quinta-feira, 30 de maio de 2013

Y…¿entonces? Francisco Hugo Freda

En psicoanálisis lo que importa son las consecuencias, nunca las intenciones. Yo sé de lo que hablo, por haber dicho, en mi pase, que éste se define por un encuentro con un poco de real. Es a modo de introducción que evoco el pase, dado que seguramente los psicoanalistas nos encontramos en un momento de pasaje.
Los Seminarios 1 y 2 de Lacan se refieren explícitamente a la técnica psicoanalítica y a sus consecuencias. Hecho único en Lacan y, a pesar de las variaciones, en los dos la palabra técnica figura en el título del seminario. Dicho hecho es mayor, dado que fue él mismo quien soportó las consecuencias de un cambio en el orden técnico que él impuso al psicoanálisis. En el Seminario 2 indica claramente que los términos teoría y técnica son inseparables, poniendo el acento en que las modificaciones teóricas redefinen la técnica y al mismo tiempo la definición del psicoanalista. Lacan redefinió constantemente al psicoanalista, y no es un hecho menor, dado que fue la promoción del "psicoanalista", como agente de la operación analítica, el invento mayor de Freud.
Hay un contraste entre las múltiples definiciones del psicoanalista -entre otros conceptos- y la constante definición del imaginario en Lacan. Él no dejó de releer el conjunto de sus proposiciones, sin embargo la noción de imaginario no ha sido casi modificada desde su inicio hasta el final de su obra. No obstante eso, hay ciertas referencias, citas, proposiciones, en el Seminario 23, que indican la necesidad que veía Lacan de redefinir el registro de lo imaginario. ¿Por qué nos interesa hoy en día poner en evidencia este hecho?, porque concierne directamente a lo que nos preocupa en ENAPOL, y mucho más allá, dada su incidencia directa en el destino del psicoanálisis y la formación del psicoanalista.
Si el imaginario encuentra su "puesta en escena" en el estadio del espejo, debemos considerar que no es allí donde encuentra su esencia. La esencia de lo imaginario, es decir, no su forma de presentación sobre el eje a-a´ del esquema L, sino -como lo indica Lacan en la primara clase de su Seminario 23-, por la homogeneidad de éste con lo real. Dicha homogeneidad con lo real merece una cierta atención, si consideramos al cuerpo no sólo como superficie sino también como receptáculo de goce. Cuando Narciso se mira goza, lo cual no impide que lo único que pudo pintar Caravaggio es el reflejo de la superficie del cuerpo de Narciso.
La homogeneidad entre imaginario y real hace del cuerpo una consistencia, una consistencia de hierro, y mucho más sólida aún si nuestro mundo se ocupa de adularlo, de curarlo, y de imaginarlo vivo indefinidamente. Ya no se trata del cuerpo marcado por el significante, sino del cuerpo definido por el goce que lo soporta.
Las consecuencias de dicho movimiento no son banales en lo que se refiere directamente a la "praxis" del psicoanálisis. En el Seminario 11, la praxis es definida por la acción de lo simbólico sobre lo real, donde lo imaginario ocupa un lugar secundario. No podemos mantener dicha proposición hoy en día sin ciertas modificaciones. No olvido que el real del Seminario 11 no es el mismo que el del 23; sin embargo, mantengo la necesidad de una cierta continuidad conceptual. Tal vez se trate, a partir del Seminario 23, del tratamiento de lo real a partir de lo imaginario, donde lo simbólico opera como necesario.
La idea explícita de la praxis del Seminario 11 debería completarse entonces con la idea de Lacan propuesta el 16 de marzo de 1976 donde propone "un nuevo imaginario instaurando el sentido". Que el imaginario instaure el sentido, hago la hipótesis que quiere decir: el inconsciente como producto de lo real; es decir, como una creación de la cual el analista no es otra cosa que el que lo hace posible, en tanto es el que mantiene ligados los tres registros de la tópica lacaniana: real, simbólico, imaginario. Trazo, de una manera diferente, lo que ya he escrito hace ya muchos años, que "el inconsciente es una nueva forma del síntoma".
El cuerpo goza, y es por esta condición que el inconsciente puede ex-sistir, lo cual supone, evidentemente, una cierta distancia con respecto al goce mismo. Que el cuerpo goza y tiende a hacer relación sexual, es un hecho de experiencia, los toxicómanos me han enseñado eso. No hay ahí ninguna novedad; la novedad está dada en la tensión entre goce y sexualidad, lo que ya no es lo mismo, dado que, y pesar de los progresos de la ciencia, el sexo se define por el encuentro con el otro sexo, que sea hétero u homo no cambia el problema.
He aquí un cierto programa para el psicoanálisis del siglo XXI cuyas consecuencias se van a distribuir en tres órdenes:
Clínico: "los sujetos sin sexo", nuevo grupo que pulula en las redes sociales; "la perversión", ¿estructura clínica o producto del mercado?; "la sexualidad femenina", todavía enigmática.
Político: "la feminización" y el imperio de "la religión".
Epistémico: redefinir la "praxis analítica" a partir de una redefinición del imaginario y la necesaria conceptualización del "pase" como el pasaje de un goce sin nombre al inconsciente.
Buenos Aires, 2 de abril de 2013 a las 11,30 hs.
 http://virtualia.eol.org.ar/026/template.asp?Hacia-el-VI-Enapol/Y-entonces.html

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