domingo, 31 de março de 2013
VI ENAPOL Boletín #13 CUERPOaTEXTO / CORPOaTEXTO - Argumento de Jacques-Alain Miller
VI ENAPOL Boletín #13 CUERPOaTEXTO / CORPOaTEXTO - Argumento de Jacques-Alain Miller
(Castellano y Portugués)
Un boletín histórico: hace dos años, Jacques-Alain Miller propuso en el cierre del Encuentro europeo, el PIPOL V, el siguiente título para el próximo Encuentro: "Hablar con el cuerpo". Leonardo Gorostiza, Presidente de la AMP, decidió hacer nuestra esa propuesta.
Encontrarán aquí los fundamentos del título, y los fundamentos de nuestro Encuentro.
Este texto, nunca editado aún en América, pasa a ser así el Argumento del VI ENAPOL, junto con el texto de Eric Laurent que inició nuestro trabajo.
Agradecemos a la Revista El psicoanálisis de España que nos lo haya facilitado.
Un anuncio. A partir de ahora, nuestro boletín se desdobla: CUERPOaTEXTO y TEXTOaCUERPO.
En CUERPOaTEXTO, encontrarán las informaciones de la organización del ENAPOL. Serán breves, les recordarán lo que ya saben o les informarán algo nuevo.
En TEXTOaCUERPO, continuaremos el debate, ya iniciado por varios autores interesados en los ejes del ENAPOL. Ese debate está abierto: esperamos vuestras contribuciones. Deben ser textos breves, de 3000 a 4000 caracteres máximo, que se publicarán en este boletín.
Conclusión de PIPOL V
Jacques-Alain Miller
Nos reencontraremos dentro de dos años en Pipol 6. Y, tal y como sucede hoy, será en torno a una fórmula. El significante que nos ha reunido aquí es el de la salud mental. La cuestión es saber cuál será el significante que le dará continuidad en 2013. Voy a dar cuenta de mis reflexiones a este propósito, en el momento de clausura de este Congreso.
La salud mental, seamos francos, no nos la creemos. Si, no obstante, hemos usado ese término, es porque nos ha parecido que podía mediar entre el discurso analítico y el discurso común, el de la masa. Por eso, el eco que el tema del Congreso ha tenido en la prensa belga muestra bien que este punto de vista estaba bien pensado. Todo el mundo comprende lo que hemos puesto en cuestión. Aunque evidentemente para llegar hasta ahí hemos tenido que obrar con astucia. Hemos ubicado el término de salud mental en una pregunta de la que ya teníamos la respuesta. No, la salud mental no existe; se sueña con ella, es una ficción. A esa pregunta, teníamos nuestra respuesta.
Cada uno tiene su vena de loco y lo hemos testimoniado al ubicar esa vena de locura en nuestra práctica, y no en nuestro paciente sino en nosotros, analistas, terapeutas. Es como una lección que nos hemos dado a nosotros mismos. Una lección que estaría bien no olvidar en lo sucesivo: en psicoanálisis, el caso clínico no existe, no más que la salud mental. Exponer un caso clínico como si fuera el de un paciente es una ficción; es el resultado de una objetividad que es fingida porque estamos implicados aunque más no sea por los efectos de la transferencia.
Estamos dentro del cuadro clínico y no sabríamos descontar nuestra presencia ni prescindir de sus efectos. Tratamos, sin duda, de comprimir esa presencia, de esmerilar sus particularidades, de alcanzar el universal de lo que llamamos el deseo del analista. Y el control, la práctica de lo que se llama la supervisión, sirve para eso: para lavar las escorias remanentes que interfieren en la cura. Pero, desde el momento en que conseguimos borrar lo que nos singulariza como sujeto, entonces es el analizante el que sueña, el que nos sueña a nosotros, su interlocutor, con los rodeos de su fantasma y con la identidad que atribuye a ese interlocutor, que no sabrían no figurar en el cuadro.
En una palabra, eso os obliga a pintaros a vosotros mismos en el cuadro clínico. Es como Velázquez, cuando se representa a sí mismo, con el pincel en la mano, junto a los demás seres con los que puebla la tela de Las Meninas, y que es algo que produce desorientación. Porque está claro que él no se puede situar a menos que sea vea plasmado como dividido. Saben que es un cuadro que llamó la atención de Lacan siguiendo la estela de Michel Foucault. Diría que, en psicoanálisis, todo caso clínico debería tener la estructura de Las Meninas. Y continuaré el apólogo hasta llegar a señalar que lo que nos ofrece el cuadro de Velázquez, el que podemos ver en Madrid pero también en una reproducción, es lo que ve el amo, a saber, la pareja real, pero precisamente un amo que no está representado, que está como esfumado, como desvanecido, como degradado en el reflejo que se perfila al fondo del cuadro; de ese amo no queda sino su lugar, ese lugar mismo al que todo el que llega, cada espectador, viene a inscribirse.
Y bien, diría que pasa igual que en la experiencia analítica, el lugar del amo subsiste ciertamente, pero el amo no está ahí para ocuparlo.
¿Qué queda de la salud mental cuando el amo ya no está?
La inexistencia de salud mental en el hombre no ha cesado de ser deplorada por la filosofía. Lo han dibujado como siervo de sus ilusiones, de sus pasiones, de sus apetitos. Lo han pintado fundamentalmente desequilibrado para afanarse por restituirle el orden y la medida. Antiguamente, a la salud mental se le llamaba sabiduría o virtud. Para establecerla, se la ponía en relación con el amor por el otro, con el amor por el Otro divino. Lo que no era una mala idea porque podríamos decir que la salud mental es una idea teológica que supone la buena voluntad de la naturaleza, una benevolencia que se abría hacia el bienestar y la salud de todo aquello que existe. Sin embargo, basta con recorrer la inmensa literatura a la que acabo de aludir de manera rápida, para caer en la cuenta de que esa salud mental supone siempre algo que viene a dominar una parte del alma, su parte racional o divina. La salud mental tiene que ver, desde siempre, con el discurso del amo y es, desde siempre, un asunto de gobierno. Y es su destino inmemorial el que viene a consumarse hoy día mediante su directa toma en consideración por parte de todos los aparatos de dominio político. El dominio de la parte racional del alma toma hoy día la forma del discurso de la ciencia y es a través de la ciencia como el amo promueve la salud mental y se preocupa de protegerla, de restablecerla, de difundirla entre lo que se llaman las poblaciones, un término que David Tarizzo hacía resonar de manera potente hace un momento en esta sala.
Se piensa que la ciencia concuerda con lo real y que el sujeto también es apto para concordarse con su cuerpo y con su mundo como haría con lo real. El ideal de la salud mental traduce el inmenso esfuerzo que hoy día se hace para llevar a cabo lo que llamaré una "rectificación subjetiva de masas" destinada a armonizar al hombre con el mundo contemporáneo, dedicada en suma a combatir y a reducir lo que Freud nombró, de manera inolvidable, como el malestar en la cultura. Desde Freud, ese malestar ha crecido en tales proporciones que el amo ha tenido que movilizar todos sus recursos para clasificar a los sujetos según el orden y los desórdenes de esta civilización. Ahora es como si la enfermedad mental estuviera por todos lados; en todos los casos, lo psy se ha convertido ya en un factor de la política. A lo largo de los últimos años, en los países que interesan a este Congreso, el discurso del amo ha penetrado de manera profunda en la dimensión psy, en el campo llamado de lo mental. El acceso a los psicotropos está ya ampliamente conseguido y la psicoterapia se expande en sus modos autoritarios. Se trata siempre de un aprendizaje del control.
Este dominio, que ayer escapaba en gran parte a los gobiernos, es objeto ahora de regulaciones con exigencias cada vez más grandes. Eso va paralelo al reconocimiento público del psicoanálisis pero con la intención, aunque sea desconocida para sus promotores, de desvirtuarlo.
Sin embargo, por pequeña que sea su voz en el estruendo contemporáneo, el discurso analítico hace objeción y no carece de potencia. La potencia del discurso analítico viene, de entrada, de que es desmasificante; y a medida que la masificación se extiende y crece, crece también la aspiración a esa desmasificación. La exigencia de singularidad de la que el discurso analítico hace un derecho está de entrada porque procede uno por uno. Diría que eso lo hace acorde con el individualismo democrático que difunde la civilización contemporánea. Se hablaba antiguamente de "indicaciones para el psicoanálisis" cuando se pensaba que se podían seleccionar a los sujetos en función de su aptitud clínica para el discurso analítico. Ese tiempo ya pasó. Hoy día, ser escuchado por un psicoanalista equivale a un derecho del hombre. Le toca al psicoanalista arreglárselas con eso y modelar su práctica con respecto a lo que se le requiere. El psicoanálisis acompaña al sujeto en lo que éste plantea como protestas contra el malestar en la civilización. Para la ocasión, se hace acompañar de lo que de mejor tienen el humanismo o la religión. Cualquiera sabe hoy día que encontrará en el psicoanálisis una ruptura con las órdenes conformistas que le apremian por doquier. Cualquiera sabe que si acude al discurso analítico, este discurso se pondrá en marcha para él solo: para él, el Uno solo, como decía Lacan, separado de su trabajo, de su familia, de sus amigos y de sus amores. Lo que el sujeto encuentra en el psicoanálisis es su soledad y su exilio. Sí, su estatuto de exiliado al respecto del discurso del Otro. No es el Otro con una A mayúscula el que está en el centro del discurso analítico, es el Uno solo.
Lacan, sin duda, comenzó a ordenar la experiencia analítica por el campo del Otro, pero fue para demostrar que, en definitiva, ese Otro no existe, no más que la salud mental. Lo que existe es el Uno solo. Un psicoanálisis comienza por ahí, por el Uno solo, cuando uno no tiene más remedio que confesarse exiliado, desplazado, indispuesto, en desequilibrio en el seno del discurso del Otro. En un análisis, se busca un otro del Otro que, esta vez, uno tenga el placer de inventar a su medida, otro supuesto saber lo que atormenta al Uno solo. Por eso, nosotros sabemos que este Otro está destinado a disiparse, a desvanecerse hasta que sólo quede el Uno solo; instruido ya sobre lo que le atormenta, esclarecido como decimos, sobre el sentido de sus síntomas.
¿Diría pues que, al término de la experiencia analítica, ya no soy incauto al respecto de mi inconsciente y de sus artificios? Y eso porque ¿el síntoma, una vez descargado de su sentido no por eso deja de existir aunque bajo una forma que ya no tiene más sentido? Daré un paso más en la ironía en la que me he comprometido si digo que esa es la única salud mental que soy capaz de conseguir. Supone, precisamente, que advenga al campo en el que lo mental se haya desvanecido para dejar desnudo lo real. Para alcanzar ese campo, ese campo último, hay que haber franqueado lo imaginario, lo mental de lo imaginario. Lo mental de lo imaginario está siempre condicionado por la percepción de la forma del semejante. Es esa la unidad fundamental. Evito el chiste "funda-mental" porque no se traduce a todas las lenguas. Esta es la unidad fundamental que Lacan ilustra con el estadio del espejo.
Para Aristóteles, el alma es la unidad supuesta de las funciones del cuerpo y ésta es la que nosotros traducimos en la experiencia del espejo como un alma especular. Se encuentra siempre transitada por una tensión esencial en la que se intercambian sin cesar los lugares del amo y del esclavo. En el estadio del espejo arraigan a la vez la prevalencia del discurso del amo y su paranoia territorial, que hacen del yo una instancia grosera de delirio que no sabría reducir ninguna rectificación autoritaria. Pero, sin embargo, para alcanzar el campo que llamo "campo último", también hay que atravesar lo simbólico y lo mental de lo simbólico. Lo mental de lo simbólico es la refracción del significante en el alma especular. A esa refracción es a lo que se llama el significado. A ese significado esencialmente huidizo, nubloso, indeterminado, metonímico y susceptible sin duda de dar lugar a metáforas y efectos de significación, se le puede llamar el pensamiento.
Su pensamiento, el mío, tiene su rutina, gira en redondo, se le reprime, retorna. Se dice que es el inconsciente cuando se lo descifra y entonces se dice, en el desciframiento, que se alcanza una verdad. Pero, ¡atención, se trata siempre de sentido, es decir de mental, de ideas que os hacéis! Por eso Lacan ha unido con un lazo esencial la verdad con la mentira. El campo último al que me refiero está más allá de la mentira de lo mental. La parte más opaca de lo que Freud llamaba la libido se descubre precisamente ahí. Ese sentido de la libido es el deseo. El deseo está articulado a lo simbólico; se desprende de los significantes como siendo sus significados. Enloquece el alma especular, anima los síntomas. Sin embargo, un análisis introduce una deflación del deseo, que se desinfla y se estaciona como sucede con ese semblante que llamamos el falo y que sirve para pensar la relación entre los sexos. Pero, tanto el deseo como la relación sexual son verdades mentirosas, mentiras de lo mental. Debajo del deseo, una vez atravesada su pantalla fantasmática, hay lo que no miente sin que sea una verdad. Es lo que llamamos goce. El deseo es el sentido y el semblante de la libido, su mentira mental. El goce es lo que de la libido es real. Es el producto de un encuentro azaroso del cuerpo y del significante. Ese encuentro mortifica el cuerpo pero también recorta una parcela de carne cuya palpitación anima todo el universo mental. El universo mental no hace sino refractar indefinidamente la carne palpitante a partir de las más carnavalescas maneras y también la dilata hasta proporcionarle la forma articulada de esa ficción mayor que llamamos el campo del Otro.
Comprobamos que ese encuentro marca el cuerpo con una traza inolvidable. Es lo que llamamos acontecimiento de cuerpo. Este acontecimiento es un acontecimiento de goce que no vuelve nunca a cero. Para hacer con ese goce hace falta tiempo, tiempo de análisis. Y sobre todo, para hacerse con ese goce, sin la muleta, la pantalla y los artificios del inconsciente simbólico y sus interpretaciones. Por eso hablamos de que se trata del inconsciente real, el que no se descifra. El que, por el contrario, motiva el cifrado simbólico del inconsciente. Ese cuerpo no habla sino que goza en silencio, ese silencio que Freud atribuía a las pulsiones; pero sin embargo es con ese cuerpo con el que se habla, a partir de ese goce fijado de una vez por todas. El hombre habla con su cuerpo. Lacan lo dice, el ser hablante por naturaleza. Pues bien, ese cuerpo que no habla pero que sirve para hablar, ese cuerpo como medio de la palabra, es justamente el que se empareja, en rigor, con la salud mental que no existe. Si la salud mental no existe es porque el cuerpo gozante, la carne, excluye lo mental al mismo tiempo que lo condiciona, lo enloquece y lo extravía. Si el hombre ha inventado la relación sexual es para velar el horror de esa carne recorrida por un estremecimiento que no cesa y que es lo que es, como decía Angelus Silesius: sin por qué.
A ese "hablar con su cuerpo" lo traiciona cada síntoma y cada acontecimiento de cuerpo. Ese hablar con su cuerpo está en el horizonte de toda interpretación y de toda resolución de los problemas del deseo. Lo sabemos, los problemas del deseo pueden ser puestos en forma de ecuación; lo sabemos desde Lacan, que se esforzó por hacerlo. Y esta ecuación tiene, sin dudas, soluciones, que son lo que Lacan llamó el pase.
Sin embargo, el goce a nivel del inconsciente real no sabría ser ubicado en una ecuación y permanece insoluble. Freud lo supo antes de que Lacan lo anunciara. Hay siempre un resto con los síntomas. Por eso no hay un final absoluto para un análisis, que dura tanto como lo insoluble siga siendo insoportable. Se acaba cuando el hombre encuentra ahí una satisfacción sin más.
Hasta aquí pues lo que he podido extraer, torturándome los sesos, de una reflexión sobre la inexistencia de la salud mental; hablando con propiedad, lo que se empareja con el significante es "hablar con el cuerpo". Es posible que este asunto sea muy difícil para PIPOL VI, ustedes dirán. Pero si es así, no teman, encontraremos otra cosa. Espero, pues, sugerencias.
Traducción: Jesús Ambel
Texto establecido por Yves Vanderveken
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Argumento de Jacques-Alain Miller
Um boletim histórico: Jacques-Alain Miller propôs, há dois anos, ao final do Encontro europeu, o V Pipol, o seguinte título para o próximo Encontro: "Falar com o corpo". Leonardo Gorostiza, presidente da AMP, fez nossa essa proposta.
Vocês irão encontrar, aqui, os fundamentos do título e os fundamentos de nosso Encontro.
Este texto, não publicado na América torna-se, assim, o Argumento do VI ENAPOL, juntamente com o texto de Eric Laurent que deu início ao nosso trabalho.
Agradecemos ao Jornal El Psicoanálisis, da Espanha, seu favorecimento.
Um aviso. A partir de agora, o nosso boletim se desdobra: CUERPOaTEXTO e TEXTOaCUERPO.
Em CUERPOaTEXTO vocês encontrarão informações da organização do ENAPOL. Ele será breve, relembrará o que já sabem ou informará algo novo.
Em TEXTOaCUERPO, continuaremos a discussão iniciada por vários autores interessados nos eixos do ENAPOL. Esse debateestá aberto: esperamos suas contribuições. Para serem publicados neste boletim, os textos devem ser curtos, máximo de 3000 a 4000 caracteres.
Conclusão do PIPOL V
Jacques-Alain Miller
Nós nos reencontraremos dentro de dois anos, no Pipol 6. E, tal como hoje, será em torno de uma fórmula. O significante que nos reuniu aqui é o da saúde mental. A questão é saber qual será o significante que lhe dará continuidade, em 2013. Vou explicar minhas reflexões a este respeito no encerramento deste Congresso.
A Saúde mental, sejamos francos, nela não cremos. Se nós utilizamos o termo é porque, todavia, nos pareceu que ele podia mediar o discurso analítico e o discurso comum, o da massa. Por isso, o eco que o tema do Congresso teve na imprensa belga mostra bem que este ponto de vista estava bem pensado. Todo mundo compreende o que colocamos em questão. Ainda que, evidentemente, para chegar até aí tivemos que trabalhar com astúcia. Localizamos o termo saúde mental em uma pergunta para a qual já tínhamos a resposta. Não, a saúde mental não existe. Sonha-se com ela, é uma ficção. Para essa pergunta tínhamos nossa resposta.
Cada um tem sua veia de louco e o testemunhamos ao localizar essa veia de loucura em nossa prática, não em nosso paciente, mas, em nós mesmos, analistas, terapeutas. É como uma lição que nos demos a nós mesmos. Uma lição que é bom não esquecer daqui pra frente: em psicanálise, o caso clínico não existe, não mais que a saúde mental. Expor um caso clínico como se fosse de um paciente é uma ficção; é o resultado de uma objetividade que é fingida porque estamos implicados, ainda que seja pelos efeitos da transferência.
Estamos dentro do quadro clínico e não saberíamos abater nossa presença nem prescindir de seus efeitos. Tratamos, sem dúvida, de comprimir essa presença, de esmerilhar suas particularidades, de alcançar o universal do que chamamos o desejo do analista. E o controle, a prática do que se chama supervisão serve para isso: para lavar as escórias remanescentes que interferem no tratamento. Mas, a partir do momento que conseguimos apagar o que nos singulariza como sujeito, então é o analizante quem sonha; quem sonha conosco, seu interlocutor, com os rodeios de seu fantasma e com a identidade que atribui a esse interlocutor, que não saberiam não figurar no quadro.
Em uma palavra, isso lhes obriga a pintar vocês mesmos no quadro clínico. É como Velázquez, ao representar a ele mesmo, com o pincel na mão, junto aos demais seres, com que povoa a tela As Meninas, o que é algo que produz desorientação. Isso porque, fica claro que ele não pode se situar a não ser que veja retratado como dividido. Vocês sabem que é um quadro que chamou a atenção de Lacan, seguindo a esteira de Michel Foucault. Eu diria que, em psicanálise, todo caso clínico deveria ter a estrutura de As meninas. E continuarei o apólogo até chegar a assinalar que aquilo nos oferece o quadro de Velázquez, aquele que podemos ver em Madri, mas, também em uma reprodução, é o que vê o mestre. A saber, a parceria real, precisamente um mestre não representado, esfumado, esvanecido, degradado no reflexo que se perfila ao fundo do quadro; desse mestre não fica mais que seu lugar, lugar em que cada espectador, tudo o que chega se inscreve.
Bem, eu diria que acontece o mesmo na experiência analítica. O lugar do mestre subsiste, mas, o mestre não está ali para ocupá-lo.
O que resta da saúde mental quando o mestre já não está?
A filosofia não cessou de deplorar inexistência da saúde mental no homem. Ele foi desenhado como servo de suas ilusões, de suas paixões, de seus apetites. Ele foi pintado fundamentalmente desequilibrado, no empenho de restituir-lhe a ordem e a medida. Antigamente a saúde mental se chamava sabedoria ou virtude. Para estabelecê-la a colocavam em relação com o amor pelo outro, com o amor pelo Outro divino. O que não era má ideia, porque poderíamos dizer que a saúde mental é uma ideia teológica que supõe a boa vontade da natureza, benevolência que se abria em direção ao bem estar e a saúde de todo aquele que existe. Basta percorrer, no entanto, a vasta literatura a que rapidamente acabo de aludir, para inteirar-se que essa saúde mental sempre supõe, sempre, algo que vem dominar uma parte da alma, sua parte racional ou divina. A saúde mental tem a ver, desde sempre, com o discurso do mestre e é, desde sempre, um assunto de governo. E é seu destino imemorável o que se consuma, hoje em dia, a partir da consideração que lhe é dada por parte de todos os aparatos de domínio político. O domínio da parte racional da alma adquire, hoje, a forma do discurso da ciência. E, é através da ciência que o mestre promove a saúde mental e se preocupa em protegê-la, restabelecê-la, difundi-la entre o que chama populações, termo que David Tarizzo fazia ressoar, de modo potente, instante atrás nesta sala.
Pensa-se que a ciência concorda com o real e que o sujeito também é apto para concordar com seu corpo e com seu mundo, como faria com o real. O ideal da saúde mental traduz o imenso esforço que, hoje em dia, é feito para levar a cabo o que chamarei de "retificação subjetiva de massas", destinada a harmonizar o homem com o mundo contemporâneo. E dedicada, em suma, a combater e a reduzir o que Freud nomeou, de maneira inesquecível, de mal estar na cultura. Desde Freud esse mal estar cresceu, em tais proporções, que o mestre teve que mobilizar todos seus recursos para classificar os sujeitos segundo a ordem e as desordens desta civilização. Agora é como se a enfermidade mental estivesse por todos os lados; em todos os casos, o psi já se converteu em fator da política. Ao longo dos últimos anos, nos países que interessam a este Congresso, o discurso do mestre penetrou de maneira profunda na dimensão psi, no campo chamado de mental. Já se consegue o amplo acesso aos psicotrópicos, e a psicoterapia se expande em seus modos autoritários. Trata-se, sempre, de uma aprendizagem do controle.
Este domínio, que ontem escapava em grande parte aos governos, agora é objeto de regulações com exigências cada vez maiores. Isso acontece paralelamente ao reconhecimento público da psicanálise, mas, com a intenção de desvirtuá-la, ainda essa seja desconhecida por seus promotores.
O discurso analítico, no entanto, por pequena que seja sua voz no estrondo contemporâneo, faz objeção e não carece de potência. Sua potência é dada, de saída, pelo fato de que ele não é massificador; e, à medida que a massificação se estende e cresce, cresce também a aspiração e a não massificação. A exigência de singularidade, que o discurso analítico torna um direito, está dada de saída, porque ele age um a um. Eu diria que isso o faz harmônico com o individualismo democrático que difunde a civilização contemporânea. Falava-se, antigamente, de "indicações para a psicanálise" quando se pensava que era possível selecionar os sujeitos em função de sua aptidão clínica para o discurso analítico. Este tempo passou. Atualmente, ser escutado por um psicanalista equivale a um direito do homem. Cabe ao psicanalista arranjar-se com isso e modelar sua prática em relação ao que lhe é requerido. A psicanálise acompanha o sujeito no que ele delineia como protestos contra o mal estar na civilização. Para essa ocasião se faz acompanhar do que melhor têm o humanismo ou a religião. Qualquer um sabe, hoje em dia, que encontrará na psicanálise uma ruptura com as ordens conformistas que urgem por todas as partes. Qualquer um sabe que, se acudir ao discurso analítico, este discurso se colocará em marcha somente para ele: Para ele, o Um sozinho, como dizia Lacan, separado de seu trabalho, de sua família, de seus amigos e seus amores. O que o sujeito encontra na psicanálise é sua solidão e seu exílio. Sim, seu estatuto de exilado em relação ao discurso do Outro. Não é o Outro com A maiúscula o que está no centro do discurso analítico, é o Um sozinho.
Sem dúvida Lacan começou a ordenar a experiência analítica pelo campo do Outro, mas, isso foi para demonstrar que, definitivamente, esse Outro não existe, não mais que a saúde mental. O que existe é o Um sozinho. Uma análise começa por ai, pelo Um sozinho, quando alguém não tem mais remédio que se confessar exilado, deslocado, indisposto, em desequilíbrio no seio do discurso do Outro. Em uma análise busca-se um outro do Outro, que desta vez alguém tenha o prazer de inventar, à sua medida, outro suposto saber o que atormenta o Um sozinho. Por isso, nós sabemos que este Outro está destinado a dissipar-se, a esvanecer-se até que somente reste o Um sozinho; já instruído sobre o que lhe atormenta, esclarecido, como dizemos, acerca do sentido de seus sintomas.
Poder-se-ia dizer, portanto, que ao final da experiência analítica já não sou incauto em relação a meu inconsciente e seus artifícios? E isso porque o sintoma, uma vez esvaziado de seu sentido nem por isso deixa de existir, ainda que sob uma forma que já não tem mais sentido? Darei um passo a mais na ironia em que me comprometi se digo que essa é a única saúde mental que sou capaz de conseguir. Supõe, precisamente, que advenha o campo em que o mental tenha esvaziado para deixar o real nu. Para alcançar esse campo, esse campo último, há que se franquear o imaginário, o mental do imaginário. O mental do imaginário está sempre condicionado pela percepção da forma do semelhante. É essa a unidade fundamental. Evito o chiste "funda-mental" porque ele não se traduz para todas as línguas. Esta é a unidade fundamental que Lacan ilustra com o estádio do espelho.
Para Aristóteles, a alma é a unidade suposta das funções do corpo, e esta é a que nós traduzimos na experiência do espelho como uma alma especular. Ela se encontra sempre transitada por uma tensão essencial na qual se intercambiam, sem cessar, os lugares do mestre e do escravo. No estádio do espelho se arraigam, por sua vez, a prevalência do discurso do mestre e sua paranoia territorial, que fazem do eu uma instância grosseira de delírio que não saberia reduzir nenhuma retificação autoritária. Mas, para alcançar o campo que chamo "campo último", também há que atravessar o simbólico e o mental do simbólico. O mental do simbólico é a refração do significante na alma especular. A essa refração é o que se chama significado. A esse significado essencialmente fugidio, nebuloso, indeterminado, metonímico e susceptível, sem dúvida, a dar lugar a metáforas e efeitos de significação, se pode chamar pensamento.
Seu pensamento, o meu, tem sua rotina, gira redondamente, é reprimido, retorna. Diz-se que é o inconsciente quando é decifrável e se diz, então, que no deciframento se alcança uma verdade. Mas, atenção! Trata-se sempre de sentido, ou seja, de mental, de ideias que produzem! Por isso Lacan uniu com um laço essencial a verdade com a mentira. O campo último a que me refiro está mais além da mentira do mental. A parte mais opaca do que Freud chamava libido se descobre precisamente aí. Esse sentido da libido é o desejo. O desejo está articulado com o simbólico; ele se solta dos significantes como seus significados. Enlouquece a alma especular, anima os sintomas. Uma análise, no entanto, introduz uma deflação do desejo, que se desinfla e estaciona como acontece com esse semblante que chamamos falo, e que serve para pensar a relação entre os sexos. Mas, tanto o desejo como a relação sexual são verdades mentirosas, mentiras do mental. Debaixo do desejo, uma vez atravessada sua tela fantasística, há o que não mente sem que seja uma verdade. É o que chamamos gozo. O desejo é o sentido e o semblante da libido, sua mentira mental. O gozo é o que da libido é real. É o produto de um encontro perigoso do corpo com o significante. Esse encontro mortifica o corpo, mas, também recorta uma parcela de carne cuja palpitação anima todo o universo mental. O universo mental não faz senão refratar, indefinidamente, a carne palpitante a partir das mais carnavalescas maneiras e, também a dilata até proporcionar-lhe a forma articulada dessa ficção maior que chamamos o campo do Outro.
Comprovamos que esse encontro marca o corpo com um traçado inesquecível. É o que chamamos acontecimento de corpo. Este acontecimento é um acontecimento de gozo que não volta jamais ao zero. Para saber fazer com esse gozo é preciso tempo, tempo de análise. E, sobretudo, para saber fazer com esse gozo sem a muleta, a tela e os artifícios do inconsciente simbólico e suas interpretações. Por isso falamos que se trata de inconsciente real, o que não se decifra. Aquele que, pelo contrário, motiva o ciframento simbólico do inconsciente. Esse corpo não fala, goza em silêncio, nesse silêncio que Freud atribuía às pulsões; mas, é com esse corpo com que se fala a partir desse gozo fixado de uma vez por todas. O homem fala com seu corpo. Em expressão de Lacan, ele é ser falante por natureza. Pois bem, esse corpo que não fala, mas serve para falar, esse corpo como meio da palavra, é justamente o que se emparelha, a rigor, com a saúde mental que não existe. Se a saúde mental não existe é porque o corpo gozante, a carne, exclui o mental ao mesmo tempo em que o condiciona, o enlouquece, o extravia. Se o homem inventou a relação sexual, é para velar o horror dessa carne percorrida por um estremecimento que não cessa, que é o que é, como dizia Angelus Silesius: sem porquê.
Esse "falar com seu corpo" é traído por cada sintoma e cada acontecimento de corpo. Esse falar com o seu corpo está no horizonte de toda interpretação e de toda resolução dos problemas do desejo. Os problemas do desejo, como sabemos, podem ser colocados em forma de equação; sabemos disso desde Lacan, que se esforçou para fazê-lo. E essa equação tem, sem dúvidas, soluções que são o que Lacan chamou o passe.
O gozo no nível do inconsciente real, todavia, não teria como ser situado em uma equação e permanece insolúvel. Freud soube disso antes que Lacan o anunciara. Há sempre um resto com os sintomas. Por isso não há final absoluto para uma análise, que durará tanto quanto o insolúvel continue sendo insuportável. Ela acaba quando o homem simplesmente encontra ai uma satisfação.
Até aqui está, portanto, o que pude extrair de uma reflexão sobre a inexistência da saúde mental, torturando-me os miolos; falando com propriedade, o que se emparelha com o significante é "falar com o corpo". Vocês poderão dizer que esse assunto é muito difícil para o PIPOL VI. Mas, se é assim, não temam, encontraremos outra coisa. Espero, então, sugestões.
Tradução: Ilka Franco Ferrari
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