quinta-feira, 1 de março de 2012

Infidelidades - Silvia Elena Tendlarz

En Francia, dice Stendhal, se conoce la anécdota de la Sra. de Sommery. Cuando fue sorprendida in fraganti por su amante se lo negó decididamente. Es más, ante su insistencia replica: "¡Ah! Ya veo, ya no me amas, crees más en lo que ves que en lo que digo".
¿Se puede creer en las mujeres? ¿Y qué decir acerca de los hombres? ¿Qué lugar tiene la palabra entre los amantes?
La infidelidad forma parte de las peripecias de la vida amorosa. La fantasía de un encuentro más afortunado, de un nuevo amor, algunas veces nutre las relaciones y hasta las posibilita. En algunas ocasiones la infidelidad se produce ante un encuentro imprevisto que sorprende a los mismos protagonistas. Cada uno se ve cautivado, a pesar suyo, en una pasión que lo subyuga y atrapa. No obstante, en otras oportunidades no se trata de algo casual, por fuera de lo cotidiano, sino que se presenta como un estilo de vida, reivindicado, exhibido, sostenido a lo largo del tiempo. Lo cierto es que solo se puede hablar de la infidelidad en plural en tanto convoca distintas historias de vida.
La vida amorosa es una sucesión de un único sueño. Cada sujeto tiene el suyo, el de la pareja que desearía encontrar, y al hacerlo, se sueña a sí mismo. A veces los sueños se cruzan y despiertan la pasión amorosa.
En la novela Peter Ibbetson de Georges du Maurier, un niño se enamora de una niña que vive en el otro lado de su jardín. Años después, el azar los vuelve a encontrar. Con sorpresa, descubren que aún siguen enamorados, pero su amor es imposible, ella pertenece a otro. Mientras los amantes se proponen huir juntos, el marido aparece, interponiéndose entre ellos. El revólver que lleva en su mano se dispara y muere. El peso de la ley cae sobre el inocente enamorado. Un accidente lo lleva a vivir confinado y postrado en su celda. Cuando no desea ya más que la muerte, misteriosamente su amada comienza a presentarse en sus sueños. Cada noche vuelven a encontrarse y viven apasionadamente. Y el sueño continúa... hasta su muerte.
¿Con qué mujer sueña un hombre? La serie es enumerada por Kawabata en La bellas durmientes: la madre, la esposa, la amante, la hija y, finalmente, la muerte. Una tras otra, las figuras de la mujer constituyen substituciones que permiten que el hombre se dirija al objeto que en verdad encarna la causa de su deseo. Para Freud ese objeto está desde siempre perdido, prohibido, y tiene un nombre: la madre.
La separación entre el amor y el deseo en el hombre indica cómo por la acción de la prohibición del incesto la madre se vuelve inaccesible. La mujer que la sustituye es, pues, un objeto único, sublime, ideal, como en la historia de amor de Peter Ibbetson. Pero también puede ser degradada para volverla accesible al deseo.
Freud señala cuatro características particulares que determinan un tipo particular de elección del objeto en el hombre: debe pertenecer a otro hombre, su fidelidad es dudosa, es sobrevalorada y existe la necesidad imperiosa de salvarla. El trío edípico está involucrado en esta elección. La sobreestimación y la degradación dan prueba de los distintos valores libidinales que toma una mujer para el hombre.
La mujer que pertenece a otro puede ser amada en tanto que el obstáculo de la infidelidad permite que la mujer sea "no toda" para él. Esta condición permite que el hombre pueda "gozar del amor", según la expresión de Freud. Si la posee "toda", es toda para él, cae la condición erótica que determina su elección.
Las mujeres pueden ser partícipes de esta particular degradación de la vida erótica entre el objeto de amor y el del deseo, pero con una particularidad: en los dos casos busca hacerse amar.
Freud subraya la posición central que ocupa la prohibición y el secreto en la vida amorosa de las mujeres. El secreto de la relación amorosa, incluso si es construido artificialmente, sin necesidad alguna, es utilizado por la mujer como una coartada para lograr hurtarse. Así, nunca está en donde se la busca. Logra no ser toda para él, que algo suyo quede por fuera de las condiciones de goce masculinas. El secreto, el misterio femenino, no son la prueba de la insinceridad o de la mentira que Freud atribuía a las mujeres. En realidad son la expresión de otro goce diferente al fálico que forma parte de la sexualidad femenina y del que las mujeres nada saben.
Lacan comenta el caso de un hombre que es impotente con su amante y le propone que ella le sea infiel. La mujer sueña entonces esa noche que ella tiene un falo, siente su forma bajo su ropa, lo cual no le impide tener también tener un órgano femenino y desear el falo de su amante. El dicho de esta mujer produce un efecto milagroso: al escucharla, el hombre recupera sus capacidades y se lo demuestra brillantemente en su encuentro amoroso. ¿Qué sucedió? El relato de la amante expresa que en realidad tener el falo no le impide desearlo.
Si bien hombres y mujeres son conducidos a ser infieles, o a soñarlo, por diversas razones, nada impide volver a encontrar siempre, a través del tiempo, otro hombre y otra mujer en el mismo partenaire, y continuar así soñando una historia de amor inesperada.
http://www.eol.org.ar/template.asp?Sec=prensa&SubSec=america&File=america/2006/06_06_01_tendlarz_infidelidades.html

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