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domingo, 21 de agosto de 2016
domingo, 13 de julho de 2014
Cómo leer a Freud en el siglo XXI - Por Zygmunt Bauman
En El retorno del péndulo, el sociólogo polaco Zygmunt Bauman investiga, en compañía del argentino Gustavo Dessal, el pensamiento del padre del psicoanálisis a la luz de sus propias ideas sobre la modernidad líquida. Aquí, un fragmento de su conferencia magistral "La civilización freudiana revisitada"
"Cada individuo es virtualmente un enemigo de la civilización" -escribió Freud hace unos ochenta años-. "La civilización es algo que fue impuesto a una mayoría contraria a ella por una minoría [.]. Puede creerse en la posibilidad de una nueva regulación de las relaciones humanas, que cegará las fuentes del descontento ante la cultura, renunciando a la coerción y a la yugulación de los instintos [.]. Esto sería la edad de oro, pero es muy dudoso que pueda llegarse a ello. [.] El dominio de la masa por una minoría seguirá demostrándose siempre tan imprescindible como la imposición coercitiva de la labor cultural."
¿Por qué ocurre esto? "Es imputable a dos circunstancias ampliamente difundidas entre los hombres: la falta de amor al trabajo y la ineficacia de los argumentos contra las pasiones." Entonces, los seres humanos deben ser obligados a formar la sociedad [...]. Y allí donde hay coacción, es decir, allí donde las personas se ven obligadas a mantener un comportamiento diferente del que dictan sus inclinaciones naturales, hay descontento y disenso: la mayor parte del tiempo, sofocados, reprimidos o desviados, pero manifiestos de tanto en tanto.
En otras palabras, hay un precio a pagar por haberse emancipado de la existencia bestial: por haber obtenido esa seguridad confortable y reconfortante que sólo el poder coercitivo de la sociedad puede brindar. "No hay almuerzo gratis", como lo expresa la sabiduría popular inglesa: para conseguir algo hay que perder otra cosa. La vida civilizada (más en general: el tipo de vida que hace posible la comunión humana) es una transacción. En el relato ya octogenario de Freud, lo que los individuos humanos ceden en la transacción es una cantidad nada pequeña de satisfacciones que sus instintos los exhortarían a buscar, y que ellos buscarían si nada se lo prohibiera o impidiera por la fuerza. A cambio ganan una medida considerable de seguridad: contra los males y los peligros que provienen de la naturaleza, del propio cuerpo y de otros seres humanos.
Los tipos de cambio y los términos de la transacción nunca son completamente satisfactorios; de ahí que ninguna transacción pueda considerarse una solución definitiva al dilema de equilibrar la seguridad con la libertad: dos valores igualmente indispensables pero obstinadamente incompatibles. Cada "transacción" específica es más bien algo que uno preferiría llamar "arreglo": una solución de compromiso, con el subsiguiente armisticio. siempre temporal, siempre hasta próximo aviso, siempre una espina clavada en el cuerpo de las relaciones entre el individuo y la sociedad, así como una tentación a embarcarse en rebeliones anárquicas o golpes de Estado autocráticos/totalitarios, un estímulo a iniciar otro combate u otra ronda de negociaciones de los deberes y derechos vinculantes en el momento.
De hecho, en las reflexiones de Freud, la eutopía (un buen lugar, donde la seguridad y la libertad estarían equilibradas a la perfección, sin causar descontento ni disenso) aparece en un combo con la utopía (un lugar que no está en ninguna parte). La civilización es un don ambiguo, que suscita impulsos ambivalentes: es irremediablemente una bendición mezclada con maldición. La civilización (que, me permito repetir, significa para Freud "todo aquello en lo cual la vida humana se eleva por encima de sus condiciones animales y se distingue de la vida animal") no puede prescindir de la coerción, y por ende tampoco puede existir sin engendrar resistencia contra sí misma, en la medida en que la coerción, por definición, significa enfrentar situaciones en las que la balanza se inclina en contra de hacer lo que se quiere y a favor de hacer algo que se querría evitar. [...]
Me pregunto qué diría Freud si tuviera que revisar su manuscrito de 1929 para preparar la edición de 2008. Conjeturo que generalizaría su veredicto, insistiendo en que toda y cualquier civilización -es decir, toda comunión humana elevada por encima de sus "condiciones animales"- es una transacción, y nuestra variedad no es una excepción. Pero también conjeturo que Freud invertiría su diagnóstico de los bienes que se intercambian en la transacción. Probablemente diría que los principales descontentos de nuestro tiempo se originan en la necesidad de ceder una buena parte de nuestra seguridad a cambio de seguir eliminando, una por una, las restricciones impuestas a nuestra libertad. En lo que concierne a esa minoría de la cual suelen reclutarse los pacientes que buscan cura psicoanalítica, la fuente del padecimiento parece ser ahora la carencia de seguridad, que envenena el goce de una libertad individual sin precedentes. Los temores a la desprotección personal, que la civilización del trascendental estudio de Freud había prometido extirpar, volvieron recargados. Y los grilletes que solían reprimir los instintos personales, los grilletes que los hombres y las mujeres de aquella época bregaban desesperadamente por romper, ya no parecen tan repulsivos si se los compara con los recién descubiertos horrores de la perpetua y continua inseguridad.
En años recientes pude ver una y otra vez entrevistas televisivas a infortunados pasajeros que perdían sus anheladas vacaciones o urgentes reuniones de negocios por quedarse varados en aeropuertos durante la prolongada serie de alertas terroristas. Muy pocos de los entrevistados se quejaban: en su mayoría estaban cansados, aburridos y exhaustos, pero alegres y encantados a pesar de todo. Cubrían de elogios a las autoridades que los habían salvado de peligros ocultos e inefables: "Nunca nos hemos sentido tan seguros y cuidados como ahora", repetían sin cesar. Obedientes y plácidos, hacían cola para esperar que les llegara el turno de dejarse olfatear por perros y someterse a palpaciones corporales que no mucho tiempo atrás habrían tachado de escandalosas afrentas a su privacidad y dignidad personal. Hoy las alertas terroristas ya han adquirido un sólido estatus permanente, al igual que la reconciliación de los pasajeros con las sucesivas cesiones de crecientes partes de su libertad personal. Día a día, millones de hombres y mujeres en miles de aeropuertos de todo el mundo, presurosos por abordar sus vuelos, hacen largas colas con actitud dócil, si no entusiasta, para someterse a controles personales y palpaciones corporales que no muchos años antes ellos mismos o sus propios padres habrían denostado como una manifestación más, siniestra y humillante, de las aspiraciones totalitarias atribuidas a los poderes vigentes. Y lo hacen del mismo modo en que pululan alegremente por los centros comerciales, aliviados por la presencia de guardias armados y las decenas de cámaras de circuito cerrado de televisión que graban cada uno de sus pasos y gestos para ojos de extraños y usos desconocidos.
Seamos claros: estos fenómenos no son acontecimientos aislados; no son desviaciones temporales de la norma, inusitadas y a contracorriente. Tampoco son respuestas lógicas (quizá lamentables pero sin duda inevitables) a necesidades excepcionales y "externas", ocasionadas por hazañas terroristas o por un aumento, presunto o genuino, en la incidencia de la criminalidad; justificar estos fenómenos con referencia a tales factores equivaldría a colocar el carro delante de los bueyes. Los fenómenos en cuestión deben verse como síntomas prodrómicos de una nueva norma emergente. [...]
El mundo que analizó Freud era el mundo de los Buddenbrook de Thomas Mann: un mundo de normas rígidas y de severas penalidades (como quedar excluido de la competencia empresarial, caer en la desgracia social o sufrir el ostracismo) que se aplicaban por quebrantarlas; también de normas claramente articuladas y legibles, que debían ser aprendidas de una vez y para siempre: para toda la vida individual y para todos los ámbitos de la vida, desde la cuna hasta la tumba. El linaje, la familia, la fortuna familiar y la continuidad de los vínculos sanguíneos trazaban un eje en torno al cual habría de girar el itinerario de la vida, ya concebido pero aún pendiente de completarse. Tal como lo proclamarían mucho más tarde los psicólogos existencialistas como R. D. Laing o Thomas Szasz, aquella familia, inscrita en un entorno y a través de él en una clase, era el perro guardián colectivo (o un vaso capilar del sistema panóptico de la vigilancia social, como lo enunciaría después Michel Foucault) que obligaba a sus miembros a mantenerse en el camino recto, excomulgando y eliminando a los desviados (en términos freudianos, la familia era el baluarte, la plenipotenciaria y la ejecutora del principio de realidad, encargada de podar y domar los excesos perpetrados por el "principio del placer"). Así lo sintetizó Daniel Cohn-Bendit con la ventaja de una mirada retrospectiva que abarcaba cuarenta años: quienes en mayo de 1968 hicieron carne la palabra por entonces blasfema han ganado no obstante su batalla, desde el punto de vista social y cultural (aunque -se apresuró a agregar Cohn-Bendit- por suerte la perdieron desde el punto de vista político).
En el filme El diablo, probablemente, estrenado por Robert Bresson en 1976, los héroes son varios jóvenes completamente desorientados que buscan el sentido de la vida, su misión en el mundo y el significado de "tener una misión". Cualquiera sea el drama en el que participan como actores entusiastas o comparsas renuentes, no hay dramaturgos ni directores a la vista, ni llega ayuda alguna de sus mayores. De hecho, durante los 95 minutos que necesita la trama para alcanzar su trágico desenlace no aparece un solo adulto en la pantalla. Los jóvenes personajes, completamente inmersos en sus obstinados e infructuosos esfuerzos por comunicarse entre ellos (la película escasea notablemente en diálogos articulados), recuerdan y mencionan apenas una vez la existencia de los adultos: cuando, hartos de sus proezas, sienten hambre y corren a la nevera repleta de comida que los invisibles padres aprovisionaron para tales ocasiones.
Los años que siguieron confirmaron y revelaron con creces la visión profética de Bresson. El cineasta francés había vislumbrado las consecuencias que tendría la "gran transformación" de la que él y sus contemporáneos eran testigos presenciales, aunque muy pocos entre ellos percibían su verdadero alcance y no muchos más habían advertido siquiera que estaba ocurriendo algo: nada menos que el pasaje de una sociedad de productores -trabajadores y soldados- a una sociedad de consumidores -individuos por decreto y adictos a corto plazo por adaptación-. [...] La sociedad "moderna sólida" que analizó Freud era en realidad una sociedad de productores y soldados. Los padres de los futuros trabajadores y soldados tenían un papel sencillo y claro que desempeñar: la función parental en la sociedad "moderna sólida" de productores/soldados consistía en instilar la autodisciplina indispensable para alguien con pocas opciones aparte de la obligación de soportar la monótona rutina impuesta en el lugar de trabajo o los cuarteles militares, y de quien a su vez se esperaba que fuera para sus hijos un modelo personal de comportamiento regulado por las normas. Había un fuerte vínculo de realimentación y consolidación recíproca entre las exigencias de la fábrica y los cuarteles, por un lado, y una familia regida por los principios de la supervisión y la obediencia, la confianza y el compromiso, por el otro.
De acuerdo con Michel Foucault, los casos de sexualidad infantil y "los peligros de la masturbación" eran especímenes del surtido arsenal utilizado para legitimar y promover el estricto control y la vigilancia permanente de los hijos que los padres de aquella época tenían como misión. El ejercicio de esta función parental exigía presencias constantes, atentas y curiosas; presuponía proximidades; se aplicaba mediante el examen minucioso y la observación insistente; requería un intercambio de discursos a través de preguntas que arrancaban confesiones, y de confidencias que sobrepasaban las preguntas formuladas. Implicaba una proximidad física y una interacción de sensaciones intensas.
Foucault sugiere que en esa campaña perpetua con el fin de fortalecer la función parental y su impacto disciplinante, "el 'vicio' del niño no era tanto un enemigo como un soporte"; "en todas partes donde aparecía el riesgo [del 'vicio'] se instalaron dispositivos de vigilancia, se establecieron trampas para exhortar a la confesión". Los baños y los dormitorios eran los sitios donde se concentraban los mayores peligros, el suelo más fértil para las inclinaciones sexuales malsanas de los niños: de ahí que requirieran una supervisión particularmente atenta, íntima e implacable, y por ende una constante, manifiesta y prominente presencia de los padres.
En los tiempos modernos líquidos, el pánico a la masturbación se ha reemplazado por el pánico al "abuso sexual". La amenaza oculta que causa el pánico actual no acecha desde la sexualidad de los niños, sino desde la de los padres. Los baños y los dormitorios siguen considerándose antros de la horrenda perversión, tal como antes, pero ahora los acusados han pasado a ser los padres. El propósito de esta cruzada que blande como arma el nuevo pánico al abuso sexual es exactamente opuesto a los objetivos del pánico a la masturbación que había explorado Foucault. Sean expresos o tácitos, los fines de la presente guerra son: la merma del control parental, la renuncia a la presencia ubicua y prominente de los padres, la determinación y el mantenimiento de una distancia entre los "viejos" y los "jóvenes", tanto en la familia como en su círculo de amigos. [...]
La primera víctima del pánico a la masturbación fue la autonomía del individuo: la misma libertad personal cuya pérdida registró Freud en su vivisección del orden civilizado. Los futuros adultos debían ser protegidos desde su más tierna infancia contra sus propios instintos e impulsos malsanos y potencialmente desastrosos (si no se los controlaba). En términos de Freud, el orden civilizado exigía imponer restricciones al antisocial "principio del placer", que los hombres y las mujeres tomarían como guía en el caso de que el "principio de realidad", socialmente impuesto, no los mantuviera a raya. [...]
Hoy la principal tarea de la "socialización" (la preparación para la vida conforme a las normas sociales) consiste en provocar/facilitar el ingreso en el juego de las compras, así como incrementar las oportunidades de permanecer en el campo de juego evitando la amenaza de la exclusión. Los miembros de la sociedad tienen que desarrollar la sensibilidad a los encantos seductores del mercado y responder a ellos de acuerdo con el guión escrito por los expertos en mercadotecnia; y el fracaso en esa empresa es el principal contenido de los actuales temores a la "ineptitud". Tal como observó Pierre Bourdieu hace ya dos décadas, hoy vivimos en una sociedad que ha reemplazado la regulación normativa por la seducción, y el mantenimiento del orden por las estratagemas de las "relaciones públicas" (en términos más simples, la publicidad), mientras los deseos en expansión y el despertar de nuevas necesidades han vuelto redundante la coerción manifiesta: no obstante, estos nuevos mecanismos de reproducción social sólo adquieren eficacia si se dirigen a hombres y mujeres "capacitados para el desafío".
En clara oposición a la familia ortodoxa con su estricta supervisión parental, esta laxa estructura familiar, que expande la autonomía infantil y deja a los jóvenes librados a la orientación de sus pares, se ajusta bien a los requisitos impuestos por nuestra sociedad moderna líquida de consumo, individualizada en toda su extensión.
Lo que atormenta a los jóvenes de nuestros días ya no es el exceso de restricciones y prohibiciones insidiosas, temibles y demasiado reales, sino la abrumadora y vasta expansión de las opciones aparentemente abiertas por el don de la libertad consumista. Hoy, las ansiedades de los jóvenes y sus consecuentes sentimientos de inquietud e impaciencia, así como la urgencia por minimizar los riesgos, emanan por un lado de la aparente abundancia de opciones, y por otro del temor a hacer una mala elección, o al menos a no hacer "la mejor disponible"; en otras palabras, del horror a pasar por alto una oportunidad maravillosa cuando aún hay tiempo (fugaz) para aprovecharla.
A diferencia de lo que ocurría con sus padres y abuelos, que se criaron en el estadio "sólido" de la modernidad, orientado a productores y soldados, ahora las opciones recomendadas no adjuntan códigos de conducta perdurables o acreditados (por no hablar de perdurables y acreditados) que guíen a los electores por un itinerario infalible una vez que hacen su elección o aceptan obedientemente la opción recomendada. Nunca cesa de atormentarlos la idea de que el paso dado pueda (por poco) ser un error y que quizá sea (por poco) demasiado tarde para disminuir las consecuentes pérdidas, y mucho más para revocar la opción desafortunada. De ahí el resentimiento que suscita todo "largo plazo", ya sea la planificación de la vida propia o los compromisos con otros seres vivos. Un aviso publicitario reciente, que a todas luces apelaba a los valores de la generación joven, anunciaba la llegada de un nuevo rímel que "promete mantenerse impecable durante 24 horas", agregando un comentario:
¿Estás en una relación estable? Con una sola pasada, la belleza de tus pestañas sobrevivirá a la lluvia, el sudor, la humedad, las lágrimas. Pero la fórmula se elimina sin problemas con agua caliente.
Al parecer, un periodo de veinticuatro horas ya se percibe como una "relación estable", pero ni siquiera semejante "compromiso" sería una opción atractiva si no resultara fácil borrar sus huellas y si no hubiera agua caliente al alcance de la mano. Cualquiera sea la opción que se elija en última instancia, deberá parecerse al "manto sutil" de Max Weber, que uno puede quitarse de los hombros a voluntad y sin notificarlo con anticipación, y no a su "jaula de hierro", que ofrece protección eficaz y duradera contra las turbulencias pero también obstruye los movimientos del protegido y estrecha severamente su espacio de libre elección. Lo más importante para los jóvenes, en consecuencia, no es tanto la configuración de la identidad como la retención (¡perpetua!) de la capacidad de re-configurarla cada vez que llegue -o se sospeche que ha llegado- la necesidad de reconfigurarse. La preocupación de los ancestros por la identificación pierde cada vez más espacio ante el anhelo de re-identificación. Las identidades deben ser desechables; una identidad insatisfactoria o no del todo satisfactoria, o bien una identidad que delate su edad avanzada al compararse con las identidades "nuevas y mejoradas" disponibles en el presente, tiene que ser fácil de abandonar: quizá la biodegradabilidad sea el atributo ideal de la identidad más deseada.
En ausencia de valores perdurables, indisputados y respaldados por una autoridad, la evaluación de las opciones sólo puede seguir el modelo de las mercancías comercializadas: es preciso "colocar en el mercado" el modelo de la identidad elegida a fin de "averiguar su valor". De acuerdo con un sentido común que -tal como observó Bourdieu- se inspira en la pensée unique de la economía de mercado, la mercancía carece de valor a menos que disponga de clientes, y el valor que pudiera ya tener o aun adquirir se mide por la cantidad de clientes y la intensidad que éstos le dedican. El castigo por fracasar en el hallazgo/creación de clientes para la identidad diseñada y exhibida es la exclusión (ostracismo, "eliminación por decisión del jurado", desaire, caso omiso): el equivalente social al vertedero de basura. Vibeke Wara llegó a la conclusión de que los jóvenes tienen "un talento especial para mercantilizarse" y sugirió que la eficacia de ese talento se mide principalmente por la cantidad de contactos que exhibe cada uno: los "más talentosos" son los que tienen más contactos (hechos en "redes sociales", como MySpace, Facebook, Second Life y sus numerosas imitaciones en menor o mayor escala, que hoy se aproximan a cien en número, así como en blogs personales, que hoy superan los setenta millones y crecen a paso acelerado).
"Hoy crece el número de adolescentes que se sienten instados a crear identidades más grandes para sí mismos, como las celebridades que ven retratadas en los medios nacionales", dijo Laurie Ouellette, profesora de Ciencias de la Comunicación y experta en telerrealidad (reality shows) de la Universidad de Minnesota, reafirmando una opinión ya integrada al bagaje de saber común que los expertos comparten con el gran público.
Las "identidades más grandes" implican en primer lugar una mayor exposición: más gente mirando, más personas (usuarios de Internet de banda ancha) con posibilidades de mirar, más devotos de Internet estimulados/excitados/entretenidos por lo que han visto, y estimulados hasta el punto de compartirlo con sus contactos (rebautizados como "amigos", tal como sugieren las "redes sociales"). MySpace, Facebook, Second Life y los blogs que se reproducen como hongos son algo así como una revista ¡Hola! de la gente común, u otros incontables templos, capillas o santuarios menores del culto a la celebridad: una copia que se reconoce inferior (puesto que ofrece una identidad en cierto modo menos extensa), pero que alberga la esperanza de hacer por la gente común lo mismo que ¡Hola! hace por las ambiciones de los rostros que aparecen en su tapa y por las vidas acerca de las que informan sus columnas de chismes sobre celebridades. Para los "aspirantes a ser los elegidos", los blogs son las versiones masivas -estilo "hágalo usted mismo"- de los originales de boutique haute-couture para los pocos elegidos.
Todos sabemos que la posibilidad de abrirse camino hacia la visibilidad pública a través de la intrincada espesura de los blogs personales es apenas poco más grande que la perspectiva de supervivencia de una bola de nieve en el infierno, pero también sabemos que las oportunidades de ganar la lotería sin comprar un boleto son nulas.
Ninguna representación del yo, por muy instantáneo que resulte su éxito, es segura en el largo plazo. Lo que hoy es de rigueur, mañana o pasado mañana estará condenado a volverse rancio y bochornosamente anticuado, o bien completamente ilegible. Mantener actualizada la representación es una tarea de veinticuatro horas por día y siete días por semana.
Y la capacidad interactiva de Internet está hecha a la medida de esta nueva necesidad: ayuda a permanecer au courant de lo que está en boca de todos, como los hits musicales más escuchados y los últimos diseños de ropa, así como las fiestas y los eventos de celebridades más recientes y comentados; simultáneamente, ayuda a actualizar los contenidos y redistribuir los énfasis del autorretrato; y dada la "cultura de la prisa", que es endémica a la comunicación electrónica, sumada al breve lapso de memoria que ésta condiciona, también ayuda a borrar las huellas del pasado: los contenidos y énfasis que hoy son bochornosos porque pasaron de moda. En líneas generales, Internet facilita enormemente la tarea de la reinvención, hasta un punto inalcanzable en la vida desconectada; he ahí, sin duda, una de las razones más importantes por las que la nueva "generación electrónica" pasa tanto tiempo en el universo virtual, un tiempo que crece a ritmo constante a expensas del tiempo vivido en el "mundo real".
En consonancia, los referentes de los principales conceptos, que a todas luces elaboran y cartografían el Lebenswelt de los jóvenes, se trasplantan de manera gradual pero constante desde el mundo desconectado hasta el mundo conectado.
Entre ellos adquieren mayor prominencia los conceptos referidos a los vínculos interpersonales y los lazos sociales, como "contactos", "citas", "reunión", "comunicar", "comunidad" o "amistad". Este trasplante influye de modo indefectible en el significado de los conceptos desplazados y las respuestas conductuales que ellos evocan y suscitan. [...]
El tiempo percibido por la actual generación joven no es cíclico ni lineal, sino "puntillista", como los cuadros de Seurat, Signac o Sisley; cada "punto" es minúsculo, pero cualquiera de ellos puede convertirse en un momento del big bang, como todos sabemos gracias a los científicos del cosmos; no obstante, a diferencia de las obras legadas por los maestros pretéritos de la escuela puntillista (lienzos en los que cada punto ya tiene asignado su lugar inequívoco y en los que la forma de las cosas ya se ha preconfigurado de una vez y para siempre con el fin de que la veamos con claridad y sin cambios cada vez que miramos), resulta absolutamente imposible predecir qué momento experimentará tal transformación. Los cosmólogos pueden decirnos en minucioso detalle qué ocurrió con el universo una fracción de segundo o miles de millones de años después del big bang, pero absolutamente nada de lo que ocurrió antes, y mucho menos cuál fue su causa, si es que la hubo, o qué auguró/anunció su advenimiento. En consecuencia, cada punto del tiempo requiere un tratamiento serio y ninguno puede quedar desatendido ni escurrirse entre los dedos. [...]"
La vida de la generación joven se vive hoy en un estado de emergencia perpetua. Es preciso mantener los ojos bien abiertos y aguzar los oídos de forma constante para captar de inmediato las visiones y los sonidos de lo nuevo: lo nuevo que siempre ya-está-viniendo, a una velocidad sólo comparable a la de un bólido que pasa y se esfuma en un instante. No hay momento que perder. Desacelerar es derrochar.
¿Qué augura todo esto para el destino del "principio de realidad", encargado de domar y mantener a raya la búsqueda de placer a instancias del deseo? La gran novedad es la eminente revocabilidad de este principio. La realidad se percibe cada vez más como una irritación temporal que es preciso circunvalar, y no algo a superar o ante lo cual darse por vencido; en nuestro mundo de repuestos y del derecho a devolver en la tienda cualquier producto que no nos brinde plena satisfacción, los objetos que causan incomodidad se descartan y sustituyen por otros "nuevos y mejorados". En particular para los jóvenes, esto incluye la realidad fuera de Internet, que para cumplir con las expectativas debe adecuarse sin demora a los parámetros de su homóloga online. Hoy le toca al "principio de realidad" ser considerado culpable hasta que demuestre su inocencia, y no le resulta fácil encontrar una prueba convincente. Le ha llegado el turno de argumentar profusamente ante su antagonista -el placer- y disculparse por los inconvenientes que ha causado por abusar de su hospitalidad.
Esto puede que sea o no verdad, pero lo más probable es que no sea toda la verdad. El jurado aún no ha dictado sentencia; el caso sigue abierto. El resultado de las confrontaciones entre ambos principios no está cantado en absoluto. En la ininterrumpida confrontación entre los principios de la realidad y del placer, no hay un solo enfrentamiento que permita vislumbrar una clara línea final: pocas batallas son concluyentes, si es que alguna lo es, y rara vez o nunca se llega al "punto sin retorno". Como ya he señalado, esta situación redunda en un estado de emergencia perpetua, pero también en un estado de perpetua Unsicherheit. Mientras que el primer impacto psicológico de ese cambio en la índole de la confrontación es un reconfortante augurio de que habrá más espacio para la búsqueda de placer, el segundo aspecto presagia malestares, diferentes a los del pasado pero potencialmente tan severos y patogénicos como los que sabemos que causó el "principio de realidad" en los tiempos de su supuesta invencibilidad.
En pocas palabras, la situación actual se caracteriza por una intrínseca y extrema ambivalencia. Y la condición de ambivalencia no tiene visos de definirse. Puede suscitar reacciones mutuamente opuestas que redunden en sufrimientos ostensiblemente contrarios. Tanto el carpe diem como la búsqueda febril de "raíces" y "cimientos" son sus resultados igualmente probables y legítimos. Sin embargo, un pequeño pero creciente número de razones lleva a sospechar que el perpetuo movimiento pendular entre el deseo de conquistar mayor libertad y el anhelo de contar con mayor seguridad está por iniciar su trayecto opuesto. No hay manera de pronosticar con certeza hacia qué lado se desplazarán las cosas una vez que este equilibrio notoriamente inestable alcance su "punto de inflexión": la hoy revelada insostenibilidad del sistema económico mundial y del sistema global de explotación de los recursos planetarios podría aún redefinir las recientes desviaciones culturales como un callejón sin salida al que ha ido a parar la parte más privilegiada de la humanidad, tal vez subrepticiamente manipulada, durante las últimas dos o tres "décadas furiosas".
Lo más probable es que, a pesar de que el "principio de realidad" parezca haber perdido su batalla más reciente contra el "principio del placer", la guerra entre ellos está lejos de haber llegado a su fin y el resultado final (si es que algún acuerdo es capaz de alcanzar el estatus de "final") no está definido en absoluto.
http://www.lanacion.com.ar/1700733-como-leer-a-freud-en-el-siglo-xxi
sexta-feira, 23 de maio de 2014
Ese "milagro" llamado lenguaje
Ese "milagro" llamado lenguaje
Miquel Bassols
-¿Cuál es la diferencia del cuerpo para el Psicoanálisis y el cuerpo para la ciencia?
Miquel Bassols
-¿Cuál es la diferencia del cuerpo para el Psicoanálisis y el cuerpo para la ciencia?
Partamos de la
diferencia entre organismo y cuerpo. Para llegar a tener un cuerpo es necesario
cierto recorrido, más bien complejo, que pasa por el vínculo con los otros, que
supone la construcción de una imagen real de ese cuerpo para el ser que habla,
una construcción que Lacan investigó ya con su famoso “estadio del espejo” como
formador de la función del Yo. No nacemos con un cuerpo, nacemos con un
organismo, y debemos pasar por ciertos circuitos de lenguaje, circuitos
enteramente simbólicos distintos del orden puramente biológico, para llegar a
hacernos con ese cuerpo. Y, en efecto, “nos hacemos” con el cuerpo del mismo
modo que podemos afirmar que hablamos con el cuerpo.
Llegar a tener un
cuerpo supone un vínculo con el lenguaje a partir del cual este cuerpo será
experimentado de una u otra forma. De modo que, como afirmará Lacan, no somos
un cuerpo sino que sólo llegamos a tenerlo gracias a ciertas operaciones
simbólicas fundamentales que el psicoanálisis estudia en la clínica. Por
ejemplo, podemos verificar que en ciertos sujetos diagnosticados de autismo
este cuerpo no se construye de una manera evidente, que la relación con los
agujeros y los límites del cuerpo siguen una lógica muy singular, diferente a
la que mantienen otro sujetos. Basta ver la angustia del niño que rodea de
manera repetida y frenética el borde de un agujero como si pudiera ser tragado
por él, como si ese agujero estuviera en continuidad con los agujeros de su
propio cuerpo sin poder distinguirlos de él. En este tipo de operaciones podemos
verificar qué supone experimentar el cuerpo como un conjunto desordenado de
agujeros, sin poder disponer de una imagen corporal unificada.
De modo que el
cuerpo es una construcción simbólica e imaginaria a partir de un organismo que,
en sí mismo, no dispone de ninguna función subjetiva. La ciencia trata
generalmente con organismos, seres que califica de vivos aún sin tener nada
claro todavía qué es la vida como tal, qué es lo que especifica a un ser como
vivo. La pregunta fue ya planteada por Erwin Schrödinger en su famoso texto
“¿Qué es la vida?” y está todavía por responder.
Pues bien, aún es
más enigmática para la ciencia la pregunta “¿Qué es un ser que habla?”. Y sólo
un ser que habla llega a tener propiamente un cuerpo. Es este ser que habla con
un cuerpo el que trata el psicoanálisis.
-Es sabido que para la ciencia de nuestro tiempo
los cuerpos dicen, hablan por sí mismos, significan cosas con un saber ya
escrito en ellos, ya sea en un gen o en una neurona. ¿Qué del sujeto para la
ciencia entonces?
Es cierto, la
ciencia también se confronta a su manera con este “misterio del cuerpo que
habla”, como lo llamaba Jacques Lacan. De hecho, tanto la Física como las
Neurociencias de nuestro tiempo se dan de cabeza por distintos caminos con este
real imposible de resolver. La Física divulgada por un Stephen Hawking termina
por aceptar que en el fundamento del universo en el que vivimos se encuentra el
“milagro”, literalmente, del lenguaje. ¿De dónde viene este aparato infernal del
lenguaje que sirve tanto para hacer frente a lo real como para dejarse
aniquilar por él? Las Neurociencias sueñan todavía con la idea de que
topografiando el cerebro y mapeando todas su zonas y conexiones neuronales llegaremos
a encontrar las huellas de este virus que es el lenguaje, un virus que modifica
al cuerpo hasta límites insospechados. La moda es sólo un juego de niños al
lado de lo que hoy nos promete la ciencia para modificar este cuerpo.
Sin embargo, la
localización del lenguaje en el sistema nervioso —ya sea en el cerebro como en
sus conexiones con el resto del organismo—, se resiste de manera especial. La
búsqueda sigue, inútilmente porque se busca en el mal lugar con la excusa de
que ahí hay más luz, como el personaje de aquel cuento que había perdido su
llave y la buscaba debajo del farol con este argumento. Finalmente, lo mejor
que se puede decir desde esta perspectiva —es, por ejemplo, lo que dijeron hace
una década neurocientíficos como G. Edelman y G. Tononi—, es que el lenguaje
viene del lugar del Otro, que no hay nada en la naturaleza y evolución del
sistema nervioso que pueda asegurar su presencia, y que este lenguaje nos
convierte a cada uno en una “muestra comparable a nada”, en seres absolutamente
distintos unos de los otros. Es muy sugerente, es una idea que nos conduce a lo
más genuino de la concepción que el psicoanálisis tiene del síntoma, incluso
del síntoma al final de un análisis, una muestra singular que no es comparable
a nada, a ningún otro síntoma.
Por otra parte,
la ciencia encuentra un saber ya escrito en lo real, en lo real del gen o de la
neurona por ejemplo, como si alguien lo hubiera escrito ya allí. El problema es
que a veces en nombre de este saber que se supone ya escrito en lo real se deja
de escuchar al sujeto responsable de sus actos, al sujeto del síntoma. Es lo
que sucede, por ejemplo, cuando se hace de la genética la causa de fenómenos
que tocan el sentido singular de la vida y de la elección del sujeto, como es su
elección sexual.
Lacan sostenía
que cuanto más la ciencia avanzaba, más lo real enmudecía y más se hacía
escuchar correlativamente en los nuevos síntomas de nuestra época. Ahí está el
retorno del sujeto excluido por la ciencia. El psicoanálisis es el que se hace
destinatario del mensaje de este sujeto enmudecido que habla en el síntoma.
Con todo, es
interesante rastrear en el interior de la propia ciencia las huellas de este
sujeto excluido por su operación. De nuevo alguien como Erwin Schrödinger puede
ser muy ilustrativo de este retorno del sujeto en el interior del propio campo
de la ciencia. Él mismo pudo situar este huella del sujeto que está presente en
cada paso, en cada operación, en cada demostración del método científico. Es también
una huella presente en cada paso de la ciencia actual y es muy importante que
sepamos leerla y hacerla escuchar.
http://miquelbassols.blogspot.fr/2014/01/ese-milagro-llamado-lenguaje.html
Her, la película de Spike Jonze, bajo la mirada del psicoanálisis
Pierre-Gilles Gueguen
Miembro de la Ecole de la Cause Freudienne, de la New Lacanian School, también lo es de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP), cuyo IX congreso internacional empieza a sesionar en París, en pocos días más.
“La película de Spike Jonze, Her, tiene en este momento en Nueva York un gran éxito (…) ¿Por qué tanto éxito para esta película. Los cinéfilos encontrarán todas las razones que quieran desde el punto de vista de la estética, la poética, la actuación, etcétera, y tendrán razón. Pero la verdad de la película es que un hombre se enamora de un software, es decir, de una mujer que no existe, reducida a un objeto a: la voz. Y The New York Times no se equivoca al titular Sin cuerpo, ciertamente, pero oh, qué voz.
Her, ¿será necesario volverlo a decir? no es She. Her designa el complemento de objeto. Muy masculino, dirá usted, y lacaniano: el hombre, primero, busca en la mujer el objeto que falta y lo vuelve un fetiche. En Her, la voz. Que aquellos psicoanalistas que practican el análisis por teléfono empiecen a preocuparse...
Desde luego esto se complica una vez que el señor, un poco cansado de la buena escucha, pide que su fetiche tome cuerpo. Es un enamorado desamparado. Descubre que la voz no es la mujer , y que hay un no sé qué más allá del objeto que se impone para que las cosas funcionen entre un hombre y una mujer.
En resumidas cuentas, el amor se sostiene solamente si hace un puente sobre el vacío de la no relación entre los sexos y así mantiene el deseo. El amor verdadero, como el objeto verdadero, impone esa dimensión de vacío que Lacan intentaba hacer entender, hablando del objeto a como vaciador, su color de vacío, sustancia episódica, maneras de hacer saber que la pulsión finalmente no es sin objeto, pero también que no tiene objeto en el sentido de un objeto pulsional único: oral, anal, escópico, invocante, etcétera. De ahí las páginas esenciales del Seminario XI sobre la tarea de la mirada y la crítica radical de Sartre y de Merleau-Ponty.
La deliciosa voz, tan sexy de la coprotagonista de Joaquin Phoenix, seductor geek un poco bobo (del francés, bohemio, burgués), intenta hacernos creer lo contrario. En todo caso, él cree antes de darse cuenta de que cree lo que es bueno. En ese momento, su fantasma empieza a ceder. Y no se deja engañar (por su fantasma): creer que una mujer es un objeto en su mano. Eso que venía a obturar la nostalgia donde estaba atrapado respecto a su ex-mujer, con quien está en proceso de divorcio.
Así, encuentra una compañera de trabajo, ella también en falta: la acaba de dejar su pareja. Los dos fracasados del amor se encuentran, tanto el uno como el otro dispuestos a nuevas peripecias (amorosas) menos ficticias, apostando por el desplazamiento del goce solitario hacia el compañero-síntoma.
Un nuevo amor”.
http://www.telam.com.ar/notas/201403/57147-her-la-pelicula-de-spike-jonze-bajo-la-mirada-del-psicoanalisis.html
Miembro de la Ecole de la Cause Freudienne, de la New Lacanian School, también lo es de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP), cuyo IX congreso internacional empieza a sesionar en París, en pocos días más.
“La película de Spike Jonze, Her, tiene en este momento en Nueva York un gran éxito (…) ¿Por qué tanto éxito para esta película. Los cinéfilos encontrarán todas las razones que quieran desde el punto de vista de la estética, la poética, la actuación, etcétera, y tendrán razón. Pero la verdad de la película es que un hombre se enamora de un software, es decir, de una mujer que no existe, reducida a un objeto a: la voz. Y The New York Times no se equivoca al titular Sin cuerpo, ciertamente, pero oh, qué voz.
Her, ¿será necesario volverlo a decir? no es She. Her designa el complemento de objeto. Muy masculino, dirá usted, y lacaniano: el hombre, primero, busca en la mujer el objeto que falta y lo vuelve un fetiche. En Her, la voz. Que aquellos psicoanalistas que practican el análisis por teléfono empiecen a preocuparse...
Desde luego esto se complica una vez que el señor, un poco cansado de la buena escucha, pide que su fetiche tome cuerpo. Es un enamorado desamparado. Descubre que la voz no es la mujer , y que hay un no sé qué más allá del objeto que se impone para que las cosas funcionen entre un hombre y una mujer.
En resumidas cuentas, el amor se sostiene solamente si hace un puente sobre el vacío de la no relación entre los sexos y así mantiene el deseo. El amor verdadero, como el objeto verdadero, impone esa dimensión de vacío que Lacan intentaba hacer entender, hablando del objeto a como vaciador, su color de vacío, sustancia episódica, maneras de hacer saber que la pulsión finalmente no es sin objeto, pero también que no tiene objeto en el sentido de un objeto pulsional único: oral, anal, escópico, invocante, etcétera. De ahí las páginas esenciales del Seminario XI sobre la tarea de la mirada y la crítica radical de Sartre y de Merleau-Ponty.
La deliciosa voz, tan sexy de la coprotagonista de Joaquin Phoenix, seductor geek un poco bobo (del francés, bohemio, burgués), intenta hacernos creer lo contrario. En todo caso, él cree antes de darse cuenta de que cree lo que es bueno. En ese momento, su fantasma empieza a ceder. Y no se deja engañar (por su fantasma): creer que una mujer es un objeto en su mano. Eso que venía a obturar la nostalgia donde estaba atrapado respecto a su ex-mujer, con quien está en proceso de divorcio.
Así, encuentra una compañera de trabajo, ella también en falta: la acaba de dejar su pareja. Los dos fracasados del amor se encuentran, tanto el uno como el otro dispuestos a nuevas peripecias (amorosas) menos ficticias, apostando por el desplazamiento del goce solitario hacia el compañero-síntoma.
Un nuevo amor”.
http://www.telam.com.ar/notas/201403/57147-her-la-pelicula-de-spike-jonze-bajo-la-mirada-del-psicoanalisis.html
segunda-feira, 5 de maio de 2014
“No creo engañar a mi marido” - Por Jacques-Alain Miller *
Una joven
tiene un amante. Lo explica en el análisis: “De hecho, yo no tengo la
impresión de que engaño a mi marido. Lo que él no sabe, para él no
existe. Sólo existe para mí”. Dicen que están los hechos, y Lenin
agregaba que son tercos. Y bien, no es tan así. Sólo existen los hechos
que son dichos. ¿Qué es un hecho que no se dice? Esta joven divide su
vida entre dos mundos. En uno, el amante existe. Es un mundo que sólo
ella conoce, con el amante y con el analista. Y es un mundo muy estrecho
ya que las aventuras son breves y las sesiones de análisis son pocas y
cortas. ¿Qué valor tiene este mundo al lado del otro, el de su vida
cotidiana, con marido, hijos, padres, compañeros de trabajo? El mundo
del amante, si apenas puede existir, existe en un paréntesis, es una
balsa bogando en el océano de su vida.
Dirán: tiene mala fe, lo sabe y no quiere saberlo. Pero no. Lo
importante no es lo que ella sabe o no. Lo que importa es que el otro,
en cambio, no sabe. Porque lo que el otro no sabe, no existe. Para el
marido, la familia, el discurso común, el amante es como si no
existiera. El otro no es el Dios que examina su mente y su corazón, que
lo ve todo, lo sabe todo. Es un otro perforado, con un hueco, un punto
ciego. Y es ahí precisamente donde habita el deseo.Hable usted de cualquier cosa y la hará existir. El problema atormenta a los filósofos desde siempre: el no ser no es, por supuesto, pero al nombrarlo, ¿no se le confiere un ser? Entonces, callar algo es hacerlo desaparecer. Un escritor, un artista, un político lo saben.
Es el principio de Madison Avenue, donde habitan los Mad Men en Nueva York: “La mala publicidad no existe”. Preste atención: cuando hablamos de un producto, bien o mal, lo hacemos existir.
Por lo tanto, el sujeto es sincero cuando miente. Separa los dos mundos y se divide a sí mismo según esté en uno o en otro. Sin embargo, sucede que un personaje del mundo común logra introducirse por efracción en su mundo íntimo. Es un horror. Intenta expulsar al intruso. El insiste. Se instala. Al poco tiempo, usted está obligado a volver al mundo común. Su ontología se desmorona. Lo que no existía es expuesto a todos. El no ser es, absolutamente. El hecho, pasado al dicho, será terco. La marca se quedará. Y su ser quedará atrapado allí.
* Miembro de la Ecole de la Cause Freudienne (ECF). Creador de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP). Artículo publicado en la revista Enlaces, Psicoanálisis y cultura, Nº 19.
http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-245267-2014-05-02.html
domingo, 9 de março de 2014
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