domingo, 13 de julho de 2014
Cómo leer a Freud en el siglo XXI - Por Zygmunt Bauman
En El retorno del péndulo, el sociólogo polaco Zygmunt Bauman investiga, en compañía del argentino Gustavo Dessal, el pensamiento del padre del psicoanálisis a la luz de sus propias ideas sobre la modernidad líquida. Aquí, un fragmento de su conferencia magistral "La civilización freudiana revisitada"
"Cada individuo es virtualmente un enemigo de la civilización" -escribió Freud hace unos ochenta años-. "La civilización es algo que fue impuesto a una mayoría contraria a ella por una minoría [.]. Puede creerse en la posibilidad de una nueva regulación de las relaciones humanas, que cegará las fuentes del descontento ante la cultura, renunciando a la coerción y a la yugulación de los instintos [.]. Esto sería la edad de oro, pero es muy dudoso que pueda llegarse a ello. [.] El dominio de la masa por una minoría seguirá demostrándose siempre tan imprescindible como la imposición coercitiva de la labor cultural."
¿Por qué ocurre esto? "Es imputable a dos circunstancias ampliamente difundidas entre los hombres: la falta de amor al trabajo y la ineficacia de los argumentos contra las pasiones." Entonces, los seres humanos deben ser obligados a formar la sociedad [...]. Y allí donde hay coacción, es decir, allí donde las personas se ven obligadas a mantener un comportamiento diferente del que dictan sus inclinaciones naturales, hay descontento y disenso: la mayor parte del tiempo, sofocados, reprimidos o desviados, pero manifiestos de tanto en tanto.
En otras palabras, hay un precio a pagar por haberse emancipado de la existencia bestial: por haber obtenido esa seguridad confortable y reconfortante que sólo el poder coercitivo de la sociedad puede brindar. "No hay almuerzo gratis", como lo expresa la sabiduría popular inglesa: para conseguir algo hay que perder otra cosa. La vida civilizada (más en general: el tipo de vida que hace posible la comunión humana) es una transacción. En el relato ya octogenario de Freud, lo que los individuos humanos ceden en la transacción es una cantidad nada pequeña de satisfacciones que sus instintos los exhortarían a buscar, y que ellos buscarían si nada se lo prohibiera o impidiera por la fuerza. A cambio ganan una medida considerable de seguridad: contra los males y los peligros que provienen de la naturaleza, del propio cuerpo y de otros seres humanos.
Los tipos de cambio y los términos de la transacción nunca son completamente satisfactorios; de ahí que ninguna transacción pueda considerarse una solución definitiva al dilema de equilibrar la seguridad con la libertad: dos valores igualmente indispensables pero obstinadamente incompatibles. Cada "transacción" específica es más bien algo que uno preferiría llamar "arreglo": una solución de compromiso, con el subsiguiente armisticio. siempre temporal, siempre hasta próximo aviso, siempre una espina clavada en el cuerpo de las relaciones entre el individuo y la sociedad, así como una tentación a embarcarse en rebeliones anárquicas o golpes de Estado autocráticos/totalitarios, un estímulo a iniciar otro combate u otra ronda de negociaciones de los deberes y derechos vinculantes en el momento.
De hecho, en las reflexiones de Freud, la eutopía (un buen lugar, donde la seguridad y la libertad estarían equilibradas a la perfección, sin causar descontento ni disenso) aparece en un combo con la utopía (un lugar que no está en ninguna parte). La civilización es un don ambiguo, que suscita impulsos ambivalentes: es irremediablemente una bendición mezclada con maldición. La civilización (que, me permito repetir, significa para Freud "todo aquello en lo cual la vida humana se eleva por encima de sus condiciones animales y se distingue de la vida animal") no puede prescindir de la coerción, y por ende tampoco puede existir sin engendrar resistencia contra sí misma, en la medida en que la coerción, por definición, significa enfrentar situaciones en las que la balanza se inclina en contra de hacer lo que se quiere y a favor de hacer algo que se querría evitar. [...]
Me pregunto qué diría Freud si tuviera que revisar su manuscrito de 1929 para preparar la edición de 2008. Conjeturo que generalizaría su veredicto, insistiendo en que toda y cualquier civilización -es decir, toda comunión humana elevada por encima de sus "condiciones animales"- es una transacción, y nuestra variedad no es una excepción. Pero también conjeturo que Freud invertiría su diagnóstico de los bienes que se intercambian en la transacción. Probablemente diría que los principales descontentos de nuestro tiempo se originan en la necesidad de ceder una buena parte de nuestra seguridad a cambio de seguir eliminando, una por una, las restricciones impuestas a nuestra libertad. En lo que concierne a esa minoría de la cual suelen reclutarse los pacientes que buscan cura psicoanalítica, la fuente del padecimiento parece ser ahora la carencia de seguridad, que envenena el goce de una libertad individual sin precedentes. Los temores a la desprotección personal, que la civilización del trascendental estudio de Freud había prometido extirpar, volvieron recargados. Y los grilletes que solían reprimir los instintos personales, los grilletes que los hombres y las mujeres de aquella época bregaban desesperadamente por romper, ya no parecen tan repulsivos si se los compara con los recién descubiertos horrores de la perpetua y continua inseguridad.
En años recientes pude ver una y otra vez entrevistas televisivas a infortunados pasajeros que perdían sus anheladas vacaciones o urgentes reuniones de negocios por quedarse varados en aeropuertos durante la prolongada serie de alertas terroristas. Muy pocos de los entrevistados se quejaban: en su mayoría estaban cansados, aburridos y exhaustos, pero alegres y encantados a pesar de todo. Cubrían de elogios a las autoridades que los habían salvado de peligros ocultos e inefables: "Nunca nos hemos sentido tan seguros y cuidados como ahora", repetían sin cesar. Obedientes y plácidos, hacían cola para esperar que les llegara el turno de dejarse olfatear por perros y someterse a palpaciones corporales que no mucho tiempo atrás habrían tachado de escandalosas afrentas a su privacidad y dignidad personal. Hoy las alertas terroristas ya han adquirido un sólido estatus permanente, al igual que la reconciliación de los pasajeros con las sucesivas cesiones de crecientes partes de su libertad personal. Día a día, millones de hombres y mujeres en miles de aeropuertos de todo el mundo, presurosos por abordar sus vuelos, hacen largas colas con actitud dócil, si no entusiasta, para someterse a controles personales y palpaciones corporales que no muchos años antes ellos mismos o sus propios padres habrían denostado como una manifestación más, siniestra y humillante, de las aspiraciones totalitarias atribuidas a los poderes vigentes. Y lo hacen del mismo modo en que pululan alegremente por los centros comerciales, aliviados por la presencia de guardias armados y las decenas de cámaras de circuito cerrado de televisión que graban cada uno de sus pasos y gestos para ojos de extraños y usos desconocidos.
Seamos claros: estos fenómenos no son acontecimientos aislados; no son desviaciones temporales de la norma, inusitadas y a contracorriente. Tampoco son respuestas lógicas (quizá lamentables pero sin duda inevitables) a necesidades excepcionales y "externas", ocasionadas por hazañas terroristas o por un aumento, presunto o genuino, en la incidencia de la criminalidad; justificar estos fenómenos con referencia a tales factores equivaldría a colocar el carro delante de los bueyes. Los fenómenos en cuestión deben verse como síntomas prodrómicos de una nueva norma emergente. [...]
El mundo que analizó Freud era el mundo de los Buddenbrook de Thomas Mann: un mundo de normas rígidas y de severas penalidades (como quedar excluido de la competencia empresarial, caer en la desgracia social o sufrir el ostracismo) que se aplicaban por quebrantarlas; también de normas claramente articuladas y legibles, que debían ser aprendidas de una vez y para siempre: para toda la vida individual y para todos los ámbitos de la vida, desde la cuna hasta la tumba. El linaje, la familia, la fortuna familiar y la continuidad de los vínculos sanguíneos trazaban un eje en torno al cual habría de girar el itinerario de la vida, ya concebido pero aún pendiente de completarse. Tal como lo proclamarían mucho más tarde los psicólogos existencialistas como R. D. Laing o Thomas Szasz, aquella familia, inscrita en un entorno y a través de él en una clase, era el perro guardián colectivo (o un vaso capilar del sistema panóptico de la vigilancia social, como lo enunciaría después Michel Foucault) que obligaba a sus miembros a mantenerse en el camino recto, excomulgando y eliminando a los desviados (en términos freudianos, la familia era el baluarte, la plenipotenciaria y la ejecutora del principio de realidad, encargada de podar y domar los excesos perpetrados por el "principio del placer"). Así lo sintetizó Daniel Cohn-Bendit con la ventaja de una mirada retrospectiva que abarcaba cuarenta años: quienes en mayo de 1968 hicieron carne la palabra por entonces blasfema han ganado no obstante su batalla, desde el punto de vista social y cultural (aunque -se apresuró a agregar Cohn-Bendit- por suerte la perdieron desde el punto de vista político).
En el filme El diablo, probablemente, estrenado por Robert Bresson en 1976, los héroes son varios jóvenes completamente desorientados que buscan el sentido de la vida, su misión en el mundo y el significado de "tener una misión". Cualquiera sea el drama en el que participan como actores entusiastas o comparsas renuentes, no hay dramaturgos ni directores a la vista, ni llega ayuda alguna de sus mayores. De hecho, durante los 95 minutos que necesita la trama para alcanzar su trágico desenlace no aparece un solo adulto en la pantalla. Los jóvenes personajes, completamente inmersos en sus obstinados e infructuosos esfuerzos por comunicarse entre ellos (la película escasea notablemente en diálogos articulados), recuerdan y mencionan apenas una vez la existencia de los adultos: cuando, hartos de sus proezas, sienten hambre y corren a la nevera repleta de comida que los invisibles padres aprovisionaron para tales ocasiones.
Los años que siguieron confirmaron y revelaron con creces la visión profética de Bresson. El cineasta francés había vislumbrado las consecuencias que tendría la "gran transformación" de la que él y sus contemporáneos eran testigos presenciales, aunque muy pocos entre ellos percibían su verdadero alcance y no muchos más habían advertido siquiera que estaba ocurriendo algo: nada menos que el pasaje de una sociedad de productores -trabajadores y soldados- a una sociedad de consumidores -individuos por decreto y adictos a corto plazo por adaptación-. [...] La sociedad "moderna sólida" que analizó Freud era en realidad una sociedad de productores y soldados. Los padres de los futuros trabajadores y soldados tenían un papel sencillo y claro que desempeñar: la función parental en la sociedad "moderna sólida" de productores/soldados consistía en instilar la autodisciplina indispensable para alguien con pocas opciones aparte de la obligación de soportar la monótona rutina impuesta en el lugar de trabajo o los cuarteles militares, y de quien a su vez se esperaba que fuera para sus hijos un modelo personal de comportamiento regulado por las normas. Había un fuerte vínculo de realimentación y consolidación recíproca entre las exigencias de la fábrica y los cuarteles, por un lado, y una familia regida por los principios de la supervisión y la obediencia, la confianza y el compromiso, por el otro.
De acuerdo con Michel Foucault, los casos de sexualidad infantil y "los peligros de la masturbación" eran especímenes del surtido arsenal utilizado para legitimar y promover el estricto control y la vigilancia permanente de los hijos que los padres de aquella época tenían como misión. El ejercicio de esta función parental exigía presencias constantes, atentas y curiosas; presuponía proximidades; se aplicaba mediante el examen minucioso y la observación insistente; requería un intercambio de discursos a través de preguntas que arrancaban confesiones, y de confidencias que sobrepasaban las preguntas formuladas. Implicaba una proximidad física y una interacción de sensaciones intensas.
Foucault sugiere que en esa campaña perpetua con el fin de fortalecer la función parental y su impacto disciplinante, "el 'vicio' del niño no era tanto un enemigo como un soporte"; "en todas partes donde aparecía el riesgo [del 'vicio'] se instalaron dispositivos de vigilancia, se establecieron trampas para exhortar a la confesión". Los baños y los dormitorios eran los sitios donde se concentraban los mayores peligros, el suelo más fértil para las inclinaciones sexuales malsanas de los niños: de ahí que requirieran una supervisión particularmente atenta, íntima e implacable, y por ende una constante, manifiesta y prominente presencia de los padres.
En los tiempos modernos líquidos, el pánico a la masturbación se ha reemplazado por el pánico al "abuso sexual". La amenaza oculta que causa el pánico actual no acecha desde la sexualidad de los niños, sino desde la de los padres. Los baños y los dormitorios siguen considerándose antros de la horrenda perversión, tal como antes, pero ahora los acusados han pasado a ser los padres. El propósito de esta cruzada que blande como arma el nuevo pánico al abuso sexual es exactamente opuesto a los objetivos del pánico a la masturbación que había explorado Foucault. Sean expresos o tácitos, los fines de la presente guerra son: la merma del control parental, la renuncia a la presencia ubicua y prominente de los padres, la determinación y el mantenimiento de una distancia entre los "viejos" y los "jóvenes", tanto en la familia como en su círculo de amigos. [...]
La primera víctima del pánico a la masturbación fue la autonomía del individuo: la misma libertad personal cuya pérdida registró Freud en su vivisección del orden civilizado. Los futuros adultos debían ser protegidos desde su más tierna infancia contra sus propios instintos e impulsos malsanos y potencialmente desastrosos (si no se los controlaba). En términos de Freud, el orden civilizado exigía imponer restricciones al antisocial "principio del placer", que los hombres y las mujeres tomarían como guía en el caso de que el "principio de realidad", socialmente impuesto, no los mantuviera a raya. [...]
Hoy la principal tarea de la "socialización" (la preparación para la vida conforme a las normas sociales) consiste en provocar/facilitar el ingreso en el juego de las compras, así como incrementar las oportunidades de permanecer en el campo de juego evitando la amenaza de la exclusión. Los miembros de la sociedad tienen que desarrollar la sensibilidad a los encantos seductores del mercado y responder a ellos de acuerdo con el guión escrito por los expertos en mercadotecnia; y el fracaso en esa empresa es el principal contenido de los actuales temores a la "ineptitud". Tal como observó Pierre Bourdieu hace ya dos décadas, hoy vivimos en una sociedad que ha reemplazado la regulación normativa por la seducción, y el mantenimiento del orden por las estratagemas de las "relaciones públicas" (en términos más simples, la publicidad), mientras los deseos en expansión y el despertar de nuevas necesidades han vuelto redundante la coerción manifiesta: no obstante, estos nuevos mecanismos de reproducción social sólo adquieren eficacia si se dirigen a hombres y mujeres "capacitados para el desafío".
En clara oposición a la familia ortodoxa con su estricta supervisión parental, esta laxa estructura familiar, que expande la autonomía infantil y deja a los jóvenes librados a la orientación de sus pares, se ajusta bien a los requisitos impuestos por nuestra sociedad moderna líquida de consumo, individualizada en toda su extensión.
Lo que atormenta a los jóvenes de nuestros días ya no es el exceso de restricciones y prohibiciones insidiosas, temibles y demasiado reales, sino la abrumadora y vasta expansión de las opciones aparentemente abiertas por el don de la libertad consumista. Hoy, las ansiedades de los jóvenes y sus consecuentes sentimientos de inquietud e impaciencia, así como la urgencia por minimizar los riesgos, emanan por un lado de la aparente abundancia de opciones, y por otro del temor a hacer una mala elección, o al menos a no hacer "la mejor disponible"; en otras palabras, del horror a pasar por alto una oportunidad maravillosa cuando aún hay tiempo (fugaz) para aprovecharla.
A diferencia de lo que ocurría con sus padres y abuelos, que se criaron en el estadio "sólido" de la modernidad, orientado a productores y soldados, ahora las opciones recomendadas no adjuntan códigos de conducta perdurables o acreditados (por no hablar de perdurables y acreditados) que guíen a los electores por un itinerario infalible una vez que hacen su elección o aceptan obedientemente la opción recomendada. Nunca cesa de atormentarlos la idea de que el paso dado pueda (por poco) ser un error y que quizá sea (por poco) demasiado tarde para disminuir las consecuentes pérdidas, y mucho más para revocar la opción desafortunada. De ahí el resentimiento que suscita todo "largo plazo", ya sea la planificación de la vida propia o los compromisos con otros seres vivos. Un aviso publicitario reciente, que a todas luces apelaba a los valores de la generación joven, anunciaba la llegada de un nuevo rímel que "promete mantenerse impecable durante 24 horas", agregando un comentario:
¿Estás en una relación estable? Con una sola pasada, la belleza de tus pestañas sobrevivirá a la lluvia, el sudor, la humedad, las lágrimas. Pero la fórmula se elimina sin problemas con agua caliente.
Al parecer, un periodo de veinticuatro horas ya se percibe como una "relación estable", pero ni siquiera semejante "compromiso" sería una opción atractiva si no resultara fácil borrar sus huellas y si no hubiera agua caliente al alcance de la mano. Cualquiera sea la opción que se elija en última instancia, deberá parecerse al "manto sutil" de Max Weber, que uno puede quitarse de los hombros a voluntad y sin notificarlo con anticipación, y no a su "jaula de hierro", que ofrece protección eficaz y duradera contra las turbulencias pero también obstruye los movimientos del protegido y estrecha severamente su espacio de libre elección. Lo más importante para los jóvenes, en consecuencia, no es tanto la configuración de la identidad como la retención (¡perpetua!) de la capacidad de re-configurarla cada vez que llegue -o se sospeche que ha llegado- la necesidad de reconfigurarse. La preocupación de los ancestros por la identificación pierde cada vez más espacio ante el anhelo de re-identificación. Las identidades deben ser desechables; una identidad insatisfactoria o no del todo satisfactoria, o bien una identidad que delate su edad avanzada al compararse con las identidades "nuevas y mejoradas" disponibles en el presente, tiene que ser fácil de abandonar: quizá la biodegradabilidad sea el atributo ideal de la identidad más deseada.
En ausencia de valores perdurables, indisputados y respaldados por una autoridad, la evaluación de las opciones sólo puede seguir el modelo de las mercancías comercializadas: es preciso "colocar en el mercado" el modelo de la identidad elegida a fin de "averiguar su valor". De acuerdo con un sentido común que -tal como observó Bourdieu- se inspira en la pensée unique de la economía de mercado, la mercancía carece de valor a menos que disponga de clientes, y el valor que pudiera ya tener o aun adquirir se mide por la cantidad de clientes y la intensidad que éstos le dedican. El castigo por fracasar en el hallazgo/creación de clientes para la identidad diseñada y exhibida es la exclusión (ostracismo, "eliminación por decisión del jurado", desaire, caso omiso): el equivalente social al vertedero de basura. Vibeke Wara llegó a la conclusión de que los jóvenes tienen "un talento especial para mercantilizarse" y sugirió que la eficacia de ese talento se mide principalmente por la cantidad de contactos que exhibe cada uno: los "más talentosos" son los que tienen más contactos (hechos en "redes sociales", como MySpace, Facebook, Second Life y sus numerosas imitaciones en menor o mayor escala, que hoy se aproximan a cien en número, así como en blogs personales, que hoy superan los setenta millones y crecen a paso acelerado).
"Hoy crece el número de adolescentes que se sienten instados a crear identidades más grandes para sí mismos, como las celebridades que ven retratadas en los medios nacionales", dijo Laurie Ouellette, profesora de Ciencias de la Comunicación y experta en telerrealidad (reality shows) de la Universidad de Minnesota, reafirmando una opinión ya integrada al bagaje de saber común que los expertos comparten con el gran público.
Las "identidades más grandes" implican en primer lugar una mayor exposición: más gente mirando, más personas (usuarios de Internet de banda ancha) con posibilidades de mirar, más devotos de Internet estimulados/excitados/entretenidos por lo que han visto, y estimulados hasta el punto de compartirlo con sus contactos (rebautizados como "amigos", tal como sugieren las "redes sociales"). MySpace, Facebook, Second Life y los blogs que se reproducen como hongos son algo así como una revista ¡Hola! de la gente común, u otros incontables templos, capillas o santuarios menores del culto a la celebridad: una copia que se reconoce inferior (puesto que ofrece una identidad en cierto modo menos extensa), pero que alberga la esperanza de hacer por la gente común lo mismo que ¡Hola! hace por las ambiciones de los rostros que aparecen en su tapa y por las vidas acerca de las que informan sus columnas de chismes sobre celebridades. Para los "aspirantes a ser los elegidos", los blogs son las versiones masivas -estilo "hágalo usted mismo"- de los originales de boutique haute-couture para los pocos elegidos.
Todos sabemos que la posibilidad de abrirse camino hacia la visibilidad pública a través de la intrincada espesura de los blogs personales es apenas poco más grande que la perspectiva de supervivencia de una bola de nieve en el infierno, pero también sabemos que las oportunidades de ganar la lotería sin comprar un boleto son nulas.
Ninguna representación del yo, por muy instantáneo que resulte su éxito, es segura en el largo plazo. Lo que hoy es de rigueur, mañana o pasado mañana estará condenado a volverse rancio y bochornosamente anticuado, o bien completamente ilegible. Mantener actualizada la representación es una tarea de veinticuatro horas por día y siete días por semana.
Y la capacidad interactiva de Internet está hecha a la medida de esta nueva necesidad: ayuda a permanecer au courant de lo que está en boca de todos, como los hits musicales más escuchados y los últimos diseños de ropa, así como las fiestas y los eventos de celebridades más recientes y comentados; simultáneamente, ayuda a actualizar los contenidos y redistribuir los énfasis del autorretrato; y dada la "cultura de la prisa", que es endémica a la comunicación electrónica, sumada al breve lapso de memoria que ésta condiciona, también ayuda a borrar las huellas del pasado: los contenidos y énfasis que hoy son bochornosos porque pasaron de moda. En líneas generales, Internet facilita enormemente la tarea de la reinvención, hasta un punto inalcanzable en la vida desconectada; he ahí, sin duda, una de las razones más importantes por las que la nueva "generación electrónica" pasa tanto tiempo en el universo virtual, un tiempo que crece a ritmo constante a expensas del tiempo vivido en el "mundo real".
En consonancia, los referentes de los principales conceptos, que a todas luces elaboran y cartografían el Lebenswelt de los jóvenes, se trasplantan de manera gradual pero constante desde el mundo desconectado hasta el mundo conectado.
Entre ellos adquieren mayor prominencia los conceptos referidos a los vínculos interpersonales y los lazos sociales, como "contactos", "citas", "reunión", "comunicar", "comunidad" o "amistad". Este trasplante influye de modo indefectible en el significado de los conceptos desplazados y las respuestas conductuales que ellos evocan y suscitan. [...]
El tiempo percibido por la actual generación joven no es cíclico ni lineal, sino "puntillista", como los cuadros de Seurat, Signac o Sisley; cada "punto" es minúsculo, pero cualquiera de ellos puede convertirse en un momento del big bang, como todos sabemos gracias a los científicos del cosmos; no obstante, a diferencia de las obras legadas por los maestros pretéritos de la escuela puntillista (lienzos en los que cada punto ya tiene asignado su lugar inequívoco y en los que la forma de las cosas ya se ha preconfigurado de una vez y para siempre con el fin de que la veamos con claridad y sin cambios cada vez que miramos), resulta absolutamente imposible predecir qué momento experimentará tal transformación. Los cosmólogos pueden decirnos en minucioso detalle qué ocurrió con el universo una fracción de segundo o miles de millones de años después del big bang, pero absolutamente nada de lo que ocurrió antes, y mucho menos cuál fue su causa, si es que la hubo, o qué auguró/anunció su advenimiento. En consecuencia, cada punto del tiempo requiere un tratamiento serio y ninguno puede quedar desatendido ni escurrirse entre los dedos. [...]"
La vida de la generación joven se vive hoy en un estado de emergencia perpetua. Es preciso mantener los ojos bien abiertos y aguzar los oídos de forma constante para captar de inmediato las visiones y los sonidos de lo nuevo: lo nuevo que siempre ya-está-viniendo, a una velocidad sólo comparable a la de un bólido que pasa y se esfuma en un instante. No hay momento que perder. Desacelerar es derrochar.
¿Qué augura todo esto para el destino del "principio de realidad", encargado de domar y mantener a raya la búsqueda de placer a instancias del deseo? La gran novedad es la eminente revocabilidad de este principio. La realidad se percibe cada vez más como una irritación temporal que es preciso circunvalar, y no algo a superar o ante lo cual darse por vencido; en nuestro mundo de repuestos y del derecho a devolver en la tienda cualquier producto que no nos brinde plena satisfacción, los objetos que causan incomodidad se descartan y sustituyen por otros "nuevos y mejorados". En particular para los jóvenes, esto incluye la realidad fuera de Internet, que para cumplir con las expectativas debe adecuarse sin demora a los parámetros de su homóloga online. Hoy le toca al "principio de realidad" ser considerado culpable hasta que demuestre su inocencia, y no le resulta fácil encontrar una prueba convincente. Le ha llegado el turno de argumentar profusamente ante su antagonista -el placer- y disculparse por los inconvenientes que ha causado por abusar de su hospitalidad.
Esto puede que sea o no verdad, pero lo más probable es que no sea toda la verdad. El jurado aún no ha dictado sentencia; el caso sigue abierto. El resultado de las confrontaciones entre ambos principios no está cantado en absoluto. En la ininterrumpida confrontación entre los principios de la realidad y del placer, no hay un solo enfrentamiento que permita vislumbrar una clara línea final: pocas batallas son concluyentes, si es que alguna lo es, y rara vez o nunca se llega al "punto sin retorno". Como ya he señalado, esta situación redunda en un estado de emergencia perpetua, pero también en un estado de perpetua Unsicherheit. Mientras que el primer impacto psicológico de ese cambio en la índole de la confrontación es un reconfortante augurio de que habrá más espacio para la búsqueda de placer, el segundo aspecto presagia malestares, diferentes a los del pasado pero potencialmente tan severos y patogénicos como los que sabemos que causó el "principio de realidad" en los tiempos de su supuesta invencibilidad.
En pocas palabras, la situación actual se caracteriza por una intrínseca y extrema ambivalencia. Y la condición de ambivalencia no tiene visos de definirse. Puede suscitar reacciones mutuamente opuestas que redunden en sufrimientos ostensiblemente contrarios. Tanto el carpe diem como la búsqueda febril de "raíces" y "cimientos" son sus resultados igualmente probables y legítimos. Sin embargo, un pequeño pero creciente número de razones lleva a sospechar que el perpetuo movimiento pendular entre el deseo de conquistar mayor libertad y el anhelo de contar con mayor seguridad está por iniciar su trayecto opuesto. No hay manera de pronosticar con certeza hacia qué lado se desplazarán las cosas una vez que este equilibrio notoriamente inestable alcance su "punto de inflexión": la hoy revelada insostenibilidad del sistema económico mundial y del sistema global de explotación de los recursos planetarios podría aún redefinir las recientes desviaciones culturales como un callejón sin salida al que ha ido a parar la parte más privilegiada de la humanidad, tal vez subrepticiamente manipulada, durante las últimas dos o tres "décadas furiosas".
Lo más probable es que, a pesar de que el "principio de realidad" parezca haber perdido su batalla más reciente contra el "principio del placer", la guerra entre ellos está lejos de haber llegado a su fin y el resultado final (si es que algún acuerdo es capaz de alcanzar el estatus de "final") no está definido en absoluto.
http://www.lanacion.com.ar/1700733-como-leer-a-freud-en-el-siglo-xxi
sexta-feira, 23 de maio de 2014
Ese "milagro" llamado lenguaje
Ese "milagro" llamado lenguaje
Miquel Bassols
-¿Cuál es la diferencia del cuerpo para el Psicoanálisis y el cuerpo para la ciencia?
Miquel Bassols
-¿Cuál es la diferencia del cuerpo para el Psicoanálisis y el cuerpo para la ciencia?
Partamos de la
diferencia entre organismo y cuerpo. Para llegar a tener un cuerpo es necesario
cierto recorrido, más bien complejo, que pasa por el vínculo con los otros, que
supone la construcción de una imagen real de ese cuerpo para el ser que habla,
una construcción que Lacan investigó ya con su famoso “estadio del espejo” como
formador de la función del Yo. No nacemos con un cuerpo, nacemos con un
organismo, y debemos pasar por ciertos circuitos de lenguaje, circuitos
enteramente simbólicos distintos del orden puramente biológico, para llegar a
hacernos con ese cuerpo. Y, en efecto, “nos hacemos” con el cuerpo del mismo
modo que podemos afirmar que hablamos con el cuerpo.
Llegar a tener un
cuerpo supone un vínculo con el lenguaje a partir del cual este cuerpo será
experimentado de una u otra forma. De modo que, como afirmará Lacan, no somos
un cuerpo sino que sólo llegamos a tenerlo gracias a ciertas operaciones
simbólicas fundamentales que el psicoanálisis estudia en la clínica. Por
ejemplo, podemos verificar que en ciertos sujetos diagnosticados de autismo
este cuerpo no se construye de una manera evidente, que la relación con los
agujeros y los límites del cuerpo siguen una lógica muy singular, diferente a
la que mantienen otro sujetos. Basta ver la angustia del niño que rodea de
manera repetida y frenética el borde de un agujero como si pudiera ser tragado
por él, como si ese agujero estuviera en continuidad con los agujeros de su
propio cuerpo sin poder distinguirlos de él. En este tipo de operaciones podemos
verificar qué supone experimentar el cuerpo como un conjunto desordenado de
agujeros, sin poder disponer de una imagen corporal unificada.
De modo que el
cuerpo es una construcción simbólica e imaginaria a partir de un organismo que,
en sí mismo, no dispone de ninguna función subjetiva. La ciencia trata
generalmente con organismos, seres que califica de vivos aún sin tener nada
claro todavía qué es la vida como tal, qué es lo que especifica a un ser como
vivo. La pregunta fue ya planteada por Erwin Schrödinger en su famoso texto
“¿Qué es la vida?” y está todavía por responder.
Pues bien, aún es
más enigmática para la ciencia la pregunta “¿Qué es un ser que habla?”. Y sólo
un ser que habla llega a tener propiamente un cuerpo. Es este ser que habla con
un cuerpo el que trata el psicoanálisis.
-Es sabido que para la ciencia de nuestro tiempo
los cuerpos dicen, hablan por sí mismos, significan cosas con un saber ya
escrito en ellos, ya sea en un gen o en una neurona. ¿Qué del sujeto para la
ciencia entonces?
Es cierto, la
ciencia también se confronta a su manera con este “misterio del cuerpo que
habla”, como lo llamaba Jacques Lacan. De hecho, tanto la Física como las
Neurociencias de nuestro tiempo se dan de cabeza por distintos caminos con este
real imposible de resolver. La Física divulgada por un Stephen Hawking termina
por aceptar que en el fundamento del universo en el que vivimos se encuentra el
“milagro”, literalmente, del lenguaje. ¿De dónde viene este aparato infernal del
lenguaje que sirve tanto para hacer frente a lo real como para dejarse
aniquilar por él? Las Neurociencias sueñan todavía con la idea de que
topografiando el cerebro y mapeando todas su zonas y conexiones neuronales llegaremos
a encontrar las huellas de este virus que es el lenguaje, un virus que modifica
al cuerpo hasta límites insospechados. La moda es sólo un juego de niños al
lado de lo que hoy nos promete la ciencia para modificar este cuerpo.
Sin embargo, la
localización del lenguaje en el sistema nervioso —ya sea en el cerebro como en
sus conexiones con el resto del organismo—, se resiste de manera especial. La
búsqueda sigue, inútilmente porque se busca en el mal lugar con la excusa de
que ahí hay más luz, como el personaje de aquel cuento que había perdido su
llave y la buscaba debajo del farol con este argumento. Finalmente, lo mejor
que se puede decir desde esta perspectiva —es, por ejemplo, lo que dijeron hace
una década neurocientíficos como G. Edelman y G. Tononi—, es que el lenguaje
viene del lugar del Otro, que no hay nada en la naturaleza y evolución del
sistema nervioso que pueda asegurar su presencia, y que este lenguaje nos
convierte a cada uno en una “muestra comparable a nada”, en seres absolutamente
distintos unos de los otros. Es muy sugerente, es una idea que nos conduce a lo
más genuino de la concepción que el psicoanálisis tiene del síntoma, incluso
del síntoma al final de un análisis, una muestra singular que no es comparable
a nada, a ningún otro síntoma.
Por otra parte,
la ciencia encuentra un saber ya escrito en lo real, en lo real del gen o de la
neurona por ejemplo, como si alguien lo hubiera escrito ya allí. El problema es
que a veces en nombre de este saber que se supone ya escrito en lo real se deja
de escuchar al sujeto responsable de sus actos, al sujeto del síntoma. Es lo
que sucede, por ejemplo, cuando se hace de la genética la causa de fenómenos
que tocan el sentido singular de la vida y de la elección del sujeto, como es su
elección sexual.
Lacan sostenía
que cuanto más la ciencia avanzaba, más lo real enmudecía y más se hacía
escuchar correlativamente en los nuevos síntomas de nuestra época. Ahí está el
retorno del sujeto excluido por la ciencia. El psicoanálisis es el que se hace
destinatario del mensaje de este sujeto enmudecido que habla en el síntoma.
Con todo, es
interesante rastrear en el interior de la propia ciencia las huellas de este
sujeto excluido por su operación. De nuevo alguien como Erwin Schrödinger puede
ser muy ilustrativo de este retorno del sujeto en el interior del propio campo
de la ciencia. Él mismo pudo situar este huella del sujeto que está presente en
cada paso, en cada operación, en cada demostración del método científico. Es también
una huella presente en cada paso de la ciencia actual y es muy importante que
sepamos leerla y hacerla escuchar.
http://miquelbassols.blogspot.fr/2014/01/ese-milagro-llamado-lenguaje.html
Her, la película de Spike Jonze, bajo la mirada del psicoanálisis
Pierre-Gilles Gueguen
Miembro de la Ecole de la Cause Freudienne, de la New Lacanian School, también lo es de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP), cuyo IX congreso internacional empieza a sesionar en París, en pocos días más.
“La película de Spike Jonze, Her, tiene en este momento en Nueva York un gran éxito (…) ¿Por qué tanto éxito para esta película. Los cinéfilos encontrarán todas las razones que quieran desde el punto de vista de la estética, la poética, la actuación, etcétera, y tendrán razón. Pero la verdad de la película es que un hombre se enamora de un software, es decir, de una mujer que no existe, reducida a un objeto a: la voz. Y The New York Times no se equivoca al titular Sin cuerpo, ciertamente, pero oh, qué voz.
Her, ¿será necesario volverlo a decir? no es She. Her designa el complemento de objeto. Muy masculino, dirá usted, y lacaniano: el hombre, primero, busca en la mujer el objeto que falta y lo vuelve un fetiche. En Her, la voz. Que aquellos psicoanalistas que practican el análisis por teléfono empiecen a preocuparse...
Desde luego esto se complica una vez que el señor, un poco cansado de la buena escucha, pide que su fetiche tome cuerpo. Es un enamorado desamparado. Descubre que la voz no es la mujer , y que hay un no sé qué más allá del objeto que se impone para que las cosas funcionen entre un hombre y una mujer.
En resumidas cuentas, el amor se sostiene solamente si hace un puente sobre el vacío de la no relación entre los sexos y así mantiene el deseo. El amor verdadero, como el objeto verdadero, impone esa dimensión de vacío que Lacan intentaba hacer entender, hablando del objeto a como vaciador, su color de vacío, sustancia episódica, maneras de hacer saber que la pulsión finalmente no es sin objeto, pero también que no tiene objeto en el sentido de un objeto pulsional único: oral, anal, escópico, invocante, etcétera. De ahí las páginas esenciales del Seminario XI sobre la tarea de la mirada y la crítica radical de Sartre y de Merleau-Ponty.
La deliciosa voz, tan sexy de la coprotagonista de Joaquin Phoenix, seductor geek un poco bobo (del francés, bohemio, burgués), intenta hacernos creer lo contrario. En todo caso, él cree antes de darse cuenta de que cree lo que es bueno. En ese momento, su fantasma empieza a ceder. Y no se deja engañar (por su fantasma): creer que una mujer es un objeto en su mano. Eso que venía a obturar la nostalgia donde estaba atrapado respecto a su ex-mujer, con quien está en proceso de divorcio.
Así, encuentra una compañera de trabajo, ella también en falta: la acaba de dejar su pareja. Los dos fracasados del amor se encuentran, tanto el uno como el otro dispuestos a nuevas peripecias (amorosas) menos ficticias, apostando por el desplazamiento del goce solitario hacia el compañero-síntoma.
Un nuevo amor”.
http://www.telam.com.ar/notas/201403/57147-her-la-pelicula-de-spike-jonze-bajo-la-mirada-del-psicoanalisis.html
Miembro de la Ecole de la Cause Freudienne, de la New Lacanian School, también lo es de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP), cuyo IX congreso internacional empieza a sesionar en París, en pocos días más.
“La película de Spike Jonze, Her, tiene en este momento en Nueva York un gran éxito (…) ¿Por qué tanto éxito para esta película. Los cinéfilos encontrarán todas las razones que quieran desde el punto de vista de la estética, la poética, la actuación, etcétera, y tendrán razón. Pero la verdad de la película es que un hombre se enamora de un software, es decir, de una mujer que no existe, reducida a un objeto a: la voz. Y The New York Times no se equivoca al titular Sin cuerpo, ciertamente, pero oh, qué voz.
Her, ¿será necesario volverlo a decir? no es She. Her designa el complemento de objeto. Muy masculino, dirá usted, y lacaniano: el hombre, primero, busca en la mujer el objeto que falta y lo vuelve un fetiche. En Her, la voz. Que aquellos psicoanalistas que practican el análisis por teléfono empiecen a preocuparse...
Desde luego esto se complica una vez que el señor, un poco cansado de la buena escucha, pide que su fetiche tome cuerpo. Es un enamorado desamparado. Descubre que la voz no es la mujer , y que hay un no sé qué más allá del objeto que se impone para que las cosas funcionen entre un hombre y una mujer.
En resumidas cuentas, el amor se sostiene solamente si hace un puente sobre el vacío de la no relación entre los sexos y así mantiene el deseo. El amor verdadero, como el objeto verdadero, impone esa dimensión de vacío que Lacan intentaba hacer entender, hablando del objeto a como vaciador, su color de vacío, sustancia episódica, maneras de hacer saber que la pulsión finalmente no es sin objeto, pero también que no tiene objeto en el sentido de un objeto pulsional único: oral, anal, escópico, invocante, etcétera. De ahí las páginas esenciales del Seminario XI sobre la tarea de la mirada y la crítica radical de Sartre y de Merleau-Ponty.
La deliciosa voz, tan sexy de la coprotagonista de Joaquin Phoenix, seductor geek un poco bobo (del francés, bohemio, burgués), intenta hacernos creer lo contrario. En todo caso, él cree antes de darse cuenta de que cree lo que es bueno. En ese momento, su fantasma empieza a ceder. Y no se deja engañar (por su fantasma): creer que una mujer es un objeto en su mano. Eso que venía a obturar la nostalgia donde estaba atrapado respecto a su ex-mujer, con quien está en proceso de divorcio.
Así, encuentra una compañera de trabajo, ella también en falta: la acaba de dejar su pareja. Los dos fracasados del amor se encuentran, tanto el uno como el otro dispuestos a nuevas peripecias (amorosas) menos ficticias, apostando por el desplazamiento del goce solitario hacia el compañero-síntoma.
Un nuevo amor”.
http://www.telam.com.ar/notas/201403/57147-her-la-pelicula-de-spike-jonze-bajo-la-mirada-del-psicoanalisis.html
segunda-feira, 5 de maio de 2014
“No creo engañar a mi marido” - Por Jacques-Alain Miller *
Una joven
tiene un amante. Lo explica en el análisis: “De hecho, yo no tengo la
impresión de que engaño a mi marido. Lo que él no sabe, para él no
existe. Sólo existe para mí”. Dicen que están los hechos, y Lenin
agregaba que son tercos. Y bien, no es tan así. Sólo existen los hechos
que son dichos. ¿Qué es un hecho que no se dice? Esta joven divide su
vida entre dos mundos. En uno, el amante existe. Es un mundo que sólo
ella conoce, con el amante y con el analista. Y es un mundo muy estrecho
ya que las aventuras son breves y las sesiones de análisis son pocas y
cortas. ¿Qué valor tiene este mundo al lado del otro, el de su vida
cotidiana, con marido, hijos, padres, compañeros de trabajo? El mundo
del amante, si apenas puede existir, existe en un paréntesis, es una
balsa bogando en el océano de su vida.
Dirán: tiene mala fe, lo sabe y no quiere saberlo. Pero no. Lo
importante no es lo que ella sabe o no. Lo que importa es que el otro,
en cambio, no sabe. Porque lo que el otro no sabe, no existe. Para el
marido, la familia, el discurso común, el amante es como si no
existiera. El otro no es el Dios que examina su mente y su corazón, que
lo ve todo, lo sabe todo. Es un otro perforado, con un hueco, un punto
ciego. Y es ahí precisamente donde habita el deseo.Hable usted de cualquier cosa y la hará existir. El problema atormenta a los filósofos desde siempre: el no ser no es, por supuesto, pero al nombrarlo, ¿no se le confiere un ser? Entonces, callar algo es hacerlo desaparecer. Un escritor, un artista, un político lo saben.
Es el principio de Madison Avenue, donde habitan los Mad Men en Nueva York: “La mala publicidad no existe”. Preste atención: cuando hablamos de un producto, bien o mal, lo hacemos existir.
Por lo tanto, el sujeto es sincero cuando miente. Separa los dos mundos y se divide a sí mismo según esté en uno o en otro. Sin embargo, sucede que un personaje del mundo común logra introducirse por efracción en su mundo íntimo. Es un horror. Intenta expulsar al intruso. El insiste. Se instala. Al poco tiempo, usted está obligado a volver al mundo común. Su ontología se desmorona. Lo que no existía es expuesto a todos. El no ser es, absolutamente. El hecho, pasado al dicho, será terco. La marca se quedará. Y su ser quedará atrapado allí.
* Miembro de la Ecole de la Cause Freudienne (ECF). Creador de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP). Artículo publicado en la revista Enlaces, Psicoanálisis y cultura, Nº 19.
http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-245267-2014-05-02.html
domingo, 9 de março de 2014
Radio de la Asociación Mundial de Psicoanálisis
http://www.radiolacan.com/es/home
Todos los miércoles de
17 a 19 hs.
(Buenos Aires)
Usted puede conectarse y escucharnos en directo desde cualquier dispositivo móvil.
La actualidad mundial del psicoanálisis con todas sus voces lo están esperando.
sábado, 8 de março de 2014
Dustin Hoffman
Dustin Hoffman Se Quiebra Llorando Al Explicar Algo Que Toda Mujer Tristemente Ya Experimentó
https://www.youtube.com/watch?v=IPeES14Nq48
El sentimiento de culpa
Goce, culpa, impunidad
El sentimiento de culpa está ligado, en nuestra tradición judeocristiana, a un obrar en oposición a la moral convenida que conlleva el castigo. En cuanto a la impunidad, en esta perspectiva quedaba vinculada a una vivencia clandestina y mal vista. Pero hoy el goce, satisfacción que empuja a su máximo logro, otorga otro estatuto a la impunidad. Ya no se trata de los viejos vicios privados, y discretamente practicados, que quedaban sin reprimenda. Ahora, el no ser castigado se presenta a menudo precedido de un investimento social positivo: la idolatría de ciertos personajes –algunos enjuiciados– como ejemplos públicos resulta muy significativo al respecto.
¿Dónde queda pues la culpa y que tratamientos observamos para aliviarla? Por un lado la ciencia ofrece argumentos de disculpa ligados a las explicaciones causales de muchos actos vitales (infidelidad, fracaso escolar, trastornos mentales, inversiones especulativas) que dejarían de implicar la responsabilidad del sujeto para reducirse a aspectos ‘moleculares’ (genética, neurotransmisores) sobre los cuales el sujeto nada tendría que decir. La paradoja es que ese sentimiento de culpa arrojado por la puerta, retorna por la ventana de las imputaciones hereditarias (padres con antecedentes genéticos).
¿No será la angustia la que toma el relevo de ese sentimiento de culpa y de la vergüenza que, en ocasiones, la acompañaba? La prevalencia actual de los cuadros de angustia (desde el estrés postraumático hasta el ‘panic attack’) así parece atestiguarlo. En este dossier, tres psicoanalistas discuten estas cuestiones.
Culpa y corrupción
Por Miquel Bassols
Los vínculos inconscientes que existen entre la corrupción y los sentimientos de culpa son más bien paradójicos y fuente de toda suerte de hipocresías. Son tan secretos que terminan por ser secretos para cada uno. La historieta contada per el cómico americano Emo Philips lo resume muy bien: "Cuando era pequeño solía rezar cada noche para tener una bicicleta. Un día me di cuenta de que Dios no funciona así, de modo que robé una y recé para que me perdonara." Así de paradójica es la relación del sujeto de nuestro tiempo con el goce y con la culpa. El cinismo del argumento no excluye la mísera verdad escondida en la operación: mejor creer en la absolución de la culpa, en la impunidad del goce inmediato, que en el deseo que me haría merecer por mí mismo este objeto de goce. Es una ecuación que el psicoanálisis descubre en los entresijos del sentimiento de culpa: sólo la certeza y la constancia de un deseo me hacen responsable de un goce que nunca obtendré de manera impune.
Es sin duda una de las razones por las que, según los rankings internacionales, los países con menos corrupción son los más influidos por la tradición luterana, una tradición que no confía en modo alguno en la simple confesión de los pecados para lograr la absolución y la impunidad del goce. Es una tradición que ha criticado duramente la costumbre del tráfico de indulgencias -la compra del perdón-, principio de toda corrupción. No hay goce impune, responde el sentimiento de culpa al argumento utilitarista del cómico americano, tu deseo de bicicleta tiene un precio que no puedes negociar. Si a este argumento añadimos la creencia en la reciprocidad del goce -si el otro lo hace, también puedo hacerlo yo- la lógica del virus de la corrupción está asegurada hasta en el mejor de los mundos posibles.
No es de extrañar entonces que todos los historiadores del fenómeno de la corrupción lo conciban como un hecho irreductible e inherente al ser humano, en todas las sociedades y culturas, a veces como un mal menor, a veces como el principio mismo de su funcionamiento. La corrupción sería así "un fenómeno inextirpable porque respeta de forma rigurosa la ley de reciprocidad", tal como indica Carlo Brioschi en su Breve historia de la corrupción. Siguiendo esta ley, no hay ningún favor desinteresado y gozar de una prebenda quedará siempre justificado. A la vez, esta ley de reciprocidad autoriza a cada uno a gozar de lo que otro goza sin sentirse culpable por ello.
A partir de aquí, todo parece una cuestión de grado, de la mayor o menor suposición del goce del otro, del mayor o menor intercambio recíproco de prebendas, de más o menos concesiones para obtener el objeto de goce, esa bicicleta que cada uno exige como derecho propio. La creencia en el Otro que perdona y en el Otro que contabiliza el goce está en el principio del mercantilismo y de una parte de los vínculos sociales. En realidad, es una creencia tan religiosa como cualquier otra.
En nombre de esta creencia puede admitirse toda corrupción como algo relativo al tiempo y a la realidad en la que vivimos. ¿Quién se atrevería a sostener hoy, por ejemplo, como políticamente correcta la frase del gran Winston Churchill: "Un mínimo de corrupción sirve como un lubricante benéfico para el funcionamiento de la máquina de la democracia"? Sólo una cuestión de grado la distingue de las afirmaciones que sostenía hace poco Luis Roldán, ejemplo de corrupción de la sociedad española de nuestro tiempo, en una contundente entrevista: "La corrupción era y es estructural".
Es, me dirán, sólo un problema de lenguaje, de la significación que demos a las palabras para sentirnos más confortables en la justificación intelectual del fenómeno de la corrupción. Pero entonces, será más cierta todavía aquella afirmación de Jacques Lacan: "El más corruptor de los conforts es el confort intelectual, del mismo modo que la peor corrupción es la del mejor". Lo que quiere decir también que la primera corrupción a la que cedemos es la corrupción del lenguaje que modula y determina nuestros deseos. Porque a todo esto ¿por qué y para qué quería usted una bicicleta?
Culpa, vergüenza y perdón
Por José R. Ubieto
La culpa tiene diversas causas, la primera es la que los clásicos resaltaron: el dolor de existir. Aún sin haber pedido venir al mundo, paradójicamente, nos sentimos culpables de habitarlo. Freud habló luego del sentimiento de culpa por gozar y transgredir los límites, sea bajo la forma de una compulsión, una infidelidad o un desafío.
Lacan añadió otra vertiente de la culpa, más compleja pero más actual, ahora que los límites se difuminan: la culpa por no gozar lo suficiente, por no ser felices con todos los objetos que pueblan nuestra existencia.
El mito del padre edípico, agente de la prohibición, ya no sirve para explicar el hecho de que uno se siente culpable de gozar poco, lo que obliga al sujeto a hacerse cargo de esa falta sin poder culpar al otro castrador de esa insuficiencia. El goce está limitado al hombre por su condición de ser hablante -ya Hegel se refirió al lenguaje como asesinato de la cosa- y la respuesta a esta falta de gozar es la culpa que deviene así estructural. El nothing is impossible, lema global, vela esa imposibilidad con su ilusoria promesa.
Culpa secreta y causa del imperativo superyoico que exige de nosotros un esfuerzo más y un sacrificio que hoy toma formas diversas, muchas de ellas ligadas a la gestión xtreme de los cuerpos. Informaciones recientes de The New York Times nos hablan de que el 35 por ciento de los estudiantes universitarios toman psicoestimulantes para combatir el estrés de los periodos de exámenes y circunstancias similares. Otros consumos compulsivos (tóxicos, cibersexo, comida) muestran como ese empuje al "¡Goza!" (Enjoy!) certifica que lo que no está prohibido es obligatorio, en la búsqueda imposible de ese goce perdido cuya culpa (falta) no cesa de agitar al sujeto.
El reverso de todo ello es la prevalencia actual de la angustia como pathos. Basta como muestra los 500.000 soldados americanos (de los dos millones desplazados a Iraq y Afganistán) que padecen secuelas graves postraumáticas.
Diversidad de la culpa a la que corresponden también modos distintos de tratarla. Uno es el autocastigo, fijación a un síntoma que nos produce malestar consciente si bien implica un alivio de esa culpa inconsciente. ¿Cuántos varones infieles se hacen castigar por ello de diferentes maneras? ¿Cuántos conductores demasiado veloces se hacen multar o limitar por otros motivos?
Otro modo clásico, y hoy de renovada actualidad, es pedir perdón y mostrar arrepentimiento. Lo practican políticos, líderes religiosos, empresarios e incluso países enteros. Algunos -no todos- añaden a la petición los signos de otro afecto: sentir vergüenza por sus actos. Otra manera de dar salida a la culpa, que implica un grado de subjetivación mayor que el simple perdón.
Que extrañas suenan hoy las palabras de Vatel, cocinero del Gran Condé: "Señor, no sobreviviré a esta desgracia. Tengo honor y una reputación que perder". Pronunciadas como preludio de su posterior suicidio, al no poder cumplir con sus obligaciones en el festín con el que el príncipe quería seducir al rey francés, evocan el afecto de la vergüenza.
Pretender hacerse perdonar por los daños causados implica la existencia de un discurso moral, teñido de religiosidad, que busca más la absolución del pecador que su rectificación efectiva. El problema es que esa petición de perdón no es seguro que confronte al sujeto con su responsabilidad. Y si no lo hace sabemos que la única consecuencia posible será la repetición de ese exceso. Es lo que la clínica nos enseña: cuando un sujeto no elabora la culpa respondiendo de sus actos, queda entonces fijado a la búsqueda de ese perdón sin que su posición se modifique lo más mínimo. La responsabilidad queda entonces del lado del Otro que es quien puede/debe perdonar.
"Lo que tú haces sabe lo que eres", aseveración de Lacan que indica que un sujeto ético no es aquel que se disculpa sino el que testimonia de lo íntimo de su ser que se halla comprometido en sus actos y decide qué hacer con ello, lo cual no va sin una pérdida, sea en bienes, en imagen, en afectos. Cuando el sujeto no consiente a esa pérdida, y si además se trata de un personaje público, el mensaje que transmite es la impunidad por el goce obtenido.
Culpa y responsabilidad en el tiempo de la ciencia
Por Enric Berenguer
De leer un día en el diario que alguien importante se mató tras ser acusado de corrupto, ¿qué diríamos? ¿Que era un enfermo, con una grave depresión más o menos latente? Quizás alguien precisara, alegando datos sobre tiempos mejores del finado, que era bipolar. Antaño se hubiera hablado del honor perdido.
Hoy los hechos predominan sobre las palabras. Y ¿qué es el honor, sino una palabra? Reducido todo a puro hecho, la transgresión de una ley es un tema práctico: importa si hay una condena, si grande o pequeña, la fianza. El condenado, si lo es, saldrá de prisión, venderá sus memorias.
En un mundo objetivado, cierto discurso sobre la ciencia tiene mucho peso. Claro, no se trata de la ciencia misma, a la que esto no le importa, sino de un uso que de ella se hace en la construcción de una racionalidad hoy imperante.
Según esta, la culpa y la responsabilidad no son relevantes, son sentimientos y como tales no importan tanto. Si uno está sano, son pasajeros. Si le duran o le pesan demasiado, debería medicarse. Cosa de autoestima y de serotonina.
Leímos hace poco este descubrimiento: "Científicos comprueban por qué los hombres son infieles". Argumentos así, buenas coartadas, quizás lleguen a ser plausibles en una discusión de pareja. Ya se sabe... O quizás se olviden hasta la próxima gran noticia.
Descubren la sopa de ajo cada semana, pero no es novedad: el ya se sabe existió siempre. Y, como mínimo desde el siglo XVIII, la divulgación de la ciencia tuvo un lugar notable en la producción de yasesabes para todos los gustos.
Desde entonces toda una reflexión, inspirada en la ciencia, sobre lo que era lo real se volvió un argumento autorizado para decir cómo deben ser las cosas. Así lo ético tiende a reducirse a un "debe ser como es realmente más allá de las apariencias". Es una creencia en la naturaleza: de un modo u otro, el ser humano debe adaptar su comportamiento a sus leyes ineludibles.
Una de las realidades que se quiso fundamentar enseguida en tal apetito científico generalizado fue la del mercado. Tanto es así, que se dijo podía ser objeto de una ciencia económica. Bentham consideró al interés motor de todo lo humano susceptible de cálculo, como la gravedad, al modo de Newton. Ciencia supuesta en cuyo nombre luego se ha querido acabar con la política. Que se haya diluido la responsabilidad (por ejemplo, con la responsabilidad limitada de las corporaciones y los accionistas) y que esto haya contribuido a la extensión de la impunidad no es un hecho casual: está, permítanme la metáfora científica, en el ADN del invento del mercado.
Mas, curiosamente, el sentimiento de culpa no desaparece. Se transforma, se desplaza, se niega, se proyecta. Persiste en expresiones que surgen, también del inconsciente, como cuando alguien dice, o piensa: "si le ocurre esto a mi hijo no es por mi culpa, son los genes de mi marido". La negación apasionada de la culpa, en cosas en las que nadie ha dicho que la haya, lleva a cosas extrañas, como la culpa genética. Fantasía sin consecuencias en una pareja, si quien la tiene puede escucharse y acaba riéndose de lo que dice. Pero socialmente es más complicado y ha demostrado a qué conduce. La culpa vuelve tozudamente, más cuando nadie es responsable. Vuelve por donde menos se piensa: por ejemplo, se dice que todo es por las leyes del mercado... pero sean austeros, vivieron por encima de sus posibilidades. Y en todo caso... ¡la culpa es del Otro! ¡Que pague!
¡Arrepentíos! ¿Les suena? Ahora parece que les toca a las mujeres, también a los médicos que las ayuden en un momento tan difícil de sus vidas. Quizás dentro de poco haya mujeres expiando con su dolor quién sabe qué crímenes de otros. Y más buenos médicos en la cárcel que malos banqueros.
El discurso de la ciencia, la ciencia hecha discurso, nos desresponsabiliza. Todo se da por leyes de las que no tenemos culpa. Pero los fundamentalismos, que siempre andan cerca, ya se encargan de poner los puntos sobre las íes. Quizás el uno y los otros formen, sin saberlo, una extraña pareja.
http://www.lavanguardia.com/cultura/20140305/54402802835/el-sentimiento-de-culpa.html
El sentimiento de culpa
Paradojas de sujeto contemporáneo, situado entre el goce, la corrupción, la impunidad, la vergüenza y el perdón | Los países luteranos, donde no basta la confesión para obtener la absolución, son los menos corruptos | La ciencia hecha discurso nos desresponsabiliza; todo se da por leyes de las que no tenemos culpa.
Miquel Bassols | José R. Ubieto | Enric Berenguer
¿Cómo se vive hoy el sentimiento de culpa, en esta época de escándalos públicos? ¿Y el perdón? ¿Hasta qué punto ha cambiado nuestra noción de la responsabilidad, en una época que prima el goce y la satisfacción inmediata?
El sentimiento de culpa está ligado, en nuestra tradición judeocristiana, a un obrar en oposición a la moral convenida que conlleva el castigo. En cuanto a la impunidad, en esta perspectiva quedaba vinculada a una vivencia clandestina y mal vista. Pero hoy el goce, satisfacción que empuja a su máximo logro, otorga otro estatuto a la impunidad. Ya no se trata de los viejos vicios privados, y discretamente practicados, que quedaban sin reprimenda. Ahora, el no ser castigado se presenta a menudo precedido de un investimento social positivo: la idolatría de ciertos personajes –algunos enjuiciados– como ejemplos públicos resulta muy significativo al respecto.
¿Dónde queda pues la culpa y que tratamientos observamos para aliviarla? Por un lado la ciencia ofrece argumentos de disculpa ligados a las explicaciones causales de muchos actos vitales (infidelidad, fracaso escolar, trastornos mentales, inversiones especulativas) que dejarían de implicar la responsabilidad del sujeto para reducirse a aspectos ‘moleculares’ (genética, neurotransmisores) sobre los cuales el sujeto nada tendría que decir. La paradoja es que ese sentimiento de culpa arrojado por la puerta, retorna por la ventana de las imputaciones hereditarias (padres con antecedentes genéticos).
¿No será la angustia la que toma el relevo de ese sentimiento de culpa y de la vergüenza que, en ocasiones, la acompañaba? La prevalencia actual de los cuadros de angustia (desde el estrés postraumático hasta el ‘panic attack’) así parece atestiguarlo. En este dossier, tres psicoanalistas discuten estas cuestiones.
Culpa y corrupción
Por Miquel Bassols
Los vínculos inconscientes que existen entre la corrupción y los sentimientos de culpa son más bien paradójicos y fuente de toda suerte de hipocresías. Son tan secretos que terminan por ser secretos para cada uno. La historieta contada per el cómico americano Emo Philips lo resume muy bien: "Cuando era pequeño solía rezar cada noche para tener una bicicleta. Un día me di cuenta de que Dios no funciona así, de modo que robé una y recé para que me perdonara." Así de paradójica es la relación del sujeto de nuestro tiempo con el goce y con la culpa. El cinismo del argumento no excluye la mísera verdad escondida en la operación: mejor creer en la absolución de la culpa, en la impunidad del goce inmediato, que en el deseo que me haría merecer por mí mismo este objeto de goce. Es una ecuación que el psicoanálisis descubre en los entresijos del sentimiento de culpa: sólo la certeza y la constancia de un deseo me hacen responsable de un goce que nunca obtendré de manera impune.
Es sin duda una de las razones por las que, según los rankings internacionales, los países con menos corrupción son los más influidos por la tradición luterana, una tradición que no confía en modo alguno en la simple confesión de los pecados para lograr la absolución y la impunidad del goce. Es una tradición que ha criticado duramente la costumbre del tráfico de indulgencias -la compra del perdón-, principio de toda corrupción. No hay goce impune, responde el sentimiento de culpa al argumento utilitarista del cómico americano, tu deseo de bicicleta tiene un precio que no puedes negociar. Si a este argumento añadimos la creencia en la reciprocidad del goce -si el otro lo hace, también puedo hacerlo yo- la lógica del virus de la corrupción está asegurada hasta en el mejor de los mundos posibles.
No es de extrañar entonces que todos los historiadores del fenómeno de la corrupción lo conciban como un hecho irreductible e inherente al ser humano, en todas las sociedades y culturas, a veces como un mal menor, a veces como el principio mismo de su funcionamiento. La corrupción sería así "un fenómeno inextirpable porque respeta de forma rigurosa la ley de reciprocidad", tal como indica Carlo Brioschi en su Breve historia de la corrupción. Siguiendo esta ley, no hay ningún favor desinteresado y gozar de una prebenda quedará siempre justificado. A la vez, esta ley de reciprocidad autoriza a cada uno a gozar de lo que otro goza sin sentirse culpable por ello.
A partir de aquí, todo parece una cuestión de grado, de la mayor o menor suposición del goce del otro, del mayor o menor intercambio recíproco de prebendas, de más o menos concesiones para obtener el objeto de goce, esa bicicleta que cada uno exige como derecho propio. La creencia en el Otro que perdona y en el Otro que contabiliza el goce está en el principio del mercantilismo y de una parte de los vínculos sociales. En realidad, es una creencia tan religiosa como cualquier otra.
En nombre de esta creencia puede admitirse toda corrupción como algo relativo al tiempo y a la realidad en la que vivimos. ¿Quién se atrevería a sostener hoy, por ejemplo, como políticamente correcta la frase del gran Winston Churchill: "Un mínimo de corrupción sirve como un lubricante benéfico para el funcionamiento de la máquina de la democracia"? Sólo una cuestión de grado la distingue de las afirmaciones que sostenía hace poco Luis Roldán, ejemplo de corrupción de la sociedad española de nuestro tiempo, en una contundente entrevista: "La corrupción era y es estructural".
Es, me dirán, sólo un problema de lenguaje, de la significación que demos a las palabras para sentirnos más confortables en la justificación intelectual del fenómeno de la corrupción. Pero entonces, será más cierta todavía aquella afirmación de Jacques Lacan: "El más corruptor de los conforts es el confort intelectual, del mismo modo que la peor corrupción es la del mejor". Lo que quiere decir también que la primera corrupción a la que cedemos es la corrupción del lenguaje que modula y determina nuestros deseos. Porque a todo esto ¿por qué y para qué quería usted una bicicleta?
Culpa, vergüenza y perdón
Por José R. Ubieto
La culpa tiene diversas causas, la primera es la que los clásicos resaltaron: el dolor de existir. Aún sin haber pedido venir al mundo, paradójicamente, nos sentimos culpables de habitarlo. Freud habló luego del sentimiento de culpa por gozar y transgredir los límites, sea bajo la forma de una compulsión, una infidelidad o un desafío.
Lacan añadió otra vertiente de la culpa, más compleja pero más actual, ahora que los límites se difuminan: la culpa por no gozar lo suficiente, por no ser felices con todos los objetos que pueblan nuestra existencia.
El mito del padre edípico, agente de la prohibición, ya no sirve para explicar el hecho de que uno se siente culpable de gozar poco, lo que obliga al sujeto a hacerse cargo de esa falta sin poder culpar al otro castrador de esa insuficiencia. El goce está limitado al hombre por su condición de ser hablante -ya Hegel se refirió al lenguaje como asesinato de la cosa- y la respuesta a esta falta de gozar es la culpa que deviene así estructural. El nothing is impossible, lema global, vela esa imposibilidad con su ilusoria promesa.
Culpa secreta y causa del imperativo superyoico que exige de nosotros un esfuerzo más y un sacrificio que hoy toma formas diversas, muchas de ellas ligadas a la gestión xtreme de los cuerpos. Informaciones recientes de The New York Times nos hablan de que el 35 por ciento de los estudiantes universitarios toman psicoestimulantes para combatir el estrés de los periodos de exámenes y circunstancias similares. Otros consumos compulsivos (tóxicos, cibersexo, comida) muestran como ese empuje al "¡Goza!" (Enjoy!) certifica que lo que no está prohibido es obligatorio, en la búsqueda imposible de ese goce perdido cuya culpa (falta) no cesa de agitar al sujeto.
El reverso de todo ello es la prevalencia actual de la angustia como pathos. Basta como muestra los 500.000 soldados americanos (de los dos millones desplazados a Iraq y Afganistán) que padecen secuelas graves postraumáticas.
Diversidad de la culpa a la que corresponden también modos distintos de tratarla. Uno es el autocastigo, fijación a un síntoma que nos produce malestar consciente si bien implica un alivio de esa culpa inconsciente. ¿Cuántos varones infieles se hacen castigar por ello de diferentes maneras? ¿Cuántos conductores demasiado veloces se hacen multar o limitar por otros motivos?
Otro modo clásico, y hoy de renovada actualidad, es pedir perdón y mostrar arrepentimiento. Lo practican políticos, líderes religiosos, empresarios e incluso países enteros. Algunos -no todos- añaden a la petición los signos de otro afecto: sentir vergüenza por sus actos. Otra manera de dar salida a la culpa, que implica un grado de subjetivación mayor que el simple perdón.
Que extrañas suenan hoy las palabras de Vatel, cocinero del Gran Condé: "Señor, no sobreviviré a esta desgracia. Tengo honor y una reputación que perder". Pronunciadas como preludio de su posterior suicidio, al no poder cumplir con sus obligaciones en el festín con el que el príncipe quería seducir al rey francés, evocan el afecto de la vergüenza.
Pretender hacerse perdonar por los daños causados implica la existencia de un discurso moral, teñido de religiosidad, que busca más la absolución del pecador que su rectificación efectiva. El problema es que esa petición de perdón no es seguro que confronte al sujeto con su responsabilidad. Y si no lo hace sabemos que la única consecuencia posible será la repetición de ese exceso. Es lo que la clínica nos enseña: cuando un sujeto no elabora la culpa respondiendo de sus actos, queda entonces fijado a la búsqueda de ese perdón sin que su posición se modifique lo más mínimo. La responsabilidad queda entonces del lado del Otro que es quien puede/debe perdonar.
"Lo que tú haces sabe lo que eres", aseveración de Lacan que indica que un sujeto ético no es aquel que se disculpa sino el que testimonia de lo íntimo de su ser que se halla comprometido en sus actos y decide qué hacer con ello, lo cual no va sin una pérdida, sea en bienes, en imagen, en afectos. Cuando el sujeto no consiente a esa pérdida, y si además se trata de un personaje público, el mensaje que transmite es la impunidad por el goce obtenido.
Culpa y responsabilidad en el tiempo de la ciencia
Por Enric Berenguer
De leer un día en el diario que alguien importante se mató tras ser acusado de corrupto, ¿qué diríamos? ¿Que era un enfermo, con una grave depresión más o menos latente? Quizás alguien precisara, alegando datos sobre tiempos mejores del finado, que era bipolar. Antaño se hubiera hablado del honor perdido.
Hoy los hechos predominan sobre las palabras. Y ¿qué es el honor, sino una palabra? Reducido todo a puro hecho, la transgresión de una ley es un tema práctico: importa si hay una condena, si grande o pequeña, la fianza. El condenado, si lo es, saldrá de prisión, venderá sus memorias.
En un mundo objetivado, cierto discurso sobre la ciencia tiene mucho peso. Claro, no se trata de la ciencia misma, a la que esto no le importa, sino de un uso que de ella se hace en la construcción de una racionalidad hoy imperante.
Según esta, la culpa y la responsabilidad no son relevantes, son sentimientos y como tales no importan tanto. Si uno está sano, son pasajeros. Si le duran o le pesan demasiado, debería medicarse. Cosa de autoestima y de serotonina.
Leímos hace poco este descubrimiento: "Científicos comprueban por qué los hombres son infieles". Argumentos así, buenas coartadas, quizás lleguen a ser plausibles en una discusión de pareja. Ya se sabe... O quizás se olviden hasta la próxima gran noticia.
Descubren la sopa de ajo cada semana, pero no es novedad: el ya se sabe existió siempre. Y, como mínimo desde el siglo XVIII, la divulgación de la ciencia tuvo un lugar notable en la producción de yasesabes para todos los gustos.
Desde entonces toda una reflexión, inspirada en la ciencia, sobre lo que era lo real se volvió un argumento autorizado para decir cómo deben ser las cosas. Así lo ético tiende a reducirse a un "debe ser como es realmente más allá de las apariencias". Es una creencia en la naturaleza: de un modo u otro, el ser humano debe adaptar su comportamiento a sus leyes ineludibles.
Una de las realidades que se quiso fundamentar enseguida en tal apetito científico generalizado fue la del mercado. Tanto es así, que se dijo podía ser objeto de una ciencia económica. Bentham consideró al interés motor de todo lo humano susceptible de cálculo, como la gravedad, al modo de Newton. Ciencia supuesta en cuyo nombre luego se ha querido acabar con la política. Que se haya diluido la responsabilidad (por ejemplo, con la responsabilidad limitada de las corporaciones y los accionistas) y que esto haya contribuido a la extensión de la impunidad no es un hecho casual: está, permítanme la metáfora científica, en el ADN del invento del mercado.
Mas, curiosamente, el sentimiento de culpa no desaparece. Se transforma, se desplaza, se niega, se proyecta. Persiste en expresiones que surgen, también del inconsciente, como cuando alguien dice, o piensa: "si le ocurre esto a mi hijo no es por mi culpa, son los genes de mi marido". La negación apasionada de la culpa, en cosas en las que nadie ha dicho que la haya, lleva a cosas extrañas, como la culpa genética. Fantasía sin consecuencias en una pareja, si quien la tiene puede escucharse y acaba riéndose de lo que dice. Pero socialmente es más complicado y ha demostrado a qué conduce. La culpa vuelve tozudamente, más cuando nadie es responsable. Vuelve por donde menos se piensa: por ejemplo, se dice que todo es por las leyes del mercado... pero sean austeros, vivieron por encima de sus posibilidades. Y en todo caso... ¡la culpa es del Otro! ¡Que pague!
¡Arrepentíos! ¿Les suena? Ahora parece que les toca a las mujeres, también a los médicos que las ayuden en un momento tan difícil de sus vidas. Quizás dentro de poco haya mujeres expiando con su dolor quién sabe qué crímenes de otros. Y más buenos médicos en la cárcel que malos banqueros.
El discurso de la ciencia, la ciencia hecha discurso, nos desresponsabiliza. Todo se da por leyes de las que no tenemos culpa. Pero los fundamentalismos, que siempre andan cerca, ya se encargan de poner los puntos sobre las íes. Quizás el uno y los otros formen, sin saberlo, una extraña pareja.
http://www.lavanguardia.com/cultura/20140305/54402802835/el-sentimiento-de-culpa.html
quinta-feira, 6 de março de 2014
Entrevista:EMERGENTES Y DIVERGENTES | Leopoldo María Panero / Poeta "España es la que está loca, no yo"
Jesús Ruiz Mantilla /
Miguel Mora
La cita es en la Residencia de Estudiantes, y están con él dos amigos: el poeta canario Félix Caballero, con quien Panero ha escrito ya dos libros, y Amaraba, una fan misteriosa. Los dos fuman como él (hay siete paquetes abiertos sobre la mesa) y asisten risueños a la exhibición de Panero, que lleva ingresado cinco años en el manicomio canario del doctor Rafael Inglod (ahora sólo duerme dentro), tras pasar 14 en el de Mondragón. Hablando también escribe poesía.
Pregunta. ¿Cómo es el manicomio?
Respuesta. El puto infierno. El asunto del veneno empezó en Mondragón, pero lo de Inglod es peor. Me han dado toneladas de haloperidol y todavía no he muerto. Lo de Rasputín fue una noche y a puerta cerrada; lo mío va para 20 años y es a la luz del día: el diario de un hombre infinitamente envenenado. España es la que está loca, no yo.
P. ¿Por qué le dan haloperidol?
R. Porque me pasé tres años sin cerrar la ventana.
P. ¿Y qué le hace?
R. Atonta. Pero más inteligente que yo, imposible. Soy tan inteligente como Nieztsche.
P. ¿Cómo se vive dentro?
R. Todo ingreso es un secuestro clínico, toda internación es ilegal. Allí se tortura: no dejan fumar, te hacen hacer la cama siete veces, azuzan a los locos contra mí y no les atan... Atan a los viejecitos por nada y a esos cabrones no los atan.
P. ¿Le dan electroshocks?
R. López Ibor te daba electroshocks y luego te ponía una imagen de santa Teresa en la mesilla. No he visto un nazi parecido en los días de mi vida. Ahora, la lobotomía y el electroshock están prohibidos, y las correas también, salvo en caso de sangre o pelea...
P. ¿Mienten los locos?
R. El loco yerra pero no miente, tiene la perniciosa manía de decir la verdad, como el borracho.
P. ¿Acaso existe la locura?
R. No. Los locos son gente muy puteada y se esconden para que no les hagan más daño. El mito de la enfermedad mental, de Thomas S. Szasz: si el loco es un hipócrita, no está loco, es un hipócrita y punto. Yo aprendí telepatía en París, entendí que pensar venía de hablar, y hablaba y leía en voz alta. Me quedé telépata. "El cante sin guitarra, / el cante a palo seco, / el cante sin meis nada". Es un poema de João Cabral de Melo Neto.
P. Ah. ¿Le gusta el flamenco?
R. No creo en la clase obrera española. Son payasos alfredolandescos. Tras 40 años sin ideología obrera, sólo queda la picaresca y un proletariado chistoso.
P. ¿Psiquiatría o poesía?
R. He pensado dejar la poesía como Rimbaud para dedicarme a la psiquiatría, pero a la real, no a esa falsa que Wittgenstein llamó La máscara y el lenguaje.
P. ¿La literatura cura?
R. Alguna sí. Los literatos españoles se dividen en dos: el burgués ambicioso y los mamarrachos abominables.
P. ¿Cree en la democracia?
R. Soy anarcoindividualista, pero creo. Me sorprende que alguien dijera que la democracia es un anacronismo. No creo que Tejero sea muy moderno. Pero los diputados están como cabras.
P. ¿Qué le parece la ley de matrimonio homosexual?
R. Yo soy bisexual y sadomasoquista. Sádico con las mujeres y masoca con los hombres, aunque también sádico con algunos tíos, depende de lo guapos que sean.
P. ¿Cómo se hizo poeta?
R. A los cinco años. Mis padres estaban aterrados. El poema decía: "Mi corazón temblaba y no era un sueño / fueron muriendo todos los soldados de la guardia del rey / y mi corazón seguía temblando".
P. ¿Freud o Lacan?
R. Freud se creía el anticristo, pero era ambiguo. Decía: "¡¿Sabía usted que soy el diablo y Dios construye catedrales en torno a mí?!". Lacan sabía que los locos sabían que él era el anticristo. Según Jung, Cristo y el anticristo son el sí mismo. El yo no existe en la especie humana. Es lo que Lacan llamaba "el sombrero de Napoléon". El yo es en lo que se pierde el loco. Y el anticristo son los bancos.
P. ¿Por qué no abre un dispensario antipsiquiátrico?
R. Pensé hacerme millonario con la antipsiquiatría y lo sería si me pagaran los derechos.
P. ¿Su poesía es automática?
R. No me prohíbo nada salvo cagar en la silla. Pero mi poesía es técnica. Hablando del cuerpo, Spinoza dijo: "Nadie sabe lo que puede el cuerpo". Y Neruda: "Te escucho orinar al fondo de la habitación". Voy a echar una meada.
P. [Se va, vuelve] ¿Cuál es su poeta favorito?
R. Neruda no me gusta. Mallarmé, sí. Escribe científicamente [recita un poema en francés].
P. ¿Preferiría ser francés?
R. Querría irme a París. Allí no están tan locos como aquí. Aquí no se puede pensar. No es raro que el Quijote sea el ídolo. A san Juan de la Cruz casi lo queman porque se lavaba todos los días. Este país está obsesionado con el sexo desde hace siglos y por eso odian a Dios, porque lo ven castrador.
P. No le gusta el Quijote.
R. Es una novela río asquerosa. Me gusta El licenciado Vidriera.
P. ¿Quién le dicta sus poemas?
R. Como no sea mi conciencia... El hombre no habla, es hablado, dijo Lacan.
P. ¿Escribe en trance?
R. No creo en la bestia de la inspiración, yo cultivo el espanto como una ciencia.
P. ¿El nuevo Papa?
R. Un filonazi. Mi doble.
P. ¿Zapatero?
R. El príncipe de las tinieblas. "Oh, Satán, tú tienes dos cosas: el oro y el regazo de la mujer" (Goethe).
P. ¿Negociar con ETA?
R. Por supuesto. Hace siglos dije que sólo ETA hace oposición.
http://elpais.com/diario/2005/08/09/ultima/1123538401_850215.html
La cita es en la Residencia de Estudiantes, y están con él dos amigos: el poeta canario Félix Caballero, con quien Panero ha escrito ya dos libros, y Amaraba, una fan misteriosa. Los dos fuman como él (hay siete paquetes abiertos sobre la mesa) y asisten risueños a la exhibición de Panero, que lleva ingresado cinco años en el manicomio canario del doctor Rafael Inglod (ahora sólo duerme dentro), tras pasar 14 en el de Mondragón. Hablando también escribe poesía.
Pregunta. ¿Cómo es el manicomio?
Respuesta. El puto infierno. El asunto del veneno empezó en Mondragón, pero lo de Inglod es peor. Me han dado toneladas de haloperidol y todavía no he muerto. Lo de Rasputín fue una noche y a puerta cerrada; lo mío va para 20 años y es a la luz del día: el diario de un hombre infinitamente envenenado. España es la que está loca, no yo.
P. ¿Por qué le dan haloperidol?
R. Porque me pasé tres años sin cerrar la ventana.
P. ¿Y qué le hace?
R. Atonta. Pero más inteligente que yo, imposible. Soy tan inteligente como Nieztsche.
P. ¿Cómo se vive dentro?
R. Todo ingreso es un secuestro clínico, toda internación es ilegal. Allí se tortura: no dejan fumar, te hacen hacer la cama siete veces, azuzan a los locos contra mí y no les atan... Atan a los viejecitos por nada y a esos cabrones no los atan.
P. ¿Le dan electroshocks?
R. López Ibor te daba electroshocks y luego te ponía una imagen de santa Teresa en la mesilla. No he visto un nazi parecido en los días de mi vida. Ahora, la lobotomía y el electroshock están prohibidos, y las correas también, salvo en caso de sangre o pelea...
P. ¿Mienten los locos?
R. El loco yerra pero no miente, tiene la perniciosa manía de decir la verdad, como el borracho.
P. ¿Acaso existe la locura?
R. No. Los locos son gente muy puteada y se esconden para que no les hagan más daño. El mito de la enfermedad mental, de Thomas S. Szasz: si el loco es un hipócrita, no está loco, es un hipócrita y punto. Yo aprendí telepatía en París, entendí que pensar venía de hablar, y hablaba y leía en voz alta. Me quedé telépata. "El cante sin guitarra, / el cante a palo seco, / el cante sin meis nada". Es un poema de João Cabral de Melo Neto.
P. Ah. ¿Le gusta el flamenco?
R. No creo en la clase obrera española. Son payasos alfredolandescos. Tras 40 años sin ideología obrera, sólo queda la picaresca y un proletariado chistoso.
P. ¿Psiquiatría o poesía?
R. He pensado dejar la poesía como Rimbaud para dedicarme a la psiquiatría, pero a la real, no a esa falsa que Wittgenstein llamó La máscara y el lenguaje.
P. ¿La literatura cura?
R. Alguna sí. Los literatos españoles se dividen en dos: el burgués ambicioso y los mamarrachos abominables.
P. ¿Cree en la democracia?
R. Soy anarcoindividualista, pero creo. Me sorprende que alguien dijera que la democracia es un anacronismo. No creo que Tejero sea muy moderno. Pero los diputados están como cabras.
P. ¿Qué le parece la ley de matrimonio homosexual?
R. Yo soy bisexual y sadomasoquista. Sádico con las mujeres y masoca con los hombres, aunque también sádico con algunos tíos, depende de lo guapos que sean.
P. ¿Cómo se hizo poeta?
R. A los cinco años. Mis padres estaban aterrados. El poema decía: "Mi corazón temblaba y no era un sueño / fueron muriendo todos los soldados de la guardia del rey / y mi corazón seguía temblando".
P. ¿Freud o Lacan?
R. Freud se creía el anticristo, pero era ambiguo. Decía: "¡¿Sabía usted que soy el diablo y Dios construye catedrales en torno a mí?!". Lacan sabía que los locos sabían que él era el anticristo. Según Jung, Cristo y el anticristo son el sí mismo. El yo no existe en la especie humana. Es lo que Lacan llamaba "el sombrero de Napoléon". El yo es en lo que se pierde el loco. Y el anticristo son los bancos.
P. ¿Por qué no abre un dispensario antipsiquiátrico?
R. Pensé hacerme millonario con la antipsiquiatría y lo sería si me pagaran los derechos.
P. ¿Su poesía es automática?
R. No me prohíbo nada salvo cagar en la silla. Pero mi poesía es técnica. Hablando del cuerpo, Spinoza dijo: "Nadie sabe lo que puede el cuerpo". Y Neruda: "Te escucho orinar al fondo de la habitación". Voy a echar una meada.
P. [Se va, vuelve] ¿Cuál es su poeta favorito?
R. Neruda no me gusta. Mallarmé, sí. Escribe científicamente [recita un poema en francés].
P. ¿Preferiría ser francés?
R. Querría irme a París. Allí no están tan locos como aquí. Aquí no se puede pensar. No es raro que el Quijote sea el ídolo. A san Juan de la Cruz casi lo queman porque se lavaba todos los días. Este país está obsesionado con el sexo desde hace siglos y por eso odian a Dios, porque lo ven castrador.
P. No le gusta el Quijote.
R. Es una novela río asquerosa. Me gusta El licenciado Vidriera.
P. ¿Quién le dicta sus poemas?
R. Como no sea mi conciencia... El hombre no habla, es hablado, dijo Lacan.
P. ¿Escribe en trance?
R. No creo en la bestia de la inspiración, yo cultivo el espanto como una ciencia.
P. ¿El nuevo Papa?
R. Un filonazi. Mi doble.
P. ¿Zapatero?
R. El príncipe de las tinieblas. "Oh, Satán, tú tienes dos cosas: el oro y el regazo de la mujer" (Goethe).
P. ¿Negociar con ETA?
R. Por supuesto. Hace siglos dije que sólo ETA hace oposición.
http://elpais.com/diario/2005/08/09/ultima/1123538401_850215.html
Un falso majareta, culto y sarcástico
"Hola. ¿Es usted Mora o Mantilla? ¡Da igual! ¿Me puede traer cinco paquetes de Nobel?". Leopoldo María Panero (Madrid, 1948) fuma como un loco pero apaga los pitillos antes de la mitad. Sufre esquizofrenia, o eso dicen los psiquiatras. Los únicos síntomas aparentes son sus murmullos inaudibles, su enganche a la coca light y su paranoia (comprensible) con la CIA. Por lo demás, su lucidez destellante, su inteligencia sarcástica, su cultura-baúl (suelta citas y recita en varias lenguas y sectores: Lacan, Marx o ¡Ana Torroja!: "Y los jamones son de York") y su curiosidad insaciable (poesía, literatura, psiquiatría, antipsiquiatría, física...) le convierten, más bien, en estos tiempos lelos, en un cuerdo tan indispensable como inalcanzablsexta-feira, 28 de fevereiro de 2014
Neurocientistas confirmam que teoria de Freud está correta
Os
pacientes apresentaram diferenças na atividade cerebral quando tiveram
lembranças traumáticas comparados com voluntários saudáveis em um estudo
publicado na edição da revista JAMA Psychiatry do mês passado. Além de
apoiar a teoria de Freud e ajudar a explicar uma das reclamações mais
comuns ouvidas pelos neurologistas, a pesquisa poderia criar novas
abordagens de tratamento para os pacientes cujos sintomas costumavam ser
menosprezados pelos doutores no passado.
“Trata-se do primeiro artigo de que eu sou ciente que realmente mostra que eventos traumáticos prévios definitivamente podem desencadear esse tipo de resposta motora”, disse John Speed, professor de medicina e reabilitação física na Universidade de Utah em Salt Lake City, que não esteve envolvido na pesquisa. “Isso é muito estimulante”.
“Trata-se do primeiro artigo de que eu sou ciente que realmente mostra que eventos traumáticos prévios definitivamente podem desencadear esse tipo de resposta motora”, disse John Speed, professor de medicina e reabilitação física na Universidade de Utah em Salt Lake City, que não esteve envolvido na pesquisa. “Isso é muito estimulante”.
A
pesquisa é uma das mais recentes que demonstram como dispositivos de
escâner cerebral feitos por companhias como a Siemens AG, a General
Electric Co. e a Royal Philips NV estão sendo usados para ajudar a
desvendar sintomas neuropsiquiátricos que costumavam desconcertar os
médicos.
Os
cientistas utilizaram imagens de ressonâncias magnéticas (fMRI) para
acompanhar mudanças no fluxo sanguíneo para áreas específicas do cérebro
enquanto se perguntava aos participantes sobre seu passado, o que
produziu vistas anatômicas e funcionais dos seus cérebros.
As
lembranças reprimidas foram um princípio das teorias psicológicas de
Freud sobre a natureza dos processos mentais inconscientes. O
neurologista austríaco, que ficou conhecido como o pai da psicanálise,
usou o termo repressão para descrever a forma em que eventos
emocionalmente dolorosos podiam ser bloqueados fora da consciência. Este
mecanismo de autoproteção, postulou Freud, podia criar sintomas
psicossomáticos rotulados “histeria” na época, em um processo atualmente
conhecido como conversão.
Os
casos se manifestam tipicamente em forma de uma fraqueza ou paralisia
em um lado do corpo, similar a um derrame. Entre os sintomas podem
ocorrer convulsões não causadas por epilepsias. Os médicos nunca
descobriram uma base neurológica para a condição – os cérebros, nervos e
músculos dos pacientes pareciam estar normais –, o que os leva a
acreditarem que os sintomas são psicossomáticos e criam a suspeita de
que os pacientes estejam inventando suas doenças, disse Richard Kanaan,
professor de psiquiatria na Universidade de Melbourne e um dos autores
do estudo.
“Ainda
é pouco entendido, até mesmo pela maioria dos médicos”, disse Speed,
que tratou mais de 200 casos. “Eu tive inúmeros pacientes que me
disseram que ninguém acreditava neles, ou que lhes disseram bruscamente
que estavam fingindo”.
O
estudo realizado por Kanaan e seus colegas da King’s College, em
Londres, envolveu 12 pacientes com desordem de conversão e 13 adultos
saudáveis sem a condição.
Modelo freudiano
Nos
pacientes com conversão, a lembrança pareceu ativar uma área do cérebro
conhecida como o córtex pré-frontal dorsolateral esquerdo, ao passo que
outras lembranças – até mesmo as irritantes – em ambos os grupos de
pacientes ativaram o hipocampo, uma parte do cérebro importante para a
formação das lembranças.
“Trata-se,
eu acho, da primeira exploração científica de algo como um modelo
freudiano, que é ignorado há tempos”, disse Kanaan, em entrevista do seu
escritório no Austin Hospital de Melbourne, no qual é diretor de
psiquiatria.
A
abordagem de Freud para tratar os pacientes com desordem de conversão
consistia em desvelar o trauma suprimido mediante a psicoterapia e
ajudar a relembrar e reprocessar essas lembranças para aliviar os
sintomas.
Ainda
que Freud não tivesse as ferramentas para explorar os mecanismos
mediante os quais podia ocorrer a desordem da conversão, ele “acertou o
conceito”, disse Speed. “A conversão é simplesmente uma manifestação
física muito incomum e mais grave do estresse, na qual há um bloqueio de
mensagens do ou para o cérebro”.
Freud está de volta
Neurocientistas
descobrem que descrições biológicas do cérebro funcionam melhor se
combinadas às teorias delineadas pelo pensador austríaco há um século.
Na
primeira metade do século 20, as ideias de Sigmund Freud dominaram as
explicações sobre o funcionamento da mente. Seu pressuposto básico era
que nossas motivações permanecem em sua maior parte no inconsciente.
Mais que isso, são mantidas longe da consciência, por uma força
repressora. O aparato executivo da mente (o ego) rejeita iniciativas do
inconsciente (o id) que estimulam comportamentos incompatíveis com nossa
concepção civilizada de nós mesmos. A repressão é necessária porque
esses impulsos se manifestam na forma de paixões incontroláveis,
fantasias infantis e compulsões sexuais e agressivas.
Quando
a repressão não funciona, dizia Freud até sua morte, em 1939, surgem as
doenças mentais: fobias, ataques de pânico e obsessões. O objetivo da
psicoterapia, portanto, era rastrear os sintomas neuróticos até suas
raízes inconscientes e aniquilar seu poder através de sua confrontação
com a análise madura e racional.
Conforme
as pesquisas sobre a mente e o cérebro se sofisticaram, a partir da
década de 1950, os especialistas se deram conta de que as evidências
fornecidas por Freud eram bem tênues. Seu principal método de
investigação não era a experimentação controlada, mas a simples
observação de pacientes no cenário clínico, combinada a inferências
teóricas. Os tratamentos com remédios ganharam força, e a abordagem
biológica das doenças mentais deixou a psicanálise nas sombras. Se Freud
estivesse vivo, é possível que até saudasse essa reviravolta.
Neurocientista
muito respeitado até hoje, ele frequentemente fazia comentários como
“as deficiências de nossa descrição provavelmente desapareceriam se já
pudéssemos substituir os termos psicológicos por termos fisiológicos e
químicos”.
Na
década de 1980, os conceitos de ego e id eram considerados antiquados,
mesmo em certos círculos psicanalíticos. Freud era passado. Na nova
psicologia, o motivo de as pessoas deprimidas se sentirem mal não é a
destruição das primeiras ligações sentimentais da infância – há um
desequilíbrio nas substâncias químicas de seu cérebro. A
psicofarmacologia, no entanto, não oferece uma grande teoria sobre a
personalidade, as emoções e as motivações – uma nova concepção do que
realmente governa o que sentimos e o que fazemos. Sem esse modelo, os
neurocientistas concentraram seu trabalho em pontos específicos e
deixaram de lado o quadro geral.
Esse
quadro está voltando, e a surpresa é: não é muito diferente do que o
delineado por Freud há um século. Ainda estamos longe de um consenso,
mas um número cada vez maior de neurocientistas está chegando à mesma
conclusão de Eric R. Kandel, da Universidade Columbia, o Prêmio Nobel de
2000 em fisiologia ou medicina: a psicanálise “ainda é a visão da mente
mais intelectualmente satisfatória e coerente”.
Freud
está de volta, e não apenas na teoria. Grupos interdisciplinares
reunindo os campos antes distantes e muitas vezes contrários da
neurociência e da psicanálise se formaram em praticamente todas as
grandes cidades do mundo. Essas redes, por sua vez, uniram-se na
Sociedade Internacional de Neuropsicanálise, que organiza um congresso
anual e publica a bem-sucedida revista Neuro-Psychoanalysis. O conselho
editorial da publicação, formado por uma constelação de especialistas da
neurociência comportamental contemporânea – incluindo Antonio R.
Damasio, Kandel, Joseph E. LeDoux, Benjamin Libet, Jaak Panksepp,
Vilayanur S. Ramachandran, Daniel L. Schacter e Wolf Singer -, é o maior
testemunho do renovado respeito pelas ideias de Freud.
Juntos,
esses pesquisadores estão desenvolvendo o que Kandel chama de “novos
parâmetros intelectuais para a psiquiatria”. Dentro desses parâmetros, a
ampla organização da mente esboçada por Freud parece destinada a
funcionar como a teoria da evolução de Darwin em relação à genética
molecular – um modelo ao qual novos detalhes vão se ajustando. Ao mesmo
tempo, neurocientistas revelam provas de algumas das teorias de Freud e
desvendam os mecanismos que estão por trás dos processos mentais
descritos por ele.
Motivação Inconsciente
Quando
Freud introduziu a noção central de que a maioria dos processos mentais
que determinam nossos pensamentos, sentimentos e desejos, acontece
inconscientemente, a ideia foi rejeitada. Mas descobertas atuais
confirmam a existência e o papel essencial dos processos mentais
inconscientes. Um exemplo é que o comportamento de pacientes incapazes
de lembrar os acontecimentos passados por causa de danos a estruturas
que armazenam lembranças no cérebro é claramente influenciado pelos
fatos “esquecidos”. Os neurocientistas cognitivos analisam casos assim,
determinando sistemas de memória diferentes, que processam a informação
“explicitamente” (conscientemente) ou “implicitamente”
(inconscientemente). Freud havia dividido a memória da mesma forma.
Os
neurocientistas também identificaram sistemas de memória que controlam o
aprendizado emocional. Em 1996, na Universidade de Nova York, LeDoux
demonstrou a existência, sob o córtex consciente, de uma via neuronal
que conecta informações de percepção com estruturas primitivas do
cérebro responsáveis pela geração de reações de medo. Como essa via
atravessa o hipocampo – que gera memórias conscientes -, acontecimentos
do presente desencadeiam lembranças emocionalmente importantes,
provocando sensações conscientes que parecem irracionais, como “homens
de barba me dão arrepios”.
A
neurociência mostrou que as principais estruturas cerebrais essenciais
para a formação de memórias conscientes não são funcionais durante os
dois primeiros anos de vida, explicando o que Freud chamou de amnésia
infantil. Como supôs Freud, não é que tenhamos esquecido nossas
lembranças mais antigas; simplesmente não conseguimos trazê-las à
consciência. Mas essa incapacidade não as impede de afetar os
sentimentos e o comportamento adultos. Seria difícil encontrar um
neurobiólogo que não concorde que as experiências da primeira infância,
principalmente entre mãe e bebê, influenciam o padrão das conexões
cerebrais de modo a moldar nossa personalidade e saúde mental futura.
Apesar disso, não é possível lembrar-se dessas experiências
conscientemente. Fica cada vez mais claro que boa parte de nossa
atividade mental é motivada pelo inconsciente.
Repressão Justificada
Mesmo
que sejamos fundamentalmente guiados por pensamentos inconscientes,
isso não prova a afirmação de Freud de que reprimimos informações
desagradáveis por vontade própria. No entanto, começam a se acumular
estudos que apoiam essa noção. O mais famoso deles foi feito em 1994
pelo neurologista Ramachandran, da Universidade da Califórnia em San
Diego, com pacientes que sofriam de “anosognosia”. Danos na região
parietal direita do cérebro dessas pessoas fazem com que não percebam
que possuem problemas físicos graves, como um membro paralisado. Depois
de ativar artificialmente o hemisfério direito de uma paciente,
Ramachandran observou que ela percebeu que seu braço esquerdo estava
paralisado – e estava assim desde que ela havia sofrido um derrame, oito
dias antes. Ela era capaz de reconhecer a ausência e tinha registrado
inconscientemente esse fato nos oito dias anteriores, apesar de suas
negativas conscientes de que houvesse algo errado.
Quando
o efeito da estimulação acabou, a mulher não apenas voltou a acreditar
que seu braço estava normal, mas também esqueceu a parte da entrevista
em que tinha percebido que o braço estava paralisado, apesar de
lembrar-se nos mínimos detalhes da conversa. Ramachandran concluiu: “A
extraordinária implicação teórica dessas observações é que as lembranças
realmente podem ser seletivamente reprimidas. Ver essa paciente me
convenceu, pela primeira vez, da realidade do fenômeno da repressão que
compõe a pedra fundamental da teoria psicanalítica clássica”.
Assim
como os pacientes com o “cérebro dividido”, cujos hemisférios
permanecem sem ligação entre si, os pacientes de anosognosia abstraem
fatos indesejados, dando explicações plausíveis, mas inventadas, sobre
ações motivadas pelo inconsciente. O hemisfério esquerdo emprega
claramente os “mecanismos de defesa” freudianos, diz Ramachandran.
Fenômenos
análogos também vêm sendo demonstrados em pessoas com cérebros
intactos. Como disse o neuropsicólogo Martin A. Conway, da Universidade
Durham, na Inglaterra, em comentário publicado na Nature em 2001, se
efeitos significativos de repressão podem ser produzidos em pessoas
normais num cenário inocente de laboratório, imagine só o tamanho dos
efeitos produzidos pelo turbilhão emocional das situações traumáticas da
vida real.
Freud
foi mais além. Para ele, não somente grande parte de nossa atividade
mental é inconsciente e vive em negação, mas a parte reprimida do
inconsciente opera de acordo com um princípio diferente do “princípio de
realidade” que governa o ego consciente. Esse tipo de pensamento
inconsciente está ligado ao desejo e ignora tanto as leis da lógica
quanto o tempo.
Se
Freud está certo, danos a estruturas inibidoras do cérebro (a morada do
ego “repressor”) liberariam formas irracionais, ligadas ao desejo, de
funções mentais. É exatamente isso que se observa em pacientes com danos
na região límbica frontal, que controla os aspectos essenciais da
autoconsciência. Os pacientes apresentam uma síndrome conhecida como
psicose de Korsakoff: não percebem que têm amnésia e preenchem as
lacunas da memória com histórias inventadas, as confabulações.
A
neuropsicóloga da Durham, Aikatereni Fotopoulou, estudou um paciente
desse tipo em seu laboratório. O homem não conseguia se lembrar, nas
sessões de 50 minutos em minha sala, durante 12 dias consecutivos, que
já me conhecia e que havia se submetido a uma operação para retirar um
tumor dos seus lobos frontais, o que causava a amnésia. Para ele, não
havia nada de errado com sua saúde. Quando questionado sobre a cicatriz
na cabeça, ele confabulava explicações absolutamente improváveis: que
tinha sofrido uma cirurgia odontológica, ou uma operação de ponte de
safena. Ele realmente tinha passado por esses procedimentos – anos
antes.
Da
mesma forma, quando questionado sobre quem eu era e o que ele fazia em
meu laboratório, dizia que eu era um cirurgião dentista, um companheiro
de bebida, um cliente em consulta profissional, um colega de time de um
esporte que não praticava havia décadas ou um mecânico que estava
consertando um de seus vários carros esporte (que ele não possuía). Seu
comportamento era coerente com essas falsas crenças: ele olhava para a
cerveja sobre a mesa ou para o carro através da janela.
Desejos Ocultos
O
que chama a atenção nessas ideias falsas é a presença de desejo, uma
impressão que Fotopoulou confirmou com a análise quantitativa de 155 das
confabulações do paciente. As falsas crenças do paciente não eram
aleatórias – eram geradas pelo “princípio de prazer” que, segundo Freud,
é central para o inconsciente. O homem simplesmente reconstruía a
realidade como queria que fosse. Observações semelhantes foram relatadas
por outros pesquisadores, como Martin Conway, de Durham, e Oliver
Turnbull, da Universidade de Gales. Eles são neurocientistas cognitivos,
não psicanalistas, mas interpretam suas descobertas em termos
freudianos, alegando, basicamente, que os danos à região límbica frontal
que produzem as confabulações prejudicam os mecanismos de controle
cognitivo, que são a base da monitoração normal da realidade, e libertam
da inibição as influências implícitas do desejo na percepção, na
memória e no julgamento.
Freud
argumentava que o princípio do prazer, na verdade, exprimia impulsos
primitivos, animais. Para seus contemporâneos vitorianos, a ideia de que
o comportamento humano fosse no fundo governado por compulsões sem
nenhum propósito mais nobre que a auto-realização carnal era
simplesmente escandalosa. O escândalo se atenuou nas décadas seguintes,
mas o conceito freudiano do homem como animal foi mantido em segundo
plano pelos cientistas cognitivos. Agora ele está de volta.
Neurocientistas
como Donald W. Pfaff, da Universidade Rockefeller, e Jaak Panksepp, da
Universidade Estadual de Bowling Green, acreditam hoje que os mecanismos
instintivos que regem a motivação humana são ainda mais primitivos do
que imaginava Freud. Nossos sistemas básicos de controle emocional são
iguais aos de nossos parentes primatas e aos de todos os mamíferos. No
nível profundo da organização mental que Freud chamou de id, a anatomia e
a química funcionais de nosso cérebro não são muito diferentes daquelas
dos animais que vivem nos currais ou dos bichos de estimação.
No
entanto, os neurocientistas modernos não aceitam a classificação
freudiana da vida instintiva humana como simples dicotomia entre
sexualidade e agressão. Através do estudo de lesões e do efeito de
drogas, além da estimulação artificial do cérebro, eles identificaram
pelo menos quatro circuitos instintivos básicos em mamíferos, sendo que
alguns deles se sobrepõem. São o sistema de “recompensa” ou de “busca”
(que inclui a procura de prazer); o sistema da “raiva” (que comanda a
agressão raivosa, mas não a predatória); o sistema de “medo-ansiedade”; e
o do “pânico” (que inclui instintos como os que comandam os impulsos
maternais ou as relações sociais). Também se investiga a existência de
outras forças instintivas, como um sistema de “brincadeira”. Todos esses
sistemas cerebrais são regulados por neurotransmissores, substâncias
químicas que carregam mensagens entre os neurônios do cérebro.
O
sistema de busca, controlado pelo neurotransmissor dopamina, apresenta
uma incrível semelhança com a “libido” freudiana. De acordo com Freud,
os impulsos sexuais ou libidinosos são um sistema de busca de prazer que
move a maioria de nossas interações com o mundo. Pesquisas recentes
mostram que seu equivalente neural está diretamente envolvido em quase
todas as formas de compulsão e vício. É interessante notar que as
primeiras experiências de Freud com a cocaína – na maioria delas ele
aplicava a droga em si mesmo – o convenceram de que a libido devia ter
algum fundamento neuroquímico.
Farmácia Freudiana
Ao
contrário de seus sucessores, Freud não via motivo para o antagonismo
entre psicanálise e psicofarmacologia. Ele antevia com entusiasmo o dia
em que a “energia do id” seria diretamente controlada por “determinadas
substâncias químicas”. Os tratamentos que combinam psicoterapia com
medicamentos que agem no cérebro são considerados hoje a melhor
abordagem para muitos transtornos. E tecnologias de imagem mostram que a
psicoterapia atua no cérebro de modo semelhante aos medicamentos.
As
ideias de Freud também estão ressurgindo na ciência que trata do sono e
dos sonhos. Sua teoria dos sonhos – a de que são um modo de vislumbrar
os desejos inconscientes – foi desacreditada com a descoberta da
correlação estreita entre o movimento rápido dos olhos (REM) e o ato de
sonhar, nos anos 1950. A visão freudiana perdeu praticamente toda a
credibilidade nos anos 1970, quando pesquisadores mostraram que o ciclo
do sonho era controlado pela substância química acetilcolina, produzida
em parte “desimportante” do tronco encefálico. O sono REM acontecia
automaticamente, mais ou menos a cada 90 minutos, e era desencadeado por
substâncias químicas e estruturas cerebrais que nada tinham a ver com a
emoção e a motivação. Essa descoberta queria dizer que os sonhos
provavelmente não tinham nenhum significado; eram simplesmente histórias
concatenadas pelo cérebro para tentar refletir a atividade cortical
aleatória provocada pelos acontecimentos do dia.
Estudos
mais recentes vêm mostrando que o sono REM e o sonho são estados
dissociáveis, controlados por mecanismos distintos, embora interajam. O
sonho é produzido por uma rede de estruturas reunidas nos circuitos
instintivo-motivacionais do cérebro anterior. Essa revelação deu origem a
uma miríade de teorias sobre os sonhos, sendo que a maior parte delas
remete a Freud.
Fibras dos Sonhos
Mais
intrigante é a observação feita por mim e por outros cientistas de que
os sonhos param totalmente quando determinadas fibras nas profundezas do
lobo frontal se rompem – um sintoma que coincide com a redução geral do
comportamento motivado. A lesão é a mesma que era deliberadamente
produzida na lobotomia pré-frontal, um procedimento cirúrgico obsoleto
usado para controlar alucinações. Esse tipo de operação foi substituído
na década de 1960 por medicamentos que reduzem a atividade da dopamina
nos mesmos sistemas cerebrais. O sistema de busca, portanto, pode ser o
produtor básico dos sonhos.
Se
a hipótese for confirmada, a teoria de que os sonhos estão ligados à
realização dos desejos pode voltar a determinar a agenda do estudo do
sono. Mas, mesmo que prevaleçam outras interpretações, todas elas
demonstram que a conceituação “psicológica” dos sonhos voltou a ser
cientificamente respeitável. Poucos neurocientistas ainda negam – como
já fizeram sem medo – que o conteúdo dos sonhos tenha um mecanismo
básico emocional.
Nem
todos são entusiastas do ressurgimento dos conceitos freudianos na
ciência mental. Não é fácil para a geração mais antiga de psicanalistas,
por exemplo, aceitar que seus alunos e colegas mais jovens podem e
devem sujeitar a sabedoria convencional a um nível totalmente novo de
escrutínio biológico. Mas um número animador de cientistas mais velhos,
dos dois lados do Atlântico, – comprometidos a pelo menos manter a mente
aberta, como demonstram minha menção anterior aos psicanalistas
eminentes que fazem parte do conselho da Neuro-Psychoanalysis e as
muitas cabeças grisalhas da Sociedade Internacional de Neuropsicanálise.
Para
os neurocientistas mais antigos, a resistência ao retorno das ideias
psicanalíticas vem de um tempo, no início de suas carreiras, em que o
edifício da teoria freudiana era praticamente indestrutível. Eles não
reconhecem nem a confirmação parcial de alguns conceitos fundamentais de
Freud; exigem sua completa eliminação. Nas palavras de J. Allan Hobson,
um renomado psiquiatra especialista em sono da Faculdade de Medicina de
Harvard, o recente interesse em Freud é nada menos que uma inútil
readaptação de dados modernos a parâmetros teóricos antiquados. Mas,
como disse Panksepp em entrevista de 2002 à revista Newsweek, para os
neurocientistas que estão entusiasmados com a reconciliação entre
neurologia e psicanálise, “não é uma questão de provar se Freud estava
certo ou errado, mas de terminar o serviço”.
Se
esse serviço puder ser concluído – se os “novos parâmetros intelectuais
para a psiquiatria” de Kandel forem estabelecidos -, vai virar passado o
tempo em que as pessoas com dificuldades emocionais tinham de escolher
entre a terapia psicanalítica, que pode estar em desacordo com a
medicina moderna e as drogas prescritas pela psicofarmacologia, que
desvaloriza a conexão entre as substâncias químicas cerebrais que
manipula e as complexas trajetórias de vida que culminam nos problemas
emocionais. A psiquiatria do futuro promete oferecer aos pacientes,
assistência fundamentada na compreensão integrada do que realmente
governa o que sentimos e fazemos.
Quaisquer
que sejam as terapias que o amanhã nos reserva, os pacientes só podem
se beneficiar de um entendimento melhor de como o cérebro funciona. À
medida que os neurocientistas modernos se voltam mais uma vez para as
questões profundas da psicologia humana que tanto preocuparam Freud, é
gratificante perceber que podemos construir sobre os alicerces que ele
edificou, em vez de começar do zero. Mesmo que identifiquemos os pontos
fracos das teorias de Freud e corrijamos, revisemos e completemos seu
trabalho, é maravilhoso ter o privilégio de terminar o serviço.
Fonte: Exame Tecnologia
Fonte: Viver Mente
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