Una política del síntoma: llevar al sujeto hasta su división más próxima, de Miquel Bassols
Una política del síntoma:
llevar al sujeto hasta su división más próxima
Miquel Bassols
1. Si algo se hace hoy manifiesto en el campo heterogeneo de las llamadas psicoterapias es que toda práctica clínica, incluso la que se pretenda más neutra y objetiva, depende de una política. A la fórmula que Jacques-Alain Miller lanzó a principios de los años ochenta como una brújula en el Campo Freudiano, - "no hay clínica sin ética" -, podemos agregar hoy, siguiendo sus últimas elaboraciones sobre las tres vertienes de la experiencia (la clínica, la epistémica y la política), la siguiente fórmula: no hay, tampoco, clínica sin política.
El alcance de esta afirmación no se reduce a la gestión de lo que conocemos como "las políticas de salud mental", y al lugar de avanzadilla que el psicoanálisis debe tener en ese campo. Su alcance va hasta el nudo más íntimo de la relación de cada sujeto con lo que llamamos el goce, - en términos de Freud, con la satisfacción pulsional en la que está comprometido su síntoma.
No se trata para el psicoanálisis de una acción directa en la gestión de la "res publica", una gestión que debe valer para todos, sino, por decirlo así, de una acción sobre la "res privata", una acción uno por uno sobre la cosa más íntima y particular, el objeto causa del deseo que siempre determinará, por otra parte, cualquier política de gestión de la "cosa pública". El alcance del psicoanálisis se mide hoy, más que nunca, por la respuesta que sepan dar los psicoanalistas a este nudo, en lo particular de cada análisis y en lo público de los discursos sociales que giran alrededor de las paradojas del goce.
No hay clínica sin política quiere decir entonces que no hay práctica terapéutica que no suponga una respuesta, implícita o explícita, a la pregunta por la causalidad del síntoma y a la posición del sujeto en el nudo que forman goce y lenguaje.
Es en esta perspectiva que Jacques Lacan podía afirmar en los años setenta que "el síntoma instituye el orden en el que se reconoce nuestra política" . Su proposición del pase en la Escuela es la consecuencia institucional de esta política para hacer avanzar la clínica y el saber del psicoanálisis.
2. Una política del síntoma empieza por saber detectar y situar los efectos de división subjetiva causados por el inconsciente. Es la primera operación del psicoanálisis: abrir la división del inconsciente, la más lejana para cada sujeto, y permitirle así hacerse receptor de su síntoma como un mensaje que hay que descifrar.
¿Cómo llevar hoy al sujeto del síntoma a abrirse a la dimensión del Otro de la palabra y del lenguaje, a interesarle así en el desciframiento de su mensaje inconsciente? Nuestra época parece más propicia a los goces y discursos solipsistas que se fundan en una aparente exclusión del Otro de la palabra, como en esa nueva generación de entrevistadores televisivos que hacen hoy fortuna acorralando a sus entrevistados con la sola estrategia del más puro y estúpido silencio. Habrán visto tal vez cómo rompen, con el peor gusto, cualquier apariencia refinada con el que el entrevistado, desde el más anónimo hasta el más famoso, esperaba saber responder. El efecto cómico que producen es correlativo de la caída del semblante fálico al uso, dejando entrever un goce que parecería no pedir nada al Otro. Y, sin embargo, hacen existir a ese Otro de una forma distinta, con la decepción de una espera.
Podríamos encontrar varias referencias clínicas de esas nuevas formas del Otro, pero me interesa ahora subrayar lo siguiente. Si bien constatamos que esta dimensión del Otro tiende a cerrarse sobre sí misma en una serie de fenómenos de la clínica actual, fenómenos en los que detectamos un goce autista, también es cierto que esa dimensión del Otro se abre de la misma forma en otras direcciones. Y es en esas otras direcciones que el psicoanálisis debe saber tomar hoy la delantera.
3. El síntoma nunca ha pedido interpretación y no debemos sorprendernos de que se adelante así a las nuestras. El síntoma es más bien una botella que el sujeto lanzó al mar, sin destino previo conocido, para intentar hacer un lugar a su ser en el oleaje de los goces y de los bienes ofrecidos a su satisfacción. La estrategia del analista consiste en hacer alcanzable al sujeto mismo esa botella errante, en una suerte de "retorno al remitente", para permitirle abrirla y descifrar su mensaje, aunque la encuentre vacía de significación. Es la condición mínima para una entrada en análisis, condición que un sujeto, del estilo solipsista al que antes me refería, formulaba así: "Cada uno tiene un secreto para sí mismo en la vida. Hay quien se lo lleva a la tumba y hay quien decide ponerse a descifrarlo."
Y todavía habrá que llegar a ese punto donde, como señala Lacan, se demuestra que un enigma descifrado puede seguir siendo un enigma, en especial cuando se trata del enigma por excelencia, el del goce en su relación con lo sexual.
El sujeto se encuentra allí con otra división, que Lacan anunciaba así en su escrito de 1964, "Del Trieb de Freud y del deseo del psicoanalista": "la pulsión divide al sujeto y al deseo, deseo que no se sostiene sino por la relación que desconoce de esta división con un objeto que la causa. Tal es la estructura del fantasma" . Llevar al sujeto hasta el punto más cercano de su propia división implica anudar la división del sujeto del inconsciente, la división del mensaje de su síntoma, con esta otra división producida por la pulsión.
Ahí es donde se aloja la "res privata" de cada sujeto, en lo más próximo de esta división de la que un final de análisis extrae el objeto causa del deseo.
4. Entonces, las tres vertientes de la experiencia analítica, - la vertiente clínica de las posiciones del sujeto frente al goce, la vertiente epistémica del saber que ha sabido producir sobre ella, y la vertiente de la política del síntoma -, se anudan en la división más próxima que el sujeto encuentra frente a la pulsión, y dan su lógica y sentido a lo que hoy conocemos en la Escuela como la experiencia y el dispositivo del pase.
Se trata precisamente de investigar aquí las experiencias de la pulsión más allá del fantasma, una vez se ha extraido de él el objeto causa de deseo como la "res privata" del sujeto.
¿Cuál es la experiencia de la pulsión una vez el Otro de la transferencia deja de existir como sujeto supuesto saber y ha quedado reducido a ese objeto? Propongo una respuesta: la pulsión se iguala al decir del sujeto. Es lo que podemos deducir también de la definición que Lacan daba de la pulsión en 1975: "Las pulsiones son el eco en el cuerpo del hecho de que haya un decir" . La pulsión es entonces la experiencia de goce introducida en cada sujeto por el lenguaje, por el hecho de constituirse como un ser de palabra. ¿Llegaremos a decir que en ese nudo donde se juega la división más íntima del sujeto, la pulsión es el lenguaje, su producto en lo real? Correríamos el riesgo de cerrar lo que en esa división debe mantenerse siempre abierto: que el sujeto que habla, el sujeto efecto de la castración simbólica, sólo se puede contar como un vacío, como una falta en el universo del goce, como un corte producido por la pulsión.
5. Bastará, para hacerlo entender, una breve referencia clínica, transmitida en uno de los carteles del pase del periodo anterior. Se trata de un sujeto que la noche siguiente al día en que percibió la diferencia de los sexos en una compañera de juegos de su infancia, experimentó la angustia más profunda ante lo que define como un agujero sin límites en el cuerpo del Otro. Ese agujero se le apareció en la noche como un montón incontable de nadas que convertían a su propio cuerpo en un agujero indiferenciable de ellas, en un borde pulsional que engullía todo lo que giraba alrededor suyo, todo excepto el borde mismo de los orificios de su cuerpo a los que éste quedaba reducido. Esa experiencia, casi alucinatoria, coincidía con el tiempo en el cual el aprendizaje de la escritura le enseñó a bordear esa nada para darle sus límites y aislarla así como el intervalo necesario para que cada letra sea legible como tal. Dedicó gran parte de su vida a llenar el agujero del Otro con esa nada de sus letras, que así adquirían un valor fálico.
Años después, ese mismo sujeto podía entender a través de su análisis que una palabra verdadera deja siempre una huella, una marca irreversible, una inscripción en lo real, pudo entender que en toda palabra verdaderamente dicha se inscribe una letra que permite leer el ser de su enunciación, el nombre de su ser de goce, perdido en "el mar de los nombres propios", para retomar la expresión de Lacan. Una vez perdido el valor fálico de ese objeto, quedaba su resto real, reutilizable para otros fines. Esa letra no se reducía entonces a la imagen, a la grafía impresa o caligráfica con la que la confundimos en la acción de escribir; tampoco se reducía al símbolo que la convierte en elemento de una cadena significante. Esa letra es lo que Freud abordó con la noción de "inscripción" en el inconsciente y que sólo Jacques Lacan pudo distinguir como un objeto heterogéneo al significante, cifra del ser de goce de cada sujeto en lo real. Este objeto, al final del análisis, se muestra vinculado de manera especial con la pulsión, como su inscripción primera en el sujeto.
Diré entonces lo que me parece una consecuencia lógica cuando el sujeto encuentra esa dimensión al final de su experiencia: la pulsión, esa pulsión que divide al sujeto y al deseo, y que es a la vez el eco en su cuerpo del hecho de ser un sujeto que habla, esa pulsión es lo más cercano a lo que conocemos en la clínica como un fenómeno elemental, es el fenómeno elemental producido por el lenguaje en cada sujeto. Ese fenómeno merece también el nombre de trauma en su sentido más freudiano, es decir, el encuentro con lo real de un goce sexual irreductible a la significación del fantasma que hacía de pantalla.
Al término de esa experiencia de desciframiento que supone un análisis, el sujeto descubre entonces que la botella de su síntoma se ha vaciado de sentido y de goce. Que la botella esté vacía no quiere decir ahora que no haya sujeto ni mensaje sino que el sujeto era la botella vacía misma. Y que esa era la letra del mensaje que se trataba de leer.
6. Después de cierto tiempo de funcionamiento del dispositivo del pase en la Escuela, hemos aprendido algunas cosas. Entre ellas, una confirmada de distintos modos por los que hacen su experiencia, confirmada también en los carteles del pase. Lo formularé así: la verdad del pase no aparece sólo en el momento mismo del pase sino sobre todo en lo que pasa después del pase; la verdad del pase viene después, con los efectos que deben elaborarse de su experiencia. Como en la máxima de Baltasar Gracián: la verdad siempre llega la última, y tarde, cojeando con el tiempo. Agarrarla por los pelos, ahí donde tal vez ya no se la esperaba, es el trabajo al que deben dedicarse los analistas de la Escuela. La cuestión es entonces cómo la Escuela elabora los efectos del pase sobre ella misma. Eso tiene la virtud de ir siempre a contracorriente de todo lo que el propio grupo analítico puede imaginar sobre sí mismo, de romper, de la manera más precisa, su consistencia imaginaria, - y no precisamente con un estilo solipsista. El pase es así la mejor política del síntoma que tenemos para la propia Escuela.
Sucede entonces que el decir del sujeto pone en acto aquello que dice, más allá de lo que se esperaba escuchar. Es realmente una de las características más sorprendentes de ese aparato de precisión clínica que es el pase, cuya política puede muy bien plasmarse en una frase de René Daumal, una frase que el propio analista debe hacer entender al sujeto que recibe para poder acompañarlo en el análisis hasta la verdad de su división más próxima. Es la frase que les leo para concluir:
"Y ahora intenta hablar (...) Habla; la cosa o el hecho que nombres será inmediatamente real, si eres verdaderamente tu quien habla"
llevar al sujeto hasta su división más próxima
Miquel Bassols
1. Si algo se hace hoy manifiesto en el campo heterogeneo de las llamadas psicoterapias es que toda práctica clínica, incluso la que se pretenda más neutra y objetiva, depende de una política. A la fórmula que Jacques-Alain Miller lanzó a principios de los años ochenta como una brújula en el Campo Freudiano, - "no hay clínica sin ética" -, podemos agregar hoy, siguiendo sus últimas elaboraciones sobre las tres vertienes de la experiencia (la clínica, la epistémica y la política), la siguiente fórmula: no hay, tampoco, clínica sin política.
El alcance de esta afirmación no se reduce a la gestión de lo que conocemos como "las políticas de salud mental", y al lugar de avanzadilla que el psicoanálisis debe tener en ese campo. Su alcance va hasta el nudo más íntimo de la relación de cada sujeto con lo que llamamos el goce, - en términos de Freud, con la satisfacción pulsional en la que está comprometido su síntoma.
No se trata para el psicoanálisis de una acción directa en la gestión de la "res publica", una gestión que debe valer para todos, sino, por decirlo así, de una acción sobre la "res privata", una acción uno por uno sobre la cosa más íntima y particular, el objeto causa del deseo que siempre determinará, por otra parte, cualquier política de gestión de la "cosa pública". El alcance del psicoanálisis se mide hoy, más que nunca, por la respuesta que sepan dar los psicoanalistas a este nudo, en lo particular de cada análisis y en lo público de los discursos sociales que giran alrededor de las paradojas del goce.
No hay clínica sin política quiere decir entonces que no hay práctica terapéutica que no suponga una respuesta, implícita o explícita, a la pregunta por la causalidad del síntoma y a la posición del sujeto en el nudo que forman goce y lenguaje.
Es en esta perspectiva que Jacques Lacan podía afirmar en los años setenta que "el síntoma instituye el orden en el que se reconoce nuestra política" . Su proposición del pase en la Escuela es la consecuencia institucional de esta política para hacer avanzar la clínica y el saber del psicoanálisis.
2. Una política del síntoma empieza por saber detectar y situar los efectos de división subjetiva causados por el inconsciente. Es la primera operación del psicoanálisis: abrir la división del inconsciente, la más lejana para cada sujeto, y permitirle así hacerse receptor de su síntoma como un mensaje que hay que descifrar.
¿Cómo llevar hoy al sujeto del síntoma a abrirse a la dimensión del Otro de la palabra y del lenguaje, a interesarle así en el desciframiento de su mensaje inconsciente? Nuestra época parece más propicia a los goces y discursos solipsistas que se fundan en una aparente exclusión del Otro de la palabra, como en esa nueva generación de entrevistadores televisivos que hacen hoy fortuna acorralando a sus entrevistados con la sola estrategia del más puro y estúpido silencio. Habrán visto tal vez cómo rompen, con el peor gusto, cualquier apariencia refinada con el que el entrevistado, desde el más anónimo hasta el más famoso, esperaba saber responder. El efecto cómico que producen es correlativo de la caída del semblante fálico al uso, dejando entrever un goce que parecería no pedir nada al Otro. Y, sin embargo, hacen existir a ese Otro de una forma distinta, con la decepción de una espera.
Podríamos encontrar varias referencias clínicas de esas nuevas formas del Otro, pero me interesa ahora subrayar lo siguiente. Si bien constatamos que esta dimensión del Otro tiende a cerrarse sobre sí misma en una serie de fenómenos de la clínica actual, fenómenos en los que detectamos un goce autista, también es cierto que esa dimensión del Otro se abre de la misma forma en otras direcciones. Y es en esas otras direcciones que el psicoanálisis debe saber tomar hoy la delantera.
3. El síntoma nunca ha pedido interpretación y no debemos sorprendernos de que se adelante así a las nuestras. El síntoma es más bien una botella que el sujeto lanzó al mar, sin destino previo conocido, para intentar hacer un lugar a su ser en el oleaje de los goces y de los bienes ofrecidos a su satisfacción. La estrategia del analista consiste en hacer alcanzable al sujeto mismo esa botella errante, en una suerte de "retorno al remitente", para permitirle abrirla y descifrar su mensaje, aunque la encuentre vacía de significación. Es la condición mínima para una entrada en análisis, condición que un sujeto, del estilo solipsista al que antes me refería, formulaba así: "Cada uno tiene un secreto para sí mismo en la vida. Hay quien se lo lleva a la tumba y hay quien decide ponerse a descifrarlo."
Y todavía habrá que llegar a ese punto donde, como señala Lacan, se demuestra que un enigma descifrado puede seguir siendo un enigma, en especial cuando se trata del enigma por excelencia, el del goce en su relación con lo sexual.
El sujeto se encuentra allí con otra división, que Lacan anunciaba así en su escrito de 1964, "Del Trieb de Freud y del deseo del psicoanalista": "la pulsión divide al sujeto y al deseo, deseo que no se sostiene sino por la relación que desconoce de esta división con un objeto que la causa. Tal es la estructura del fantasma" . Llevar al sujeto hasta el punto más cercano de su propia división implica anudar la división del sujeto del inconsciente, la división del mensaje de su síntoma, con esta otra división producida por la pulsión.
Ahí es donde se aloja la "res privata" de cada sujeto, en lo más próximo de esta división de la que un final de análisis extrae el objeto causa del deseo.
4. Entonces, las tres vertientes de la experiencia analítica, - la vertiente clínica de las posiciones del sujeto frente al goce, la vertiente epistémica del saber que ha sabido producir sobre ella, y la vertiente de la política del síntoma -, se anudan en la división más próxima que el sujeto encuentra frente a la pulsión, y dan su lógica y sentido a lo que hoy conocemos en la Escuela como la experiencia y el dispositivo del pase.
Se trata precisamente de investigar aquí las experiencias de la pulsión más allá del fantasma, una vez se ha extraido de él el objeto causa de deseo como la "res privata" del sujeto.
¿Cuál es la experiencia de la pulsión una vez el Otro de la transferencia deja de existir como sujeto supuesto saber y ha quedado reducido a ese objeto? Propongo una respuesta: la pulsión se iguala al decir del sujeto. Es lo que podemos deducir también de la definición que Lacan daba de la pulsión en 1975: "Las pulsiones son el eco en el cuerpo del hecho de que haya un decir" . La pulsión es entonces la experiencia de goce introducida en cada sujeto por el lenguaje, por el hecho de constituirse como un ser de palabra. ¿Llegaremos a decir que en ese nudo donde se juega la división más íntima del sujeto, la pulsión es el lenguaje, su producto en lo real? Correríamos el riesgo de cerrar lo que en esa división debe mantenerse siempre abierto: que el sujeto que habla, el sujeto efecto de la castración simbólica, sólo se puede contar como un vacío, como una falta en el universo del goce, como un corte producido por la pulsión.
5. Bastará, para hacerlo entender, una breve referencia clínica, transmitida en uno de los carteles del pase del periodo anterior. Se trata de un sujeto que la noche siguiente al día en que percibió la diferencia de los sexos en una compañera de juegos de su infancia, experimentó la angustia más profunda ante lo que define como un agujero sin límites en el cuerpo del Otro. Ese agujero se le apareció en la noche como un montón incontable de nadas que convertían a su propio cuerpo en un agujero indiferenciable de ellas, en un borde pulsional que engullía todo lo que giraba alrededor suyo, todo excepto el borde mismo de los orificios de su cuerpo a los que éste quedaba reducido. Esa experiencia, casi alucinatoria, coincidía con el tiempo en el cual el aprendizaje de la escritura le enseñó a bordear esa nada para darle sus límites y aislarla así como el intervalo necesario para que cada letra sea legible como tal. Dedicó gran parte de su vida a llenar el agujero del Otro con esa nada de sus letras, que así adquirían un valor fálico.
Años después, ese mismo sujeto podía entender a través de su análisis que una palabra verdadera deja siempre una huella, una marca irreversible, una inscripción en lo real, pudo entender que en toda palabra verdaderamente dicha se inscribe una letra que permite leer el ser de su enunciación, el nombre de su ser de goce, perdido en "el mar de los nombres propios", para retomar la expresión de Lacan. Una vez perdido el valor fálico de ese objeto, quedaba su resto real, reutilizable para otros fines. Esa letra no se reducía entonces a la imagen, a la grafía impresa o caligráfica con la que la confundimos en la acción de escribir; tampoco se reducía al símbolo que la convierte en elemento de una cadena significante. Esa letra es lo que Freud abordó con la noción de "inscripción" en el inconsciente y que sólo Jacques Lacan pudo distinguir como un objeto heterogéneo al significante, cifra del ser de goce de cada sujeto en lo real. Este objeto, al final del análisis, se muestra vinculado de manera especial con la pulsión, como su inscripción primera en el sujeto.
Diré entonces lo que me parece una consecuencia lógica cuando el sujeto encuentra esa dimensión al final de su experiencia: la pulsión, esa pulsión que divide al sujeto y al deseo, y que es a la vez el eco en su cuerpo del hecho de ser un sujeto que habla, esa pulsión es lo más cercano a lo que conocemos en la clínica como un fenómeno elemental, es el fenómeno elemental producido por el lenguaje en cada sujeto. Ese fenómeno merece también el nombre de trauma en su sentido más freudiano, es decir, el encuentro con lo real de un goce sexual irreductible a la significación del fantasma que hacía de pantalla.
Al término de esa experiencia de desciframiento que supone un análisis, el sujeto descubre entonces que la botella de su síntoma se ha vaciado de sentido y de goce. Que la botella esté vacía no quiere decir ahora que no haya sujeto ni mensaje sino que el sujeto era la botella vacía misma. Y que esa era la letra del mensaje que se trataba de leer.
6. Después de cierto tiempo de funcionamiento del dispositivo del pase en la Escuela, hemos aprendido algunas cosas. Entre ellas, una confirmada de distintos modos por los que hacen su experiencia, confirmada también en los carteles del pase. Lo formularé así: la verdad del pase no aparece sólo en el momento mismo del pase sino sobre todo en lo que pasa después del pase; la verdad del pase viene después, con los efectos que deben elaborarse de su experiencia. Como en la máxima de Baltasar Gracián: la verdad siempre llega la última, y tarde, cojeando con el tiempo. Agarrarla por los pelos, ahí donde tal vez ya no se la esperaba, es el trabajo al que deben dedicarse los analistas de la Escuela. La cuestión es entonces cómo la Escuela elabora los efectos del pase sobre ella misma. Eso tiene la virtud de ir siempre a contracorriente de todo lo que el propio grupo analítico puede imaginar sobre sí mismo, de romper, de la manera más precisa, su consistencia imaginaria, - y no precisamente con un estilo solipsista. El pase es así la mejor política del síntoma que tenemos para la propia Escuela.
Sucede entonces que el decir del sujeto pone en acto aquello que dice, más allá de lo que se esperaba escuchar. Es realmente una de las características más sorprendentes de ese aparato de precisión clínica que es el pase, cuya política puede muy bien plasmarse en una frase de René Daumal, una frase que el propio analista debe hacer entender al sujeto que recibe para poder acompañarlo en el análisis hasta la verdad de su división más próxima. Es la frase que les leo para concluir:
"Y ahora intenta hablar (...) Habla; la cosa o el hecho que nombres será inmediatamente real, si eres verdaderamente tu quien habla"
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