonces, en la creciente confusión que aporta la difusión del psicoanálisis
mismo, o de lo que así se intitula.
Dicho de
otra manera, lo que instituye la entrada en el psicoanálisis de la dificultad
del ser‑para‑el‑sexo, pero la salida, si se lee a los
psicoanalistas de hoy, no sería otra cosa que una reforma de
la ética en la que el sujeto se constituye. No somos nosotros, pues, Jacques
Lacan, los que no confiamos más que en
operar sobre el sujeto en tanto
pasión del lenguaje, sino quienes lo
absuelven, los que deben obtener de
él la emisión de bellas palabras.
Por
quedarse en esa ficción sin exigir nada a la estructura donde ella se realiza,
no se piensa ya en otra cosa que en fingirla real y se cae en la falsificación.
El valor del psicoanálisis reside en que opera sobre la fantasía. El grado de su éxito ha
demostrado que ahí se enjuicia la forma que sojuzga como neurosis, perversión o
psicosis.
De donde
se plantea, con sólo mantenerse ahí, que la fantasía convierte en realidad su
encuadre: ¡evidente!
Y además
imposible de mover, a no ser por el margen que deja la posibilidad de
exteriorización del objeto a.
Se nos
dirá que es precisamente aquello de lo que se habla con el término de objeto parcial.
Pero
justamente por presentarlo con ese término, ya se está hablando demasiado para
decir de ello nada pertinente.
Si fuera
tan fácil hablar de ello, lo llamaríamos de otro modo que objeto a.
Un objeto que necesita la reanudación de todo el
discurso sobre la causa, no es asignable a discreción,
ni siquiera teóricamente.
Sólo
tocamos aquí esos confines para explicar cómo en psicoanálisis se retorna de
manera tan breve a la realidad, a falta de tener una visión de su contorno.
Notemos
que aquí no evocamos lo real que en una
experiencia hablada no accede sino virtualmente, y que en el edificio lógico se
define como lo imposible.
Son
necesarios muchos estragos cometidos por el significante para que la realidad
entre en cuestión.
Esos
estragos hay que asirlos muy atemperados en el status de la fantasía, sin lo
cual el criterio establecido de adaptación a las instituciones humanas
significa un regreso a la pedagogía.
Impotente
para instalar el status de la fantasía en el ser‑para‑el-sexo
(que, se disimula en la engañosa idea de la “elección” subjetiva entre
neurosis, perversión o psicosis), el psicoanálisis urde apresuradamente, con el
folklore, una fantasía postiza, la de la armonía alojada en el hábitat materno.
Allí no podría haber ni incomodidad ni incompatibilidad, y la anorexia mental queda
relegada como una rareza (bizarrerie).
No se
puede medir hasta qué punto ese mito obstruye el acceso a tantos de esos
momentos que fueron aquí señalados y que aún hay que estudiar. Como por ejemplo
el del lenguaje encarado bajo el signo de la desdicha.
¿Qué consistencia se espera obtener al destacar como proverbial el preciso
instante que precede a la articulación patente de aquello en torno de lo cual
parecía flaquear la voz misma del locutor: la
gage?*, la gache? ** Tardé un momento en reconocer la palabra: langage***.
Pero lo que yo pido a todos los que
hayan oído la comunicación que cuestiono, es que respondan por sí o por no, si
un niño que se tapa los oídos, ¿ante qué?, algo a punto de expresarse, no está
ya en lo posverbal, ya que del verbo se protege.
En lo que
concierne a una pretendida construcción del espacio que se cree aprehender ahí,
en estado naciente, me parece más bien que lo que se encuentra es el momento
que testimonia una relación ya establecida con el aquí
y el allí, que son estructuras del lenguaje.
¿Es necesario recordar que al
privarse del recurso lingüístico, el observador no podría sino perder la
eventual incidencia de las oposiciones características de cada lengua para
connotar la distancia, aunque más no fuera para entrar por ahí a los nudos que
más de una posición nos incita a situar entre el aquí y el allí? En suma, lo lingüístico está en la construcción misma del espacio.
Tanta ignorancia, en el sentido
activo que ahí se oculta, no permite casi evocar la diferencia, tan bien
marcada en latín, de taceo a silet.
Si el silet ya apunta allí, sin que aún uno se
espante de ello, falto del contexto de “los espacios infinitos”, a la
configuración de los astros, ¿no es para hacernos observar que el espacio apela
al lenguaje en una dimensión totalmente distinta de aquella en que el mutismo
impulsa una palabra más primordial que
Mom-mom?
Lo que
conviene sin embargo indicar aquí es el irreductible prejuicio con que se grava
la referencia al cuerpo mientras no se levanta el mito
que cubre la relación del niño con la madre.
Se
produce una elisión que no puede notarse sino por el objeto
a, en tanto este objeto
precisamente el que es por esta elisión sustraído a toda aproximación exacta.
Digamos
pues que no se la comprende sino oponiéndose a que sea el cuerpo del niño el que responda al objeto a:
lo que es delicado, pues, justamente es ahí donde, no surge ninguna pretensión
semejante, la que no se animaría más que a sospechar la existencia del objeto a.
Se
animaría justamente en tanto el objeto a funciona como inanimado, ya que aparece en la fantasía como causa.
Causa respecto de lo que es el deseo, cuyo montaje es la fantasía.
Pero
también, en relación con el sujeto que se
escinde en la fantasía fijándose en ella a una
alternancia, armazón que hace posible que el deseo
no sufra por eso gracias a ella ningún retroceso.
Una fisiología más exacta de los
mamíferos placentarios o simplemente tener más en cuenta la experiencia del
partero (de la que podemos asombrarnos que se contente en lo psicosomático con
las chácharas del parto sin dolor) sería el mejor antídoto contra un pernicioso
espejismo.
Recuérdese que como clave el
narcisismo primario se nos sirve como función de atracción intercelular
postulada por los tejidos.
Nosotros fuimos los primeros en
situar exactamente la importancia teórica del objeto
llamado transicional, aislado como rasgo
clínico por Winnicott.
Winnicott mismo se mantiene en un
registro evolutivo para poder apreciarlo.
Su
extrema finura se desgasta en ordenar su descubrimiento como paradoja, ya que
sólo puede ser registrado como frustración, en la que ella haría de la
necesidad apremio, como fin de la Providencia.
Sin
embargo, lo importante no es que el objeto transicional preserve la autonomía
del niño sino que el niño sirva o no de objeto transicional a la madre.
Este
suspenso revela su razón al mismo tiempo que el objeto
revela su estructura. Que es la de un condensador para el goce,
en tanto que por la regulación del placer, le es sustraído al cuerpo.
¿Es
lícito aquí indicar rápidamente que al huir de esos pasadizos teóricos todo
aparecería como una impasse de los
problemas planteados a la época?
Por una parte, problemas del derecho
al nacimiento ‑pero también en el impulso del: tu cuerpo es tuyo, donde se
vulgariza hacia principios de siglo un
adagio del liberalismo, la cuestión
de saber, si por el hecho de la ignorancia en que ese cuerpo es mantenido por
el sujeto de la ciencia, se va a alcanzar el derecho de dividir ese cuerpo para
el cambio.
¿No se discierne la convergencia de
lo que hoy he dicho? ¿Destacaremos las consecuencias del término del niño en general? Ciertas antimemorias (5) están
estos días de moda (¿por qué son “anti” esas memorias? Si es porque no son confesiones, se nos advierte, ¿no es ésa desde
siempre la diferencia de las memorias? Sea lo que fuere, el autor las abre por
la confidencia de extraña resonancia con que un religioso lo despide: “He
acabado por creer, vea usted, al
declinar mi vida, le dice, que las personas mayores no existen”.
He ahí lo
que signa la entrada de todo un mundo en el camino de la segregación.
¿No es
por lo que sea necesario responder a ello que ahora entrevemos por qué Freud
sintió sin duda que debía reintroducir por el goce
nuestra medida en la ética? ¿Y no es intentar
actuar tanto con ustedes como con quienes desde entonces se hizo la ley,
abandonarlos con la pregunta: Cuál es la alegría que encontramos en lo que
constituye nuestro trabajo?
______________________________________________
Nota de Jacques Lacan de fecha 26‑IX‑68
Esto no
es un texto sino una alocución improvisada.
Como
ningún compromiso puede justificar a mis ojos su transcripción palabra por
palabra, que tengo por fútil, necesito excusarla.
Primero
su pretexto: fingir una conclusión cuya falta, habitual en los Congresos, no
excluye sus beneficios, como aquí fue el caso.
Me presté
a ello para rendir homenaje a Maud Mannoni, o sea a quien, por la rara virtud
de su presencia, supo aprehender a
todos en las redes de su pregunta.
La función de la presencia, tanto en este campo como en
todos, debe juzgarse por su pertinencia.
Ciertamente,
se la debe excluir, salvo notoria impudicia, de la operación psicoanalítica.
Para el
cuestionamiento del psicoanálisis, aun del psicoanalista mismo (tomado
esencialmente), desempeña su papel supliendo la falta de apoyo teórico.
En mis Escritos
le doy curso como polémica, hecha de intermedio en lugares de intersticio, cuando no tengo otro recurso contra la obtusión
que desafía todo discurso.
Por
cierto que es sensible en el discurso que nace, pero
es una presencia que no vale sino porque finalmente se borra, como se ve
en matemáticas.
Sin embargo en psicoanálisis hay una
que se suelda con la teoría: es la presencia del sexo
como tal, entendiéndolo en el sentido en que lo presenta el ser que habla: como
femenino.
¿Qué quiere la
mujer? es, como se sabe, la ignorancia en que Freud permaneció
hasta el fin, en la cosa que dio a luz.
Lo que la mujer quiere, además de estar aún en el centro
ciego del discurso analítico, lleva en su consecuencia que la mujer sea psicoanalista nata (como uno se da
cuenta, en tanto el análisis es regenteado por las menos analizadas de las
mujeres).
Nada de
todo esto se relaciona con el caso presente puesto que se trata de terapia y de
un concierto que no se ordena en el psicoanálisis sino retornándolo en la
teoría.
Aquí me
fue preciso suplirla para quienes no están oyéndome, por una suerte de
presencia que hay que decir que es abusiva ... ya que conviene a la tristeza
motivada por una alegría reanudada hasta apelar al sentimiento de incompletitud
ahí donde sería preciso situar ésta en lógica (****).
Parecería
que tal presencia provoca agrado. Qué rastro queda pues aquí de lo que aporta
como palabra, ahí donde se excluye el acuerdo: el aforismo, la confidencia, la
persuasión, o aún el sarcasmo.
Una vez
más, como se habrá visto, he tomado ventaja al hacer que sea evidente un
lenguaje donde se obstinan en hacer figurar lo preverbal.
¿Cuándo
se verá que lo que yo prefiero es un discurso sin
palabras? (6).
NOTAS:
(.) Nota S.R.; Del Prefacio: "En
octubre de 1967 se reúne en París un grupo de especialistas para llevar a cabo
un coloquio sobre la infancia alienada, coloquio promovido y organizado por la
psicoanalista francesa Maud Mannoni".
* El sueldo, **la paleta,
***lenguaje [N. del T.].
+ El
autor en su crítica a la concepción del lenguaje que se desprende del trabajo
de Sami‑Ali, juega con el paradigma de langage
‑intraducible término a término al castellano‑ demostrando que la significación
nace de la diferencia y oposición de los significantes, y más específicamente
de la sustitución de un significante por otro (condensación‑metáfora) [N. del
T.].
**** Cfr.
“La science et la verité", Écrits,
p. 861, donde Lacan hace referencia al teorema de Gödel (sobre la incompletitud
de los sistemas axiomáticos) y lo que de él se desprende en relación con el
carácter no suturable del sujeto de la ciencia [N. del T.].
(1) [Nota S.R.] Se trata
del texto en los "Escritos", 'Acerca de la causalidad psíquica',
apartado: La causalidad esencial de la locura.
(2) [Nota
S.R.] Las
consideraciones siguientes acerca de la práctica humana de la segregación son
especialmente valiosas para poder tomar en cuenta la perspectiva siempre atenta
de Jacques Lacan en referente no a lo social meramente, sino a lo constitutivo
de sus observaciones acerca de lo social. Constitutivo para nosotros de lo que
podemos llamar indicaciones de rumbos y vías no sólo para ser seguidas sino
también para ser confrontadas con lo propio de nuestras coordenadas sociales,
culturales y epocales y también como 'eso social', léanse aquí especialmente
las prácticas y discursos que se alojan en su espacio, que son constituyentes
de aquello que llamamos el sujeto del inconciente.
Referencia
'Escritos', J. L. , "Del trieb de Freud y del deseo del
psicoanalista":
"Las
pulsiones son nuestros mitos, ha dicho Freud. No hay que entenderlo como una
remisión a lo irreal. Es lo real lo que mitifican, según lo que es ordinario en
los mitos: aquí el que hace el deseo reproduciendo en ello la relación del
sujeto con el objeto perdido.
Los
objetos que pueden someterse a provechos y pérdidas no faltan para ocupar su
lugar. Pero sólo en número limitado pueden llenar un papel que simbolizaría
perfectamente la automutilación del lagarto, su cola soltada en la
desesperación. Malaventura del deseo en los setos del goce, que acecha un dios
maligno.
Este
drama no es el accidente que se cree. Es de esencia: pues el deseo viene del
Otro, y el goce está del lado de la Cosa.
Lo que el
sujeto recibe por ello de descuartizamiento pluralizante, a eso es a lo que se
aplica la segunda tópica de Freud. Ocasión de más para no ver lo que debería
saltar allí a los ojos: que las identificaciones se determinan allí por el
deseo sin satisfacer la pulsión.
Esto por
la razón de que la pulsión divide al sujeto y al deseo, deseo que no se
sostiene sino por la relación que desconoce de esta división con un objeto que
la causa. Tal es la estructura del fantasma.
¿Cuál
puede ser entonces el deseo del analista? ¿Cuál puede ser la cura a la que se
consagra? ¿Va a caer en el sermoneo que hace el descrédito del sacerdote cuyos
buenos sentimientos han sustituido a su fe, y asumir como él una
"dirección" abusiva?
Sólo
podremos aquí observar que, con la salvedad de ese libertino
que era el gran cómico del siglo del genio, no se ha atentado en él, como
tampoco en el siglo de las luces, contra el privilegio del médico, no menos religioso sin embargo que otros.
¿Puede el analista cobijarse en esta antigua investidura, cuando,
laicizada, se dirige hacia una socialización que no podrá evitar ni el
eugenismo, ni la segregación política de la anomalía?
¿Tomará
el psicoanálisis el relevo, no de una escatología, sino de los derechos de un
fin primero?
Entonces,
¿cuál es el fin del análisis más allá de la terapéutica? Imposible no
distinguirlo de ella cuando se trata de hacer un analista.
Pues, lo
hemos dicho sin entrar en el resorte de la transferencia, es el deseo del
analista el que en último termino opera en el psicoanálisis.
El estilo
de un congreso filosófico inclina, al parecer, a cada uno más bien a hacer
valer su propia impermeabilidad.
No somos
para eso mas ineptos que cualquier otro, pero en el campo de la formación
psicoanalítica, ese procedimiento de desplazamiento hace la cacofonía de la
enseñanza.
Digamos
que en esto ligo la técnica al fin primero.
Hemos
lamentado al concluir que, en conjunto, haya quedado apartada la pregunta que
es la de Enrico Castelli, profunda.
El
nihilismo aquí (y el reproche de nihilismo) han tenido mucho estómago para
ahorrarnos afrontar lo demoníaco, o la angustia, como se prefiera.
Seminario
XVII, "El reverso del psicoanálsis", J.L., clase 9:
"Sea
como sea, sí no les molesta, habría que ver de todos modos lo que las cosas
quieren decir. Está este mito de Edipo tomado de Sófocles, y además está el
bolazo del que les hablaba hace un rato: el asesinato del padre de la horda
primitiva donde es bastante curioso que el resultado sea exactamente el
contrario, a saber: se lo mata al viejo papá que las tenía todas para él, -lo
que ya de por sí es fabuloso: por qué iba a tenerlas todas para él habiendo
otros muchachos, que por lo menos debían
tener también sus antojos- de todas formas se parte de ahí. La consecuencia
-esto es de todos modos algo muy distinto al mito de Edipo- la consecuencia es
que por haber matado al viejo, al viejo orangután, pasan dos cosas de las que
pongo una entre paréntesis porque es fabulosa: ellos se descubren hermanos. En
síntesis si esto puede darnos alguna idea sobre lo que es la fraternidad se los
doy así como una pequeña idea mientras tanto, porque puede ser que de acá hasta
fin de año tengamos tiempo de retomar, en fin, esta energía que ponemos en ser
todos hermanos prueba evidentemente que no lo somos. Aún con el hermano
sanguíneo, nada nos prueba que somos hermanos. Podemos tener un montón de
cromosomas totalmente opuestos.
Entonces
este encarnizamiento en la fraternidad, sin contar el resto, la libertad y la
igualdad, es algo fenomenal de lo que convendría saber que es lo que recubre. No se conoce más que un sólo origen de la fraternidad -me
refiero a la humana, siempre el humus- es la segregación. Estamos evidentemente en una
época de segregación, ¡puaj, nunca hubo más segregación! Es inaudito! Es inaudito cuando uno lee los diarios.
Simplemente la sociedad, como se la llama -no
quiero llamarla humana precisamente porque reservo los términos, pongo atención
en lo que digo, no soy un hombre de izquierda- constato que todo lo que existe
está fundado en la segregación y en primer
término la fraternidad. No se concibe
ninguna fraternidad, no tiene el menor fundamento, como acabo de decirles el
menor fundamento científico, si no es porque estamos aislados juntos, aislados
del resto por algo de lo que se trata de saber la función y el por qué. Pero en
definitiva salta a los ojos que es así a fuerza de hacer como si no fuese
cierto, debe tener sin embargo algunos inconvenientes.
¡Es
semi-decir lo que les estoy diciendo!. No les digo porque es así. Por empezar
porque si yo digo eso, no puedo decir por qué es así. Ahí tienen un
ejemplo. En fin, como sea, ellos se
descubren hermanos. Uno se pregunta en nombre de qué segregación.
Hay que decir que como mito, es más vale flojo. Y en segundo lugar ellos
deciden unánimemente que no se va a tocar a las mamitas, porque encima hay más
de una. Ellos podrían intercambiarlas
puesto que el viejo padre las tiene todas: ellos podrían acostarse con la mamá
del hermano justamente porque sólo son hermanos por el padre".
(3) [Nota
S.R.] Ver
"Ser y Tiempo", Martín Heidegger, edición castellana: CFE. Ver
especialmente: segunda sección 'El "ser-ahí" y la temporalidad",
Punto I, El posible "ser-total" del "ser-ahí" y el
"ser relativamente a la muerte", parágrafos 46 a 53.
(4) [Nota
S.R.] Para
remitirse a las citas acerca de la apuesta de Pascal en los seminarios de J.
Lacan dirigirse especialmente a:
Seminario
XII, Problemas cruciales para el psicoanálisis, clase 6, 20-I-1965.
Seminario
XIII, El objeto del psicoanálisis, clase 9, 2-II-1966.
Seminario
XVI, De un Otro al otro, clase 6, 8-I-1969; clase 7, 15-I-1969; clase 8,
22-I-1969; clase 9, 28-I-1969; clase 10, 5-II-1969; clase 11, 12-II-1969; clase
21, 21-V-1969; clase 22, 4-VI-1969; clase 23, 11-VI-1969.
Apuesta
de Pascal, referencia: "Pensamientos", Pascal - artículo II,
"De como es más ventajoso creer lo que enseña la religión cristiana".
La apuesta se refiere al problema de si Dios existe, o no existe. El juego de
esta apuesta -si o no- es similar al juego de la moneda, donde Pascal encuentra
la equivalencia del si o no, en el resultado de cara o cruz. La apuesta no es
voluntaria, todos apostamos, incluso no apostando. La razón no nos puede ayudar
en esta elección ya que no nos otorga
un punto de afirmación desde donde podamos elegir. Aquí la razón se muestra
insuficiente. Considerará, luego, la apuesta en términos del "azar de la
ganancia y de la pérdida", en relación a lo finito y lo infinito de lo a
ganar, o a perder. Expone así las probabilidades presentes en cualquier partida.
Por último, introduce al jugador en tanto la "certidumbre" o la
"incertidumbre" y llega a la conclusión de que hay tantos riesgos de
un lado como del otro -certidumbre de ganar y certidumbre de perder- y así la
partida se juega igual contra igual. De este modo: "nuestra proporción
tiene una fuerza infinita, cuando se trata de arriesgar lo infinito en un juego
en que hay iguales posibilidades de ganar y de perder y en que lo que se gana
es el infinito. Esto es demostrativo, y si los hombres son capaces de algunas verdades,
ésta figura en el número de ellas".
(5) [Nota
S.R.] Se trata
de la autobiografía titulada: "Antimemorias", de André Malraux.
(6) [Nota S.R.] Referencia
Seminario XVI, "De un Otro al otro", J. Lacan; Clase 1: "Estos
son propósitos iniciales, recuerdos de certitudes, no de verdades. Y quisiera
—antes de introducir hoy los esquemas de los cuales intento partir— marcar que,
si algo de ahora en más, debe quedarles en el hueco de la mano, es lo que he
tomado cuidado en escribir, hace un momento en el pizarrón, sobre la esencia de
la teoría: 'La esencia de la teoría psicoanalítica es
un discurso sin palabra'. La esencia de la teoría psicoanalítica es la
función del discurso y precisamente en lo que podría parecerles nuevo, o al
menos paradojal: que yo lo diga sin palabra. Se trata de la esencia de la
teoría en tanto que eso es lo que está en juego".
Clase 3: "Hemos
dibujado aquí, en un tiempo precoz o suficientemente bueno, en la articulación
de ese discurso que me encuentro soportando en la experiencia analítica, hemos
ya cuestionado este problema de lo que puede decir, al nivel del discurso,
formación del inconsciente, del Witz, en la ocasión que puedo aquí decir: Yo
digo (Je dis). Pues he distinguido precisamente, y esto desde el origen de este
discurso, la distinción de lo que a él se refiere, del discurso y de la
palabra, y la fórmula-clave que he inscripto este año en el primero de estos
seminarios, de lo que es un discurso sin palabras,
esencia —he dicho— de la teoría analítica".
Texto
extraído de "Psicosis infantil", varios autores, págs. 150-161,
editorial Paidós, Buenos Aires, Argentina, 1976.
Traducción:
Héctor Yankelevich.
Edición
original: Revista 'Recherches', Infancia alienada, 2 vol., septiembre 1967 y
diciembre 1968.
Corrección
de texto: Cecilia Falco.
Selección,
destacados y notas: Sergio Rocchietti.
Con-versiones,
marzo 2007
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